El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo XXXIV
Capítulo XXXIV: También la Corregidora es guapa
Salido que hubieron de la sala el Corregidor y el tío Lucas, sentose de nuevo la Corregidora en el sofá, colocó a su lado a la señá Frasquita, y, dirigiéndose a los domésticos y ministriles que obstruían la puerta, les dijo con afable sencillez:
-¡Vaya, muchachos!... Contad ahora vosotros a esta excelente mujer todo lo malo que sepáis de mí. Avanzó el cuarto estado, y diez voces quisieron hablar a un mismo tiempo; pero el ama de leche, como la persona que más alas tenía en la casa, impuso silencio a los demás, y dijo de esta manera:
-Ha de saber V., señá Frasquita, que estábamos yo y mi Señora esta noche al cuidado de los niños, esperando a ver si venía el amo y rezando el tercer rosario para hacer tiempo (pues la razón traída por Garduña había sido que andaba el señor Corregidor detrás de unos facinerosos muy terribles, y no era cosa de acostarse hasta verlo entrar sin novedad), cuando sentimos ruido de gente en la alcoba inmediata, que es donde mis señores tienen su cama de matrimonio. Cogimos la luz, muertas de miedo, y fuimos a ver quién andaba en la alcoba, cuando, ¡ay, Virgen del Carmen!, al entrar vimos que un hombre, vestido como mi señor, pero que no era él (¡como que era su marido de V.!), trataba de esconderse debajo de la cama. «¡Ladrones!», principiamos a gritar desaforadamente, y un momento después la habitación estaba llena de gente, y los alguaciles sacaban arrastrando de su escondite al fingido Corregidor. Mi señora, que, como todos, había reconocido al tío Lucas, y que lo vio con aquel traje, temió que hubiese matado al amo y empezó a dar unos lamentos que partían las piedras... «¡A la cárcel! ¡A la cárcel!», decíamos entretanto los demás. «¡Ladrón! ¡Asesino!», era la mejor palabra que oía el tío Lucas; y así es que estaba como un difunto, arrimado a la pared, sin decir esta boca es mía. Pero, viendo luego que se lo llevaban a la cárcel, dijo... lo que voy a repetir, aunque verdaderamente mejor sería para callado: «Señora, yo no soy ladrón ni asesino: el ladrón y el asesino... de mi honra está en mi casa, acostado con mi mujer.»
-¡Pobre Lucas! -suspiró la señá Frasquita.
-¡Pobre de mí! -murmuró la Corregidora tranquilamente.
-Eso dijimos todos...: «¡Pobre tío Lucas y pobre Señora!» Porque... la verdad, señá Frasquita, ya teníamos idea de que mi señor había puesto los ojos en V...., y aunque nadie se figuraba que V....
-¡Ama! -exclamó severamente la Corregidora-. ¡No siga V. por ese camino!...
-Continuaré yo por el otro... -dijo un alguacil, aprovechando aquella coyuntura para apoderarse de la palabra-. El tío Lucas (que nos engañó de lo lindo con su traje y su manera de andar cuando entró en la casa; tanto, que todos lo tomamos por el señor Corregidor) no había venido con muy buenas intenciones que digamos, y si la Señora no hubiera estado levantada..., figúrese V. lo que habría sucedido...
-¡Vamos! ¡Cállate tú también! -interrumpió la cocinera-. ¡No estás diciendo más que tonterías! Pues, sí, señá Frasquita: el tío Lucas, para explicar su presencia en la alcoba de mi ama, tuvo que confesar las intenciones que traía... ¡Por cierto que la Señora no se pudo contener al oírlo, y le arrimó una bofetada en medio de la boca que le dejó la mitad de las palabras dentro del cuerpo! Yo mismo lo llené de insultos y denuestos, y quise sacarle los ojos... Porque ya conoce V., señá Frasquita, que, aunque sea su marido de V., eso de venir con sus manos lavadas...
-¡Eres una bachillera! -gritó el portero, poniéndose delante de la oradora-. ¿Qué más hubieras querido tú?... En fin, señá Frasquita: óigame V. a mí, y vamos al asunto. La Señora hizo y dijo lo que debía...; pero luego, calmado ya su enojo, compadeciose del tío Lucas y paró mientes en el mal proceder del señor Corregidor, viniendo a pronunciar estas o parecidas palabras: «Por infame que haya sido su pensamiento de V., tío Lucas, y aunque nunca podré perdonar tanta insolencia, es menester que su mujer de V. y mi esposo crean durante algunas horas que han sido cogidos en sus propias redes, y que V., auxiliado por ese disfraz, les ha devuelto afrenta por afrenta. ¡Ninguna venganza mejor podemos tomar de ellos que este engaño, tan fácil de desvanecer cuando nos acomode!» Adoptada tan graciosa resolución, la Señora y el tío Lucas nos aleccionaron a todos de lo que teníamos que hacer y decir cuando volviese Su Señoría; y por cierto que yo le he pegado a Sebastián Garduña tal palo en la rabadilla, que creo que no se le olvidará en mucho tiempo la noche de San Simón y San Judas...
Cuando el portero dejó de hablar, ya hacía rato que la Corregidora y la Molinera cuchicheaban al oído, abrazándose y besándose a cada momento, y no pudieron en ocasiones contener la risa.
¡Lástima que no se oyera lo que hablaban!... Pero el lector se lo figurará sin gran esfuerzo; y, si no el lector, la lectora.