El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo XVII

Capítulo XVII: Un alcalde de monterilla

El señor Juan López, que como particular y como alcalde era la tiranía, la ferocidad y el orgullo personificados (cuando trataba con sus inferiores), dignábase, sin embargo, a aquellas horas, después de despachar los asuntos oficiales y los de su labranza y de pegarle a su mujer la cotidiana paliza, beberse un cántaro de vino en compañía del secretario y del sacristán, operación que iba más de mediada aquella noche cuando el Molinero compareció en su presencia.

-¡Hola, tío Lucas! -le dijo, rascándose la cabeza para excitar en ella la vena de los embustes-. ¿Cómo va de salud? ¡A ver, secretario: échele V. un vaso de vino al tío Lucas! ¿Y la señá Frasquita? ¿Se conserva tan guapa? ¡Ya hace mucho tiempo que no la he visto! Pero, hombre..., ¡qué bien sale ahora la molienda! ¡El pan de centeno parece de trigo candeal! Conque..., vaya... Siéntese V., y descanse; que, gracias a Dios, no tenemos prisa.

-¡Por mi parte, maldita aquélla! -contestó el tío Lucas, que hasta entonces no había despegado los labios, pero cuyas sospechas eran cada vez mayores al ver el amistoso recibimiento que se le hacía, después de una orden tan terrible y apremiante.

-Pues entonces, tío Lucas -continuó el alcalde-, supuesto que no tiene V. gran prisa, dormirá V. acá esta noche, y mañana temprano despacharemos nuestro asuntillo...

-Me parece bien... -respondió el tío Lucas con una ironía y un disimulo que nada tenían que envidiar a la diplomacia del Sr. Juan López-. Supuesto que la cosa no es urgente... pasaré la noche fuera de mi casa.

-Ni urgente, ni de peligro para V. -añadió el alcalde, engañado por aquél a quien creía engañar-. Puede V. estar completamente tranquilo. Oye tú, Toñuelo... Alarga esa media fanega para que se siente el tío Lucas.

-Entonces... ¡venga otro trago! -exclamó el Molinero, sentándose.

-¡Venga de ahí! -repuso el alcalde, alargándole el vaso lleno.

-Está en buena mano... Médielo V.

-¡Pues por su salud! -dijo el señor Juan López, bebiéndose la mitad del vino.

-Por la de V...., señor alcalde -replicó el tío Lucas, apurando la otra mitad.

-¡A ver, Manuela! -gritó entonces el alcalde de monterilla-. Dile a tu ama que el tío Lucas se queda a dormir aquí. Que le ponga una cabecera en el granero...

-¡Ca! No... ¡De ningún modo! Yo duermo en el pajar como un rey.

-Mire V. que tenemos cabeceras...

-¡Ya lo creo! Pero ¿a qué quiere V. incomodar a la familia? Yo traigo mi capote...

-Pues, señor, como V. guste. ¡Manuela!, dile a tu ama que no la ponga...

-Lo que sí va V. a permitirme -continuó el tío Lucas, bostezando de un modo atroz- es que me acueste en seguida. Anoche he tenido mucha molienda, y no he pegado todavía los ojos...

-¡Concedido! -respondió majestuosamente el alcalde-. Puede V. recogerse cuando quiera.

-Creo que también es hora de que nos recojamos nosotros -dijo el sacristán, asomándose al cántaro de vino para graduar lo que quedaba-. Ya deben ser las diez... o poco menos.

-Las diez menos cuartillo... -notificó el secretario, después de repartir en los vasos el resto del vino correspondiente a aquella noche.

-¡Pues a dormir, caballeros! -exclamó el anfitrión, apurando su parte.

-Hasta mañana, señores -añadió el Molinero, bebiéndose la suya.

-Espere V. que le alumbren... ¡Toñuelo! Lleva al tío Lucas al pajar.

-¡Por aquí, tío Lucas!... -dijo Toñuelo, llevándose también el cántaro, por si le quedaban algunas gotas.

-Hasta mañana, si Dios quiere -agregó el sacristán, después de escurrir todos los vasos.

Y se marchó, tambaleándose y cantando alegremente el De profundis.

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-Pues, señor -díjole el alcalde al secretario cuando se quedaron solos-. El tío Lucas no ha sospechado nada. Nos podemos acostar descansadamente, y... ¡buena pro le haga al Corregidor!