El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo X
Capítulo X: Desde la parra
Mientras así discurrían los labriegos que saludaban al señor Corregidor, la señá Frasquita regaba y barría cuidadosamente la plazoletilla empedrada que servía de atrio o compás al molino, y colocaba media docena de sillas debajo de lo más espeso del emparrado, en el cual estaba subido el tío Lucas, cortando los mejores racimos y arreglándolos artísticamente en una cesta.
-¡Pues sí, Frasquita! -decía el tío Lucas desde lo alto de la parra-: el señor Corregidor está enamorado de ti de muy mala manera...
-Ya te lo dije yo hace tiempo -contestó la mujer del Norte- ...Pero ¡déjalo que pene! ¡Cuidado, Lucas, no te vayas a caer!
-Descuida: estoy bien agarrado... También le gustas mucho al señor...
-¡Mira! ¡No me des más noticias! -interrumpió ella-. ¡Demasiado sé yo a quién le gusto y a quién no le gusto! ¡Ojalá supiera del mismo modo por qué no te gusto a ti!
-¡Toma! Porque eres muy fea... -contestó el tío Lucas.
-Pues, oye..., ¡fea y todo, soy capaz de subir a la parra y echarte de cabeza al suelo!...
-Más fácil sería que yo no te dejase bajar de la parra sin comerte viva...
-¡Eso es!... ¡Y cuando vinieran mis galanes y nos viesen ahí, dirían que éramos un mono y una mona!...
-Y acertarían; porque tú eres muy mona y muy rebonita, y yo parezco un mono con esta joroba...
-Que a mí me gusta muchísimo...
-Entonces te gustará más la del Corregidor, que es mayor que la mía...
-¡Vamos! ¡Vamos! Sr. D. Lucas... ¡No tenga V. tantos celos!
-¿Celos yo de ese viejo petate? ¡Al contrario; me alegro muchísimo de que te quiera!...
-¿Por qué?
-Porque en el pecado lleva la penitencia. ¡Tú no has de quererlo nunca, y yo soy entretanto el verdadero Corregidor de la ciudad!
-¡Miren el vanidoso! Pues figúrate que llegase a quererlo... ¡Cosas más raras se ven en el mundo!
-Tampoco me daría gran cuidado...
-¿Por qué?
-¡Porque entonces tú no serías ya tú; y, no siendo tú quien eres, o como yo creo que eres, maldito lo que me importaría que te llevasen los demonios!
-Pues bien; ¿qué harías en semejante caso?
-¿Yo? ¡Mira lo que no sé!... Porque, como entonces yo sería otro y no el que soy ahora, no puedo figurarme lo que pensaría...
-¿Y por qué serías entonces otro? -insistió valientemente la señá Frasquita, dejando de barrer y poniéndose en jarras para mirar hacia arriba.
El tío Lucas se rascó la cabeza, como si escarbara para sacar de ella alguna idea muy profunda, hasta que al fin dijo con más seriedad y pulidez que de costumbre:
-Sería otro porque yo soy ahora un hombre que cree en ti como en sí mismo, y que no tiene más vida que esta fe. De consiguiente, al dejar de creer en ti, me moriría o me convertiría en un nuevo hombre; viviría de otro modo; me parecería que acababa de nacer; tendría otras entrañas. Ignoro, pues, lo que haría entonces contigo... Puede que me echara a reír y te volviera la espalda... Puede que ni siquiera te conociese... Puede que... Pero ¡vaya un gusto que tenemos en ponernos de mal humor sin necesidad! ¿Qué nos importa a nosotros que te quieran todos los corregidores del mundo? ¿No eres tú mi Frasquita?
-¡Sí, pedazo de bárbaro! -contestó la navarra, riendo a más no poder-. Yo soy tu Frasquita, y tú eres mi Lucas de mi alma, más feo que el bu, con más talento que todos los hombres, más bueno que el pan, y más querido... ¡Ah! ¡lo que es eso de querido, cuando bajes de la parra lo verás! ¡Prepárate a llevar más bofetadas y pellizcos que pelos tienes en la cabeza! Pero, ¡calla! ¿Qué es lo que veo? El señor Corregidor viene por allí completamente solo... ¡Y tan tempranito!... Ése trae plan... ¡Por lo visto, tú tenías razón!...
-Pues aguántate, y no le digas que estoy subido en la parra. ¡Ése viene a declararse a solas contigo, creyendo pillarme durmiendo la siesta!... Quiero divertirme oyendo su explicación. Así dijo el tío Lucas, alargando la cesta a su mujer.
-¡No está mal pensado! -exclamó ella, lanzando nuevas carcajadas-. ¡El demonio del madrileño! ¿Qué se habrá creído que es un Corregidor para mí? Pero aquí llega... Por cierto que Garduña, que lo seguía a alguna distancia, se ha sentado en la ramblilla a la sombra... ¡Qué majadería! Ocúltate tú bien entre los pámpanos, que nos vamos a reír más de lo que te figuras...
Y, dicho esto, la hermosa navarra rompió a cantar el fandango, que ya le era tan familiar como las canciones de su tierra.