El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo XXV

Capítulo XXV: La estrella de Garduña

Precedámosles nosotros, supuesto que tenemos carta blanca para andar más de prisa que nadie.

Garduña se hallaba ya de vuelta en el molino, después de haber buscado a la señá Frasquita por todas las calles de la ciudad.

El astuto alguacil había tocado de camino en el Corregimiento, donde lo encontró todo muy sosegado. Las puertas seguían abiertas como en medio del día, según es costumbre cuando la autoridad está en la calle ejerciendo sus sagradas funciones. Dormitaban en la meseta de la escalera y en el recibimiento otros alguaciles y ministros, esperando descansadamente a su amo; mas, cuando sintieron llegar a Garduña, desperezáronse dos o tres de ellos, y le preguntaron al que era su decano y jefe inmediato:

-¿Viene ya el señor?

-¡Ni por asomo! Estaos quietos. Vengo a saber si ha habido novedad en la casa...

-Ninguna.

-¿Y la Señora?

-Recogida en sus aposentos.

-¿No ha entrado una mujer por estas puertas hace poco?

-Nadie ha aparecido por aquí en toda la noche...

-Pues no dejéis entrar a persona alguna, sea quien sea y diga lo que diga. ¡Al contrario! Echadle mano al mismo lucero del alba que venga a preguntar por el Señor o por la Señora, y llevadlo a la cárcel.

-¿Parece que esta noche se anda a caza de pájaros de cuenta? -preguntó uno de los esbirros.

-¡Caza mayor! -añadió otro.

-¡Mayúscula! -respondió Garduña solemnemente-. ¡Figuraos si la cosa será delicada, cuando el señor Corregidor y yo hacemos la batida por nosotros mismos!... Conque... hasta luego, buenas piezas, y ¡mucho ojo!

-Vaya V. con Dios, señor Bastián -repusieron todos saludando a Garduña.

-¡Mi estrella se eclipsa! -murmuró éste al salir del Corregimiento-. ¡Hasta las mujeres me engañan! La Molinera se encaminó al lugar en busca de su esposo, en vez de venirse a la ciudad... ¡Pobre Garduña! ¿Qué se ha hecho de tu olfato?

Y, discurriendo de este modo, tomó la vuelta al molino.

Razón tenía el alguacil para echar de menos su antiguo olfato, pues que no venteó a un hombre que se escondía en aquel momento detrás de unos mimbres, a poca distancia de la ramblilla, y el cual exclamó para su capote, o más bien para su capa grana:

-¡Guarda, Pablo! ¡Por allí viene Garduña!... Es menester que no me vea...

Era el tío Lucas vestido de Corregidor, que se dirigía a la ciudad, repitiendo de vez en cuando su diabólica frase:

-¡También la Corregidora es guapa!

Pasó Garduña sin verlo, y el falso Corregidor dejó su escondite y penetró en la población...

Poco después llegaba el alguacil al molino, según dejamos indicado.