El sabueso de los Baskerville (Costa Álvarez tr.)/VIII

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

VIII

PRIMER INFORME DEL DOCTOR WATSON

Desde este punto en adelante voy á seguir el hilo de los sucesos transcribiendo mis cartas á Sherlock Holmes, que tengo por delante, encima de la mesa. Una de las carillas se ha perdido; pero, por lo demás, las copio tal como las escribí entonces, y ellas revelarán mis impresiones y mis sospechas del momento, más fielmente de lo que po• 2 · 117 dría hacerlo, quizá, mi memoria, vívida como se conserva, sin embargo, en todo cuanto se refiere á estos trágicos acontecimientos.

Baskerville Hall, octubre 13.

Mi querido Holmes:

Mis cartas y telegramas anteriores han de haberlo puesto á usted bien al corriente de todo lo que ha podido ocurrir en este rincón del mundo, dejado de la mano de Dios. A medida que el tiempo pasa, tanto más profundamente va penetrando en uno el espíritu del páramo, su inmensidad y también su siniestro encanto. En cuanto uno pone los pies en él, todo indicio de la Inglaterra moderna desaparece; pero, en cambio, se ve por todas partes los hogares y la obra de la raza prehistórica.

Por todas partes surgen las casas de estos hombres ya olvidados, y sus túmulos y sus enormes monolitos que, según se supone, señalaban el recinto de sus templos. Al contemplar estas cabafias de piedra gris que se destacan sobre las escarpadas laderas, se olvida uno por completo de la época actual; y si, de pronto, se viera, agachándose para pasar por la puerta de alguna de ellas, un hombre peludo, vestido de cuero, ocupado en ajustar en la cuerda de su arco la flecha con punta de pedernal, se sentiría la impresión de que la presencia de él aquí era más natural que la propia.

Lo curioso es que esta gente haya vivido tan apiñada en lo que siempre debe haber sido una región absolutamente estéril. No soy perito en estas cosas, pero me imagino que ésta ha de haber sido alguna raza pacífica y acosada, que tuvo que busING — 118 19/12/2015 car refugio en un terreno que nadie llegaría á dis putarle. Pero todo esto es ajeno á la misión cor que usted me ha enviado aquí, y ha de tener quizá muy poco interés para su espíritu estrictamente práctico. No me he olvidado todavía de la completa indiferencia que tenía para usted lo de que el Sol girara alrededor de la Tierra, ó la Tierra alrededor del Sol. Paso, pues, á tratar lo que se refiere á sir Enrique Baskerville.

Si no ha recibido usted ningún informe en estos últimos días es porque, hasta hoy, no he tenido nada importante que comunicarle. Pero acaba de producirse un hecho extraordinario, que le referiré en el momento oportuno. Ahora, ante todo, voy á ponerlo al cabo del estado actual de cosas respecto á los principales factores de la situación.

Uno de éstos, del cual le he escrito poco hasta ahora, es el presidiario prófugo, refugiado en el páramo. Hay serias razones para pensar que al fin ha conseguido ponerse en salvo. He aquí dichas razones han transcurrido quince días desde su fuga, y en todo este tiempo no ha sido visto ni oído; es completamente inconcebible que el hombre pueda haberse sostenido en el páramo tantos días: no porque no hubiera facilidades para ocultarse, puesto que cualquiera de las cabañas de piedra podría haberle servido de escondrijo, sino porque no hubiera tenido qué comer, á menos que atrapase y sacrificase alguna de las ovejas del páramo, hecho que no se ha producido. Se cree, por consiguiente, que se ha marchado, y los aislados moradores del páramo duermen mejor pensando en esto.

Aquí en el Hall somos cuatro hombres robustos, de modo que estamos bien resguardados; pero confieso que he pasado malos momentos pensando en los Stapleton. Estos viven muy lejos de toda ayuda. Son, en resumen, una doncella, un viejo criado, la hermana y el hermano, y este último no muy fuerte. Estarían, por lo tanto, completamente indefensos ante un hombre desesperado como el criminal de Notting Hill, si éste llegara á introducirse en la casa. Tanto á sir Enrique como á mí nos inquietaba la situación de ellos, y entonces se propuso que Perkins, el cochero, fuera á dormir allá; pero Stapleton no quiso saber nada de esto.

Es el caso que nuestro amigo el baronet empieza á demostrar gran interés por nuestra hermosa vecina. No hay que asombrarse de ello, porque en este lugar solitario el tiempo se hace pesado para un hombre activo como él, y, por otra parte, la joven es muy hermosa y muy fascinadora. Hay en ella algo tropical y exótico que contrasta singularmente con la frialdad é impasibilidad de su hermano. Aunque lo cierto es que Stapleton hace pensar que tal vez sea un hombre de pasiones concentradas. Es indudable que ejerce notable influencia sobre su hermana, porque he observado que ella lo consulta continuamente con la mirada cuando conversa, como pidiéndole que apruebe sus palabras.

Creo que el hombre ha de ser bueno con ella, aunque sus ojos tienen el brillo áspero y sus labios delgados la expresión firme que denuncian el carácter imperioso y á veces rudo. Probablemente usted lo consideraría interesante como tipo de estudio.

Stapleton vino á visitar á sir Enrique aquella tarde, como le he comunicado ya á usted, y á la mañana siguiente nos llevó á mostrarnos el sitio á que hace referencia, según se supone, la leyenda del perverso Hugo. Fué una excursión de varias 19/12/2015 millas á través del páramo, hasta un paraje tan tétrico que bien podría haber sugerido esa leyenda.

Nos encontramos en una garganta angosta entre erizados picachos, que llevaba á un espacio descubierto, alfombrado de verde césped y salpicado de blanco por matas de hierba cana. En el centro de él se elevaban dos altas piedras cónicas, desgastadas y afiladas en la punta, á tal extremo, que parecían los colmillos roídos y gigantescos de algún monstruo. El sitio se ajustaba en todos sus detalles al escenario de la tradicional tragedia. Sir Enrique demostró mucho interés en el asunto, y preguntó á Stapleton más de una vez si creía realmente en la posibilidad de una intervención sobrenatural en las cosas de los hombres. El baronet hablaba en tono indiferente, pero era fácil ver que hacía muy seriamente la pregunta. Stapleton fué cauto en sus respuestas, aunque era evidente que si no quería expresar con franqueza su opinión era para no herir los sentimientos de nuestro amigo. Nos contó casos análogos, á propóito de familias que habían vivido bajo una influencia malévola, y nos dejó con la impresión de que él también participaba de la opinión del vulgo respecto á la leyenda de los Baskerville.

P A la vuelta fuimos á tomar el lunch en Merripit House, y entonces fué cuando sir Enrique tuvo ocasión de conocer á la señorita Stapleton. Desde el primer momento nuestro amigo pareció sentirse fuertemente atraído por ella, y mucho me engaño ó este sentimiento fué mutuo. El baronet se acordó de la joven repetidas veces mientras volvíamos á casa, y desde entonces casi no ha pasado día sin que hayamos visto al hermano ó á la hermana. Ambos vendrán á comer aquí esta noche, y 19/12/2015 se ha hablado de que nosotros les retribuiremos la visita la semana próxima.

13 Cualquiera se habría imaginado que la perspectiva de esta alianza sería muy bien recibida por Stapleton; pero lo cierto es que más de una vez he sorprendido en sus ojos miradas de decidida desaprobación cuando sir Enrique tenía atenciones especiales para su hermana. Es indudable que el hombre está muy ligado á su hermana y que si ésta le faltara haría una vida absolutamente solitaria; pero sería el colmo del egoísmo que se opusiera á que ella hiciese un casamiento tan brillante. A pesar de todo, Stapleton no desea que la familiaridad actual entre ambos vaya á convertirse en amor; de esto estoy seguro, porque he notado varias veces que el hombre se ha echado encima la tarea de evitar que se vean á solas. Dicho sea de paso, las instrucciones que usted me dió, respecto a que no permita nunca que sir Enrique salga solo, van á hacérseme en extremo pesadas si llega á agregarse una empresa amorosa á nuestras dificultades. La simpatía que inspiro ahora se vería pronto afectada si tuviera que cumplir las órdenes de usted al pie de la letra.

El otro día, el jueves, para ser más preciso, el doctor Mortimer vino á tomar el lunch con nosotros. Había estado haciendo excavaciones en un túmulo del Médano Largo, y había dado con una calavera prehistórica, que lo había llenado de inmenso júbilo. ¡Nunca he visto un entusiasta más ingenuo que Mortimer!... Más tarde llegaron los Stapleton, y el buen doctor nos llevó á todos á la alameda de los Tejos, para hacernos ver en el terreno cómo habían pasado las cosas aquella noche fatal. La alameda de los Tejos, es una larga y 19/12/2015 se tétrica calle entre dos altas tapias de cerca recortada, con una estrecha faja de césped á cada lado.

En el extremo de ella hay una vieja glorieta que amenaza ruina. A mitad del camino está el portillo que da al páramo. Este portillo está cerrado por una barrera de madera blanca, con su aldaba y su candado. Del otro lado de él extiende el vasto páramo. Recordé la teoría de usted, y traté de representarme lo que había ocurrido. Estando allí, en el portillo, el anciano vió algo que se acercaba cruzando el páramo, algo que lo aterrorizó al extremo de hacerle perder la cabeza, y entonces echó á correr y á correr, hasta que cayó muerto, pura y simplemente de horror y extenuación. Allí estaba el largo y sombrío túnel por donde había huído. ¿De qué? ¿De un perro ovejero del páramo? O de un sabueso fantasma, negro, silencioso y monstruoso? ¿Había habido intervención humana en la muerte de sir Carlos? ¿Sabía el pálido y cauteloso Barrymore más de lo que había declarado?... Todo está confuso y vago, pero, en el fondo, se destaca siempre la negra sombra del 19/12/2015 crimen.

He conocido á otro vecino más desde que escribí á usted la última vez; el señor Frankland, que vive en el Lafter Hall, á unas cuatro millas al sur de Baskerville Hall. Es un hombre entrado en años, de cara colorada, cabellos blancos é índole irascible. Su pasión es la ley británica, y ha despilfarrado una gran fortuna en pleitos. Pleitea por el mero gusto de pleitear, y tan dispuesto está á encarar una cuestión por un lado como por el radicalmente contrario; de modo que no es extraño que la diversión le haya resultado costosa. Unas veces, consigue hacer anular la concesión de un 19/12/2015 camino, y desafía á la comisión municipal á que lo haga abrir; otras, destroza con sus propias manos la cerca de algún vecino, declarando que desde tiempo inmemorial ha existido allí un paso, y provoca al propietario á que lo demande por violación de la propiedad. Es un erudito en antiguo derecho señorial y comunal, y tan pronto aplica sus conocimientos en favor de los aldeanos de Fernworthy, como contra ellos; de modo que periódicamente es llevado en triunfo por la calle única de la aldea, ó quemado en efigie en la plaza, según sea su última hazaña. Se dice que tiene actualmente entre manos unos siete procesos judiciales, que se tragarán probablemente el resto de su fortuna, lo que le hará perder el aguijón, dejándolo inofensivo para siempre.

Fuera de esto, parece ser una persona afable y de buen carácter; si lo cito aquí es sólo porque usted me pidió especialmente que le describiera uno por uno á todos nuestros vecinosseñor Frankland está entregado en estos momentos á una curiosa tarea: se pasa el día entero en la azotea de su casa, barriendo el páramo con un excelente anteojo que posee, como aficionado que es á la astronomía, y de este modo espera llēgar á entrever al presidiario prófugo. Si aplicara sus energías á cosas de este género, todo estaría muy bien; pero parece que ahora se propone demandar al doctor Mortimer por haber abierto éste en Médano Largo una tumba, la de un hombre de la edad de piedra, y por haber exhumado una parte de los restos, la calavera, sin el consentimiento de los parientes del muerto. El hombre nos ayuda, en resumen, á evitar que la vida se nos haga aquí monótona, y representa un pequeño detalle cómico en un escenario que bien poco lo necesita, por cierto.

Y ahora que ya está usted al día respecto al presidiario prófugo, á los Stapleton, al doctor Mortimer y al señor Frankland, voy á terminar por lo más importante, por todo cuanto se relaciona con los Barrymore y que comprende, especialmente, el extraordinario descubrimiento que hice anoche.

PRES

Ante todo le hablaré del telegrama que envió usted de Londres para asegurarse de que Barrymore estaba aquí realmente. Ya le he explicado cómo resultó de mis averiguaciones que el ardid había fracasado, dejándonos sin prueba ni de una cosa, ni de la otra. Le conté esto á sir Enrique, y el baronet, procediendo resueltamente como siempre, llamó en seguida á Barrymore y le preguntó si había recibido él mismo el telegrama. Barrymore dijo que sí.

—Se lo entregó el mensajero en propias manos?

—le preguntó sir Enrique.

Barrymore pareció sorprenderse, y meditó un momento.

No, señor—dijo.—Yo estaba entonces en el desván, y mi mujer me lo llevó arriba.

—Lo contestó usted mismo?

—No, señor. Le di la contestación á mi mujer, y ella bajó y la escribió.

A la tarde, Barrymore volvió á tocar el punto espontáneamente.

—No he podido comprender, sir Enrique, el objeto de sus preguntas de esta mañana—dijo.—¿ He hecho algo como para perder su confianza, señor?

Sir Enrique le aseguró que no había tal cosa; y, para acabar de tranquilizarlo, le regaló una parte considerable de su guardarropa, pues ya le han 19/12/2015 llegado los nuevos trajes que encargó á Londres.

La mujer del mayordomo tiene para mí un interés especialísimo. Es una señora gruesa, robusta, concentrada, en alto grado respetable, y muy inclinada al puritanismo. Difícilmente podría concebir usted una mujer menos capaz de conmoverse ; sin embargo, como ya le he contado; la noche de nuestra llegada la of sollozar amargamente, y, desde entonces, más de una vez he notado huellas de lágrimas en su rostro. Alguna honda pena debe estar royendo continuamente su corazón. A veces supongo que sean remordimientos; otras veces pienso que Barrymore puede ser un tirano doméstico.

La aventura de anoche ha justificado mis sospechas, nacidas desde el primer momento, de que hay algo singular y cuestionable en el carácter de este hombre.

El hecho á que me refiero, sin embargo, puede parecer en sí mismo de poca importancia. Como usted sabe, mi sueño no es muy pesado; y, desde que estoy en el Hall, se ha hecho más ligero todavía. Anoche, como á las dos de la mañana, me despertó el rumor de u unos pasos sigilosos en el corredor delante de mi pieza. Me levanté en seguida, abrí la puerta y miré afuera. Una larga sombra negra se deslizaba sobre el piso de madera. Provenía de un hombre que atravesabá, silenciosamente el corredor, con una vela en la mano.

Iba en mangas de camisa y descalzo. Sólo pude verle la silueta, pero por la estatura reconocí á Barrymore. Andaba con lentitud y cautela, y había en su porte un no sé qué culpable y furtivo.

El corredor (creo habérselo dicho ya en otra ocasión), está interrumpido por la galería que rodea 19/12/2015 el vestíbulo; pero continúa del otro lado de éste.

Esperó que Barrymore llegara á la otra parte, y entonces le seguí. Cuando di la vuelta á la galería, el hombre no estaba ya en el corredor, y por el resplandor que salía por una puerta abierta pude ver que había entrado en una de las habitaciones.

Recordé que todas las piezas de esta parte del edificio están enteramente desocupadas, y el objeto de aquella expedición se hizo para mí más misterioso que nunca: la luz brillaba con fijeza, como si estuviera inmóvil. Me deslicé por el corredor lo más silenciosamente que pude; y, arrimando la cabeza al costado de la puerta, miré adentro de la pieza.

Barrymore estaba agachado delante de la ventana, sosteniendo la luz contra el vidrio, y daba al perfil á la puerta. Pude ver su rostro rígido por ansiosa expectativa; parecía estar sondeando las tinieblas del páramo. Durante unos minutos se mantuvo así, observando atentamente, y de pronto, hizo oir un sordo gruñido, y con gesto contrariado apagó la luz. Inmediatamente emprendí la retirada, y & poco de estar en mi cuarto sentí otra vez sus pasos furtivos en dirección al fondo de la casa. Mucho después, cuando empezaba ya á dormirme, of chirriar una llave en alguna cerradura, pero no pude precisar en qué parte del edificio.

Me considero incapaz de conjeturar, querido Holmes, qué significa esta extraña conducta del mayordomo; pero lo que puedo decir es que en esta casa está en trámite, indudablemente, algún asunto misterioso que, tarde o temprano, hemos de poner en claro. Esta mañana, hemos conversado largamente al respecto con hecho nuestro plan de campaña, que empezará á Enrique, y hemos desarrollarse cuando se repita la escena; lo que eš probable, porque, según me dice el baronet, parece que no es ésta la primera vez que alguien cruza sigilosamente el corredor á deshoras de la noche. Deseoso de informarlo á usted cuanto antes de esta novedad, no he querido demorar ni un momento más el envío de esta carta; aunque muy pronto, tal vez, habremos puesto en claro este misterio.