El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo IX
Capítulo IX: ¡Arre, burra!
Por dondequiera que pasaban el personaje y su apéndice, los labradores dejaban sus faenas y se descubrían hasta los pies, con más miedo que respeto; después de lo cual decían en voz baja:
-¡Temprano va esta tarde el señor Corregidor a ver a la señá Frasquita!
-¡Temprano... y solo! -añadían algunos, acostumbrados a verlo siempre dar aquel paseo en compañía de otras varias personas.
-Oye, tú, Manuel: ¿por qué irá solo esta tarde el señor Corregidor a ver a la navarra? -le preguntó una lugareña a su marido, el cual la llevaba a grupas en la bestia.
Y, al mismo tiempo que la pregunta, le hizo cosquillas por vía del retintín.
-¡No seas mal pensada, Josefa! -exclamó el buen hombre-. La señá Frasquita es incapaz...
-No digo lo contrario... Pero el Corregidor no es por eso incapaz de estar enamorado de ella... Yo he oído decir que, de todos los que van a las francachelas del molino, el único que lleva mal fin es ese madrileño tan aficionado a faldas...
-¿Y qué sabes tú si es o no aficionado a faldas? -preguntó a su vez el marido.
-No lo digo por mí... ¡Ya se hubiera guardado, por más Corregidor que sea, de decirme los ojos tienes negros!
La que así hablaba era fea en grado superlativo.
-Pues mira, hija, ¡allá ellos! -replicó el llamado Manuel-. Yo no creo al tío Lucas hombre de consentir... ¡Bonito genio tiene el tío Lucas cuando se enfada!...
-Pero, en fin, ¡si ve que le conviene!... -añadió la tía Josefa, retorciendo el hocico.
-El tío Lucas es hombre de bien... -repuso el lugareño-; y a un hombre de bien nunca pueden convenirle ciertas cosas...
-Pues entonces, tienes razón. ¡Allá ellos! ¡Si yo fuera la señá Frasquita!...
-¡Arre, burra! -gritó el marido, para mudar de conversación.
Y la burra salió al trote; con lo que no pudo oírse el resto del diálogo.