El sacerdocio desde su orígen

El sacerdocio desde su orígen (4 mar 1871)
de Teobaldo Nieva
Nota: «El sacerdocio desde su orígen» (4 de marzo de 1871) La Humanidad año II, nº 10: pp. 74-76.
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EL SACERDOCIO DESDE SU ORÍGEN.
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 Para tener un exacto conocimiento del valor real del sacerdocio y de los servicios que ha prestado, ó puede aun prestar á la humanidad, debemos estudiarla en las distintas fases que ha presentado sucesivamente en el tiempo, desde su origen hasta nuestros días. Ciertos rasgos que le caracterizan esencialmente, han podido permanecer dudosos, ya por las trasformaciones que ha sufrido, ya por las ilusiones á que se han abandonado sus ciegos admiradores ; siguiendo paso á paso las distintas séries de su denigrante historia, será menos espuesto perderlos de vista, y no habrá dificultad en reconocer, que el sacerdocio es y ha sido siempre el mismo desde su funesta aparición entre los hombres.
       I.
 Para examinar en nuestros días al sacerdocio, en su forma primitiva, seria necesario recorrer las colonias que se encuentran en el primer desarrollo del sentimiento religioso, tales como las de los negros de Africa, las nombradas Pieles Rojas de América y las de los insulares de la Oceanía. Podríamos encontrar numerosas muestras entre las razas amarillas del Nordeste de Asia, y aun, buscando bien, en medio de los pueblos mas civilizados de la raza blanca ; pero para evitar inútiles controversias, nos limitaremos á los datos que están en completa armonía con los pueblos de que son originarios.
 En el seno de las naciones mas ó menos salvajes que acabamos de designar , encontramos cierto número de hombres que viven de consagrar amuletos ó de darles virtud para preservar de enfermedades, picaduras de serpientes, de heridas en la guerra, de las garras de las fieras, y en una palabra, de toda clase de desgracias. Estos mismos hombres hacen después conjuros contra los males sobrevenidos, á pesar de los preservativos que habían suministrado ; para que caigan maleficios á enemigos contra quienes se desea tomar venganza ; para detener las tempestades, hacer cesar la sequedad y otros desastres. En fin, tienen la pretensión de adivinar el porvenir y descubrir las cosas mas ocultas, que aplican sobre todo á los objetos robados. Para obtener estos resultados se valen de palabras misteriosas que hacen ver dirigen á manitus ó a los fetiches; de contorsiones estrañas á las que atribuyen sobrenatural eficacia, y de ofrendas mas ó menos preciosas, y hasta de inmolaciones que declaran necesarias para atraer los favores de las ocultas potestades, y apaciguar sus formidables iras. ¿Sobre qué se fundan estos embaucadores para obtener la confianza de las gentes? Evidentemente apoyan sus embustes sobre las comunicaciones directas ó indirectas que se atribuyen con los seres misteriosos. Es probable que el conocimiento de ciertos fenómenos físicos, debido á la tradición ó á sus propias observaciones, les permita ejecutar algunas maravillas que les den prestigio á los ojos de sus clientes; pero si á pesar de todas las habilidades que ponen en práctica, no responde el éxito á sus promesas, nunca les faltan subterfugios con que poder salir del mal paso. No hay necesidad de añadir, que no trabajan únicamente por amor á la humanidad; en general tasan sus servicios á precio tanto mas elevado , cuanto que nadie se juzga capaz de hacerles la concurrencia.
 Este es, justamente, el carácter distintivo de los sacerdotes en los pueblos en que la superstición es , por decirlo así, instintiva, sin que haya entrado en nada aun la reflexión ni el estudio. Los viajeros acostumbran designarlos con las denominaciones de juglares, adivinos, magos ó hechiceros, porque tienen mas punto de contacto con los farsantes que entre nosotros llevan estos títulos, que con esos orgullosos y no menos ridículos personajes que alimentan la irrisible pretensión de ser para nosotros—(...!)—lo que los pastores para los rebaños; pero en el fondo no es difícil reconocer la paridad de profesión de unos y otros. En efecto , los sacerdotes , lo mismo que aquellos embusteros , se dan el título de mediadores entre el común de los hombres y el fantasma divino. El ministerio que ejercen para obtener sus favores , todo se reduce á ciertas operaciones llamadas sacrificios ó misas, y sacramentos , es decir, operaciones sagradas, á las que vanamente suponen virtuales para producir efectos sobrenaturales.
       II.
 Entre los pueblos greco-romanos, al punto que la historia nos descubre sus hechos y costumbres, volvemos á encontrar estos mismos hombres, pero bajo un dictado ya, que denota veneración, y que les fué sin duda dado por indígenas contemporáneos, y de ningún modo por estranjeros dotados de luces superiores. Llámeseles iéreis ó sacerdotes, es decir, hombres de las cosas sagradas.
 Las funciones que correspondían á este título eran á poca diferencia las mismas que entre los salvajes, solamente que fueron modificadas en la forma, como era consiguiente á pueblos mas cultos. Por ejemplo, las sencillas operaciones de un hombre solo se cambiaron después en ceremonias pomposas, en las que tomaban parte multitudes enteras ; la ofrenda de objetos alimenticios, fué reemplazada por sacrificios de pájaros, ovejas y toros, y hasta por espléndidas hecatombes ; en vez de cumplir los ritos religiosos en cualquier lugar, se consagraron á este objeto magníficos recintos, y se levantaron grandiosos templos ; én fin, los sacerdotes, queriendo evitar ponerse en evidencia, si contestaban directamente á las preguntas que les eran dirigidas, acerca del porvenir y de las cosas ocultas, instituyeron una ciencia completa de adivinación, y principalmente oráculos por medio de los cuales podían satisfacer la piadosa curiosidad de los creyentes, sin incurrir en responsabilidad alguna. Sin embargo, á las primitivas funciones del sacerdocio , hicieron una adición que merece señalarse, por la preponderante importancia que habia de tomar con el tiempo : mientras que sus cofrades de la primera hora habían descuidado completamente la moral, estos obreros del segundo momento comenzaron á ocuparse de ella. Desde luego que la moral que ellos enseñaban no era la moral que se deduce de las leyes de la naturaleza ; pero es positivo que instituyeron espiaciones para los grandes crímenes, tales como el asesinato. No dejamos de reconocer que en aquella época de barbarie, podian imponer algun freno á las pasiones violentas, haciendo creer en los castigos sobrenaturales ; pero la observación ha probado que sus ficciones, que estaban dentro de aquella serie de instituciones , contrarias á la justicia, sirviéndolas de fundamento, eran de una eficacia muy pasajera, y que en definitiva, los filósofos supieron depurar mejor las costumbres del género humano.
 Hemos supuesto que los sacerdotes salvajes poseían ciertos conocimientos por medio de los cuales podian ejercer algun prestigio entre sus clientes. Esta suposicion se evidencia por lo que respecta á los sacerdotes greco-romanos. En efecto, merced á las observaciones que habían recogido, y que se transmitían de padres á hijos, llegaron á adquirir cierta superioridad científica de que sacar partido cuando llegaba la ocasión. De este modo, entre los griegos, la agrupación ( casta ) sacerdotal poseía los secretos de las artes mas importantes que encerraba en fórmulas simbólicas para velarlos al vulgo. Así los sacerdotes etrarcos parecen ser los que descubrieron los medios de atraer el rayo y disponer de él á su voluntad. Y así también los gefes de los sacerdotes romanos llevaban el nombre de pontífices , es decir , constructores de puentes, lo que indica que estaban encargados para dirigir las construcciones mas importantes, y por consiguiente , que poseían la ciencia del ingeniero en cierto grado. Este saber positivo, que se atribuía á sus relaciones íntimas con la divinidad, y que por consiguiente se le daba mayores proporciones, les hacia disfrutar de una inmensa autoridad sobre los pueblos entre quienes vivían. Para formarse una idea de esta preponderancia que con su astucia, mas bien que con su saber, supieron formarse, basta recordar el sacrificio que de una hija querida impuso á Agamenón el sacerdote Calchas, al momento de partir los griegos para el sitio de Troya, á fin de tener propicios á los dioses. Esta preeminencia, fomentada ya desde los primeros tiempos, por la gnorancia de los pueblos, habría llegado á conducir al sacerdocio á un poder político formidable , si hubieran reunido sus fuerzas en una organización sabia. Pero afortunadamente para la civilización, ó no tuvieron esta idea,—realizada después por el catolicismo, con el establecimiento de las órdenes monásticas,—ó el medio social en que se encontraban no les permitió realizarla.
       III.
 Diferente fué entre los indios, los egipcios y los galos, donde el sacerdocio llegó á erigirse en verdadero dominio. Los sacerdotes de estos países, comprendiendo todo el poder de la asociación no se contentaron con reunir sus fuerzas en familias ni en grupos, como lo hubiesen hecho sus cofrades, menos avisados ó mas contrariados en sus empresas: resolvieron pues, solidarizar todos los individuos, familias y grupos dedicados al culto, en una asociación de forma particular, á la que se le dió el nombre de casta.
 La casta sacerdotal se componía de muchas órdenes ó gerarquias, en razón de las diversas funciones que debía llenar. El principal comprendía aquellos individuos que eran los depositarios de la ciencia, tesoro que estaban encargados de conservar, aumentar y aplicar á las necesidades de la nación. Nunca se ha podido determinar con exactitud la estension de los conocimientos adquiridos por estas castas famosas, porque siempre fueron en estremo celosos de sus secretos, que era lo que habia de constituir su privilegio ; pero los monumentos que dejaron nos demuestran que fué mucho mayor de lo que á primera vista parece.
 Se comprende que el principal objeto de sus esludios y meditaciones fueron las cuestiones religiosas. En efecto, toda su particular atención la cifraron en investigar y tratar de comprender qué podrían ser esas potestades ocultas que ejercen su poder en todo el universo, de qué modo han llegado á darle la organización que ante su absorta vista se presentaba, y cuáles eran los destinos que les tenían preparados en la sucesión de los siglos. Para satisfacer á todas estas preguntas, crearon un sistema muy brillante, profundísimo y que indicaba por su parte una fuerza de concepción verdaderamente maravillosa ; pero como que no se componía sino de puras hipótesis, y no tenia aplicación ninguna útil en la práctica, no llegó á otro resultado que á condensar mas la atmósfera de superstición en que la pobre humanidad estaba ya sumerjida.
 Además de esta metafísica en embrion, estudiaban particularmente la moral, que hicieron una parte esencial de la religión. En este punto avanzaron mucho mas que los sacerdotes que pertenecieron al segundo grado del desarrollo sacerdotal. Pero por mas que no se limitaron á herir con el sello de reprobacion aquellos actos mas capaces de subvertir el orden de la sociedad humana , y que se fijara su atencíon hasta en los detalles mas minuciosos de la vida ; ¿cómo habian de determinar con exactitud las acciones que eran buenas, ni las que debían ser reputadas malas , en un órden social que no entrañaba la Justicia ni el Derecho? ¿Acaso se puede concebir ninguna idea de moral, aceptando una organizacion social que se apoya en la violencia ó en la astucia, sancionadas por la desigualdad y la esclavitud? Así es que en la mayor parte de todas sus afirmaciones sobre la conciencia , y la bondad ó maldad de las acciones humanas, no tuvieron otro criterio que el interés y el absurdo. En este concepto la violación de todas las prescripciones, que concernían al culto de los dioses, fueron clasificadas en la categoría de acciones criminales. Una moral que de tal modo desconocía el principio inviolable de la libertad de la conciencia, no podía conducir aquellas generaciones al progresivo desarrollo de su ser, fin principal de la moral. Naturalmente que aquellas nociones basadas in absurdum, no podian tener otra sanción que el absurdo. La idea de una vida de ultratumba destinada á castigos y recompensas, fué probablemente imaginada por aquellos pretendidos corifeos de los destinos humanos. La forma que dieron á esta concepción, que merece fijar la atención de la posteridad, es la que se conoce generalmente con el nombre de metempsycosis. Nada sabemos si al principio esta idea adquirió prosélitos con facilidad ; pero lo que sí estamos seguros es, que una vez acogida, llenó á aquellos pueblos de terrores tan grandes y continuos, que no pensaban mas que en precaverse de las desgracias de la vida futura ; y como por una parte la debilidad humana, y por otra las circunstancias en que aquellas estaban constituidas, no les permitía librarse de incurrir en faltas, se veian precisados á recurrir á las espiaciones. Esta moral así inculcada y sostenida, no podía ser mas ventajosa para la autoridad y la bolsa de los sacerdotes ; pero no tenia nada de eminente para el perfeccionamiento de las costumbres. Para convencernos de ello no hay mas que ver el estado de abyeccion en que han caido las naciones que á tal disciplina, desconocedora de las leyes de la naturaleza, se sometieron.
 A pesar del enorme poder que la posesion de todas las ciencias, y la enseñanza de la moral en particular, daban a los miembros de la casta sacerdotal, no dejaban de cultivar por eso las supersticiones que habían recibido de épocas menos avanzadas. ¡La moral y la superstición, formidable espada de dos filos que ha blandido en todos tiempos el sacerdocio para dividir á los hombres y asegurar así su reinado! Así es que los sacerdotes de aquella edad hicieron creer, cual sus antepasados, en la eficacia de las oraciones, de los sacrificios y de todas las ceremonias sagradas: estas costumbres que tanto estiman los pueblos ignorantes, no tan solo contribuyeron á aumentar su influencia, sino que les procuraron además pingües rentas y beneficios. En ninguna florecieron tanto los oráculos ; los sacerdotes aplicábanlos á todo, lo mismo á la dirección de los negocios públicos que á la satisfacción de los intereses privados. Lo que no fué mas que un hecho aislado en países menos cultos, se transformó entonces en institución fundamental : jamás obraban los sacerdotes en su propio nombre ; todo lo que hacían, cuanto enseñaban, era prescrito y dictado por la divinidad. Este y no otro fué el origen del principio de revelacion, que ha sido el fundamento de las religiones posteriores, y el mas terrible obstáculo que el progreso ha podido encontrar en su camino.
 Si considerásemos con que arte , los sacerdotes organizados en casta supieron combinar sus medios de influencia , no nos admiráran los resultados que hayan podido obtener. La casta sacerdotal , no solo llegó en los tres paises en que se estableció , á someter como esclavos á la mayor parte de la población , sino que también supieron reducir al estado de instrumentos dóciles , á aquellos mismos de quienes tenían necesidad para mantener á los otros en la servidumbre: estos fueron los reyes, la grandeza y la casta militar, es decir, la aristocracia. Así llegaron á ser pronto los señores absolutos de la nación entera : ellos eran la cabeza , y los demás no pensaban sino por ellos. Este estado de cosas que se designó con el nombre de teocracia, creen algunos que fue necesario al progreso humano , fundados en que la plebe que tenia que dedicarse al trabajo , y la clase que debía someterla para que cumpliera este deber , no podían en manera alguna , ser cabeza que medita , allí dónde unos , para el sostenimiento del cuerpo social , tenían que cumplir las funciones de brazos que ejecutaren y otros de sustentáculo para soportar su peso. Pero si prescindimos de estas abstracciones para examinar los efectos reales producidos por esa institución que la ignorancia del pueblo hizo fatalmente necesaria , deduciremos conclusiones contrarias. Es incontestable que si una casta asume en sí el pensamiento de todo un pueblo , se llegará á producciones intelectuales de cierta elevación , aunque bastardeadas por el egoismo del privilegio; pero este resultado no se obtiene , sino por el embrutecimiento de las otras castas ; por manera que , si por cualquier evento , la casta pensadora descuidára el desarrollo del pensamiento , el resto de la nación quedaría en la impotencia mas desastrosa. A primera vista se comprende que si en el vasto campo destinado para el cultivo de las inteligencias, se siembra con restriccion , y sobre todo artificialmente , la produccion será muy limitada ; y como que su fertilidad depende ademas de los esfuerzos de la concurrencia , esos mismos productos , ya por su naturaleza , exiguos y debilitados , no tendrán sustancia ni valor positivo. En efecto, el principio mismo que preside á la organización de la casta sacerdotal es una causa más de esterilidad para la fecundidad intelectual. Esa funesta organizacion , tiende á tener á su cabeza un gefe que hable en nombre de Dios , y al que todos los miembros inferiores deben obedecer sin replicar ; las órdenes de este oráculo supremo , son reglas que cada cual tiene el deber de observar escrupulosamente sin modificación alguna ; toda la inspiracion , todo movimiento espontáneo , debe subordinarse á su espíritu , y como un espíritu solo,—valiéndonos de esta metáfora—no puede dar animación á tantos cuerpos distintos por mas que quieran formar uno solo , se sigue de aqui que todos caen pronto en el marasmo , en el embotamiento de sus facultades , en una paralisis mortal.
 Examinado ya el sacerdocio en las tres fases del desenvolvimiento que constituye su origen , bien habremos podido deducir que si ha prestado algunos servicios á la Humanidad , esta se los ha pagado bien caros. ¡Pobre Humanidad, que ha trabajado y trabaja sin cesar, sacrificándose por sostener en la vagancia esa casta improductiva sacerdotal , á mas de otras, agradeciendo como servicios lo que no es otra cosa que el aniquilamiento de su viril energía , la atrofia de su vida material , el obstáculo de su libre y propio desarrollo y el oscurantismo de su razon...
 Resta pues que sigamos haciendo anatomía de ese terrible monstruo de cien mil cabezas denominado SACERDOCIO en las diversas transformaciones por que ha pasado todavia, á fin de edificarnos en la suma de reconocimiento de que le somos deudores.

        T. Nieva.
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