El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo XXIII
Capítulo XXIII: Otra vez el desierto y las consabidas voces
La única aventura que le ocurrió a la navarra en su viaje desde el molino al pueblo, fue asustarse un poco al notar que alguien echaba yescas en medio de un sembrado.
-¿Si será un esbirro del Corregidor? ¿Si irá a detenerme? -pensó la Molinera.
En esto se oyó un rebuzno hacia aquel mismo lado.
-¡Burros en el campo a estas horas! -siguió pensando la señá Frasquita-. Pues lo que es por aquí no hay ninguna huerta ni cortijo... ¡Vive Dios que los duendes se están despachando esta noche a su gusto! Porque la borrica de mi marido no puede ser... ¿Qué haría mi Lucas a medianoche, parado fuera del camino? ¡Nada!, ¡nada! ¡Indudablemente es un espía!
La burra que montaba la señá Frasquita creyó oportuno rebuznar también en aquel instante.
-¡Calla, demonio! -le dijo la navarra, clavándole un alfiler de a ochavo en mitad de la cruz.
Y, temiendo algún encuentro que no le conviniese, sacó también su bestia fuera del camino, y la hizo trotar por otros sembrados. Sin más accidente, llegó a las puertas del lugar, a tiempo que serían las once de la noche.