El remedio en su desdichaEl remedio en su desdichaFélix Lope de Vega y CarpioActo III
Acto III
Sale ABINDARRÁEZ
ABINDARRÁEZ:
Agora que a mi bien no pone obstáculo
la Fortuna cruel, y mis pies débiles
los rayos de mi sol llevan por báculo,
que el llanto enjugan de mis ojos flébiles,
haciendo al alma verdadero oráculo,
mis esperanzas, hasta agora estériles,
tendrán, ya libres de otra fuerza bélica,
fin en los brazos de mi esposa angélica.
Venció Narváez mi fortuna trágica,
y dióme libertad como magnánimo;
que no hay en toda el Asia, Europa y África,
caballero de tanta virtud y ánimo
y así, aunque herido, aquella dulce mágica,
que adoro como al sol, mi pusilánimo
aliento, desmayado y melancólico,
ha vuelto un Hétor o Alejandro argólico.
En mis desdichas, hasta agora infélices,
si esto no es sueño, fábula y apólogo,
remedio hallaron mis intentos félices,
y el corazón, de su ventura astrólogo.
ABINDARRÁEZ:
Tenéos un poco, luna y claras hélices;
que ya llego a Jarifa, que ya el prólogo
le digo de mi historia, y los capítulos
con dulces besos y con tiernos títulos.
¡Quién fuera Adonis bello o de Liríope
el hijo que murió en el agua viéndola,
o la lengua de Apolo y de Calíope
tuviera para hablarla, respondiéndola!
Mas fuera a un alemán y a un negro etíope,
a un dulce ruiseñor y a una oropéndola,
darles comparaciones verisímiles;
mas basta ser en el amor tan símiles.
Aquí llega, Jarifa, vuestra víctima,
abrid; que pasa ya la luna errática.
Seréis de mis heridas dulce píctima,
sólo en oyendo vuestra dulce plática.
Seréis, señora, mi mujer legítima;
que así en la orilla fresca y aromática
de aquella fuente fué nuestro propósito,
y amor de nuestras almas el depósito.
Pena traigo, señora; mas repórtola
con ver que llego a puerto salutífero.
Mi esperanza se alarga; pero acórtola
con la grandeza de Narváez belífero.
Ya os casaréis, y ya, cual dulce tórtola
que mató el lazo o cazador mortífero,
que el alto nido derribó del álamo,
lleno de sangre dejaréis el tálamo.
JARIFA y CELINDO hablan dentro
JARIFA:
¿La voz, dices, de mi bien?
CELINDO:
Digo que le oí llamar.
ABINDARRÁEZ:
A Jarifa siento hablar
y a Celindo oigo también.
Tiemblo...la sangre me acude
al corazón... ¡ Buen testigo
que no puede el enemigo
hacer que el color me mude.
Desmayo dulce me acaba,
siento aflojarse las fuerzas.
Salen JARIFA y CELINDO
JARIFA:
¡Esposo!
ABINDARRÁEZ:
Si no me esfuerzas,
para espirar casi estaba.
Cobre aliento el alma mía
en tus brazos, dulce esposa.
JARIFA:
Ya estaba de ti quejosa,
y más del temor del día;
que como la noche fuera
de un siglo, un siglo esperara,
sin que esperar me cansara,
si esperara que te viera.
ABINDARRÁEZ:
¡Ay, brazos hermosos míos!
¡Ay, puerto de mis tormentos,
vida de mis pensamientos
y de mis temores fríos!
Descanso de mi esperanza,
fin de mis deseos cumplidos,
centro de aquestos sentidos
y cielo que el alma alcanza,
gloria que esperé y temí,
regalo que imaginé,
premio de mi pena y fe,
para quien sólo nací,
hálleme agora la muerte,
que esta noche me ha buscado.
JARIFA:
¡Ay, dueño de mi cuidado!
¿Posible es que vengo a verte?
¡Ay, mi bien, mi dulce esposo,
mi Abindarráez, mi señor,
parte sola en quien mi amor
ha dado al alma reposo,
luz de mi alma y sentido,
vida de mi entendimiento,
consuelo en mi sufrimiento
de mil celos oprimido,
rey de esta alma y de esta casa,
de estos brazos gusto, y vida
de esta tu esclava rendida,
a quien justo Amor abrasa!
¿Cómo vienes? ¿Vienes bueno?
ABINDARRÁEZ:
A tu servicio, y que fuera
muerto, aquí vida tuviera,
mi cielo hermoso y sereno.
JARIFA:
¿Cómo has pasado mi ausencia?
ABINDARRÁEZ:
¿Cómo sin ti, mi Jarifa?
¡Que es donde batalla y rifa
el seso con la paciencia!
No me han faltado recelos,
miedos y desconfianzas.
JARIFA:
¡Miedos! ¿De qué?
ABINDARRÁEZ:
De mudanzas,
hijas de olvidos y celos;
pero volviéndome a ti,
yodo quedaba seguro.
Tú, ¿estás buena?
JARIFA:
Por ti juro,
que es mucho jurar por ti,
y por esos ojos míos,
juramento que no sale
sino a fiestas, que no iguale
el tuyo a mis desvaríos;
porque he pensado que allá
ya tenías otro gusto;
que de tu tardanza el susto
aun aquí durando está.
¿Cómo has tardado?
ABINDARRÁEZ:
No sé;
que buena priesa he traído.
JARIFA:
¡Ay, qué esposo tan querido
en hora buena lo fué!
Llegada es ya la ocasión
que de aquestos brazos goces.
ABINDARRÁEZ:
¿Es posible que conoces
mi enamorada afición?
Sí, conoces, pues la pagas.
JARIFA:
Ya en efeto soy tu esposa.
ABINDARRÁEZ:
Quiere Alá, Jarífa hermosa,
que así mi amor satisfagas.
CELINDO:
No estéis agora en razones.
Entra a dormir, Bencerraje.
JARIFA:
Mira si hay doncella o paje,
Celindo, en esos balcones.
CELINDO:
Todo está seguro. Ven,
no os amanezca en hablar.
ABINDARRÁEZ:
¿Puedo entrar?
JARIFA:
Puedes entrar.
ABINDARRÁEZ:
Voy, mi alma.
JARIFA:
Entra, mi bien.
Echa, amigo, esa alcatifa.
ABINDARRÁEZ:
(¡Cuánto te debo, Narváez (-Aparte-)
por tí goza Abindarráez
de su querida Jarifa.)
Vanse.
Salen NARVÁEZ, NUÑO,
PÁEZ y ALVARADO
NARVÁEZ:
Descansen todos; que hoy a mediodía
concertaremos si salir podremos;
que este descuido llaman cobardía
los viles fronterizos que tenemos;
y aunque la presa de esta noche es mía,
ya sé que su rescate partiremos;
y cuando me engañara Abindarráez,
yo hice lo que debo a ser Narváez.
Ponga todo hombre la acerada silla
entre los mismos palos del pesebre,
porque en diciendo la trompeta ensilla,
hasta el caballo la cadena quiebre.
Esté la lanza donde pueda asilla,
con que en el campo su valor celebre,
y el arnés que no falte hebilla o perno,
que se vista mejor que algodón tierno
Veamos si con esta pena o miedo
su desvergüenza se sosiega un poco;
que en no mostrando lo que valgo y puedo,
luego el morisco vil me tiene en poco.
Presumirá llegar hasta Toledo,
según se precia de arrogante y loco,
cuanto más hasta Alora y Antequera,
si duerme aquí como en Argel pudiera.
PÁEZ:
Un moro pide para hablar licencia.
NARVÁEZ:
¿Es hombre principal?
PÁEZ:
Es un criado
de Alara, según dice.
NARVÁEZ:
(¡Ah, dura ausencia! Aparte
¡Con qué fiero rigor que me has tratado!
¡Oh leyes del honor, cuya inclemencia
quita el gusto del alma procurado!
Gozar de Alara pude...mas no pude;
que pierde el bien quien al honor acude.)
Sale ARDINO
ARDINO:
Con un pequeño presente
Alara salud te envía,
y esta carta.
NARVÁEZ:
Gallardía,
moro amigo, conveniente
a su extremada hidalguía.
¿Cómo queda?
ARDINO:
Algo indispuesta,
aunque para que compuesta
viniese esta caja, ayer
se levantó.
NARVÁEZ:
Quiero leer
para darte la respuesta. Lee
"Ya que no me quieres bien,
no es de pecho principal
sufrir que me traten mal;
pues siendo tu amor desdén,
me han dado castigo igual.
De tí maltratada he sido
con el desdén recebido;
de mi marido, de celos,
porque me han dado los cielos
mal galán y peor marido.
Y pues que por ti me dan,
no admitiendo tu consejo,
vida que de vivir dejo;
ya que no como a galán,
como a mi padre me quejo.
Esas camisas labradas
te envío, mal acabadas,
por hacerlas con secreto;
que llevan, yo te prometo,
más lágrimas que puntadas.
La sangre que lleva una,
no la laves, que por ti
me la sacaron a mí;
porque no hay hora ninguna
que no me traten ansí.
Yo no pido que tu olvido
deje de ser lo que ha sido;
pero, pues por ti me dan,
sé enemigo o sé galán,
o dame mejor marido."
¡Cómo qué! Abenabó Arráez
¿así cumplió el juramento?
Que me haya engañado siento;
mas--¡por vida de Narváez!--
que no se la lleve el viento.
Moro infame, ¿no sabías
que mi propia vida herías,
que está en aquel pecho honesto?
NUÑO:
Tú tienes la culpa de esto,
por hacer alejandrías.
Deja esas francas divisas;
que si gozaras de Alara,
el moro no la llevara
donde te enviara camisas
con la sangre de su cara. A ARDINO
¿Que en aquel rostro has sufrido
hacer un corto rasguño
con el palo o con el puño?
ARDINO:
¿Qué he de hacer, si es su marido?
NUÑO:
Perro, aguarda.
NARVÁEZ:
Escucha, Nuño.
NUÑO:
No hay escuchar. ¡Vive Dios,
que hemos de reñir los dos,
y que le he de dar mil palos!
NARVÁEZ:
Aguárdate.
NUÑO:
¡Qué regalos!
ARDINO:
Señor, remediadlo vos
con poner miedo a mi amo,
que os tiene miedo y respeto.
NARVÁEZ:
Remediarlo te prometo
por lo que la quiero y amo,
y por quien soy, en efeto.
ARDINO:
Vos, ¿tenéisla algún amor?
NARVÁEZ:
Grande; pero por su honor
y hacer a Arráez amistad,
enfreno la voluntad
y doy la rienda al valor.
ARDINO:
Pues, señor, sabed que tiene
concertado de matarla.
NARVÁEZ:
¡Matarla! Ni osar mirarla.
ARDINO:
Creedme que lo previene.
NARVÁEZ:
¿Y podré yo remediarla?
ARDINO:
Podrás, viniendo conmigo
esta noche de secreto.
NARVÁEZ:
Pues ármate, Nuño amigo;
que esta noche le prometo
a moro infame castigo.
¡Camisa y ensangrentada!
vive Dios, que esta vestida
no se mude ni otra pida
hasta que con esta espada
quite al perjuro la vida!
NUÑO:
Yo, aunque poco las refresco
por el trato soldadesco,
ésta es bien que le consagre,
aunque la cueza en vinagre
como herreruelo tudesco.
Vamos donde está ese galgo.
Pero escucha aparte.
NARVÁEZ:
Di.
NUÑO:
¿Habemos de ir cierto?
NARVÁEZ:
Sí.
NUÑO:
Pues disfrázate con algo,
o vamos como yo fui;
que aunque eres tan animoso,
podrá el perro malicioso
venderte a los de Coín.
NARVÁEZ:
Para mí no hay, Nuño, en fin,
peligro dificultoso.
Yo he de ir a Coín. Vos, Páez,
tened a punto la gente,
por si fuere conveniente.
ARDINO:
Seguro estás, gran Narváez.
NUÑO:
No lo está mucho, pariente.
Y ansí, vuelvo a aconsejarte.
oye, por tu vida, aparte.
Habla bajo a NARVÁEZ y
ALVARADO habla aparte a PÁEZ
ALVARADO:
¡Qué mal hace el capitán!
PÁEZ:
Tales combates le dan
ira, gusto, Amor y Marte.
NARVÁEZ:
A cuanto venga me obligo.
NUÑO:
Pues, señor, seguirte quiero.
NARVÁEZ:
Darte mi ventura espero.
Nuño, César va contigo,
como él lo dijo al barquero.
Entra, moro, a descansar.
Tú, Nuño, empiézate a armar.
NUÑO:
Lo que llevé...
NARVÁEZ:
¿Cómo ansí?
NUÑO:
Un jaco.
NARVÁEZ:
Dame otro a mí,
y hazme el overo ensillar.
Vanse.
Salen JARIFA, ABINDARRÁEZ,
CELINDO, BAJAMED,
ZARO, y MÚSICOS
JARIFA:
Toda la casa se huelga
de mi bien y tu contento,
porque de sólo tu aliento
saben que mi vida cuelga.
No te escondas de ninguno.
Llegad, besadle los pies.
BAJAMED:
Quien señor de todo es,
¿por qué se teme de alguno?
Con nosotros te has criado,
Bencerraje, ¿qué has temido?
¿O acaso estás encogido,
como recién desposado?
ZARO:
Aunque al alcaide tenemos
por legítimo señor,
de tu crianza el amor
y obligación conocemos.
Quien te tuvo por su hermano,
no será dificultoso
que te tenga por su esposo.
JARIFA:
Da, esposo, a todos la mano.
ABINDARRÁEZ:
Los brazos les daré. Aquí
podréis estar a placer,
viendo esta fuente correr.
JARIFA:
En otra te di yo un sí,
en otra dueño te hice
de este bien que hoy se confirma.
Aquí se rompió la firma,
y la deuda satisfice.
Viendo estas rosas y flores,
estos árboles y fuentes,
tengo, Abindarráez, presentes
nuestros pasados amores.
Parece que aquí te veo
enamorado y turbado,
en mis respetos helado,
y abrasado en tu deseo;
y salir llenas de amor,
del alma tierna encendida,
cada palabra vestida
de diferente color.
¿Es posible que te ven
mis brazos cerca de sí?
¿Que puedo llegarte a mí,
y regalarte también?
Amor mío, no me olvides,
que harás la cosa más fiera
que en hombre humano cupiera,
si tu ser al suyo mides;
que no debe de ser hombre
en quien tantas gracias hay.
ABINDARRÁEZ:
¡Ay!
JARIFA:
¿Qué dices, mi bien?
ABINDARRÁEZ:
¡Ay!
JARIFA:
Bien merece de ángel nombre.
Celindo, Bajamed, Zaro,
¿no he sido yo muy dichosa
en ser de tal hombre esposa?
CELINDO:
Que es muy noble está muy claro,
Y que fue elección discreta;
pero él también es dichoso
en ser dueño y ser esposo
de una mujer tan perfeta.
Y puesto que humilde estás,
acá os juzgamos tan buenos,
que si él no merece menos,
no hallara en la tierra más.
Sentáos, y canten los dos
mientras el almuerzo llega.
JARIFA:
O esto es verdad, o estoy ciega.
Más, mi bien, merecéis vos.
¿No es esto verdad?
"Crióse el Abindarráez
en Cartama con Jarifa,
mozo ilustre, Abencerraje
en méritos y desdichas."
JARIFA:
¡Dichosa el alma mía,
Que dio tan dulce fin a su porfía! Canta
ZARO:
"Pensaban que eran hermanos;
en este engaño vivían;
y ansí, dentro de las almas
el fuego encubierto ardía."
JARIFA:
¡Dichosa el alma mía,
que dio tan dulce fin a su porfía! Canta
ZARO:
"Pero llegó el desengaño
con el curso de los días;
y ansí, el amor halló luego
las almas apercebidas."
ABINDARRÁEZ:
(¡Triste del alma mía, (-Aparte-)
que dio tan triste fin a su porfía!) Canta
ZARO:
"Quisiéronse tiernamente,
hasta que, llegado el día
en que pudieron gozarse,
dieron sus penas envidia."
ABINDARRÁEZ:
(¡Triste del alma mía, (-Aparte-)
que dio tan triste fin a su porfía!)
JARIFA:
No cantéis más. Bien está.
Bien os podéis todos ir.
CELINDO:
(Algo le quiere decir. (-Aparte-)
JARIFA:
Salíos todos allá.
BAJAMED:
(Todo se lo quiere a solas.) Aparte
ZARO:
(No toma el ser novia mal.) Aparte Vanse ZARO, BAJAMED, CELINDO y los MÚSICOS
ABINDARRÁEZ:
(Del mar en que voy mortal Aparte
hasta morir llegan olas.
JARIFA:
Ingrato, esquivo, cruel,
y el más villano del suelo,
¿cuál hombre ha criado el cielo
que puedan fiarse de él?
¿Piensas que no entiendo más
que declaran tus suspiros?
Pues bien veo que son tiros
que al alma asestando estás.
Con ellos y con los ojos
dices más que con la lengua,
para que trague mi mengua
poco a poco tus enojos.
¿Quieres matar con sangría,
o dasme el veneno a tragos?
¡Los hombres dais tales pagos!
¡Ay de la que en hombres fía!
¿Qué suspiras, di, traidor?
¿O de qué estás triste, injusto,
después que ofrecí a tu gusto,
tras la vergüenza, el honor?
¿Qué es lo que en tal coyuntura
te da pena y soledad?
¿Mi mucha facilidad
o mi loca hermosura?
JARIFA:
¿No has hallado agora en mí
lo que ausente imaginabas?
¿O en las penas que pasabas
fue poco el bien que te di?
Mas los maridos sois ríos,
que, en allegando a la mar
de la noche del gozar,
perdéis del curso los bríos.
¿Tan fea soy, engañador?
¿Tan poco te he regalado?
Debes estar enseñado
a otra experiencia mayor.
Si amartelado venías,
¿no era remedio bastante
una mujer ignorante
que para mujer querías?
Yo no supe más amores
que los que a tu boca oí.
Si sabes más, más me di;
y si mayores, mayores;
que esa en quien es bien que quepa
tu alma, y que ansí la nombres,
aprendidos de otros hombres,
no es mucho que muchos sepa. Levántase
Vete, pues, tirano injusto,
con tu gusto y mi deshonra;
que es mejor quedar sin honra
que casada con disgusto,
y yo me sabré matar.
ABINDARRÁEZ:
Detente, Jarifa mía;
que si escucharte podía,
fue querer tu amor probar.
Escucha, espera.
JARIFA:
¿Qué quieres?
ABINDARRÁEZ:
Que menos traidor me nombres;
que jamás los nobles hombres
se burlan de las mujeres.
Oye, espera, por tu vida.
No me hagas correr tras ti;
que apenas me tengo en mí,
de dolor de cierta herida.
No soy yo ingrato a tus obras,
pues vengo a ser tu marido;
ni el suspirar causa ha sido
de la sospecha que cobras.
No fue tu poca hermosura
o mucha facilidad;
que eres ángel en beldad
y reina en la compostura.
Ni te imaginó mi amor
más perfeta en mí pintada;
que antes, después de gozada,
me has parecido mayor.
Ni soy río en la corriente,
que en la mar he de parar;
que es mi amor el mayor mar,
y ansí es bien que el tuyo aumente.
Ni he venido amartelado;
que Dios sabe que tú has sido
quien de aquesta boca ha oído
amores que te he enseñado.
Alegra el rostro y escucha,
volviendo a tu gracia el alma,
que está ya la vida en calma.
JARIFA:
Y dime, ¿la herida es mucha?
¿Dónde la tienes? A ver.
¿Quién te hirió? ¿Cómo?
ABINDARRÁEZ:
Mi esposa,
no es herida peligrosa.
JARIFA:
Todo lo quiero saber.
¡Ay de mí, que no era en vano
el quejarte y suspirar
toda la noche.
ABINDARRÁEZ:
Has de estar
atenta.
JARIFA:
Di, esposo, hermano.
ABINDARRÁEZ:
¿Tu hermano soy todavía?
JARIFA:
Fuése la lengua, perdona.
ABINDARRÁEZ:
El trato antiguo la abona.
Escucha, Jarifa mía.
Llegó a Cartama Celindo
con tu carta, cuando estaba
el sol inclinado al sur,
pardo y triste, y no sin causa.
Leíla, beséla, y díle
albricias de mi esperanza,
que se perdió en el ausencia,
después de llena de canas.
Vestíme, hermosa señora,
colores, plumas y galas;
que un alegre pensamiento
con todas tres se declara.
Bajé a nuestra huerta antigua,
y despedíme en voz alta
de los árboles y flores,
de las fuentes y las aguas.
Díles mil abrazos tiernos,
y ellos también se inclinaban
a darme para ti muchos,
que aún tienen alma las plantas.
Puse al estribo las mías
sin el arzón, y a la casa
le dije, volviendo el rostro,
"Piedras, Jarifa me aguarda."
No sé si me respondieron;
pero sentí que sonaban
por largo trecho las fuentes.
ABINDARRÁEZ:
O era envidia, o tu alabanza.
Éstas por todo el camino,
jornada, aunque breve, larga,
iban alternando a veces
entre la lengua y el alma;
cuando de unos robles verdes
entre pálidas retamas
oigo relinchos y voces,
y alzo la lanza y la adarga;
pero al punto estoy en medio
de cinco lanzas cristianas;
mas sin soberbia te digo
que eran pocas otras tantas;
y quizá porque eran pocas
trajo luego mi desgracia
otras tantas de refresco,
y una la mejor de España.
Éste fue el alcaide fuerte,
si sabes su nombre y fama,
que es de Alora y Antequera,
y estaba puesto en celada.
Apartó sus caballeros,
desafióme a batalla,
como caballero fuerte,
cuerpo a cuerpo en la campaña.
ABINDARRÁEZ:
Como era fuerza, acepté;
y ansí, con la luna clara,
comenzamos nuestra guerra,
jugando las fuertes lanzas;
y pues al fin me venció,
no me alabo. Decir basta
que tenía tres heridas,
en brazo, muslo y espaldas.
No me las dieron huyendo;
pero quien con diez batalla,
también sospecho que tiene
en las espaldas la cara.
Don Rodrigo de Narváez,
que así el alcaide se llama,
me prendió y llevaba a Alora,
de sus diez hombres en guarda,
cuando, viendo mi tristeza,
si le contaba la causa,
me prometió dar remedio;
y ansí, fue justo contarla.
Hizo el cristiano conmigo
esta gentileza extraña
con sólo mi juramento,
porque le di la palabra
que dentro el día tercero
volvería a Alora sin falta
a ser su preso y cautivo.
Mira si es justo quebrarla,
y mira, mi bien, si debo
llorar mi suerte contraria,
pues le he de llevar el cuerpo
de quien tú tienes el alma.
JARIFA:
No es justo que a hombre tan noble
la palabra le rompáis,
sino que antes la cumpláis
con satisfación al doble.
Cuando os quisierais quedar,
no os lo consintiera yo;
que a quien tan bien procedió
no se le puede engañar.
Gran valor mostró el cristiano,
y obligó vuestro valor.
No han hecho hazaña mayor
César ni Alejandro Mano.
De la herida vuestra y mía
paciencia habré menester,
pues es forzoso volver
dentro del tercero día.
Pero perdonadme vos
si con esto os importuno;
que si prometistes uno,
es fuerza que le déis dos.
Yo, que soy vuestra cautiva,
tengo de ir con su cautivo,
porque si en vos, mi bien, vivo,
no es justo que sin vos viva.
Tracemos partir a Alora
antes que mi padre venga.
ABINDARRÁEZ:
¿Quién hay, Jarifa, que tenga
tal esposa y tal señora?
No muestras menos valor
rn ir con tu Abindarráez,
que entonces mostró Narváez
y aun creo que éste es mayor.
Dame esas manos hermosas
por la merced que me haces;
que ansí por mí satisfaces
obligaciones forzosas.
Conozco tu heróico nombre
y entendimiento en querer
enseñarme, aunque mujer,
lo más que debo a ser hombre.
Pues es forzoso ir a Alora,
y quieres acompañarme,
hasta allá no he de curarme,
si no lo mandas, señora.
Prevengamos la partida
para qué el día tercero
cumpla a tan buen caballero
la palabra prometida;
Que yo fío de él que allí
de nuestro remedio trate.
JARIFA:
Y cuando no haya rescate,
yo daré el alma por ti.
Vanse.
Sale ARRÁEZ, atando las manos con un cordel a ALARA
ARRÁEZ:
Vuelve esas manos atrás,
y confiésame de plano
si te ha gozado el cristiano.
ALARA:
Digo que hablado no más.
ARRÁEZ:
¿De qué suerte?
ALARA:
No me aprietes.
¿Y el traerme a tu heredad
fue para tal crueldad?
¡Bien cumples lo que prometes!
ARRÁEZ:
Con este engaño he querido
quitarte la vida aquí.
Todo lo que pasa di,
pues sabes que lo he sabido.
ALARA:
Digo que siempre Narváez
me ha tratado con desdén,
aunque me ha querido bien,
y ésta es la verdad, Arráez.
La razón de este despecho
no ha sido haberme olvidado,
sino sentirse obligado
a la merced que te ha hecho;
porque es de tanto valor...
ARRÁEZ:
No le alabes.
ALARA:
Bien le alabo;
que no quiere que a su esclavo
falte por su causa honor.
ARRÁEZ:
¿Qué te ha enviado?
ALARA:
Aquel papel
que tú escribiste.
ARRÁEZ:
¿Y no más?
Vanse, llevádola ARRÁEZ a lo interior de la huerta.
Salen NARVÁEZ y NUÑO, en hábito de moros, con ARDINO
ARDINO:
Dentro en su heredad estás,
y aun pienso que cerca de él.
NARVÁEZ:
Entre aquellos olivares
de esta huerta hablando están.
NUÑO:
Nuestros caballos se oirán.
Bien es que aquí poco pares,
porque los ate en la cerca.
Si hay yeguas en los establos,
relincharán como diablos
si les da el viento de cerca.
Vuélvete, señor, a Alora;
que hay grande peligro aquí.
NARVÁEZ:
Nuño, en mi vida te ví
con miedo, si no es agora.
NUÑO:
Señor, cuando solo vengo,
jamás temo al enemigo;
mas cuando vengo contigo,
miedo de perderte tengo.
NARVÁEZ:
Pues calla, que es desvarío;
y pues el cielo te ha hecho
sin poner miedo en tu pecho,
no le pongas en el mío.
Cuanto más, que no habrá aquí,
siendo en el campo heredad,
tanta gente.
ARDINO:
Así es verdad.
NARVÁEZ:
Y algo valdré yo por mí.
Escuchemos lo que pasa. Vanse. Salen ALARA, atada; ARRÁEZ; y después, NARVÁEZ, NUÑO y ARDINO
ARRÁEZ:
No se excusa tu castigo
o me dirás si Rodrigo
ha entrado en mi propia casa. Salen NARVÁEZ, NUÑO y ARDINO, sin que los sientan, y quédanse escuchando
NARVÁEZ:
De mí la pregunta. Escucha.
ALARA:
Jamás le he visto en Coín.
NUÑO:
Él la da tormento, en fin.
Debe de ser de garrucha.
ARDINO:
Él la debe de matar.
ARRÁEZ:
Y tú, cuando a verme fuiste,
¿Qué hiciste con él? ¿Qué hiciste?
ALARA:
No más de hablar.
ARRÁEZ:
¿Sólo hablar?
¿Qué te dijo?
ALARA:
Que si hubiera
sabido que era mujer
tuya, se dejara arder
primero que me escribiera.
ARRÁEZ:
Más pasó. Di la verdad,
perra, que te mataré.
ALARA:
¡Ay, que me matan!
NARVÁEZ:
¿Podré,
Nuño, sufrir tal crueldad?
NUÑO:
Aguarda.
ARRÁEZ:
Y ese villano,
ese cobarde Rodrigo,
¿podrá a tan justo castigo
agora impedir mi mano?
Que si la ponía en ti,
dijo que a Coín vendría
y mi casa quemaría,
y aun dijo que dentro a mí.
¡Por Alá, que habló el villano
tal, que me obliga a reír
de ver que entrar y salir
le parezca que es tan llano!
¡Oh rey, por eso pasas!
¿Que digan cristianos quieres
que forzarán las mujeres
y pondrán fuego a las casas?
¿Quién dió a Narváez cuidados
de los casamientos? Di.
¿Por dicha es nuestro alfaquí,
que compone los casados?
Él habla entre su canalla;
que aquí, no sé si conmigo
osara el perro enemigo
cuerpo a cuerpo hacer batalla;
que no hay una hormiga en él,
ni en otros diez, para Arráez.
Adelantándose
NARVÁEZ:
Aquí tienes a Narváez,
moro villano y crüel.
Desnuda presto la espada.
ARRÁEZ:
(¡Ay de mí! ¡Vendido soy!) Aparte
Señor, a tus pies estoy,
y te la rindo envainada.
NARVÁEZ:
¿Por qué tan humilde quieres
ofender tus altos nombres?
ARRÁEZ:
Porque todos somos hombres
hablando con las mujeres.
Mal mi palabra cumplí.
pues has visto lo que pasa,
y es aquí, señor, mi casa.
Abrásame en ella a mí. Fisgando
NUÑO:
"¿Quién dió a Narváez cuidados
de los casamientos? Di.
¿Por dicha es nuestro alfaquí,
que compone los casados?
¿Osara el perro enemigo
cuerpo a cuerpo hacer batalla?"
NARVÁEZ:
¿Por qué Alara, Ardino, calla,
y no viene a hablar conmigo?
ALARA:
Porque sé que has de dejarme
otra vez en el poder
de este moro, y ha de ser
ocasión para matarme.
NARVÁEZ:
No será. Fiad de mí.
Tomemos nuestros caballos,
que a Alora quiero llevallos.
NUÑO:
Bien haces. Vamos de aquí.
ARRÁEZ:
¡A qué punto, triste moro,
te han traído injustos celos!
ALARA:
¡Ay, mi alcaide de los cielos!
NARVÁEZ:
(¡Ay, Alara, que te adoro!) Aparte Vanse. Salen ZORAIDE, CELINDO, BAJAMED, y ZARO
ZORAIDE:
¿Qué es Lo que dices, bárbaro enemigo?
CELINDO:
Córtame, gran alcaide, la cabeza,
si te parece que la culpa es mía.
ZORAIDE:
¿Adónde está Jarifa?
CELINDO:
No presumas
que alguno de tu casa parte ha sido
para tanta desdicha.
ZORAIDE:
Dime luego
quién la llevó y adónde está, Celindo,
o pasaréte aquese infame pecho.
CELINDO:
Señor, cuando a Granada te partiste,
vino aquí de secreto Abindarráez,
y se casó con ella.
ZORAIDE:
¡Ah, santo cielo!
Cumplióse lo que yo siempre temía.
¿Que en fin el mal nacido Abencerraje
se casó con Jarifa? Pues di, perro,
¿quién le dijo que no era hermano suyo?
CELINDO:
Dicen que ha mucho que ellos lo sabían,
y que casados de secreto estaban.
ZORAIDE:
¿Dónde la tiene agora?
BAJAMED:
El miedo tuyo
por ventura le esconde de tus ojos.
CELINDO:
No es miedo, Bajamed, que ha sido fuerza
ir a Alora los dos, porque era preso
de su alcaide Narváez, y al tercer día
juró volver, si libertad le diese;
y ella, como mujer, con él ha ido,
ansí por no esperar tu justo enojo,
como por no dejar a su marido.
ZORAIDE:
Ensíllame un caballo, ponle a punto.
Dame una lanza y una adarga fuerte;
podrá ser que le alcance en el camino.
CELINDO:
Bien puede ser.
ZORAIDE:
¡Ah, fiero Bencerraje,
deshonra de mi honor y mi linaje!
Vanse.
Salen NARVÁEZ, ALARA, ARRÁEZ, y NUÑO
NARVÁEZ:
Ya que en Alora estáis, mi dulce Alara,
pruebe vuestro crüel, fiero marido
el gusto de escuchar estos requiebros,
pues no quiso sufrir celos injustos.
ALARA:
Ya no es aquese nombre el propio suyo,
que yo, señor, me he de volver cristiana.
ARRÁEZ:
Ni yo quiero tener el que he tenido;
que quien tiene mujer que le da celos,
mejor dirá que tiene sobre el pecho
un águila que come sus entrañas,
un monte grave y una eterna pena.
NARVÁEZ:
Si vos cristiana habéis de ser, señora,
daréle libertad, y a Coín se vuelva.
Y vos podréis quedaros en Alora,
donde no os faltará lo que perdistes.
ARRÁEZ:
Pues eso quiero; y si sufrir no pude
mujer hermosa, viviré sin ella,
y haré cuenta que es muerta; que bien puedo,
pues si es cristiana, no es la que solía.
NARVÁEZ:
Primero que a Coín vuelvas, Arráez,
le has de dar la mitad de tu hacienda
para que viva aquí; si no, no creas
que de este cautiverio libre escapes.
ARRÁEZ:
Y es poco lo que pides; yo me ofrezco
de darla con qué viva, y es partido
a trueco de escapar de sus rigores.
NARVÁEZ:
Pues alto. En esto queden concertados. Sale PÁEZ
PÁEZ:
Dame, señor, albricias.
NARVÁEZ:
Buenas sean.
PÁEZ:
Su palabra ha cumplido Abindarráez.
NARVÁEZ:
No esperé menos de su nobleza;
que al fin acude a lo que debe en todo.
PÁEZ:
Y trae su persona acompañada
de una bella morisca rebozada. Salen ABINDARRÁEZ y JARIFA
ABINDARRÁEZ:
Danos, ilustre Narváez,
los piés a mí y mi esposa.
NARVÁEZ:
Bien vengáis, Jarifa hermosa,
y vos, noble Abindarráez.
ABINDARRÁEZ:
Bien merezco lauro y palma
de la merced que recibo,
pues, siendo el cuerpo el cautivo,
te vengo a traer el alma.
JARIFA:
Yo, famoso don Rodrigo,
Como a quien de tu valor
cupo la parte mayor,
tu nombre alabo y bendigo;
y así, vengo a ser tu esclava.
NARVÁEZ:
Mi señora seréis vos.
¡Cuán justamente a los dos
el cielo a amar inclinaba,
que sois en extremo iguales!
y estad vos, Jarifa hermosa,
de Abindarráez quejosa,
que dice de vos mil males;
que aunque mucho me decía,
hallo agora más en vos,
y es grande engaño--¡por Díos!--
JARIFA:
¡Qué extremada cortesía!
Antes, si él os engañó
con deciros bien de mí,
vengo a estar corrida aquí.
NARVÁEZ:
El que lo ha de ser soy yo;
que si tal huésped creyera
que mi pobre casa honrara,
de otra suerte la ensanchara
para que mejor cupiera.
Pero si en la voluntad,
como en la casa, se vive,
ésta el alma os apercibe
y os da a vos su libertad.
Ya sois, señor Bencerraje,
de Jarifa andad con Dios.
ABINDARRÁEZ:
Ella y yo somos de vos
con justo pleito homenaje.
JARIFA:
Señor, no me desechéis,
que quiero yo ser muy vuestra.
NARVÁEZ:
Sujeta el alma se os muestra
para que vos la mandéis.
Y perdonad si no había
preguntado cómo estáis.
JARIFA:
Con la salud que me dais,
dando vida a la que es mía.
NARVÁEZ:
¿Cómo va de las heridas?
ABINDARRÁEZ:
Un poco las tengo hinchadas.
NARVÁEZ:
Aquí os serán bien curadas
de quien os diera mil vidas. Salen ZORAIDE y algunos moros. Habla ZORAIDE desde dentro
ZORAIDE:
Digo que tengo de entrar.
NARVÁEZ:
¿Qué alboroto es ése? Saliendo
ZORAIDE:
Afuera.
si en tu casa no estuviera
NARVÁEZ:
Vuelve la espada a envainar,
y di quién eres.
ZORAIDE:
Yo soy
el alcaide de Coín.
NARVÁEZ:
Ya sé tu enojo, y en fin,
de por medio agora estoy.
Deja, famoso Zoraide,
las armas; que esto ya es hecho.
ZORAIDE:
Por ti las dejo, a despecho
de mi honor, famoso alcaide.
No pudieran venir ellos
a otro sagrado mayor.
NARVÁEZ:
Si éstos son yerros de amor,
ya viene el perdón con ellos.
Noble es el Abencerraje;
por tu hijo le has tenido.
Que le perdones te pido,
pues es de honrado linaje.
ZORAIDE:
¿Cómo te puedo negar
cosa que tan justa es?
NARVÁEZ:
Besa, Abindarráez, sus pies.
ABINDARRÁEZ:
Temblando habré de llegar.
Llegad, Jarifa, también.
ZORAIDE:
Por mis hijos los recibo;
mas quedáos con el cautivo.
NARVÁEZ:
Es de Jarifa.
ZORAIDE:
¿De quién?
NARVÁEZ:
A Jarifa se le dí.
JARIFA:
Yo, señor, le doy a vos.
NARVÁEZ:
Pues yo os entrego a los dos.
ZORAIDE:
Yo a vos tres, dándome a mí;
y os daré seis mil ducados
por los tres.
NARVÁEZ:
Esos le doy
a Jarifa.
JARIFA:
Vuestra soy.
NARVÁEZ:
Queden al dote obligados.
JARIFA:
Dos arcas de ropa blanca
de mi mano os enviaré.
NARVÁEZ:
Ésas solas tomaré,
por ser de mano tan franca.
ZORAIDE:
Su yerro juzgo por dicha.
NARVÁEZ:
Y yo, haberos obligado.
Aquí acaba, gran senado,
el remedio en la desdicha.