En el Mar Austral/Introducción



INTRODUCCIÓN


Distinguido amigo:


Acabo de terminar un exámen de su libro, necesario para formar juicio exacto acerca de él, pués es de esos que parecen exigir una lectura rápida, como rápido es el encadenamiento de los sucesos que relata. Y no sé por qué me encuentro con la pluma en la mano, eacribiéndole esta carta, yo que soy tan poco aficionado al género. Para tal resultado han debido mediar circunstancias especiales, y ser la obra sujestiva en grado sumo. Lo es por su misma objétividad, y médian esas circunstancias especiales, pués vuelvo de las regiones que Vd. describe, y me ocupo de ellas con todo entusiasmo. Necesitaba decirle lo que pienso de esa obra porque una satisfacción como un dolor, necesita expansiones, y mi carta, que no esperará sin duda, ha sido instintivamente comenzada con ese objeto.

Cuando leí su País de los Matreros me ocurrió lo mismo; pero la pereza de tomar la pluma acabadaa de dejar después de un artículo de diario, y amenazándome con la operación de arrancarle el siguiente, pudo más que mi deseo. Le hubiera dicho entonces una porción de cosas agradables, que de palabra suelen parecer simples galanterías, pero que por escrito adquieren otra fuerza, muestran mejor su sinceridad, prueban su fundamento, y.... , duran más. Entre ellas estaría en primera línea la observación de la rara cualidad que Vd. posee para pintar gentes y paisajes, como si dijéramos cuadros de género, en que los hombres y las cosas viven con vida propia é intensa. Y en el mismo término se hallaría también la elección de sus asuntos, la altiva tendencia artistica que lo hace volver los ojos hácia lo que es nuestro, hácia lo que se ofrece á nuestra observación directa, desechando lo convencional y lo exótico. ¿Qué más exótismo —como que es el de mañana— que nuestras moribundas costumbres, los tipos, los sentimientos, las pasiones de la raza intermedia, original y genuina que desaparece bajo las oleadas de la inmigración extrangera? No en balde estuvieron estas tierras cerradas tanto tiempo; no en balde, tampoco, se han abierto ahora de par en par.

Dibujando y manejando el color como Vd. lo hace, queda, su País de los Matreros como un documento, como uno de esos grabados que fijan la característica de una época, y á los que recurren pintores y escritores para inspirarse y saturarse en su espíritu. Es que si sus gauchos hablan ó se mueven, son ellos mismos hasta para quien no los conoce, no pueden confundirse con nadie, tienen personalidad y carácter hasta en sus detalles más mínimos, porque Vd. deja poco á la sujestión, y haciendo obra acabada, presenta sus tipos de cuerpo entero, con todos sus rasgos principales, y anima sus cuadros con un soplo de la misma naturaleza. Ya le he dicho que ese trabajo ha de incorporarse naturalmente á nuestro folk-lore, porque en él quedan estampados para siempre espíritu y hábitos del hijo de Montiel, que desaparecerá muy pronto por el progreso, pero que renacerá sempiternamente apenas se hojéen las páginas de su libro. ¡Qué pocos de esa especie tenemos, aunque el Facundo tocara llamada con diana tan vibrante!...

Es que nuestros escritores no saben ó no quieren saber, que la apatía hácia lo que trata de nuestras razas, nuestros pueblos y nuestros tipos, no es sinó una enfermedad pasajera, un daltonismo, curable por fortuna. Se quejan de que sus libros no hayan cruzado el océano: Facundo hizo el viaje con toda felicidad, y fué recibido como simpático huésped; y el Fausto de Del Campo anda ahora por Alemania vestido á lo gótico, aunque con poncho y chiripá:

hace bien, santigüesé
que lo mesmito hice yo,

pero de satisfacción al ver á tan gallardo paisano gineteando en las calles que cruzó Gœthe.

¡Qué diablo! ¿cómo quiere Vd. que los europeos no se encojan de hombros si nos ponemos á contarles sus mismas cosas? ...

No lo harían —como no lo haremos nosotros mañana— con las obras nacionales, que serían por eso mismo universales, como algunas localísimas de Loti; tendrían además del atractivo artístico, el de la curiosidad que despertarían, por lo nuevo que presentaran. Esas costumbres que se pierden, esas razas que se extinguen, esas comedias y esos dramas políticos, guerreros y sociales que se han desarrollado y desenlazado en esta parte de América, son mina inagotable de pintoresco que no se explota por momentánea ceguedad, que pocos conocen, pero que Vd. ha cateado con acierto y ha comenzado á trabajar con fortuna.

Ahora con su Mar Austral salta Vd. de las selvas asoleadas de su provincia, dejando á sus paisanitas de vestido almidonado y cara atezada y vivaracha, á sus gauchos bailarines y camorreros,—á los tortuosos y fríos canales de la Tierra del Fuego, describiendo aquellos maravillosos paisajes que acabo de contemplar en todo su esplendor, y poniendo en escéna aquella abigarrada población de loberos y mineros, acudidos de todas partes del mundo, arrojados,. ávidos, generosos, toscos, borrachones, mezcla heterogénea é informe de los más antagónicos sentimientos y tendencias, que no puede señalarse sinó con la palabra aventurero, pues teniéndolos todos, no tiene ningún razgo típico.

Y si acertó en la pintura de sus Matreros, si en ese libro fué original y vibrante de color,—éste me revela por completo al escritor fecundo que sospechaba en Vd., cuando los sueltos periodísticos y los cuentos de la tierra esbozados para las «Variedades» de algún diario, le arrancaban la pluma que pudo dedicar á trabajos de mayor aliento,— como estos— de que no está desterrado tampoco su espíritu sardónico, juguetón y agudo.

Pero ¿es Vd. siempre el mismo? Después de los Matreros y el Mar Austral, barrunto que Fray Mocho está cediendo su puesto á José S. Alvarez, más reposado, más accesible á la tolerancia, más amante sobretodo, y con amor más puro, de la naturaleza inspiradora; algo patriota, y quizá también un poco místico. Perdone: lo digo sin segunda intención, hablo de un misticismo emanado de lo real, y que no rebaja los músculos ni desafina los nervios; ese misticismo que invade al mismo Zola cuando describe el Paradou....

Mejor es así; ahora puede Vd. recuperar el tiempo perdido en las redacciones, para ganar un pan mojado en tinta y bien poco sabroso, como el mío. Porque supongo que se habrá puesto de nuevo á la tarea, y que ya irán adélante las carillas de algun otro cuadro Hgentino que vendrá a hacer pendent con los dos excelentes de la série, y á exigir el cuarto por la simetria, y el quinto y los siguientes por el éxito.

Este del Mar Austral, como el anterior, pide la continuación, ó mejor dicho, reclama, otro y otros, porque pinta con arte fiel y porque entre líneas tiene toda la sensación de aquellos parajes. A mi regreso de la Isla de los Estados y Tierra dél Fuego, quedé sorprendido al ver renovarse en sus pájinas las impresiones recibidas que para destacarse de nuevo necesitan ó el reconcentramiento de la producción, ó un excitante tan poderoso como ese. De aqui una duda: la nueva visión ¿era efectivamente provocada por sus cuadros, que me la presen­taban íntegra, ó su efecto era solo el mecánico de encaminar mi imaginación á evocar otra vez lo que mis ojos habrian contemplado y mi memoria guardaba, pronta á devolvérmelo á la primer señal?

Por esta duda procedí al exámen de que le hablé al principio, y que me alegro de haber hecho. Sus cuadros son completos, vivos, palpitantes de verdad, y están pintados con el arte instintivo é invisible en sus fivelles, del verdadero poeta y del escritor de raza.

Todos sus lectores sentirán ante ellos la misma impresión que yo, y verán por intermedio suyo y tras los negros renglones del libro, aquella tierra extraña y aquellos hombres mas extraños aún.

Dígame ahora ¿porqué no ha dado más importancia á las mujeres en su obra?... Veamos si he adivinado: porque su argumento principal, —la naturaleza— exigía que los

accesorios no atrajeran demasiado la atención ¿no es eso?

Pués bien, ha acertado Vd. al dejarlas en la penumbra, porque en realidad, allá en el extremo austral, su papel es muy secundario é incoloro, como si aquellas ásperas y agrestes comarcas, no amaran sino lo fuerte y lo violento, desdeñaran la gracia y la debilidad, y no sirvieran de apropiado escenario al idilio, aunque sus personajes fueran Hércules y Onfale, Sansón y Dalila .... Tierra de terremoto, apenas se tolera que la mujer cruze furtiva sobre ella, sin dejar rastros, sin destacarse sobre sus peñas ó entre sus bosques ...

Pero el drama es emocionante, aunque carezca de ese elemento, porque nace de la lucha entre el eterno femenino de la naturaleza, y el hombre que quiere hacerse amar para dominarla.... como en la sociedad.

¿Quiere que lo felicite ahora?... No es necesario después de lo dicho.

Yo desearía que todos los demás hicieran como Vd.: que miraran á su alrededor, vieran lo que tenemos, y se gozaran en ello. En cuanto á mí, nunca más feliz que cuando hablo de la tierra ó cuando leo un libro como el suyo.

ROBERTO J. PAYRÓ

Agosto 9 de 1898.