El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo XXII

Capítulo XXII: Garduña se multiplica

Cuando Garduña llegó al molino, el Corregidor principiaba a volver en sí, procurando levantarse del suelo.

En el suelo también, y a su lado, estaba el velón encendido que bajó Su Señoría del dormitorio.

-¿Se ha marchado ya? -fue la primera frase de D. Eugenio.

-¿Quién?

-¡El demonio!... Quiero decir, la Molinera...

-Sí, señor... Ya se ha marchado..., y no creo que iba de muy buen humor...

-¡Ay, Garduña! Me estoy muriendo...

-Pero ¿qué tiene Usía? ¡Por vida de los hombres!

-Me he caído en el caz, y estoy hecho una sopa... ¡Los huesos se me parten de frío!

-¡Toma, toma! ¡Ahora salimos con eso!

-¡Garduña!... ¡Ve lo que te dices!...

-Yo no digo nada, señor...

-Pues bien: sácame de este apuro...

-Voy volando... ¡Verá Usía qué pronto lo arreglo todo!

Así dijo el alguacil, y, en un periquete, cogió la luz con una mano, y con la otra se metió al Corregidor debajo del brazo; subiolo al dormitorio; púsolo en cueros; acostolo en la cama; corrió al jaraíz; reunió una brazada de leña; fue a la cocina; hizo una gran lumbre; bajó todas las ropas de su amo; colocolas en los espaldares de dos o tres sillas; encendió un candil; lo colgó de la espetera, y tornó a subir a la cámara.

-¿Qué tal vamos? -preguntó entonces a D. Eugenio, levantando en alto el velón para verle mejor el rostro.

-¡Admirablemente! ¡Conozco que voy a sudar! ¡Mañana te ahorco, Garduña!

-¿Por qué, señor?

-¿Y te atreves a preguntármelo? ¿Crees tú que, al seguir el plan que me trazaste, esperaba yo acostarme solo en esta cama, después de recibir por segunda vez el sacramento del bautismo? ¡Mañana mismo te ahorco!

-Pero cuénteme Usía algo... ¿La señá Frasquita?...

-La señá Frasquita ha querido asesinarme. ¡Es todo lo que he logrado con tus consejos! Te digo que te ahorco mañana por la mañana.

-¡Algo menos será, señor Corregidor! -repuso el alguacil.

-¿Por qué lo dices, insolente? ¿Porque me ves aquí postrado?

-No, señor. Lo digo, porque la señá Frasquita no ha debido de mostrarse tan inhumana como Usía cuenta, cuando ha ido a la ciudad a buscarle un médico...

-¡Dios santo! ¿Estás seguro de que ha ido a la ciudad? -exclamó D. Eugenio más aterrado que nunca.

-A lo menos, eso me ha dicho ella...

-¡Corre, corre, Garduña! ¡Ah! ¡Estoy perdido sin remedio! ¿Sabes a qué va la señá Frasquita a la ciudad? ¡A contárselo todo a mi mujer!... ¡A decirle que estoy aquí! ¡Oh, Dios mío! ¿Cómo había yo de figurarme esto? ¡Yo creí que se habría ido al lugar en busca de su marido; y, como lo tengo allí a buen recaudo, nada me importaba su viaje! Pero ¡irse a la ciudad!... ¡Garduña, corre, corre..., tú que eres andarín, y evita mi perdición! ¡Evita que la terrible Molinera entre en mi casa!

-¿Y no me ahorcará Usía si lo consigo? -prosiguió irónicamente el alguacil.

-¡Al contrario! Te regalaré unos zapatos en buen uso, que me están grandes. ¡Te regalaré todo lo que quieras!

-Pues voy volando. Duérmase Usía tranquilo. Dentro de media hora estoy aquí de vuelta, después de dejar en la cárcel a la navarra. ¡Para algo soy más ligero que una borrica!

Dijo Garduña, y desapareció por la escalera abajo.

Se cae de su peso que, durante aquella ausencia del alguacil, fue cuando el Molinero estuvo en el molino y vio visiones por el ojo de la llave.

Dejemos, pues, al Corregidor sudando en el lecho ajeno, y a Garduña corriendo hacia la ciudad (adonde tan pronto había de seguirlo el tío Lucas con sombrero de tres picos y capa de grana), y, convertidos también nosotros en andarines, volemos con dirección al lugar, en seguimiento de la valerosa señá Frasquita.