Elementos de economía política: 44
§. III. Del crédito.
editar 305. El crédito es la facilidad de tomar prestado, facilidad debida a la confianza que se inspira.
El crédito tiene por objeto dejar a los capitales, fruto de un trabajo anterior, disponibles para el trabajo presente, haciendo de este modo a la riqueza adquirida contribuir a la creación de una riqueza. Las instituciones de crédito tienen por objeto hacer que sean fácilmente cambiables las propiedades de toda clase, de tal suerte, que toda propiedad real, mueble y aun inmueble, pueda ser ofrecida como una prenda segura, casi al igual de la moneda metálica.
306. «Ofrece al débil un recurso precioso, al poderoso una palanca para cambiar el equilibrio comercial de las ciudades y de los reinos... Establece una asociación entre el rico y el pobre, entre el que ha recibido de sus padres o ha sacado de su trabajo un buen patrimonio y el que entra en la vida sin más recurso que su inteligencia, su moralidad y su aplicación; permite al pobre trabajar, y le da la esperanza y los medios de llegar a su vez a vivir con desahogo... Una buena constitución del crédito consolidará la independencia de los trabajadores... Ya ha ejercido una influencia mágica sobre los desiertos del Nuevo-Mundo... él es el que ayudará al hombre a subyugar la materia, a beneficiarla, a embellecerla para su propio uso.»
Todas estas proposiciones están sacadas de un excelente discurso de M. Miguel Chevalier [1], y formulan muy bien las ventajas de ese poderoso auxiliar del trabajo, con el cual la imaginación se apasiona involuntariamente; verdadero Proteo que a cada instante se trasforma y que desafía el análisis científico.
307. El asunto es muy delicado; procuremos examinarle a sangre fría.
Es evidente que, cuando se toma prestado para obtener beneficios superiores a los intereses que se tienen que pagar, se obra con buen acuerdo, porque entonces el que tal hace se limita a alquilar, digámoslo así, un instrumento, cuyo alquiler paga y utiliza al mismo tiempo; absolutamente lo mismo que cuando se alquila una casa o cuando se arrienda una finca. Este es un cálculo facilísimo de hacer; sin embargo, la experiencia demuestra que el que toma a préstamo no siempre sabe pararse a tiempo; y como no hay límites positivos que indicarle, su juicio le abandona a veces y abusa de la facilidad que hasta entonces ha encontrado [2]. Así, muchos propietarios, por una vanidad mal entendida, se obstinan en tornar dinero prestado a 5 y 6 p. %, cuando no es a más, para mejorar inmuebles que no les reditúan más que un 2 o un 3 p. %; así, algunos empresarios hacen por un negocio más sacrificios de los que merece; así, en fin, la costumbre en esta senda engendra fácilmente el abuso a tal punto, que basta se ha visto a hombres de seso sentar ese abuso como principio, y sostener que el crédito multiplica los capitales.
Parémonos un momento en este punto. Repitamos lo que ya hemos dicho.
308. Los efectos de comercio no son capitales, sino porque representan objetos materiales y dan derecho a la propiedad de esos objetos. Las letras o los pagarés que no se satisfacen, pero que se renuevan al vencimiento, no representan ya ninguna propiedad y son capitales ficticios. Se dirá que esos efectos pueden descontarse, y es cierto; pero en este caso lo que se verifica es un préstamo sin garantía, y si hay valor, no existe más que en la propiedad del que hace el descuento.
309. Cuando se compra al fiado, se torna prestado al vendedor; y si es cierto que no se puede prestar o tomar prestada una porción de capital más que en objetos efectivos y materiales, claro está que el crédito no multiplica los capitales; porque si el crédito hace que el que toma prestado disfrute de lo que no tenía, también hace que el prestador se prive de ello. El crédito, sin embargo, produce ventajas, da al que carece de capitales la disposición de los capitales de que no quiere o no puede hacerlos fructificar por sí mismo, e impide de este modo que permanezcan ociosos los valores capitales. Un fabricante de paños trabaja constantemente sin aguardar a que estén vendidos y pagados sus primeros panes, porque el tintorero le fía, y éste tampoco se está ocioso por falta de fondos, porque el droguero le fía a él del mismo modo, y así sucesivamente; pero lo que en todo esto se verifica es un empleo más frecuente, y no una verdadera multiplicación de capitales.
310. Así, los capitales productivos no pueden nunca consistir en valores ficticios y convencionales, sino sólo en valores reales e intrínsecos, que sus posesores juzgan conveniente consagrar a la producción; porque no se pueden comprar servicios productivos sino con objetos materiales que tengan un valor intrínseco; no se puede allegar en capitales o transmitir a otra persona más que valores incorporados en objetos materiales. Verdad es que la clientela, por ejemplo, no está incorporada en una cosa material, pero es una especie de valor muy real, y no solamente un signo, como los efectos que pueden representar los capitales.
311. Por consiguiente, el crédito, si se supiese, si se pudiese usar de él con moderación, por circunstancia que además le daría doble intensidad, tendría por objeto facilitar la distribución y el empleo de los capitales, y llegaría a ser el utilísimo auxiliar de la libertad, es decir, del estado verdaderamente natural en que deben estar todos los instrumentos de producción para desempeñar sus funciones con mayor ventaja de todos.
Bajo este punto de vista, los fanáticos apasionados del crédito han prestado servicios perfeccionando los instrumentos de circulación de los valores. Lo esencial ahora es reducirlos a sus verdaderos límites, que evidentemente han traspasado.
312. Pero, cualesquiera que sean los efectos del crédito, es preciso citar la opinión de J. B. Say, el cual confiesa que es una fortuna para la sociedad que el crédito esté generalmente difundido; pero hay, a su juicio, una situación todavía mucho más favorable, y es aquella en que nadie tiene necesidad del crédito, porque la necesidad de hacer empréstitos y de obtener un término o plazo para pagar multiplica las ocupaciones de los trabajadores sin multiplicar los productos, los precisa a hacer sacrificios, que son un recargo de gastos de producción; expone, en fin, a los capitalistas a pérdidas no merecidas, y eleva de este modo el precio de los capitales y la cuota del interés. Dos observaciones pueden hacerse sobre este punto: la primera es que un país donde nadie tiene necesidad de que se lo fíe se halla en las mejores condiciones para organizar los instrumentos de crédito; la segunda, que trabajar al fiado no es lo mismo que trabajar con ayuda de los instrumentos de crédito.
Más adelante diremos la diferencia que existe entre el crédito público y el crédito privado o industrial, entre los empréstitos públicos y los de los particulares.
313. Concentremos lo que acabamos de decir.
El crédito supone en el que toma prestado, o sea en el prestamero, un trabajo productivo capaz de pagar el rédito legítimo del capital, y además la manutención cuando menos del trabajador, pues de lo contrario sería una añagaza. Supone también en el prestamista un capital preexistente y la confianza en el prestamero.
Ahora bien, esta confianza es ese no sé qué que hace creer al prestamista, no sólo en la moralidad del prestamero y en su inteligencia, sino también en su buena suerte, en su estrella, y en fin, condición sine qua non, en su riqueza, o a lo menos en su posición social, que es también un capital; es decir, en otros términos, en las garantías que puede ofrecer el prestamero.
Supone en los dos contratantes una instrucción conveniente y apropiada a la naturaleza del trabajo a que debe ayudar el capital.
Fuera de todas estas condiciones, hay dolo, robo, seducción o felonía, y no sé hasta qué punto han estado y están exentos de este impuro maridaje los recursos y las instituciones actuales del crédito.
- ↑ Apertura del curso de economía política en el colegio de Francia. Diciembre, 1845.
- ↑ Se ha observado que todos los que compran al fiado hacen siempre mayor gasto, que es una de las razones por qué los vendedores fían con facilidad a sus parroquianos. Lo mismo se observa entre los jugadores que juegan con tantos o fichas en vez de dinero; la ausencia de puestas reales los arrastra a hacer jugadas temerarias, que no harían si se atravesasen inmediatamente valores positivos.