En la muerte de...

Cantos de la tarde (1860)
En la muerte de...​
 de Clemente Zenea

En la muerte de...

Con una palma en la mano
acompañando al talento,
iba un ángel junto a un hombre
por un tortuoso sendero.

Después de largos afanes
pararon los dos viajeros
bajo un bosque de laureles
en los umbrales de un templo.

A los acordes sonoros
de un misterioso concierto,
pisando alfombra de flores
salió una diosa a su encuentro.

–¿Quiénes sois vosotros? dijo:
en este recinto bello
no habitan mas que los sabios,
los artistas y los buenos.

Aquí las frentes ilustres
que otros de espinas ciñeron
obtienen rosas y mirtos,
óleo de santo consuelo:

Las víctimas de la envidia,
los trovadores modestos,
espíritus superiores
que viven en el silencio,

los amigos de la ciencia,
los nobles hijos del genio,
aquí en recompensa logran
veneración y respeto.

–¿Quién eres tú? dijo el hombre:
Jamás te he visto en mis sueños,
ni pensé llegase un día
de hollar este sitio ameno.

Yo soy un alma olvidada
que pasó todo su tiempo
en explotar ambicioso
las minas del pensamiento.

Pregunta al ángel custodio
que va mis pasos siguiendo,
por qué razón he llegado
a las puertas de tu templo.

Y exclama el ángel: –¡oh gloria!
yo soy aquel de tus siervos
que en la senda del sepulcro
busca los grandes talentos.

Hallé muchos en el polvo,
muy pocos dignos de premio,
y entre los más escogidos
aquí tienes el primero.

No habló más, volvió la espalda,
alzó los ojos al cielo,
y ocultóse solitario
por el tortuosos sendero.

La Habana, 1855.