El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo XXI
Capítulo XXI: ¡En guardia, caballero!
Abandonemos por ahora al tío Lucas, y enterémonos de lo que había ocurrido en el molino desde que dejamos allí sola a la señá Frasquita hasta que su esposo volvió a él y se encontró con tan estupendas novedades. Una hora habría pasado después que el tío Lucas se marchó con Toñuelo, cuando la afligida navarra, que se había propuesto no acostarse hasta que regresara su marido, y que estaba haciendo calceta en su dormitorio, situado en el piso de arriba, oyó lastimeros gritos fuera de la casa, hacia el paraje, allí muy próximo, por donde corría el agua del caz.
-¡Socorro, que me ahogo! ¡Frasquita! ¡Frasquita!... -exclamaba una voz de hombre, con el lúgubre acento de la desesperación.
-¿Si será Lucas? -pensó la navarra, llena de un terror que no necesitamos describir.
En el mismo dormitorio había una puertecilla, de que ya nos habló Garduña, y que daba efectivamente sobre la parte alta del caz. Abriola sin vacilación la señá Frasquita por más que no hubiera reconocido la voz que pedía auxilio, y encontrose de manos a boca con el Corregidor, que en aquel momento salía todo chorreando de la impetuosísima acequia...
-¡Dios me perdone! ¡Dios me perdone! -balbuceaba el infame viejo-. ¡Creí que me ahogaba!
-¿Cómo? ¿Es V.? ¿Qué significa? ¿Cómo se atreve? ¿A qué viene V. a estas horas? -gritó la Molinera con más indignación que espanto, pero retrocediendo maquinalmente.
-¡Calla! ¡Calla, mujer! -tartamudeó el Corregidor, colándose en el aposento detrás de ella-. Yo te lo diré todo... ¡He estado para ahogarme! ¡El agua me llevaba ya como a una pluma! ¡Mira, mira, cómo me he puesto!
-¡Fuera, fuera de aquí! -replicó la señá Frasquita con mayor violencia-. ¡No tiene V. nada que explicarme!... ¡Demasiado lo comprendo todo! ¿Qué me importa a mí que V. se ahogue? ¿Lo he llamado yo a V.? ¡Ah! ¡Qué infamia! ¡Para esto ha mandado V. prender a mi marido!
-Mujer, escucha...
-¡No escucho! ¡Márchese V. inmediatamente, señor Corregidor!... ¡Márchese V., o no respondo de su vida!...
-¿Qué dices?
-¡Lo que V. oye! Mi marido no está en casa; pero yo me basto para hacerla respetar. ¡Márchese V. por donde ha venido, si no quiere que yo le arroje otra vez al agua con mis propias manos!
-¡Chica, chica! ¡No grites tanto, que no soy sordo! -exclamó el viejo libertino-. ¡Cuando yo estoy aquí, por algo será! Vengo a libertar al tío Lucas, a quien ha preso por equivocación un alcalde de monterilla... Pero, ante todo, necesito que me seques estas ropas... ¡Estoy calado hasta los huesos!
-¡Le digo a V. que se marche!
-¡Calla, tonta!... ¿Qué sabes tú?... Mira... aquí te traigo un nombramiento de tu sobrino... Enciende la lumbre, y hablaremos... Por lo demás, mientras se seca la ropa, yo me acostaré en esta cama...
-¡Ah, ya! ¿Conque declara V. que venía por mí? ¿Conque declara V. que para eso ha mandado arrestar a mi Lucas? ¿Conque traía V. su nombramiento y todo? ¡Santos y santas del cielo! ¿Qué se habrá figurado de mí este mamarracho?
-¡Frasquita! ¡Soy el Corregidor!
-¡Aunque fuera V. el rey! A mí ¿qué? ¡Yo soy la mujer de mi marido, y el ama de mi casa! ¿Cree V. que yo me asusto de los corregidores? ¡Yo sé ir a Madrid, y al fin del mundo, a pedir justicia contra el viejo insolente que así arrastra su autoridad por los suelos! Y, sobre todo, yo sabré mañana ponerme la mantilla, e ir a ver a la señora Corregidora...
-¡No harás nada de eso! -repuso el Corregidor, perdiendo la paciencia, o mudando de táctica-. No harás nada de eso; porque yo te pegaré un tiro, si veo que no entiendes de razones...
-¡Un tiro! -exclamó la señá Frasquita con voz sorda.
-Un tiro, sí... Y de ello no me resultará perjuicio alguno. Casualmente he dejado dicho en la ciudad que salía esta noche a caza de criminales... ¡Conque no seas necia... y quiéreme... como yo te adoro!
-Señor Corregidor: ¿un tiro? -volvió a decir la navarra echando los brazos atrás y el cuerpo hacia adelante, como para lanzarse sobre su adversario.
-Si te empeñas, te lo pegaré, y así me veré libre de tus amenazas y de tu hermosura... -respondió el Corregidor lleno de miedo y sacando un par de cachorrillos.
-¿Conque pistolas también? ¡Y en la otra faltriquera el nombramiento de mi sobrino! -dijo la señá Frasquita, moviendo la cabeza de arriba abajo-. Pues, señor, la elección no es dudosa. Espere Usía un momento, que voy a encender la lumbre.
Y, así hablando, se dirigió rápidamente a la escalera, y la bajó en tres brincos.
El Corregidor cogió la luz, y salió detrás de la Molinera, temiendo que se escapara; pero tuvo que bajar mucho más despacio, de cuyas resultas, cuando llegó a la cocina, tropezó con la navarra, que volvía ya en su busca.
-¿Conque decía V. que me iba a pegar un tiro? -exclamó aquella indomable mujer dando un paso atrás-. Pues, ¡en guardia, caballero; que yo ya lo estoy!
Dijo, y se echó a la cara el formidable trabuco que tanto papel representa en esta historia.
-¡Detente, desgraciada! ¿Qué vas a hacer? -gritó el Corregidor, muerto de susto-. Lo de mi tiro era una broma... Mira... los cachorrillos están descargados. En cambio, es verdad lo del nombramiento... Aquí lo tienes... Tómalo... Te lo regalo... Tuyo es..., de balde, enteramente de balde...
Y lo colocó temblando sobre la mesa.
-¡Ahí está bien! -repuso la navarra-. Mañana me servirá para encender la lumbre, cuando le guise el almuerzo a mi marido. ¡De V. no quiero ya ni la gloria; y, si mi sobrino viniese alguna vez de Estella, sería para pisotearle a V. la fea mano con que ha escrito su nombre en ese papel indecente! ¡Ea, lo dicho! ¡Márchese V. de mi casa! ¡Aire! ¡Aire! ¡Pronto!..., ¡que ya se me sube la pólvora a la cabeza!
El Corregidor no contestó a este discurso. Habíase puesto lívido, casi azul; tenía los ojos torcidos, y un temblor como de terciana agitaba todo su cuerpo. Por último, principió a castañetear los dientes, y cayó al suelo, presa de una convulsión espantosa.
El susto del caz, lo muy mojadas que seguían todas sus ropas, la violenta escena del dormitorio, y el miedo al trabuco con que le apuntaba la navarra habían agotado las fuerzas del enfermizo anciano.
-¡Me muero! -balbuceó-. ¡Llama a Garduña!... Llama a Garduña, que estará ahí..., en la ramblilla... ¡Yo no debo morirme en esta casa!...
No pudo continuar. Cerró los ojos y se quedó como muerto.
-¡Y se morirá como lo dice! -prorrumpió la señá Frasquita-. Pues señor, ¡ésta es la más negra! ¿Qué hago yo ahora con este hombre en mi casa? ¿Qué dirían de mí si se muriese? ¿Qué diría Lucas?... ¿Cómo podría justificarme, cuando yo misma le he abierto la puerta? ¡Oh, no!... Yo no debo quedarme aquí con él. ¡Yo debo buscar a mi marido; yo debo escandalizar el mundo antes de comprometer mi honra!
Tomada esta resolución, soltó el trabuco, fuese al corral, cogió la burra que quedaba en él, la aparejó de cualquier modo, abrió la puerta grande de la cerca, montó de un salto, a pesar de sus carnes, y se dirigió a la ramblilla.
-¡Garduña! ¡Garduña! -iba gritando la navarra, conforme se acercaba a aquel sitio.
-¡Presente! -respondió al cabo el alguacil, apareciendo detrás de un seto-. ¿Es V., señá Frasquita?
-Sí, yo soy. ¡Ve al molino, y socorre a tu amo, que se está muriendo!...
-¿Qué dice V.? ¡Vaya un maula!
-Lo que oyes, Garduña...
-¿Y V., alma mía? ¿Adónde va a estas horas?
-¿Yo?... ¡Quita allá, badulaque! ¡Yo voy... a la ciudad por un médico! -contestó la señá Frasquita, arreando la burra con un talonazo y a Garduña con un puntapié.
Y tomó... no el camino de la ciudad, como acababa de decir, sino el del lugar inmediato.
Garduña no reparó en esta última circunstancia, pues iba ya dando zancajadas hacia el molino y discurriendo al par de esta manera:
-¡Va por un médico!... ¡La infeliz no puede hacer más! ¡Pero él es un pobre hombre! ¡Famosa ocasión de ponerse malo!... ¡Dios le da confites a quien no puede roerlos!