​El resfriado​ de Félix María Samaniego

Montada en la trasera de su mulo,

a una pobre aldehuela

llevaba un arriero a una mozuela,

la cual, con disimulo,

o por flato o por malos alimentos,

solía soltar envenenados vientos.

Iba estando el arriero sofocado

del mal olor, y díjola enfadado:

-Mira que cuando des en aflojarte

de esa suerte, no tienes que quejarte

si me aburro y te apeo

y encima de tí un rato me recreo,

porque el flato se cura en ocasiones

con ciertas lavativas a empujones.

La mozuela calló atemorizada;

pero, como la pobre iba cargada,

por más que se encogía,

el aire a su pesar se le salía,

y así, al primer rumor extraordinario

que escuchó el arriero temerario,

la bajó diligente,

la tendió prontamente

y, para dar remedio a su fatiga,

la estrujó cuerpo a cuerpo la barriga,

quedando él más ligero

y ella mejor del flato fiero.

Concluyóse, siguieron caminando,

y la moza también de cuando en cuando

siguió echando gerundios garrafales,

los que nuestro arriero, por sus males,

apenas escuchaba,

cuando otra vez de nuevo la estrujaba.

Tanto usó del remedio,

que al hombre al fin le vino a causar tedio,

y, aunque con más estruendo ella expelía

el viento, el arriero ya no oía;

y la muchacha, al ver que su costumbre

no daba entonces lumbre,

le dijo: -¡ Ay, Dios! Tío Juan, que me he aflojado

¿No oye usté qué rumor se me ha escapado?

Detengamos el mulo

y póngame en el suelo.

A lo que él respondió volviendo el culo:

-Estoy ya resfriado y no te huelo.