El remordimiento
Perdona, bella Cintia, al pecho mío, si evita cauto tu adorable llama; que Fili solo su fineza inflama, y él la idolatra aun en el mármol frío. Si amarte intento, del silencio umbrío su voz infausta por venganza clama: «¿Así, me dice, ¡oh pérfido!, se ama? ¡Ay!, ¡tiembla mi furor, impío! Vuélveme a mi inocencia y a mi pura candidez virginal; tú de mi pecho, ¡aleve, aleve!, has la virtud lanzado. Vuélveme a mi virtud...» Su sombra oscura me sigue así; y en lágrimas deshecho, me hallo en el duro suelo desmayado.