El sitio de Bredá/Jornada I

El sitio de Bredá
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada I

Jornada I

Tocan cajas y chirimías, salen el MARQUÉS ESPÍNOLA y ALONSO LADRÓN, capitán.
ALONSO:

Hoy es, señor, el venturoso día
que obediente a las órdenes que diste,
que el tiempo de lisonjas y honor viste;
porque el bronce y las armas a porfía
le ven alegre y le obscurecen triste,
cuando, confusos entre sí, presumo
que es la aurora su luz, la noche el humo.
Aquí la plaza de armas has mandado
hacer y aquí la frente de banderas,
que son ciento y noventa, y numeradas
el ejército ya por sus hileras
es la muestra que han hecho y que he hallado
que entre propias naciones y extranjeras,
de ejércitos del Rey solo son treinta
y cuatro mil seiscientos y noventa.
Las del país, que llaman escogidos,
son dos mil, de felices esperanzas,
y seis mil y ochocientos prevenidos
de los que llaman gente de finanzas,
de la Liga Católica lucidos
cinco mil y trecientos, que a venganzas
ya se previenen, cinco mil la gente
de nuestro Emperador, noble y valiente.
Hasta aquí repetí la infantería
y no menos admira la opulenta
majestad de la gran caballería,
si se reduce a número su cuenta
de ejércitos del reino, más había
siete mil y seiscientos y sesenta;
dos mil, no sé si diga Martes fieros,
de bandas, de hombres de armas y de arqueros.

ESPÍNOLA:

Mi humilde celo, mi temor piadoso
dichosamente sus aplausos fía
a la fe de Felipo poderoso,
cuarto planeta de la luz del día;
y espero que su intento religioso
ha de asombrar en Flandes la herejía,
dando el sangriento fin alguna hazaña,
alabanzas al cielo, honor a España.
Estos, ¿quién son?

(Tocan cajas.)
ALONSO:

Seis regimientos llegan,
dos borgoñones, cuatro de alemanes,
cuyos tercios al conde Juan se entregan
y marqués Barlanzón, ambos Roldanes.

(Sale el CONDE JUAN DE NASAU, de alemán, y el MARQUÉS BARLANZÓN, de tudesco.)
JUAN:

Denos los pies.

ESPÍNOLA:

Los brazos no se niegan
a dos tan valerosos capitanes.
Sean Vueseñorías bien venidos.

JUAN:

Siendo de Vuexcelencia recibidos
con tanto honor, es fuerza lo seamos.

ESPÍNOLA:

¡Buena gente, Marqués!

BARLANZÓN:

Señor, recelo
que es de provecho; pues en fin llevamos
gente nacida en el rigor del hielo.
¿Vamos a Grave, o al infierno vamos?
Que voto a Dios que ha de tener el cielo
poco que aposentar, si considero
que están ya aposentados con Lutero.

(Tocan.)
ALONSO:

Estos son italianos y valones.

ESPÍNOLA:

¿Sufren mucho en un sitio estos soldados?

ALONSO:

Si el saco esperan, sí.

ESPÍNOLA:

No los baldones,
que pelean tan bien.

ALONSO:

Si están pagados.

(Sale de inglés PABLOS BALLÓN y MARQUÉS DE BELVEDER, italiano.)
PABLOS:

Así cumplen, señor, obligaciones
los que a tu sombra viven obligados.

ESPÍNOLA:

Señor Pablos Ballón, ilustre conde
de Belveder...

BELVEDER:

Por mí el honor responde.

(Tocan.)
ALONSO:

Estos son españoles. Ahora puedo
hablar, encareciendo estos soldados,
y sin temor; pues sufren a pie quedo
con un semblante bien o mal pagados.
Nunca la sombra vil vieron del miedo,
y aunque soberbios son, son reportados.
Todo lo sufren en cualquier asalto,
solo no sufren que les hablen alto.
En tres tercios su gente determina
divertirse, y tres maeses se previenen:
el uno es don Francisco de Medina,
y don Juan Claros de Guzmán, que tiene
sangre al fin de Guzmán; y por divina
muestra de su valor, con ellos viene
un capitán famoso, un don Fadrique
Bazán, a quien la fama altar dedique.

(Salen DON FRANCISCO DE MEDINA con hábito de Santiago, y DON FADRIQUE BAZÁN con jineta.)
ESPÍNOLA:

Vuesa merced, señor Fadrique, sea
mil veces bien venido, que con esto
mi intento más alcanza que desea.

MEDINA:

Siempre a servir al Rey estoy dispuesto.

FADRIQUE:

Previniendo la fama que ligera
los vientos rompe con veloces alas,
que líneas son de la sutil esfera,
troqué al acero cortesanas galas,
los ecos de la envidia lisonjera
al ruido leve de espirantes balas,
la alegre corte a la marcial campaña.
Y al fin por Flandes he trocado a España.

(Tocan.)
ALONSO:

Don Gonzalo de Córdoba ha venido.

ESPÍNOLA:

Como en las guerras del Palatinado
Maese de campo general ha sido,
puesto ninguno en Flandes ha ocupado,
que no hay que darle, aunque haya merecido
victorioso, prudente, afortunado,
ser general, porque a su bisabuelo
en él enseña repetido el cielo.
No ha perdido fación, y no ha tenido
suceso desdichado ni infelice,
gracias a su valor; porque yo he oído,
y a voces el ejército lo dice,
que todos los soldados han vencido
por Dios y por el Rey, ¡suerte felice!,
y los suyos, ¿qué gloria aquesta igualo?,
por Dios y por el Rey y don Gonzalo.

(Sale DON GONZALO DE CÓRDOBA.)
ESPÍNOLA:

Ya no puedo temer desdicha alguna,
pues nuevo Amiclas, a decir me obligo
que va, ¡oh gran don Gonzalo!, la fortuna
de Fernández de Córdoba conmigo.

GONZALO:

Vuexcelencia remita la importuna
retórica a los brazos, que si hoy sigo
su milicia, del Betis al Hidaspes
me harán eterno mármoles y jaspes.

(Tocan un clarín.)
ALONSO:

Ya el gran Velasco, general valiente,
va conduciendo la caballería.
Con él viene el ilustre don Vicente
Pimentel, que llegó de Lombardía,
cabo de mil caballos.

ESPÍNOLA:

Benavente,
ilustre rama de su tronco, envía
aquel que al mundo dio fértiles plantas,
aunque la muerte haya deshecho tantas.
Pues ya el rebelde bárbaro, ¿qué espera?
Si muerto el mundo aqueste nombre yace,
en cuanto mira el sol desde la esfera
adonde siempre muere y siempre nace.
En dos mitades dividir quisiera
el alma.

Salen los dos.
LUIS:

Bien tal honra satisface
nuestros deseos.

ESPÍNOLA:

Triunfos soberanos
tendréis con imitar vuestros hermanos.

VICENTE:

Yo, que siendo el menor, será forzoso
serlo en valor también, hoy solicito
mostrar, de mis hermanos envidioso,
que, si no los excedo, los imito,
pues su blasón el tiempo presuroso
en láminas de bronce tiene escrito
cuando en la tierra y mar, para memorias,
se escriben con su sangre sus vitorias.
Murió en Vergas mi hermano don García,
lograda con su muerte su esperanza.
Vuexcelencia perdone la osadía,
que no es vil, aunque es propia la alabanza,
donde es tan justa. Aqueste mismo día
insigne triunfo nuestra gente alcanza;
que pareció, no triste, alegre suerte,
que pagó su vitoria con su muerte.
Don Alonso en Verceli, que amparado
de un cestón por instantes esperaba,
de máquinas de fuego rodeado,
la ardiente flecha de frondida aljaba,
de un rayo artificial arrebatado,
que trueno y lumbre a un mismo tiempo daba,
subió tan alto, que entre fuego y viento,
de sus huesos ignora el monumento.
Cuando el mar, envidioso de la tierra,
del viento y fuego, por grandezas sumas
quiso en azul campaña, en naval guerra,
manchar con nuestras sangres sus espumas;
y del profundo seno desencierra
dos holandeses, aves, cuyas plumas
eran de pino, pues con él volaban,
que hijas del viento serlo imaginaban.
Por heladas campañas discurría

VICENTE:

en su alcance con otras dos don Diego;
y cuando, atento a su fación, se vía
sordo el mar, mudo el aire y el sol ciego,
cada cual de las cuatro parecía
sobre balas de sal, montes de fuego,
siendo a tanto esperar humo importuno
de sus hados volcanes de Neptuno.
La más igual batalla que ha tenido
en sus ondas el medio mar de Europa,
esta fue. Mas después de haber vencido
la española arrogancia cuanto topa,
mi hermano, a su fortuna agradecido,
estaba desarmándose en la popa,
y apenas quita el peto, ¡oh suerte triste!
¿Qué prevención a lo fatal resiste?
Cuando una bala, ¡caso lastimoso!,
le rompe el pecho con furor violento,
porque allí con su sangre venturoso
quedase inoble ya tanto elemento.
Entró en Nápoles muerto y vitorioso.
Y yo, que a un punto envidio lo que siento,
vengo a ofrecer a Dios y al Rey la vida
cuanto bien empleada, bien perdida.

ESPÍNOLA:

Valerosos caballeros,
a cuyo poder augusto
hoy fía el Cuarto Filipo
la máquina de dos mundos,
por órdenes de Su Alteza
la señora Infanta, cuyo
valor dignamente eterno
vivirá siglos futuros,
hoy a veinte y seis de agosto
en Tornante estamos juntos.
El invierno viene ya,
en Flandes, más importuno;
porque, acercándose al Norte,
va sintiendo sus influjos.
Si no están entretenidos
los soldados en algunos
de los sitios que se ofrecen
para vitorioso asunto
de nuestras armas, podrán
amotinarse; y no dudo
que la esperanza del saco
pueda sufrir con más gusto
el grave peso a las armas,
cuando el diciembre, que anuncio,
molduras de escarcha y hielo
labre en sus hombros robustos.

ESPÍNOLA:

Dos plazas se nos ofrecen,
que cualquiera dellas juzgo
por dichoso fin. Bredá
tiene inexpugnable muro
por los fosos que le cercan;
que el siempre contino curso
del mar, que río munda
sus calles, le ayudan mucho;
y es una plaza tan fuerte
que han pasado siete lustros,
que son treinta y cinco años,
que la ganaron los suyos,
y nunca la hemos cobrado:
¡afrenta y baldón injusto
de las armas españolas,
pero así al cielo le plugo!
Grave es una villa rica,
y de su asiento presumo
que fuera muy importante
al dichoso fin que busco.
El conde Enrico de Vergas
doce mil caballos tuvo
a la vista de sus torres,
y escribió lo que pronuncio:
«Yo estoy a vista de Grave,
donde informarme procuro
qué gente tiene de guerra,
y qué defensa en sus muros.

ESPÍNOLA:

Y como a mí se me envíe
ocho mil hombres, presumo
que podré tomarla, siendo
de los ocho mil que busco,
los cuatro mil españoles».
Ahora advertidme qué rumbo,
qué disinio seguiremos;
porque yo siempre me ajusto
al parecer acertado,
a los prudentes discursos
de tan valientes soldados,
cuyo consejo procuro,
cuya voluntad estimo,
y a cuya voz me reduzgo.

GONZALO:

Señor, si consideramos
que aquí dos plazas tenemos,
en cuyo sitio podemos
entretenernos, y estamos
dudosos en la elección,
y el Conde avisa que en Grave
nuestro disinio se sabe,
estará con prevención
esperando a ver tu intento,
y tendrá toda la tierra
con prevenciones de guerra,
con munición y sustento.
Bredá está más descuidada,
pongamos sitio a Bredá.

BARLANZÓN:

¿Y no se advierte que está
Bredá también mal cercada?
Es una fuerza invencible
y un sitio sin esperanza
de vitoriosa alabanza
que por armas no es posible
tomarla, como se ve.
Comiendo y no peleando,
¿quién ha de estar esperando
a que por hambre se dé?
LUIS Quien advierta que la gloria
es más prudente y modesta,
y más noble cuando cuesta
menos sangre la vitoria.
Si una vez se ven cercados,
vendrán a darse a partidos,
y como estén conseguidos
nuestros intentos osados,
será más piadosa hazaña,
que ellos se vengan a dar,
como al fin venga a quedar
Bredá por el rey de España,
que es lo que se intenta.

JUAN:

Sí,
mas que le den desconfío,
pues pudiendo por el río
meterles socorro, así
podemos estar mil años
esperando a que se den.

VICENTE:

¿Y no se podrán también
remediar aquesos daños?

BARLANZÓN:

¿Y cuando se remediaran
con alguna estratagema,
dejará de ser gran flema
esperar que se entregaran?

BALLÓN:

Si no quieren pelear
los españoles, sitiemos
a Bredá, y nos estaremos
dos mil años sin llegar
a las manos.

FADRIQUE:

Ya se sabe
que siempre los españoles
son en la milicia soles.
Vuexcelencia vaya a Grave,
y cumpla la voluntad
de los que ocuparse quieren
en sitio, que el saco esperen
sin mucha dificultad.

ESPÍNOLA:

Caballeros: bien está.

BALLÓN:

Ir a Grave es lo mejor.

[UNOS]:

(Dentro.)
¡Vamos a Grave, señor!

OTRO:

¡Señor, vamos a Bredá!

ESPÍNOLA:

¡Oh españoles! Ya es forzoso
que me determine yo;
y pues mi consejo halló
vuestro parecer dudoso,
vamos a Grave, que quiero
seguir en esta ocasión,
flamencos, vuestra opinión.

ALONSO:

[Aparte.]
Ya ¿con qué paciencia espero
que salgan estos gabachos
con cuanto quieren? Mas es
que los congracia el Marqués,
porque ve que están borrachos.

ESPÍNOLA:

El marqués de Barlanzón
y el valiente conde Juan
con sus tercios llevarán
la vanguardia.

JUAN:

Dignos son
de ese lugar mis deseos,
cuando el honor, que me llama,
espera ocupar la fama
con vitoriosos trofeos.

BARLANZÓN:

Ve donde tú te aconsejes;
que yo en cualquiera ocasión
un auto de inquisición
he de hacer destos herejes.

ESPÍNOLA:

Señor, la caballería
será de grande provecho
en el costado derecho,
porque por allí podría
venir el conde Mauricio,
que a aquella parte se ve
su ejército.

LUIS:

Yo daré
de mis deseos indicio,
callando cuerdo y valiente;
que el remitirse es gran mengua
de las manos a la lengua.

ESPÍNOLA:

Vaya, señor don Vicente.

VICENTE:

Iré a serviros fiel.

ALONSO:

Bien dirán vuestros blasones
que son más que cien flinflones
un español Pimentel.

(Vanse los dos.)
ESPÍNOLA:

En el izquierdo, Ballón
ha de ir acompañado
del de Belveder, formado
un cuerpo a cada escuadrón.
(Vanse los dos.)
Vingarte la artillería,
de todas partes cercada,
lleve en medio bien guardada,
que yo con la infantería
de los españoles quedo
en la retaguardia.

ALONSO:

¡Andar!
Juro a Cristo que he de hablar,
que ya sufrirlo no puedo.
Hoy sin duda has pretendido
obscurecer el honor
de España. ¿Cuándo, señor,
en la retaguardia han ido
españoles que se ofrecen?...

ESPÍNOLA:

Basta, capitán Ladrón,
que yo sé en toda ocasión
honrarlos como merecen.
Oid, después de reportaros,
lo que mi honor determina:
don Francisco de Medina,
a don Juan Niño, a Juan Claros
y demás Maeses de campo
españoles, les llevad
este orden y avisad
que cuando ya marche el campo
a Grave, la retaguardia
venga la vuelta de Bredá,
pues con aquesto vendrá
entonces a ser vanguardia,
y a ser Bredá la cercada;
que yo solo he pretendido,
con la muestra que he fingido,
que dejen desamparada
aquella fuerza, enviando
a Grave, con falso intento,
municiones y sustento.
Pero siempre imaginando
que este es el fin de una hazaña
tal, que a mí me ha de costar
la vida o ha de quedar
Bredá por el rey de España.

(Tocan.)
MEDINA:

Beso mil veces tus pies.
Ya el ejército a marchar
empieza.

ESPÍNOLA:

Hasta llegar
a Teteringe no des
el orden. Vueseñoría
ha de ser mi camarada,
porque así vea lograda
tan alta ventura mía:
porque si en vós considero
competidos igualmente
hoy un general valiente
y un prudente consejero,
a conquistar me anticipo
el mundo con fuerza altiva,
porque eterno el nombre viva
de Isabel y de Filipo.

(Vanse tocando cajas, y sale MADAMA FLORA y ALBERTO, su padre y CARLOS, su hijo y ENRIQUE DE NASAU.)
ENRIQUE:

¿Qué grave melancolía
con apacibles enojos
pudo en tus hermosos ojos
eclipsar la luz del día?
Cese la injusta porfía,
que con pálido arrebol
da rayos al tornasol,
que el mundo de luces dora,
porque llorar el aurora
ya la vimos, mas no el sol.
A Bredá, madama, vienes,
donde te adora el lugar.
Si esas lágrimas previenes
en exequias a la vida
de tu esposo, el llanto impida
verte de tu padre honrada,
de tu hijo acompañada
y de tu esclavo servida.
Supe que a Bredá venías,
y a este vallaje salí
a recebirte, que así
cumplen corteses porfías
las obligaciones mías.
Descansa a esta sombra, en tanto
que nos da treguas el llanto
suspenso en tus bellos ojos,
porque desdichas y enojos
se han de sentir, mas no tanto.

FLORA:

Tan justo es mi sentimiento,
que quien pretende templar
su rigor, más que el pesar
me quita el entendimiento.
Si es forzoso mi tormento,
forzoso será que muera;
porque, si yo no sintiera,
tuviera en desdicha tanta
alma inferior a la planta,
al pez, al ave, a la fiera.
De cierzo la furia helada
siente una piedra arrancada,
siente una temprana flor
de su centro con dolor;
brama una fiera, el rigor
dice mudo el pez, y un ave
con tono dulce y suave,
canta amor y celos llora;
que al fin el que más ignora,
sentir las desdichas sabe.
Siente el cielo y se obscurece
cubierto de un pardo velo,
y si al fin no siente el cielo,
por lo menos lo parece.

FLORA:

Toda alteración padece,
tal vez la tierra tembló,
bramó el aire, el mar gimió,
y el sol hizo al mundo guerra,
porque todos en la tierra
saben sentir, sino yo.
Cuando en amorosos lazos,
mi amante esposo, ¡ay de mí!,
verle esperaba, le vi
herido y muerto en mis brazos,
partida el alma a pedazos,
todas las armas rompidas,
y por funestas heridas
abrió, ¡qué infelices suertes!,
bocas para entrar mil muertes,
y para salir mil vidas.
Confieso que en la defensa
de su religión murió;
mas para no sentir yo
no es bastante recompensa.

ENRIQUE:

Enfrena el dolor y piensa
el sangriento fin que alcanza
mi rigor y tu esperanza;
que si tu luz no se niega,
has de ver a donde llega
el brazo de mi venganza.
Daré al matador la muerte
si le alcanzo. ¡A Dios pluguiera
que el mismo Espínola fuera,
porque de una misma suerte
mi brazo atrevido y fuerte,
hoy pusiera con la hazaña
de venganza tan extraña
fin a tus desdichas grandes,
al miedo y temor de Flandes,
a la presunción de España!
Que tanto se ensoberbece
con los aplausos que ves
de ese noble ginovés,
que si a rendirle se ofrece,
estrecho el mundo parece,
y no es mucho, siendo tal
este altivo general
que al rey de España convida
con la hacienda y con la vida,
animoso y liberal.

FLORA:

El venirme yo a Bredá,
es porque cierto se sabe
que piensa sitiar a Grave,
donde el ejército va.
Allí el conde Enrico está
con su gente, por saber
de aquella fuerza el poder
según de su intento creo,
y con el mismo deseo,
plaza de armas hizo ayer
en Tornante el General,
donde el ejército vio,
tan numeroso, que dio
envidia a la celestial
esfera, viéndole igual
en todo sus luces bellas;
porque, al competir con ellas,
excedió, dando desmayos,
el resplandor a sus rayos,
y en número a sus estrellas.
De Quilche en el campo llano,
viniendo a Bredá le vi;
y mil veces presumí
ser maridaje lozano
del invierno y del verano,
que en las armas los rigores,
en las plumas las colores,
eran admirando al cielo,
los unos, montes de hielo,
los otros, campos de flores.

FLORA:

No así los rayos corteses
del sol con dulces fatigas,
mieses labraron de espigas
en los abrasados meses,
como de los fresnos mieses
la gallarda infantería;
y al mirarlos, parecía
que espigas de acero daba,
y que, al compás que marchaba,
el céfiro los movía.
La caballería inquieta
pasó, abreviando horizontes.
¿Diré que marcharon montes,
con obediencia sujeta
al compás de la trompeta?
Sí, pues al son lisonjero
del bronce dulce, aunque fiero,
la trompa que se desata,
era un escollo de plata,
era un peñasco de acero.

(Sale MORGAN, inglés.)
MORGAN:

Del Príncipe mi señor
ahora trujo estas cartas
un correo, y yo sabiendo
que en este villaje estabas,
que está apenas media legua
de la villa, sin tardanza
vine a traerle.

ENRIQUE:

Veré
lo que Su Alteza me manda.
 (Lee.)
«Ahora acabo de saber
que el ejército de España,
con prevenciones de guerra,
la vuelta de Grave marcha.
De Bredá saldréis al punto
que esta recibáis, sin falta,
y la gente que estuviere
en la villa, se reparta
para socorrer a Grave,
con bastimento y con armas
y munición, advirtiendo
no sea la gente tanta,
que pueda hacer a Bredá
en tiempo ninguno falta.
Dejad por gobernador,
para su defensa y guarda,
a Justino, nuestro hermano,
y de la villa no salga
tampoco el inglés Morgan;
que, por estar en la cama,
no voy en persona yo.
Los cielos os guarden. Dada
en Vergas a veinte y seis
de agosto». ¡Desdicha extraña!
¿Qué tanta gente de guerra,
Morgan, estará alojada
en Bredá?

MORGAN:

Ocho mil hombres.

ENRIQUE:

Pues de aquesos ocho salgan
los dos mil, y por el río
vamos en veloces barcas
porque lleguemos más presto.
 [Aparte.]
O porque, yendo en el agua,
templen sus heladas ondas
este fuego que me abrasa.

(Vase.)
MORGAN:

Señora, ya es forzoso
me deis licencia a que vaya
sirviéndoos, puesto que Enrique
faltó por tan justa causa
a esta obligación.

FLORA:

Yo estimo
la lisonja cortesana,
mas no he de entrar en Bredá
hasta que en sombras heladas
hagan los rayos del sol
el mar sepulcro de plata.
En aquestas caserías
esperaré, acompañada
de la familia que traigo
y de mi padre, que basta
para excusaros de hacerme
esa merced.

MORGAN:

Más agrada
quien obedeciendo yerra
que quien acertando cansa.

(Vase.)
CARLOS:

[A FLORA.]
Mil veces he pretendido
buscar remedio a tus ansias;
mas yo, ¿cómo podré darte
el consuelo que me falta?
Mi padre perdió la vida
en defensa de su patria,
si puedo decir que muere
quien vive eterno a la fama.
Contigo viene mi abuelo,
vive segura y honrada
al amparo de mis bríos,
y al respeto de sus canas.

ALBERTO:

En estas hermosas flores
te sienta un poco y descansa,
mientras destas caserías
llamo la gente, que salga
a entretenerte, y decirnos
qué nuevas tienen.

FLORA:

Turbada
estoy, que un temor me hiela,
una sospecha me abrasa,
(Échase a dormir.)
y astrólogo el corazón,
no sé qué le avisa al alma.

(Ruido dentro.)
CARLOS:

Parece que se ha rendido
al sueño, y en él traslada
a sus hermosas mejillas
de los claveles la grana,
del jazmín la castidad,
mezclando púrpura y nácar.
Pero ¿qué rumor es este?
Desde aquellos montes bajan,
temerosos, los villanos,
que de su miedo se amparan.
¿Qué les obliga? Pues duerme
Flora, iré a saber la causa;
que, para darla cuidado,
no será bien despertarla.

ALONSO:

(Dentro.)
¡Huid, pastores, huid;
que el ejército de España
ya pisa vuestras riberas!

OTRO:

Pongamos fuego a las casas.

OTRO:

¡A la villa!

OTRO:

¡Fuego, fuego!

FLORA:

(Despierta.)
¡Fuego, que el alma se abrasa!
¡Padre! ¡Hijo! ¿Qué es aquesto?
Sola estoy, no me acompañan
sino solo mis desdichas;
parece que no son hartas,
que aun para hacer compañía,
hacen las desdichas falta.
En un abismo de fuego
estoy, ¡ay cielos!, helada,
que al arbitrio del destino
no le obedecen las plantas.
Todo es iras el desierto,
toda es rayos la campaña,
todo es portentos la tierra,
todo es el cielo venganzas.
Tanto, encendiendo los aires,
a las nubes se levantan
las centellas, que parecen
estrellas desencajadas,
luces que al abismo bajan,
a sorberse todo el mundo,
sola la menor de tantas.

(Salen ALBERTO y CARLOS.)
ALBERTO:

Entre la piedad del fuego...

CARLOS:

Entre el rigor de las llamas...

ALBERTO:

Vengo a buscarte.

CARLOS:

He venido
a verte.

ALBERTO:

Oye lo que pasa.
A un lado de esa ribera,
un tercio emboscado estaba,
de suerte que no le vieron
las espías, que fue causa
de que estuviese la gente
agora tan descuidada.
Salió de allí y los villanos,
que así las órdenes guardan,
retirándose a la villa,
quemaron sus pobres casas.
¡Perdidos somos! Bredá
sin duda ha de ser sitiada,
después que de bastimentos
y gente ha quedado falta.
¡Huyamos, pues! ¿Qué esperamos?

FLORA:

De Grave salí por causa
de huir el peligro, parece
que vine a buscarle; ¡tanta
es mi contraria fortuna,
mi desdicha y mi desgracia!,
que el que ha de ser desdichado
las prevenciones le dañan.

(Dentro LADRÓN.)
LADRÓN:

¡Huid, villanos!

ALBERTO:

Perdidos
somos; que ya su arrogancia
nos ha hallado.

(Sale DON FADRIQUE.)
FADRIQUE:

Más piedad
tiene el fuego que mi espada.

FLORA:

A tus plantas, español
generoso, que la gala
tuya lo dice, y el brío
no lo desmiente, a tus plantas
está pidiendo la vida
una mujer desdichada;
aunque, si eres español,
mujer que te diga basta.
No permitas que ese acero,
cuya cuchilla templada
está en la enemiga sangre
que ya le sirve de vaina,
se ocupe en tres inocentes
vidas, porque, ¿qué alabanzas
dará manchar este cuello,
estas tocas y estas canas?
Tres vidas están sujetas
a un golpe: si acaso alcanza
el orden que traes licencia
a una piedad tan hidalga,
danos las vidas. Yo quise
decirte, estaba turbada,
que a precio de algunas joyas,
piedras, perlas, oro y plata;
mas tu piadoso semblante
puso freno a mis palabras,
y a tanto respeto obliga
esa presencia bizarra,
que aun creo que el pensamiento
con ser tan veloz te agravia.
Y si el orden con que vienes
no admite este ruego, pasa
mi pecho el primero, así
moriré más consolada,
no mirándolos, porque
somos tres cuerpos y un alma.

FADRIQUE:

Hermosa madama, cuando
mi desdicha fuera tanta
que me obligara el respeto
a tan lastimosa hazaña,
le rompiera más el hecho;
que ninguna ley agravia
tanto que en la ejecución
sea la obediencia infamia.
No he de ser menos cortés
que estas vividoras llamas,
que me están diciendo aquí
el respeto que te guardan.
Que, como en un templo a quien
sacrílego fuego abrasa,
quedó entre muertas cenizas
la imagen libre, y la estatua
de la diosa, que allí tuvo
altar, sacrificio y ara;
así por reliquia quedas
de todas estas campañas,
compitiendo fuego a fuego,
rayo a rayo y llama a llama.
No traigo más orden yo
que llegar a las murallas
de Bredá, donde venimos.
Aquesas riquezas guarda,
y porque de otros soldados,
madama, segura vayas,
dos caballos he traído.
Huid los dos, y a las ancas
del uno irás tú: españoles
son, no temas.

FLORA:

No me espantan,
que pienso que cortesía
saben los brutos de España.

(Vanse y sale LADRÓN.)
LADRÓN:

Tanto a todos te adelantas,
que el primero que ha llegado
a vista de las murallas
de Bredá, has sido, señor.

FADRIQUE:

Pues si vengo en la vanguardia
del tercio de don Francisco
de Medina, cosa es clara
que había de ser el primero.
¿Mas qué triunfo, qué alabanza
consigo de haberlo sido?

LADRÓN:

Pues cuerpo de Dios, ¿no es nada
llegar hasta aquí? Yo apuesto
que si se cuenta en España,
que no falte quien replique,
que nunca malsines faltan,
que el darte el lugar que tienes
es lisonja o alabanza.

FADRIQUE:

Carlos Quinto respondió,
diciéndole el duque de Alba,
que temía no creyesen
algunos aquella hazaña
de haber con solos siete hombres
sujetado siete barcas:
«¿Qué importa que no lo crean,
si a mí el ser verdad me basta?»
Y eso mismo te respondo
en la ocasión que me aguarda,
cumpla con mi obligación,
que el que lo juzgue en España
por pasión o por lisonja,
no viene a quitarme nada.

(Sale MEDINA.)
MEDINA:

¡Cuál huyeron los villanos!

ALONSO:

¡Oh, qué maldita canalla!
Muchos murieron quemados,
y tanto gusto me daba
verlos arder, que decía,
atizándoles las llamas:
«Perros, herejes, ministro
soy de la Inquisición santa».

(Tocan.)
MEDINA:

De la ciudad van saliendo
en tropas algunas mangas
de arcabuceros.

FADRIQUE:

En tanto
que llega la retaguardia,
escaramuzar podremos
con ellos, y para guarda
podemos tomar aquestos
molinos de viento y agua.

ALONSO:

¿Molinos de viento? Ya
me parece su demanda
aventura del famoso
don Quijote de la Mancha.

(Retíranse a un lado y salen MORGAN y JUSTINO.)
MORGAN:

¡Ea, famosos flamencos!
Hoy las victoriosas armas
muestren sangrientas que están
siempre a vencer enseñadas.

JUSTINO:

No permitáis que así tomen
puesto a vista de las altas
torres de Bredá. Humillemos
esta española arrogancia.

FADRIQUE:

Pues si conocéis que somos
españoles, ¿cómo aguarda
vuestro valor que volvamos?
Pues sabéis de veces tantas,
que los españoles nunca
vuelven con cobarde infamia
de donde una vez llegaron.

MORGAN:

¡Guerra, guerra!

FADRIQUE:

¡Cierra España!

(Pelean y vanse, y salen el MARQUÉS ESPÍNOLA y los demás.)
ESPÍNOLA:

¿Qué rumor es aqueste que escuchamos?

JUAN:

Según en breves lejos divisamos,
el tercio de Medina
a la muralla tanto se avecina
que apoderado está de unos molinos,
a la puerta de Amberes tan vecinos,
que desde el muro, que asaltar promete,
distan no más que tiro de mosquete.

ESPÍNOLA:

Pues don Vicente Pimentel acuda
luego al punto a ayudallos,
con cuatro compañías de caballos.

VICENTE:

Ya, como ha descubierto lo restante
del ejército nuestro, el arrogante
escuadrón que a estorbarlos ha salido,
y de quien hasta aquí se ha defendido,
cobarde se retira.

BARLANZÓN:

Su ligereza admira.

(Sale MEDINA.)
MEDINA:

Vitoria ofrece su temprana ruina.

ESPÍNOLA:

¿Qué es eso, don Francisco de Medina?

MEDINA:

A vista apenas de Bredá llegamos,
cuando vueltas miramos
todas las caserías,
antes que en llamas, en cenizas frías;
¡tanta la actividad era del fuego!
Divulgose la luz, y salió luego
de la ciudad a defender el paso
un valiente escuadrón que presumía
sernos estorbo; mas la compañía
de don Fadrique Bazán, que era
de todas la primera,
de tal manera el puesto ha defendido...

ESPÍNOLA:

Don Francisco, no más; ya os he entendido.
No me alabéis a nadie que no quiero
parezcáis con verdades lisonjero;
yerra de que no han de agradecerse
a un hombre las acciones
a que nace obligado
un noble caballero, que el soldado
con empresas, trofeos y blasones,
no hace más que cumplir obligaciones:
luego ningún aplauso
en su alabanza nueva
si paga en sangre lo que en sangre deba.
Lo que yo haré será premiarles esto,
dando a los españoles ese puesto.
Y pues tan cerca de Bredá se vieron,
ya no será razón que atrás se vuelvan,
a sustentar el puesto se resuelvan,
pues a tomarle allí se resolvieron.

FADRIQUE:

Y yo, que agradecido me confieso
por tal merced, a Vuexcelencia beso
las manos.

(Sale ALONSO LADRÓN.)
ALONSO:

A los muros ha salido
a vernos todo el pueblo.

VICENTE:

¡Y qué lucido
nos muestra sus almenas,
de variedad y de hermosura llenas!

ALONSO:

Bien parece, guardando sus decoros,
terrado de Madrid en día de toros;
pues verás, si la vista allá enderezas,
un alto promontorio de cabezas.

(En lo alto MORGAN y JUSTINO, FLORA y LAURA, CARLOS y ALBERTO.)
LAURA:

Llégate a ver el campo numeroso,
que es a los ojos un objeto hermoso
que suspende y divierte.

FLORA:

En nuestra ruina su rigor se advierte.

ESPÍNOLA:

El marqués Barlanzón con un trompeta
llegue de paz al muro,
y a su gobernador haga seguro
el intento que tengo,
y con la gente a sitiarle vengo;
que, si quiere entregarse,
y en buena guerra a tal partido darse,
se admitirá; y si no se rinde luego,
le tengo de abrasar a sangre y fuego.

BARLANZÓN:

Toca, trompeta, y vámonos llegando.

(Tocan.)
JUSTINO:

De paz se va a los muros acercando
con un trompeta un hombre.
Haré que mi respuesta les asombre.

MORGAN:

Si es en la guerra ceremonia usada
pedir así partidos,
muertos nos han de ver, y no vencidos.
Al cañón prevenido el fuego apresta,
y lléveles su muerte la respuesta.

(Disparan.)
ESPÍNOLA:

Del muro dispararon.

VICENTE:

Y a Barlanzón en el suelo derribaron.

JUAN:

Herido y arrastrando por la tierra,
se va acercando más.

ESPÍNOLA:

A retiralle,
valientes caballeros, acudamos.

ALONSO:

Téngase Vuexcelencia, que aquí estamos
mil soldados que iremos,
y la ciudad y todo nos trairemos.

(Vanse algunos a retiralle.)
ESPÍNOLA:

Bien nos ha recibido
Bredá; yo pienso que esta salva ha sido
adelantada y gloria,
que publica con fiesta mi vitoria.

(Sacan a BARLANZÓN en hombros.)
FADRIQUE:

¿Qué fue, Marqués?

BARLANZÓN:

¿Ha visto Useñoría
por ahí ciento y cincuenta
diablos que llevan una pierna?
Pues eso fue, no es nada,
una pierna no más de una bolada.
¿Qué piensan estos perros luteranos?
¿Piernas me quitan y me dejan manos?

ESPÍNOLA:

Retírese el Marqués, ¡oh cielo, cuánto
sentí su pena!, en tanto
que en tres partes su ejército dispongo
y al señor don Gonzalo le propongo
el intento que tengo prevenido;
que yo, de sus consejos advertido,
de mi celo ayudado,
en la fe de Filipo confiado,
vencer dichoso espero,
y más cuando al principio considero
que es tan dichoso el día
en que tan alta empresa determino;
pues día de Agustino
será felice contra la herejía,
porque el piadoso celo
desta divina hazaña
dé triunfos a la fe, glorias al cielo,
opinión a Filipo y honra a España.