El retrato (Mesonero Romanos)

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

EL RETRATO.


"Quien no me creyere que tal sea de él,
al menos me deben la tinta y papel."



Por los años de 1789 visitaba yo en Madrid una casa en la calle ancha de San Bernardo; el dueño de ella, hombre opulento y que ejercia un gran destino, tenia una esposa joven, linda, amable y petimetra; con estos elementos, con coche y buena mesa, puede considerarse que no les faltarian muchos apasionados. Con efecto, era asi, y su tertulia se citaba como una de las mas bri- llantes de la corte. Yo, que entonces era un pisaverde (como si dijéramos un lechuguino del dia), me encontraba muy bien en esta agradable sociedad; hacía á veces la partida de mediator á la madre de la señora, decidia sobre el peinado y vestido de esta, acompañaba al paseo al esposo, disponia las meriendas y partidas de campo, y no una vez sola llegué á animar la tertulia con unas picantes seguidillas à la guitarra, ó bailando un bolero que no habia mas que ver. Si hubiese sido ahora, hubiera hablado alto, bailado de mala gana, ó sentándome en el sofá, tararearia un ária italiana, cogeria el abanico de las señoras, haria gestos á las madres y gestos á las hijas, pasearia la sala con sombrero en mano y de bracero con otro camarada, y en fin, me daria tono á la usanza.... pero entonces.... entonces me lo daba con mi mediator y mi bolero.

Un dia, entre otros, me hallé al levantarme con una esquela, en que se me invitaba á no faltar aquella noche, y averiguado el caso, supe que era dia de doble funcion, por celebrarse en él la colocacion en la sala del retrato del amo de la casa. Hallé justo el motivo, acudi puntual, y me encontré al amigo colgado en efigie en el testero con su gran marco de relumbron. No hay que decir que hube de mirarle al trasluz, de frente y costado, cotejarle con el original, arquear las cejas, sonreirme despues, y encontrarle admirablemente parecido; y no era la verdad, porque no tenia de ello sino el uniforme y los vuelos de encaje. Repitióse esta escena con todos los que entraron, hasta que ya llena la sala de gentes, pudo servirse el refresco (costumbre harto saludable y descuidada en estos tiempos), y de allí á poco sonó el violin, y salieron á lucir las parejas, alternando toda la noche los minuets con sendos versos que algunos poetas de tocador improvisaron al retrato.

Algunos años despues volvi á Madrid, y pasé á la casa de mi antigua tertulia; pero ¡oh Dios! ¡quantum mutatus ab illo! ¡qué trastorno! el marido habia muerto hacia un año, y su jóven viuda se hallaba en aquella época del duelo en que si bien no es licito reirse francamente del difunto, tambien el llorarle puede chocar con las costumbres. Sin embargo, al verme, sea por afinidad, ó sea por cubrir el espediente, hubo que hacer algun puchero, y esto se renovó cuando notó la sensacion que en mí produjo la vista del retrato, que pendia aun sobre el sofá.—« Le mira usted?» (esclamó): «¡ay pobrecito mio!»—Y prorumpió en un fuerte sonido de nariz, pero tuvo la precaucion de quedarse con el pañuelo en el rostro, á guisa del que llora.

Desde luego un don No-sé-quien, que se hallaba sentado en el sofá con cierto aire de confianza, saltó y dijo: —«Está visto, doña Paquita, que hasta que usted no haga apartar ese retrato de aquí, no tendrá un instante tranquilo;»—y esto lo acompañó con una entrada de moral que habia yo leido aquella mañana en el Corresponsal del censor. Contestó la viuda, replicó el arguate, terciaron otros, aplaudimos todos, y por sentencia sin apelacion se dispuso que la menguada efigie seria trasladada á otra sala no tan cuotidiana; volví á la tarde, y la vi ya colocada en una pieza interior, entre dos mapas de América y Asia.

En estas y las otras, la viuda, que sin duda habia leido á Regnard y tendria presentes aquellos versos, que traducidos en nuestro romance español podrían decir

¿Mas de qué vale un retrato
Cuando hay amor verdadero?
¡Ah! solo un esposo vivo
Puede consolar del muerto[1],

hubo de tomar este partido, y à dos por tres me hallé una mañana sorprendido con la nueva de su feliz enlace con el don Tal, por mas señas. Las nubes desaparecieron, los semblantes se reanimaron, y volvieron á sonar en aquella sala los festivos instrumentos. ¡Cosas del mundo!

Poco despues la señora, que se sintió embarazada, hubo de embarazarse tambien de tener en casa al niño que habia quedado de mi amigo, por lo que se acordo en consejo de familia ponerle en el seminario de nobles; y no hubo mas, sino que á dos por tres hiciéronle su hatillo y dieron con él en la puerta de San Bernardino: dispúsosele su cuarto, y el retrato de su padre salió á ocupar el punto céntrico de él. La guerra vino despues á llamar al joven al campo del honor; corrió á alistarse en las banderas patrias, y vueltos á la casa paterna sus muebles, fue entre ellos el malparado retrato, à quien los colegiales, en ratos de buen humor habian roto las narices de un pelotazo.

Colocósele por entonces en el dormitorio de la niña, aunque notándose en él á poco tiempo cierta virtud chinchorrera, pasó á un corredor, donde le hacian alegre compañia dos jaulas de canarios y tres campanillas.h

La visita de reconocimiento de casas para los alojados franceses recorria las inmediatas; y en una junta estraordinaria, tenida entre toda la vecindad, se resolvió disponer las cosas de modo que no apareciera á la vista sino la mitad de la habitacion, con el objeto de quedar libres de alojados. Dicho y hecho; delante de una puerta que daba paso á varias habitaciones independientes, se dispuso un altar muy adornado, y con el fin de tapar una ventana que caia encima.... «¿qué pondremos? ¿qué no pondremos?»—El retrato.—Llega la visita, recorre las habitaciones, y sobre la mesa del altar, ya daba el secretario por libre la casa, cuando ¡oh desgracia...! un maldito gato que se habia quedado en las habitaciones ocultas, salta á la ventana, da un maido, y cae el retrato, no sin descalabro del secretario, que enfurecido tomó posesion, á nombre del Emperador, de aquella tierra incógnita, destinando á ella un coronel con cuatro asistentes.

Asendereado y mal trecho yacia el pobre retrato, maldecido de los de casa y escarnecido de los asistentes, que se entretenian, cuándo en ponerle bigotes, cuándo en plantarle anteojos, y cuándo en quitarle el marco para dar pábulo á la chimenea.

En 1815 volví yo á ver la familia, y estaba el retrato en tal estado en el recibimiento de la casa; el hijo habia muerto en la batalla de Talavera; la madre era tambien difunta, y su segundo esposo trataba de casar a su hija. Verificóse esto á poco tiempo, y en el reparto de muebles que se hizo en aquella sazon, tocó el retrato á una antigua ama de llaves, á quien ya por su edad fue preciso jubilar. Esta tal tenia un hijo que habia asistido seis meses à la academia de San Fernando, y se tenia por otro Rafael, con lo cual se propuso limpiar y restaurar el cuadro. Este muchacho, muerta su madre, sentó plaza, y no volví á saber mas de él.

Diez y seis años eran pasados cuando volví á Madrid, el último. No encontré ya mis amigos, mis antiguas costumbres, mis placeres; pero en cambio encontré mas elegancia, mas ciencia, mas buena fé, mas alegria, mas dinero y mas moral pública. No pude dejar de convenir en que estamos en el siglo de las luces. Pero como yo casi no veo ya, sigo aquella regla de que al ciego el candil le sobra; y asi, que abandonando los refinados establecimientos, los grandes almacenes, los famosos paseos, busqué en los rincones ocultos los restos de nuestra antigüedad, y por fortuna acerté á encontrar alguna botilleria en que beber à la luz de un candilon, algunos calesines en que ir á los toros, algunas buenas. tiendas en la calle de Postas, algunas cómodas escaleras en la Plaza, y sobre todo un teatro de la Cruz que no pasa dia por él. Finalmente, cuando me hallé en mi centro, fue cuando llegaron las ferias. No las hallé, es verdad, en la famosa plazuela de la Cebada, pero en las demas calles el espectáculo era el mismo. Aquella agradable variedad de sillas desvencijadas, tinajas sin suelo, linternas sin cristal, santos sin cabeza, libros sin portada; aquella perfecta igualdad en que yacen por los suelos las obras de Loke, Bertoldo, Fenelon, Valladares, Metastasio, Cervantes y Berlamino; aquella inteligencia admirable con que una pintura del de Orbaneja cubre un cuadro de Ribera ó Murillo; aquel surtido general, metódico y completo, de todo lo útil y necesario, no pudo menos de reproducir en mí las agradables ideas de mi juventud.

Abismado en ellas subia por la calle de San Dámaso á la de Embajadores, cuando á la puerta de una tienda, y entre varios retazos de paño de todos colores, crei divisar un retrato cuyo semblante no me era desconocido. Limpio mis anteojos, aparto los retales, tiro un velon y dos lavativas que yacian inmediatos, cojo el cuadro, miro de cerca.... «¡Oh Dios mio! esclamé: ¿y es aqui donde yo debia encontrar á mi amigo?»—Con efecto, era él, era el cuadro del baile, el cuadro del seminario, de los alojados, y del ama de llaves; la imágen, en fin, de mi difunto amigo. No pude contener mis lágrimas; pero tratando de disimularlas pregunté cuánto valia el cuadro. —«Lo que usted guste,»—contestó la vieja que me lo vendia; insté á que le pusiera precio, y por último me lo dió en dos pesetasinforméme entonces de dónde habia habido aquel cuadro, y me contestó que hacia años que un soldado se lo trajo á empeñar, prometiéndole volver en breve á rescatarlo, pues segun decia, pensaba hacer su fortuna con el tal retrato, reformándole la nariz, y poniéndole grandes patillas, con lo cual quedaba muy parecido á un personage á quien se lo iba á regalar; pero que habiendo pasado tanto tiempo sin parecer el soldado, no tenia escrúpulo en venderlo, tanto mas, cuanto que hacia seis años que salía á las ferias, y nadie se habia acercado á él; añadiéndome que ya le hubiera tirado, á no ser porque le solia servir, cuándo para tapar la tinaja, y cuándo para aventar el brasero.

Cargué al oir esto precipitadamente con mi cuadro, y no paré hasta dejarle en mi casa seguro de nuevas profanaciones y aventuras. Sin embargo, ¿quién me asegura que no las tendrá? Yo soy viejo, muy viejo, y muerto yo, ¿qué vendrá á ser de mi buen amigo? ¿Volverá séptima vez á las ferias? ¿ó acaso alterado su gesto tornará de nuevo á autorizar una sala? ¡Cuántos retratos habrá en este caso! En cuanto á mi, escarmentado con lo que vi en este, me felicito mas y mas de no haber pensado en dejar á la posteridad mi retrato; ¿para qué?—para presidir á un baile—para escitar suspiros-para habitar entre mapas, canarios y campanillas—para sufrir golpes de pelota—para criar chinches—para tapar ventanas—para ser embigotado y restaurado despues, empeñado y manoseado, y vendido en las ferias por dos pesetas.

(Enero de 1832.)

  1. Mais qu'est ce qu' un portrait quand on aime bien fort? C'est un mari vivant qui console d'un mort.