Emoción vesperal
A Manuel Arteta, como a un hermano.
Hay tardes en las que uno desearía embarcarse y partir sin rumbo cierto, y, silenciosamente, de algún puerto, irse alejando mientras muere el día; Emprender una larga travesía y perderse después en un desierto y misterioso mar, no descubierto por ningún navegante todavía. Aunque uno sepa que hasta los remotos confines de los piélagos ignotos le seguirá el cortejo de sus penas, Y que, al desvanecerse el espejismo, desde las glaucas ondas del abismo le tentarán las últimas sirenas.