Fábulas argentinas
El terú-terú

de Godofredo Daireaux


El terú-terú, alegre, dispuesto, conversador, entrometido, burlón, lo mismo le hace los cuernos al gavilán que al buey, pero es amigo de todos, en la Pampa, y su principal oficio es avisar a cualquier bicho, de sus compañeros, de los peligros que corre o podría correr.

Si cruza un perro, solo, por el campo ¡pobre de él!

¡Lo que le dirán de cosas los terús, a la pasada!, ni las ganas le dejarán de volver a pasar por allí.

Un día, a la madrugada, entre la neblina liviana que todavía flotaba encima del suelo húmedo de los bajos, se iba aproximando despacio a una laguna, un mancarrón bichoco despuntando con los dientes las matitas de pasto salado, dando algunos pasos, parándose, volviendo a caminar, hasta que se paró muy cerca de una bandada inmensa de patos dormidos en la orilla.

En aquel momento, el primer rayo de sol hizo brillar detrás del mancarrón una escopeta larga, larguísima, un fusil, un cañón, capaz de no dejar vivo un solo pato de todos los de la bandada.

Pero sonó también entonces el grito de alarma del terú-terú, y ya que el mancarrón disimulaba a un cazador, peligro había para los patos amigos. «¡Terú-terú!» y éstos empezaron a levantar la cabeza; se agitaron, escucharon, miraron; «terú-terú»; gritaba el guardián honorario de los campos, hasta que se voló la bandada toda, dejando al cazador renegar contra «ese maldito pácaro de mizeria... hico de alguna matre desgraziata»...

El terú-terú se reía ahora, y se burlaba del hombre «¡terú-terú!» celebrando, aunque fuera gratuito, el servicio prestado por él a los patos; tanto que le dio rabia al cazador, y que, a pesar de lo que cuesta un tiro destinado a matar cincuenta patos (lo menos cuatro centavos y medio); «¡Santa Madonna!» clamó éste, e hizo volar por las nubes al pobre terú descuartizado.

El comedido siempre sale malparado.