El propósito inútil
Tiempo, adorada, fue cuando abrasado al fuego de tus lumbres celestiales, osé mi honesta fe, mis dulces males cantar sin miedo en verso regalado... ¡Qué de veces en lágrimas bañado me halló el alba besando tus umbrales, o la lóbrega noche, siempre iguales mi ciego anhelo y tu desdén helado! Pasó aquel tiempo, mas la viva llama de mi fiel pecho inextinguible dura, y hablar no puedo aunque morir me veo. Huyo, y muy más mi corazón se inflama; juro olvidarte y crece mi ternura, y siempre a la razón vence el deseo.