El que no es agradecido
I
editar-¡Camará!, hay cosas que ponen tarumba al hombre de más luces en la mollera. Tú suponte que yo, Paco el Piri, un gachó que ni debe ni teme, con veinticuatro años no cumplíos entoavía, con un corazón más grande que un bocoy; un mozo que se ha criao en los mejores pañales, que tiée una barbería a la que no hay hombre de cartel en to el barrio, que no vaya a soltar er pelo y a que le enjabonen los carrillos; un hombre por el cual, y no es alabancia, subirían descalzas las mejores mozas del distrito a la mismísima cresta del Calvario; el hijo de mi mare, en fin, acaba de sufrir un sofión de Pepa la Golondrina, que le ha puesto encarná jasta la punta del pelo.
-Y por eso vienes tú como si tuvieras el mal de San Vito, chavó. ¡Por vía e la Malena! Pos si no hay en toa la provincia un mozo de los de ácana que no le haiga jecho la ruea a esa gachí y que no haiga sacao lo mesmito que tú, y si no, aquí me tiées a mí, que no creo yo estar tampoco entoavía pa que me embalsamen, y tamién a mí un día que se me acalenturó el cuerpo mirándola, y porque me permití decirle que..., vaya..., cuasi na..., cuatro llenas y cuatro vacías, por poquito si tengo que darle parte al sereno, y no te creas tú que liemos sío sólo nosotros, que lo mismo que a ti y que a mí le pasó con ella al Pecoso, y mira tú que el Pecoso es un hombre con más tronío que un barreno y con más parneses que pecas, y, sin embargo, el gachó tuvo que virar der to y poner la proa a la mar, y «me alegro de verte güena».
-Pero es que yo sé que yo a la Golondrina no le parezco to viruta ni toíto cañamazo, ¿tú te enteras?
-Pos siendo asín, ¿tiées mas que seguir dándole unto y más unto jasta que enasí se errita?
-No, si yo no me he dao entoavía por vencío del to, y la prueba la tiées en que esta noche voy yo a tener un ratillo de plática con ella en el patio de su casa.
-Pero ¿es que ella ha consentío en eso que tú me dices?
-¡Vaya! La gachí ha consentío pa endulzarme las jieles que antes me dio a beber; pero me dijo una cosa que yo no he podío entender, a pesar de lo mucho que yo chanelo.
¿Y qué fue lo que te dijo que tan a oscuras te ha dejao?
-Pos lo que me dijo fue: «Mire usté, Paco: yo voy a consentir en platicar con usté esta noche porque yo sé que usté no está picao de la tarántula, que usté tiée lao dizquierdo y porque lo estimo a usté y no quiero que tome a agravio lo que yo le be dicho; pero tenga usté la segurida de que cuando yo acabe de platicar con usté esta noche, usté se va a dir de mi vera pa no arrimarse a mí más que como un güen amigo, que es lo que yo quiero que usté sea pa mí en to lo que me resta de vía».
-Me da a mí er corazón que yo no podré nunca ser un güen amigo de una gachí tan regraciosa y a la que yo tanto quiero.
-¿Y ella qué te contestó?
-Pos ella se encogió de hombros y me dijo: «Pos entonces peor pa usté, porque entonces será que yo estaré dequivocá der to creyendo que usté vale muchísimo más de lo que vale». Y yo, como tú comprenderás, izé el ancla en seguía y me vine en busca tuya a contártelo to, como te lo cuento toíto, y a ver lo que tú piensas de lo que a mí me pasa con esa gachí, que va a dejarme de tanto cavilar sin un solo pelo en mitá de la coronilla.
-Pos lo que yo pienso te lo diré endispués que haigas tú platicao con ella esta noche, y tan y mientras llega la hora, vámonos a casa de Cayetano a darle coba a un cañero a ver si el solera mos ilumina el sentío.
Y diciendo esto, cogió el Niño de la Vitola a su amigo por el brazo, y ambos se dirigieron con paso rítmico y acompasado contoneo hacia el hondilón más famoso del barrio de Lagunillas.
II
editarPepa la Golondrina, sentada en el poyo de la ventana, miraba hacia la calle con expresión meditabunda, mientras su madre, la señá Rosario, planchaba algunas prendas sobre un larguísimo tablero.
-¡Josús, y cómo te ha puesto tu cita con el Piri! -exclamó la vieja acereánJose a prudente distancia de las escuálidas mejillas una plancha que acababa de coger del anafe.
-Y no es pa menos, marecita; ese hombre me es simpático y me esazona tener que darle el mal rato que le voy a tener que dar esta noche contra to el torrente de mi gusto.
-Pero ¿es que te gusta a ti más ese hombre que Joseíto?
-¡No, qué disparate! Pero es que el Piri me mira a mí de un mo, y se sonríe de una manera, y acharrana tanto la cara al mirarme, que... Pero, en fin, vamos a dejarnos de eso y a platicar de otra cosa.
-Eso es lo que tú tiées que jacer, platicar de otra cosa, que no se merece Joseíto que se le jeche a pelear con naide, y además que quien no es agradecío...
-Eso no me lo tiée usté que recordar a mí. ¿Pues por qué si no por ser agradecía...?
Y enmudeció la Golondrina y se contrajo su bello semblante, aquel semblante suyo en el que Dios había puesto ojos grandes y negros y relampagueantes, y mejillas de delicada curvatura, en las que al hablar marcábanse dos tentadores hoyuelos; boca, si algo rasgada, de labios gruesos y encendidos, de dentadura de marfil, y tez, si morena, tan suave y reluciente como el raso.
Puesto que hubo fin la anciana a su faena, salió de la sala, y una hora después penetraba Paco el Piri en el patio de la casa, donde ya le aguardaba la Golondrina sentada junto al arriate, mientras la señora Rosario, sentada también a poca distancia de ella, parecía dormir con la barba sobre el escuálido seno.
-¡Camará!, pos ni que hubiera usté tenío un cronómetro colgao de una de sus pestañas -contestó sonriendo irónicamente Pepa, contestando al saludo de Paco.
-Calle usté, señora -repúsole éste a la vez que sentábase en la silla que aquélla le ofrecía-; pos si ca minuto ha sío pa mí un tabardillo; como que estoy rabiando por decirle a usté toíto lo que me está jaciendo borbotones en el corazón.
-Déjese usté de borbotones y vamos a platicar como lo que somos, como dos presonas formales.
-Es que me da a mí el corazón que lo que usté me platique a mí me va a poner el cuerpo cortao... Pero, en fin, encomience usté, que por lo menos oyéndola a usté se me llenará de música el alma.
-Como que se ha creío usté que tengo yo en la campanilla una bandurria.
-Una alondra es lo que tiée usté embragá en el mismísimo cielo de la boca.
-Güeno, muchas gracias, y antes de na, voy a contarle a usté una historia.
-Pos vaya por la historia y que se acuerde usté de que yo tengo por corazón la flor de la sensitiva.
-Pos señó -dijo Pepa, no sin dejar escapar previamente un suspiro-, cuento y cuento que era un padre que se había dio a las Américas, dejando aquí a su mujer, que tenía una hija y un hijo, que se parecían como dos gotas de agua a otras dos, a mí y a mi hermano Juan Antonio.
-¿Y vivía esa madre con sus dos hijos en Écija?
-En un pueblo que se parecía muchísimo a ese pueblo que usté dice.
-Güeno, pos siga usté, so tirana.
-Pos, señó, esta madre y esta hija vivían de lo que ganaba el hermano, que estaba en una talabartería, y la hermana tenía un novio, compañero de taller de su hermano, cuyo novio se llamaba Joseíto, que era más solo que una parmera y que tenía un puñaíto de alfonsinos que le había dejado una tía suya, al morir, metíos en una calceta.
-¿Y ese novio...? -preguntó, impaciente, Paco el Piri.
-Ese novio tenía la misma edá que el hermano de la novia, y como dambos tenían la misma edá, pos les tocó a la vez a dambos la quinta, y dambos salieron soldaos, lo cual puso en estao de tirarse a un pozo a la madre de los dos hermanos del cuento, que estaba mirándose en los ojos de la cara de su hijo.
-Pos sabe usté que me empieza a mí a rejelear ese cuento? -exclamó el Piri con acento sombrío.
-Eso es seguramente porque va usté adivinando el remate.
-Pudiera ser. ¿Y qué pasó con esos dos pícaros reclutas?
-Pos lo que pasó fue que el novio de la muchacha cogió el dinero que tenía guardado en la calceta, libró con él, sin decir oste ni moste, al hermano de su novia y, cuando ya lo hubo librao, desapareció mi día y dejó escrita una carta de la que yo por casolidá tengo esta copia que va usté a leer, si usté quiere, en seguiíta.
Y diciendo esto sacó la Golondrina de su seno una carta rugosa que entregó a Paco el Piri, el cual, tras posar una mirada en el papel,
-Léala usté -repúsole con acento sombrío-, que yo no sé leer esa letra, que parece un enrejao.
-Pos se la leeré yo -díjole Pepa.
Y casi sin mirarla, leyó:
«Pepa de mis ojos:
Cuando recibas esta carta ya estaré yo camino de Sivilla, y dentro de na estaré más repinturero que un loro, con mis calzones encarnaos y mi guerrera azul turquí. No he querío despedirme de ustedes, porque se me diban a caer de tanto llorar las pestañas. Yo supongo que ustedes comprenderán por qué he hecho lo que he hecho; yo no tenía más que seis mil reales y un piquillo, que fue lo que me dejó mi tía, que en paz descanse. Si yo me libraba de ir al servicio, Juan Antonio hubiera tenío que dir y yo que casarme a escape contigo, es decir, farturarme en gran velocidá pa la mismísima gloria, pero es que de camino que yo me diba a la gloria, sus metía a ustedes en el purgatorio, porque yo, ya sin más que los siete reales de mi jornal, te diba a hacer pasar las de «Ivélica», y na más que de pensar que la niña de mis ojos no tuviera un trapito que ponerse, y que desayunarse con un mendrugo, y con un puñao de besos en la boca, no más que de pensar eso me lloraba el corazón lágrimas de sangre, y por mo de to lo que yo te digo, es por lo que yo me dije lo que me dije, que me dije: «Si yo libro a Juan Antonio, como Juan Antonio gana catorce reales, y es con lo que viven tos ellos, pos seguirán viviendo como hasta aquí, y yo de aquí a dos años tomo el canuto, y güervo tan campante a mi oficio y aprieto de chipé y me caso, y viviremos tos juntos, y aquí no ha pasao na y que viva mi morena».
Y como pensé esto, y si sus lo hubiera dicho, ustedes no hubiesen acertao nunca, pos hice lo que hice y tomé el portante, y no te apures tú por na, prenda mía, que de aquí a dos años no me voy a cambiar yo ni por el capitán general que me ha tocao por mi suerte».
El semblante del Piri había ido ensombreciéndose a medida que leía Pepa, y cuando vio a ésta suspender la lectura:
-¿Acaba ahí la carta? -le preguntó.
-Lo que sigue ya no le interesa a usté naíta, pero que naíta, caballero.
-Entonces, ¿el cuento acaba ahí?
-Ahí acaba, y ahora -continuó la Golondrina volviendo a meterse la carta por debajo del pañuelo azul de crespón que atersábasele sobre el altivo seno-, ahora le pregunto yo a usté pa que usté me conteste con arreglo a lo que le dirte su conciencia. Si la novia de Joseíto dejara a Joseíto por otro, manque ese otro fuera de oro macizo, ¿esa mujer se merecería que la quisiera un hombre de corazón y de güenos sentimientos?
Paco el Piri contempló durante algunos instantes y con sombría fijeza a la Golondrina, y después, como si cada una de sus palabras se llevasen una fibra de su pecho, le repuso con expresión noblemente decidida:
-No, señora, que no se lo merecería.
Y media hora después decíale Paco el Piri a su íntimo amigo el Niño de la Vitola:
-Tú no sabes, chavó, tú no sabes en el aprieto, lo entre la espá y la paré, que me ha puesto a mí esa pícara gachí, que me ha dejao el corazón mas blando que la guayaba.