El señor Bergeret en París/Capítulo XXIV


El señor Bergeret encontró en un paseo del Luxemburgo a Goubin y Denis, sus discípulos.

—Tengo que darles una noticia agradable, señores. No se alterará la paz en Europa. Los propios turbulentos me lo han asegurado.

Y he aquí lo que refirió el señor Bergeret:

—He encontrado a Juan Gallo, Juan Cordero, Juan Aguilucho y Gil Mico, que aguardaban en la Exposición el hundimiento de los puentes, Juan Gallo se me acercó para dirigirme estas severas frases:

"—Señor Bergeret, usted ha dicho que pensábamos desencadenar la guerra y que lo conseguiríamos; ha dicho también que yo desembarcaría en Douvres, que ocuparía militarmente Londres con Juan Cordero, y que enseguida me apoderaría de Berlín y otras varias capitales. Usted lo ha dicho, lo sé; y lo ha dicho con mala intención, para perjudicarnos, para que los franceses nos crean belicosos. Pero sepa usted que todo ello es falso. No tenemos espíritu guerrero: tenemos espíritu militar, lo cual es muy distinto. Deseamos paz, y cuando hayamos establecido en Francia la República imperialista no lucharemos.

"Yo le respondí a Juan Gallo que estaba dispuesto a creerle, y con mayor motivo al saber que me había equivocado y que mi error era manifiesto, pues Juan Gallo, Juan Cordero, Juan Aguilucho, Gil Mico y todos los turbulentos habían demostrado suficientemente su amor a la paz, al abstenerse de ir a la China, para cuya campaña eran invitados en hermosos carteles blancos.

"—Entonces comprendí —les dije— toda la gentileza de sus sentimientos militares y la energía de su amor a la patria. No saben ustedes apartarse de su tierra. Le ruego, señor Gallo, que me dispense. Me regocija mucho verle tan pacífico.

"Juan Gallo me miró con aquel ojo que hace temblar al mundo.

"—Soy pacífico, señor Bergeret; pero gracias a Dios no lo soy tanto como usted. La paz que yo deseo no es la que usted ansía. Usted se contenta humildemente con la paz que nos imponen, y nosotros, tenemos un alma demasiado altiva para soportarla sin impaciencia. Esta paz silenciosa y blanda, que a usted le satisface, ofende cruelmente la dignidad de nuestros corazones. Cuando seamos los dueños reinará otra paz; habrá una paz horrísona, ecuestre, sonora; estableceremos una paz implacable y feroz, una paz amenazadora, terrible, deslumbrante y digna de nosotros, rugiente, refulgente, que lance rayos; una paz temible como la más temible de lis guerras, que aterrará, helará de espanto a todo el Universo y hará perecer a todos los ingleses, por inhibición. He aquí, señor Bergeret, de qué manera seremos pacíficos. Dentro de dos o tres meses verá usted estallar nuestra paz en todo el mundo.

"Después de aquel discurso me vi obligado a reconocer que los turbulentos eran pacíficos y que se confirmaba la verdad del oráculo escrito por la sibila de Panzoust sobre una hoja de sicomoro antiguo:


Tú que te engríes con viento,

minúsculo turbulento,

si quieres la paz completa

no nos hagas la...