Electra: 61
Escena VI
editarMutación.
Patio en San José de la Penitencia. A la derecha un costado de la iglesia, con ventanales, por donde se trasluce la claridad interior. A la izquierda, portalón por donde se pasa a otro patio, que se supone comunica con la calle. Al fondo, entre la iglesia y las construcciones de la izquierda, un gran arco rebajado, tras el cual se ve en último término el cementerio de la Congregación. Noche obscura.
ELECTRA, SOR DOROTEA.
DOROTEA.- Tan cierto como ésta es noche, dos caballeros han venido a la casa con propósitos de llevarte al mundo. ¿No lo crees?
ELECTRA.- ¿Dos caballeros? Antes que me digas sus nombres, mi corazón los adivina: Máximo y el Marqués de Ronda... Si es verdad que quieren llevarme consigo, me ponen en grande turbación. Desde que vine a esta santa casa, emprendí, como sabes, la gran batalla de mi espíritu. Trato, con la ayuda de Dios, de transformar en amor fraternal el amor de un orden muy distinto que arrebató mi alma. Encendido en mí con tal violencia aquel fuego del sol, no es tarea fácil convertirlo en fría claridad de luna... Pero al fin el continuo meditar, el desmayo del corazón, y las ideas dulces que Dios me envía, me van dando fuerzas para vencer en la batalla.
DOROTEA.- Hermana mía, si en ti sientes la fortaleza del amor nuevo, ¿por qué temes ver a Máximo?
ELECTRA.- Porque viéndole, pienso que todo el terreno ganado lo perderé en un solo instante.
DOROTEA.- (Incrédula.) ¿Y estás segura de haber ganado algún terreno?
ELECTRA.- ¡Oh! sí, alguno... no mucho todavía.
DOROTEA.- Entiendo, querida hermana que el ver a la persona te servirá para probar si, en efecto, puedes...
ELECTRA.- (Vivamente.) ¡Oh! no me lo digas... Tal como hoy me encuentro, en los principios de la lucha, junto a él no tendría mi conciencia ni un instante de tranquilidad... ¡Jesús mío! forcejeo con dos imposibles: no podré quererle como hermano, no podré quererle como esposo. ¡Qué suplicio...! Al mundo no, no... Prefiero estar aquí, en esta soledad de muerte, en este laboratorio de mi alma, y junto a este crisol divino en el cual estoy fundiendo un vivir nuevo.
DOROTEA.- No esperes, Electra, que tus propias ideas te den la paz. Confía en Dios y en las personas que Dios te envía. (Resolviéndose a mayor claridad.) Hermana mía, no tiembles ante el que crees tu hermano. Alguien quizás negará que lo sea.
ELECTRA.- (Muy excitada.) Calla, calla... En asunto tan delicado, toda palabra que no traiga la certidumbre, es palabra ociosa y cruel, que no calma, sino que enloquece... Dios mío, dame la muerte o la verdad.
DOROTEA.- Sosiégate...
ELECTRA.- (Exaltándose más.) Todas las confusiones que al venir aquí me atormentaron, ahora renacen... Ángeles y demonios se atropellan en mi pensamiento... Déjame... Quiero huir de mí misma. (Recorre la escena con grande agitación. SOR DOROTEA va tras ella y trata de calmarla.)
DOROTEA.- Cálmate, por Dios... Hermana querida, tus tormentos tocan a su fin. (Mira con ansiedad hacia el portalón de la izquierda.)
ELECTRA.- (Creyendo oír una voz lejana.) Oye... Mi madre me llama.
DOROTEA.- No delires... Otras voces, voces de personas vivas, te llamarán...
ELECTRA.- Es mi madre... ¡Silencio...! (Oyendo. Entra PANTOJA por la derecha.)