Elementos de economía política: 83
§. IV. Sobre la necesidad de los empréstitos públicos.
editar 562. Se ha dicho que los empréstitos son como la artillería, y que un pueblo no puede prescindir de ellos cuando los demás echan mano de los recursos que proporcionan. Aun admitida la comparación, nadie negará que la mejor condición para contratar empréstitos es no deber nada a nadie, porque el miedo a contraer las deudas prueba que se piensa pagarlas.
Por consiguiente, si es preciso tomar prestado para pelear, el mejor medio de sacar buen partido y de obtener un crédito lato es no recurrir a él antes del momento fatal. Es absolutamente inútil ejercitarse en el arte de los empréstitos, para poseerlo a fondo en un momento dado; los capitalistas no son como los oficiales de línea, cuyos cuadros deben tenerse siempre bien organizados; sería un trabajo perdido; cuando la crisis es enérgica, los capitales de los prestamistas de profesión se pasan al enemigo si éste les ofrece más probabilidades de lucro, y la patria no puede retenerlos más que con el cebo de las ganancias y a fuerza de sacrificios.
563. La experiencia ha demostrado que no siempre se debe contar con el apoyo de los prestamistas a las causas más justas; lo que necesitan es garantías. En 1776, la Inglaterra hallaba capitales para sostener los injustos monopolios que quería imponer a los Estados-Unidos, y éstos no los hallaban para asegurar su independencia. La Francia no los halló para luchar con la Europa, y los tuvo para pagar a sus vencedores.
564. M. Laffite ha dicho [1] que si el gobierno inglés ha conseguido tomar prestados 20,000 millones de francos en medio siglo es porque no ha hecho ninguna guerra que no fuese eminentemente nacional y no haya contribuido a proporcionar a su pueblo o más comercio o más poderío.
Esta experiencia prueba solamente que cuando un gobierno piensa como los grandes capitalistas, éstos propenden naturalmente a acudir en su auxilio, pero de ningún modo que la causa defendida por la Inglaterra fuese la más justa. Mucho se ha ponderado el patriotismo de los prestamistas, que no todos eran ingleses, en aquella memorable lucha que terminó en Waterloo; si hubo muchos que obedecieron a aquel noble impulso, muchos más adelantaron sus capitales a la Gran Bretaña con preferencia a la Francia, únicamente porque el estado de la primera les inspiraba más confianza que el de la segunda, y columbraron mayores ganancias con aquella que con ésta.
565. Hacia fines del siglo pasado y principios de éste, para lo que más particularmente han recurrido los gobiernos al empréstito ha sido para atender a los gastos de la guerra. Hasta el presente la experiencia ha demostrado también que, una vez pasado el peligro, el empréstito subsiste, que el alcance de las naciones va creciendo como una bola de nieve, y que vamos perdiendo la esperanza de que luzca un sol bastante ardiente para derretir las enormes masas que han acumulado las discordias europeas. En este momento (1846) la Francia y la Inglaterra, para no citar más que estos dos ejemplos, tienen un cáncer que las devora; el interés de la deuda recarga enormemente las contribuciones; las contribuciones aumentan los gastos de producción, y éstos elevan el precio de los productos, que ya no alcanzan a pagar los recursos del consumidor.
Sucede también con las naciones lo mismo que con los particulares; con el hábito y la facilidad de tomar prestado [2] cualquier pretexto excita su cólera y su vanidad; esta flaqueza cunde a los pueblos, y se votan los gastos más desatinados sin mucha reflexión. Se empieza por ser imprudente, y luego se pasa a ser tenaz; los intereses privados intervienen en la demanda; los que viven a expensas del erario revuelven o votan, y el mal se convierte en crónico, empeorando por años. Cada hombre que pasa por el poder se dice a sí mismo: detrás de mí venga el diluvio; o bien, si ha querido oponerse al torrente y no ha podido, creo haber hecho bastante, como Pilatos, lavándose las manos.
566. Así, antes de ahora, se han hecho empréstitos para consumir de un modo improductivo. Una vez bien evidenciado este resultado, la consecuencia parece ya haber sido que la guerra se ha hecho más difícil, en atención a que los prestamistas y los contribuyentes no han querido volver a tentar tan fácilmente los azares de la lucha.
567. Trátase ahora de saber si el progreso de los empréstitos públicos, que ha tenido tan tristes consecuencias en los tiempos de guerra, verdaderos tiempos de enfermedad, puede y debe tener las mejores, si los pueblos se conservan en el estado de salud, es decir, en el estado de paz.
En tiempo de paz, un Estado no puede empeñarse más que para fecundizar su territorio o mejorar sus instituciones; ahora bien, en este nuevo uso de los empréstitos es fácil obtener un consumo más comúnmente reproductivo.
Pero ¿cuáles son las mejoras de cuya ejecución debe encargarse el Estado? ¿Cuál es su límite?
¡Cómo obviar a ese gran inconveniente de las traslaciones que se llevan los fondos votados para los mejores usos a un uso lamentable?
Estas grandes cuestiones se están estudiando y todavía no se han resuelto; su solución depende en parte de las costumbres públicas, que deben a su vez influir sobre la marcha de las administraciones. La enseñanza pública de todo lo que se liga con los fenómenos de la riqueza pública y privada aparece aquí también con evidencia como un poderoso medio de progreso. Entre tanto los sucesos van adelante, se votan los empréstitos, se emprenden los trabajos, y en todas partes se procede de un modo empírico. ¡Quiera Dios que la nueva experiencia no sea tan negativamente instructiva como la que ya llevan hecha los pueblos!