El ruego encarecido
Deja ya la cabaña, mi pastora; déjala, mi regalo y gloria mía; ven, que ya en el oriente raya el día, y el sol las cumbres de los montes dora. Ven, y al humilde pecho que te adora, torna con tu presencia la alegría. ¡Ay!, que tardas, y el alma desconfía; ¡ay!, ven, y alivia mi pesar, señora. Tejida una guirnalda de mil flores y una fragante delicada rosa te tengo, Filis, ya para en llegando. Darételas cantando mil amores, darételas, mi bien; y tú amorosa un beso me darás sabroso y blando.