El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo XIV

Capítulo XIV: Los consejos de Garduña

Entretanto, el Corregidor había subido al Ayuntamiento, acompañado de Garduña, con quien mantenía hacía rato, en el salón de sesiones, una conversación más familiar de lo correspondiente a persona de su calidad y oficio.

-¡Crea Usía a un perro perdiguero que conoce la caza! -decía el innoble alguacil-. La señá Frasquita está perdidamente enamorada de Usía, y todo lo que Usía acaba de contarme contribuye a hacérmelo ver más claro que esa luz...

Y señalaba un velón de Lucena, que apenas si esclarecía la octava parte del salón.

-¡No estoy yo tan seguro como tú, Garduña! -contestó D. Eugenio, suspirando lánguidamente.

-¡Pues no sé por qué! Y, si no, hablemos con franqueza. Usía... (dicho sea con perdón) tiene una tacha en su cuerpo... ¿No es verdad?

-¡Bien, sí! -repuso el Corregidor-. Pero esa tacha la tiene también el tío Lucas. ¡Él es más jorobado que yo!

-¡Mucho más! ¡Muchísimo más!, ¡sin comparación de ninguna especie! Pero en cambio (y es a lo que iba), Usía tiene una cara de muy buen ver..., lo que se dice una bella cara..., mientras que el tío Lucas se parece al sargento Utrera, que reventó de feo.

El Corregidor sonrió con cierta ufanía.

-Además -prosiguió el alguacil-, la señá Frasquita es capaz de tirarse por una ventana con tal de agarrar el nombramiento de su sobrino...

-¡Hasta ahí estamos de acuerdo! ¡Ese nombramiento es mi única esperanza!

-¡Pues manos a la obra, señor! Ya le he explicado a Usía mi plan... ¡No hay más que ponerlo en ejecución esta misma noche!

-¡Te he dicho muchas veces que no necesito consejos! -gritó D. Eugenio, acordándose de pronto de que hablaba con un inferior.

-Creí que Usía me los había pedido... -balbuceó Garduña.

-¡No me repliques!

Garduña saludó.

-¿Conque decías -prosiguió el de Zúñiga, volviendo a amansarse-, que esta misma noche puede arreglarse todo eso? Pues ¡mira hijo!, me parece bien. ¡Qué diablos! ¡Así saldré pronto de esta cruel incertidumbre! Garduña guardó silencio.

El Corregidor se dirigió al bufete y escribió algunas líneas en un pliego de papel sellado, que selló también por su parte, guardándoselo luego en la faltriquera.

-¡Ya está hecho el nombramiento del sobrino! -dijo entonces tomando un polvo de rapé-. ¡Mañana me las compondré yo con los regidores..., y, o lo ratifican con un acuerdo, o habrá la de San Quintín! ¿No te parece que hago bien?

-¡Eso!, ¡eso! -exclamó Garduña entusiasmado, metiendo la zarpa en la caja del Corregidor y arrebatándole un polvo-. ¡Eso!, ¡eso! El antecesor de Usía no se paraba tampoco en barras. Cierta vez...

-¡Déjate de bachillerías! -repuso el Corregidor, sacudiéndole una guantada en la ratera mano-. Mi antecesor era una bestia, cuando te tuvo de alguacil. Pero vamos a lo que importa. Acabas de decirme que el molino del tío Lucas pertenece al término del lugarcillo inmediato, y no al de esta población... ¿Estás seguro de ello?

-¡Segurísimo! La jurisdicción de la ciudad acaba en la ramblilla donde yo me senté esta tarde a esperar que Vuestra Señoría... ¡Voto a Lucifer! ¡Si yo hubiera estado en su caso!

-¡Basta! -gritó D. Eugenio-. ¡Eres un insolente!

Y, cogiendo media cuartilla de papel, escribió una esquela, cerrola, doblándole un pico, y se la entregó a Garduña.

-Ahí tienes -le dijo al mismo tiempo- la carta que me has pedido para el alcalde del lugar. Tú le explicarás de palabra todo lo que tiene que hacer. ¡Ya ves que sigo tu plan al pie de la letra! ¡Desgraciado de ti si me metes en un callejón sin salida!

-¡No hay cuidado! -contestó Garduña-. El señor Juan López tiene mucho que temer, y en cuanto vea la firma de Usía, hará todo lo que yo le mande. ¡Lo menos le debe mil fanegas de grano al Pósito Real, y otro tanto al Pósito Pío!... Esto último contra toda ley, pues no es ninguna viuda ni ningún labrador pobre para recibir el trigo sin abonar creces ni recargo, sino un jugador, un borracho y un sinvergüenza muy amigo de faldas, que trae escandalizado al pueblecillo... ¡Y aquel hombre ejerce autoridad!... ¡Así anda el mundo!

-¡Te he dicho que calles! ¡Me estás distrayendo! -bramó el Corregidor-. Conque vamos al asunto -añadió luego mudando de tono-. Son las siete y cuarto... Lo primero que tienes que hacer es ir a casa y advertirle a la Señora que no me espere a cenar ni a dormir. Dile que esta noche me estaré trabajando aquí hasta la hora de la queda, y que después saldré de ronda secreta contigo, a ver si atrapamos a ciertos malhechores... En fin, engáñala bien para que se acueste descuidada. De camino, dile a otro alguacil que me traiga la cena... ¡Yo no me atrevo a aparecer esta noche delante de la Señora, pues me conoce tanto, que es capaz de leer en mis pensamientos! Encárgale a la cocinera que ponga unos pestiños de los que se hicieron hoy, y dile a Juanete que, sin que lo vea nadie, me alargue de la taberna medio cuartillo de vino blanco. En seguida te marchas al lugar, donde puedes hallarte muy bien a las ocho y media...

-¡A las ocho en punto estoy allí! -exclamó Garduña.

-¡No me contradigas! -rugió el Corregidor acordándose otra vez de lo que era. Garduña saludó.

-Hemos dicho- continuó aquél, humanizándose de nuevo- que a las ocho en punto estás en el lugar. Del lugar al molino habrá... Yo creo que habrá una media legua...

-Corta.

-¡No me interrumpas!

El alguacil volvió a saludar.

-Corta... -prosiguió el Corregidor-. Por consiguiente, a las diez... ¿Crees tú que a las diez?...

-¡Antes de las diez! ¡A las nueve y media puede Usía llamar descuidado a la puerta del molino!

-¡Hombre! ¡No me digas a mí lo que tengo que hacer!... Por supuesto que tú estarás...

-Yo estaré en todas partes... Pero mi cuartel general será la ramblilla. ¡Ah, se me olvidaba!... Vaya Usía a pie, y no lleve linterna...

-¡Maldita la falta que me hacían tampoco esos consejos! ¿Si creerás tú que es la primera vez que salgo a campaña?

-Perdone Usía... ¡Ah! Otra cosa. No llame Usía a la puerta grande que da a la plazoleta del emparrado, sino a la puertecilla que hay encima del caz...

-¿Encima del caz hay otra puerta? ¡Mira tú una cosa que nunca se me hubiera ocurrido!

-Sí, señor; la puertecilla del caz da al mismísimo dormitorio de los Molineros..., y el tío Lucas no entra ni sale nunca por ella. De forma que, aunque volviese de pronto...

-Comprendo, comprendo... ¡No me aturdas más los oídos!

-Por último: procure Usía escurrir el bulto antes del amanecer. Ahora amanece a las seis...

-¡Mira otro consejo inútil! A las cinco estaré de vuelta en mi casa... Pero bastante hemos hablado ya... ¡Quítate de mi presencia!

-Pues entonces, Señor..., ¡buena suerte! -exclamó el alguacil, alargando lateralmente una mano al Corregidor y mirando al techo al mismo tiempo.

El Corregidor puso en aquella mano una peseta, y Garduña desapareció como por ensalmo.

-¡Por vida de!... -murmuró el viejo al cabo de un instante-. ¡Se me ha olvidado decirle a ese bachillero que me trajesen también una baraja! ¡Con ella me hubiera entretenido hasta las nueve y media, viendo si me salía aquel solitario!...