El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo VI

Capítulo VI: Habilidades de los dos cónyuges

Amaba, pues, locamente la señá Frasquita al tío Lucas, y considerábase la mujer más feliz del mundo al verse adorada por él. No tenían hijos, según que ya sabemos, y habíase consagrado cada uno a cuidar y mimar al otro con esmero indecible, pero sin que aquella tierna solicitud ostentase el carácter sentimental y empalagoso, por lo zalamero, de casi todos los matrimonios sin sucesión. Al contrario, tratábanse con una llaneza, una alegría, una broma y una confianza semejantes a las de aquellos niños, camaradas de juegos y de diversiones, que se quieren con toda el alma sin decírselo jamás, ni darse a sí mismos cuenta de lo que sienten.

¡Imposible que haya habido sobre la tierra molinero mejor peinado, mejor vestido, más regalado en la mesa, rodeado de más comodidades en su casa, que el tío Lucas! ¡Imposible que ninguna molinera ni ninguna reina haya sido objeto de tantas atenciones, de tantos agasajos, de tantas finezas como la señá Frasquita! ¡Imposible también que ningún molino haya encerrado tantas cosas necesarias, útiles, agradables, recreativas y hasta superfluas, como el que va a servir de teatro a casi toda la presente historia!

Contribuía mucho a ello que la señá Frasquita, la pulcra, hacendosa, fuerte y saludable navarra, sabía, quería y podía guisar, coser, bordar, barrer, hacer dulce, lavar, planchar, blanquear la casa, fregar el cobre, amasar, tejer, hacer media, cantar, bailar, tocar la guitarra y los palillos, jugar a la brisca y al tute, y otras muchísimas cosas cuya relación fuera interminable. Y contribuía no menos al mismo resultado el que el tío Lucas sabía, quería y podía dirigir la molienda, cultivar el campo, cazar, pescar, trabajar de carpintero, de herrero y de albañil, ayudar a su mujer en todos los quehaceres de la casa, leer, escribir, contar, etc., etc.

Y esto sin hacer mención de los ramos de lujo, o sea, de sus habilidades extraordinarias...

Por ejemplo: el tío Lucas adoraba las flores (lo mismo que su mujer), y era floricultor tan consumado, que había conseguido producir ejemplares nuevos por medio de laboriosas combinaciones. Tenía algo de ingeniero natural, y lo había demostrado construyendo una presa, un sifón y un acueducto que triplicaron el agua del molino. Había enseñado a bailar a un perro, domesticado una culebra, y hecho que un loro diese la hora por medio de gritos, según las iba marcando un reloj de sol que el Molinero había trazado en una pared; de cuyas resultas, el loro daba ya la hora con toda precisión, hasta en los días nublados y durante la noche. Finalmente: en el molino había una huerta, que producía toda clase de frutas y legumbres; un estanque encerrado en una especie de kiosko de jazmines, donde se bañaban en verano el tío Lucas y la señá Frasquita; un jardín; una estufa o invernadero para las plantas exóticas; una fuente de agua potable; dos burras, en que el matrimonio iba a la ciudad o a los pueblos de las cercanías; gallinero, palomar, pajarera, criadero de peces, criadero de gusanos de seda; colmenas, cuyas abejas libaban en los jazmines; jaraíz o lagar, con su bodega correspondiente, ambas cosas en miniatura; horno, telar, fragua, taller de carpintería, etc., etc.; todo ello reducido a una casa de ocho habitaciones y a dos fanegas de tierra, y tasado en la cantidad de diez mil reales.