El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo XXVII
Capítulo XXVII: ¡Favor al Rey!
Entretanto, la señá Frasquita, el Sr. Juan López y Toñuelo avanzaban hacia el molino, al cual llegaron pocos minutos después.
-¡Yo entraré delante! -exclamó el alcalde de monterilla-. ¡Para algo soy la autoridad! Sígueme, Toñuelo, y V., señá Frasquita, espérese a la puerta hasta que yo la llame.
Penetró, pues, el Sr. Juan López bajo la parra, donde vio a la luz de la luna un hombre casi jorobado, vestido como solía el Molinero, con chupetín y calzón de paño pardo, faja negra, medias azules, montera murciana de felpa, y el capote de monte al hombro.
-¡Él es! -gritó el alcalde-. ¡Favor al rey! ¡Entréguese V., tío Lucas!
El hombre de la montera intentó meterse en el molino.
-¡Date! -gritó a su vez Toñuelo, saltando sobre él, cogiéndolo por el pescuezo, aplicándole una rodilla al espinazo y haciéndole rodar por tierra.
Al mismo tiempo, otra especie de fiera saltó sobre Toñuelo, y agarrándolo de la cintura, lo tiró sobre el empedrado y principió a darle de bofetones.
Era la señá Frasquita, que exclamaba:
-¡Tunante! ¡Deja a mi Lucas!
Pero, en esto, otra persona, que había aparecido llevando del diestro una borrica, metiose resueltamente entre los dos, y trató de salvar a Toñuelo...
Era Garduña, que, tomando al alguacil del lugar por D. Eugenio de Zúñiga, le decía a la Molinera:
-¡Señora, respete V. a mi amo!
Y la derribó de espaldas sobre el lugareño.
La señá Frasquita, viéndose entre dos fuegos, descargó entonces a Garduña tal revés en medio del estómago, que le hizo caer de boca tan largo como era.
Y, con él, ya eran cuatro las personas que rodaban por el suelo.
El Sr. Juan López impedía entretanto levantarse al supuesto tío Lucas, teniéndole plantado un pie sobre los riñones.
-¡Garduña! ¡Socorro! ¡Favor al rey! ¡Yo soy el Corregidor! -gritó al fin don Eugenio, sintiendo que la pezuña del alcalde, calzada con albarca de piel de toro, lo reventaba materialmente.
-¡El Corregidor! ¡Pues es verdad! -dijo el Sr. Juan López, lleno de asombro...
-¡El Corregidor! -repitieron todos.
Y pronto estuvieron de pie los cuatro derribados.
-¡Todo el mundo a la cárcel! -exclamó D. Eugenio de Zúñiga-. ¡Todo el mundo a la horca!
-Pero, señor... -observó el Sr. Juan López, poniéndose de rodillas-. ¡Perdone Usía que lo haya maltratado! ¿Cómo había de conocer a Usía con esa ropa tan ordinaria?
-¡Bárbaro! -replicó el Corregidor-. ¡Alguna había de ponerme! ¿No sabes que me han robado la mía? ¿No sabes que una compañía de ladrones, mandada por el tío Lucas...?
-¡Miente V.! -gritó la navarra.
-Escúcheme V., señá Frasquita -le dijo Garduña, llamándola aparte-. Con permiso del señor Corregidor y la compaña... ¡Si V. no arregla esto, nos van a ahorcar a todos, empezando por el tío Lucas!...
-Pues ¿qué ocurre? -preguntó la señá Frasquita.
-Que el tío Lucas anda a estas horas por la ciudad vestido de Corregidor..., y que Dios sabe si habrá llegado con su disfraz hasta el propio dormitorio de la Corregidora.
Y el alguacil le refirió en cuatro palabras todo lo que ya sabemos.
-¡Jesús! -exclamó la Molinera-. ¡Conque mi marido me cree deshonrada! ¡Conque ha ido a la ciudad a vengarse! ¡Vamos, vamos a la ciudad, y justificadme a los ojos de mi Lucas!
-¡Vamos a la ciudad, e impidamos que ese hombre hable con mi mujer y le cuente todas las majaderías que se haya figurado! -dijo el Corregidor, arrimándose a una de las burras-. Déme V. un pie para montar, señor alcalde.
-Vamos a la ciudad, sí... -añadió Garduña-; ¡y quiera el cielo, señor Corregidor, que el tío Lucas, amparado por su vestimenta, se haya contentado con hablarle a la Señora!
-¿Qué dices, desgraciado? -prorrumpió D. Eugenio de Zúñiga-. ¿Crees tú a ese villano capaz?...
-¡De todo! -contestó la señá Frasquita.