Elegía a Alberto Ortíz




ELEGÍA A ALBERTO ORTIZ


 
Señor, si eres tan bueno
¿Por que permites que se mueran ellos
Los que llevan el alma llena de ensueños?

Señor, si tú eres el artista divino
¿Qué te importaba a tí dejarlo vivo
Armonizando el tedio del camino?

Ah! pobre amigo, ya te fuiste
Pero siempre serás para nosotros
Aquel poeta triste
De mirada febril.
Aquel muchacho pálido
Que se llamaba Alberto Ortíz.

Ah, pobre amigo mío,
Te has muerto, te has ido...
Tal vez estaba escrito.


Ya nunca más veremos
Tus ojos húmedos de versos,
Tus ojos plenos de amistad
De amor y de sinceridad.


Ya no vendrás en una tarde
A sentarte en el mismo sillón lacre
A discutir cuestiones de arte.


Ya no vendrás cansado un día
Lleno de dulzura y de unción,
A recitarme blandamente
Con los ojos empapados de Dios.


No pondrá su dulzura en mi alcoba
Tu voz que susurraba en armonías:
«¿Porque te apareciste por mi senda a esta hora
Cuando ya es imposible verter las melodias?»


Te acuerdas de esa tarde en mi escritorio
Cuando tomando el té
Nos recitamos versos mutuamente
Bajo las sacrosantas miradas de Verlaine?


Y otra tarde llegaste
Y me dijiste que te sentías mal
Y tus ojos tenían la fijeza de los ojos enfermos,
Y me decían algo que nunca he de olvidar.


Ah, pobre amigo mío
Ahora ya te has ido.


Las aves echarán uno de menos
Sobre la gris tristeza del camino
Por donde va la caravana de los sueños.
La luna al no encontrarte entre nosotros
Sentirá un gran dolor de madre
Y seguiremos por la ruta larga
Con la honda tristeza de un circo ambulante.


Ah, pobre amigo mío
Tal vez estaba escrito.


¿Qué te ha dicho de tus versos la Virgen?
Que hermosos son tus versos,
Que hermosos y que tristes
Tan dulces y tan suaves como un remanso quieto.


Ah, pobre amigo mío
Te has muerto, te has ido
Tal vez estaba escrito.


Te has llevado tus ansias y tus penas
Te has ido con el silencio de una estrella.


Ya nunca más has de ver
El rostro dulce de tu madre,
Ya nunca más sus ojos
Te envolverán en suavidades,
Ni te hablará al oído,
Ni te dirá sus penas,
Ni sentirás sus besos,
Ni amarás sus tristezas.


Ya nunca más tu madre
Verá tu rostro pálido
Y nunca más tus ojos
La envolverán en un abrazo largo,
Ni amará tus tristezas.
Ni sentirás tus besos,
Ni le dirás tus penas,
Ni escuchará tus versos.


Porque aquel que salió de su pueblo
Bajo una tarde lila
Con un cesto fragante de ilusiones doradas,
No volverá por el camino un día.


Una blanca nodriza lo arruya y lo mece:
Se durmió en las rodillas de la muerte.