Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


El reloj gusano.

Un comisionista de lanas, que recorría los pueblos de la Sierra, tuvo la desgracia de perder en el camino su reloj de plata, que era por cierto de la pomposa magnitud de una cebolla.

Echólo de menos, quizá por el peso, y resolvió volver pies atrás para buscarlo, pero sin ningún resultado.

En el camino encontró á un pastor y le dijo:

— Buen hombre, ¿ha visto V. por casualidad un reloj de plata que acabo de perder?

— ¡Reloj! ¿como el de la torre? no, señor; no lo he visto.

— No era como el de la torre, sino mucho mas pequeño, y lo he debido perder por aquí.

— ¿Sabe cantar?

— Hombre, qué ha de saber cantar, no; lo que hace es señalar las horas.

— ¡Toma! lo digo, porque lo que he encontrado es una cosa blanca, blanca y redonda, redonda,

— ¡Mi reloj! si, mi reloj.

— ¡Cá! no señor; si era un gusano que hacia cía, cía, cía, y tenia una cola... ¡qué cola...!!

— La cadena. ¿Y qué has hecho de él?

— ¡Toma! he cogido una piedra de media arroba, y ¡plafí lo he muerto.

— ¡Ah! imbéciü.un duro te has perdido que te hubiera dado de hallazgo.

— ¡Quiá!