El principe perfecto I
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen el PRÍNCIPE DON JUAN y DON JUAN DE SOSA y BELTRÁN, de noche.
PRÍNCIPE:

  La misma naturaleza
tiene por varia, don Juan,
la belleza que le dan.

DON JUAN:

No se canse vuestra alteza.

PRÍNCIPE:

  No me canso de mi gusto.

DON JUAN:

¿Ha gran rato que rondáis?

PRÍNCIPE:

Yo pienso que vós lo vais
y quitároslo no es justo.
  Id con Dios, que por ventura
tendréis que hacer, que yo sé
las calles y volveré
como persona segura
  de aquí a un rato a desnudarme,
pues que la ciudad lo está.

DON JUAN:

Vuestra sospecha me da
ocasión para quejarme.
  Y ha sido gran disfavor
el decirme vuestra alteza
que me vaya, aunque es nobleza
de ese divino valor.
  Bien sé que seguro fuera,
aunque no lo está Lisboa,
consigo mismo a quien loa
por Marte la quinta esfera.
  Mas no hay gusto por quien yo
le dejase de servir,
aunque me importe el vivir.

PRÍNCIPE:

Bravamente me agradó
  aquella dama que canta.

DON JUAN:

¿Quiere volver vuestra alteza?

PRÍNCIPE:

No me agradó su belleza,
que no me pareció tanta;
  lo que canta me agradó.

DON JUAN:

Es algo tarde.

PRÍNCIPE:

Don Juan,
muchos recelos me dan,
¿que os cansáis?

DON JUAN:

Yo, señor, yo...

PRÍNCIPE:

  ¡Ea, decí la verdad!

DON JUAN:

Si tuviera yo que hacer,
habíalo de esconder
de vuestra alteza.

PRÍNCIPE:

¡Mirad
  que me enojaré!

DON JUAN:

Señor...

PRÍNCIPE:

¡Decildo, por vida mía!

DON JUAN:

Por esa vida diría
infamias contra mi honor.
  Quiero bien y no he querido.

PRÍNCIPE:

Yo no me espanto; mas ya
que casado estoy, está
cubierto el amor de olvido,
  tan tibiamente me acuerdo
de doña Ana de Mendoza.

DON JUAN:

Dichoso el reino que goza
príncipe tan noble y cuerdo,
  en fin, que para obligarme
a que yo diga a quien quiero,
me lo decís vós primero
y así queréis animarme.

PRÍNCIPE:

  Teneos, que no lo digo
sino porque os quiero bien.

DON JUAN:

¿Tantas mercedes a quien
no os sirve?

PRÍNCIPE:

Soy vuestro amigo.
  Tuve a don Jorge en doña Ana,
bello niño.

DON JUAN:

Ángel del cielo
en quien solo puso el velo
la naturaleza humana.
  Y pues tanto me obligáis,
sabed que yo quiero bien.

PRÍNCIPE:

Quedo, no digáis a quién,
si no es que mucho gustáis.

DON JUAN:

  Cómo no, si fuera cosa
en que luego vuestra alteza
me cortara la cabeza.

BELTRÁN:

¿Dónde va don Juan de Sosa
  con este honrado fidalgo,
tan hinchado y espacioso?

DON JUAN:

Soy en amores dichoso,
con lo más que intento salgo.
  Habrá un mes que requebré
cierta doña Clara aquí,
hablé, paseé, escribí,
gasté, regalé y entré.

PRÍNCIPE:

  De la puerta del favor
es la llave el regalar.

DON JUAN:

No sospechéis del entrar
más del hablarla, señor,
  que es mujer muy principal.

PRÍNCIPE:

Pues lo principal faltó.

DON JUAN:

En esto entretengo yo
las noches.

PRÍNCIPE:

Hicistes mal
  en no avisarme primero,
mas si es hora, juntos vamos...

DON JUAN:

Bien cerca, señor, estamos;
esta es su casa.

PRÍNCIPE:

Yo espero,
  bien podéis seguro estar.

DON JUAN:

¿Qué decís?

PRÍNCIPE:

Que entréis os digo.

DON JUAN:

Señor.

PRÍNCIPE:

Don Juan, de un amigo
la puerta podéis fiar.
  ¿Quién es aquese escudero,
que traéis con vós?

DON JUAN:

Señor,
era un pobre labrador;
vino a ser mi despensero
  y porque un día le vi
menear la blanca bien
le traigo conmigo.

PRÍNCIPE:

A quien
fiáis el venir aquí
  debe de tener valor.
¿Él no me habrá conocido?

DON JUAN:

No, señor.

PRÍNCIPE:

Que entréis os pido.

DON JUAN:

Quiero obedecer, señor,
  que ya sé vuestra grandeza
y corazón generoso.

(Váyase DON JUAN, queden el PRÍNCIPE y BELTRÁN.)
PRÍNCIPE:

Entrad seguro.

BELTRÁN:

Famoso
sueño me da en la cabeza
  Mi amo se entró y pues tiene
quien le guarde, yo me valgo
desta rodela.

PRÍNCIPE:

¡Ah, fidalgo!

BELTRÁN:

Llama; a lindo punto viene.

PRÍNCIPE:

  ¿Cómo es el nombre?

BELTRÁN:

Beltrán.

PRÍNCIPE:

¿De dónde sois?

BELTRÁN:

Soy de Almada.

PRÍNCIPE:

¿Traéis buena espada?

BELTRÁN:

Espada
de las que ciñe don Juan.

PRÍNCIPE:

  ¿Sabéis de la negra bien?

BELTRÁN:

Desde que se fue de casa
no la he visto, todo pasa,
lo negro es color también.
  Mi amo os lo contaría,
que por mi ocasión la echó,
el que a los blancos crió,
también a los negros cría.
  Apasionome el parir
un mulato como el oro;
si crece ha de ser un toro.

PRÍNCIPE:

Si vós sabéis esgrimir
  con la negra os preguntaba,
no si entre negros andáis.

BELTRÁN:

De lo que me preguntáis,
señor, divertido estaba.
  Siempre piensa, el que tratando
anda en algo que le apuntan,
que es lo que otros le preguntan
lo que él está imaginando.

PRÍNCIPE:

  Discreta respuesta, en fin.
¿Vós de la negra sabéis?
{{Pt|BELTRÁN:|
Lo que basta para seis,
que no soy espadachín.

PRÍNCIPE:

  ¿Y con la blanca?

BELTRÁN:

Con esa,
para uno.

PRÍNCIPE:

Buen tallazo
tenéis.

BELTRÁN:

Bien pego un porrazo.

PRÍNCIPE:

¿Con fuerza?

BELTRÁN:

Fuerzas profesa
  mi dueño; ya vós sabéis
que delante de los reyes
de Castilla, como bueyes,
a cinco toros o seis
  en Arévalo cortó
los pescuezos con la espada,
pero su fuerza no es nada
con lo que profeso yo.

PRÍNCIPE:

  A ver, encajad la mano.

BELTRÁN:

Tomad ahí.

PRÍNCIPE:

¿De qué os quejáis?

BELTRÁN:

Aunque otra vez la pidáis
no ganaréis por la mano.

PRÍNCIPE:

  ¿Pues qué fue?

BELTRÁN:

Que de apretada
me hicistes la mano un dedo.

PRÍNCIPE:

Mostrad a ver.

BELTRÁN:

Téngoos miedo.

PRÍNCIPE:

Mostrad.

BELTRÁN:

Digo que no es nada.

PRÍNCIPE:

  Pues veamos cuál a cuál
tuerce el brazo. El brazo os pido.

BELTRÁN:

Yo me lo doy por torcido.

PRÍNCIPE:

¿Desto os quejáis?

BELTRÁN:

¡Pesiatal!
  ¿Pues qué prensa de bonetes
me pusiera deste modo?
Las cuerdas tengo hasta el codo
más negras que dos pebetes.
  Si riñera con vós, digo,
y no es la experiencia en vano,
que por no daros la mano
nunca fuera vuestro amigo.
  Y pues lo sois de mi dueño
suplícoos que le guardéis
las espaldas, pues podéis,
mientras yo me rindo al sueño.

PRÍNCIPE:

  Dormid seguro.

BELTRÁN:

Ojo alerta.
(Échase a dormir.)

PRÍNCIPE:

Muy bien me empleo por Dios,
guardándoos el sueño a vós
y a vuestro dueño la puerta.
  ¡Oh!, noche desigual, del sol ausencia,
ausencia en fin para que causes males,
adonde tantas luces celestiales
no son de tus delitos resistencia.
Eres, mientras te ausenta tu presencia,
talega de ajedrez, con piezas tales
que son en ti confusamente iguales
y del peón al rey no hay diferencia.
No pienses que la luna en ti se goza,
ni con sus luces te hagas de los godos,
pues tantos años ha que fuistes moza,
porque siendo alcahueta de mil modos
te sirven las estrellas de coroza
para que miren tus infamias todos.
(Salgan cuatro hombres, embozados.)

HOMBRE 1.º:

  Gente suena en la calle.

HOMBRE 2.º:

Y se pasea
un hombre de buen talle.

HOMBRE 3.º:

Hame enfadado
que no haga caso de nosotros cuatro.

HOMBRE 4.º:

¡Vive Dios, que se estira con desprecio!

HOMBRE 1.º:

¿Darémosle con algo?

HOMBRE 2.º:

No se escusa
saber quién es.

HOMBRE 3.º:

¿Quién va, señor fidalgo?

PRÍNCIPE:

Un hombre, como ven vuesas mercedes.

HOMBRE 4.º:

En la hinchazón parece más de un hombre.

PRÍNCIPE:

Pues no soy más de un hombre a quien componen
cuerpo y alma, sujeto a lo que todos,
mas soy hombre de bien.

HOMBRE 1.º:

Diga su nombre.

PRÍNCIPE:

Mi nombre es yo.

HOMBRE 2.º:

¿Qué es yo?

PRÍNCIPE:

Nombre de un hombre.

HOMBRE 3.º:

Pues yo también soy yo.

PRÍNCIPE:

Pues bien, ¿qué quieren?

HOMBRE 4.º:

Que nos diga quién es a cintarazos.

PRÍNCIPE:

¡Oh, pícaros infames!

HOMBRE 3.º:

Dale, Enrico.

PRÍNCIPE:

A mí no me da nadie, que soy rico.
(Meten mano.)

HOMBRE 2.º:

¡Ay, muerto soy!

HOMBRE 1.º:

¡Huye, vasco!

HOMBRE 4.º:

Este no es hombre, es demonio.
(Cae muerto el segundo y huyen los tres, y salen DON JUAN DE SOSA, y DOÑA CLARA, y ESPERANZA deteniéndole, todo a su tiempo.)

DON JUAN:

Afuera, ¿qué es aquesto?

PRÍNCIPE:

¿Sois dellos vós?

DON JUAN:

Yo soy don Juan de Sosa.

PRÍNCIPE:

Y yo quien vós sabéis.

DOÑA CLARA:

Don Juan, teneos.

DON JUAN:

¡Dejadme, que la vida de un amigo
a todo se antepone!

PRÍNCIPE:

¡Sosegaos!
Un hombre he muerto, la ocasión es suya;
tres van huyendo, haced que con secreto
no se sepa quién soy, pues sois discreto.
(Vase el PRÍNCIPE.)

DON JUAN:

Ya se fue el caballero que era dueño
desta pendencia y díjome que estaba
un hombre muerto.

DOÑA CLARA:

Y dos decir pudiera.

DON JUAN:

¡Ay de mí! ¿Qué es aquesto? ¡Mi criado!

DOÑA CLARA:

¿Beltrán por dicha?

DON JUAN:

El mismo.

DOÑA CLARA:

¡Ah, desdichado!

DON JUAN:

¿Tienes algún aliento?
(Levántase BELTRÁN, alborotado.)

BELTRÁN:

¿Quién me llama?

DON JUAN:

¿Habló?

DOÑA CLARA:

¿Pues no lo ves?

BELTRÁN:

Señor, ¿qué es esto?

DON JUAN:

¿Cómo te has levantado?

BELTRÁN:

Yo sospecho
que fue teniendo pies.

DON JUAN:

¿No estás herido?

BELTRÁN:

Herido no, señor, sino dormido.

DOÑA CLARA:

Luego, tú no has oído la pendencia.

BELTRÁN:

¿Hubo pendencia aquí?

DON JUAN:

Y un hombre muerto.
Cógele en brazos antes que amanezca.

BELTRÁN:

Aquel fidalgo
debió de sacudille por la panza,
que linda fuerza el bellacón alcanza.

DON JUAN:

Mas mira que no es bien que vaya solo,
yo iré contigo. Clara, adiós.

DOÑA CLARA:

El cielo
os guarde, mi don Juan.

BELTRÁN:

Señor difunto,
¿por qué se hace pesado?

DON JUAN:

Acaba presto.

BELTRÁN:

Mire que vamos a nadar al Tajo;
qué hermoso atún.

DON JUAN:

Por esta calle bajo.
(Vanse DON JUAN DE SOSA y BELTRÁN, con el hombre muerto en brazos, quedando DOÑA CLARA y ESPERANZA.)

ESPERANZA:

  ¿Quién sospechas que sería
el amigo de don Juan?

DOÑA CLARA:

Otro don Juan, el galán
como el sol que alumbra el día.

ESPERANZA:

  ¿Es el Príncipe, por dicha?

DOÑA CLARA:

Y el hombre de más valor.
que ha visto el mundo.

ESPERANZA:

Mayor
pudiera ser tu desdicha.
  Si él no fuera cual lo es,
el agresor desta culpa,
porque no hallarás disculpa
de ser la causa después,
  que es tan grande su justicia,
mientras su padre está ausente,
que le habla y tiembla la gente.

DOÑA CLARA:

Lo que temo es la malicia
  de don Juan, que ha de decir
que el hombre era mi galán.

ESPERANZA:

Los celos que no se dan
fáciles son de sufrir.

DOÑA CLARA:

  Dices bien, hay dos maneras
de celos.

ESPERANZA:

¿Y cuáles son?

DOÑA CLARA:

Los que toman sin razón
los hombres por sus quimeras.
  Y los que les suelen dar
las mujeres.

ESPERANZA:

Esos tengo
por peores.

DOÑA CLARA:

Yo me vengo
fácilmente a disculpar
  con que esta fue valentía
del Príncipe y no otra cosa.

ESPERANZA:

Gallarda espada.

DOÑA CLARA:

Famosa.

ESPERANZA:

¡Qué notable gallardía!,
  matar uno y herir tres.

DOÑA CLARA:

Él es hombre que en Castilla
le tienen por maravilla
del mundo, un Hércules.
  En la batalla de Toro
fue divino su valor,
en fin, salió vencedor.
En África tiembla el moro
  desde que le vio en Arcila
acometer la muralla.

ESPERANZA:

Para más cruel batalla,
contigo la espada afila.
  Si no me engaña el semblante,
que alabar una mujer
a un hombre, o quiere querer
o ya quiere.

DOÑA CLARA:

No te espante,
  Esperanza, mi alabanza,
que el Príncipe la merece
pero es necio el que apetece
lo que aún la vista no alcanza.
  Desde que el Príncipe amó
a doña Ana de Mendoza,
de cuyos amores goza
tal fruto como le dio,
  no se sabe que haya amado
más que a su esposa, a quien tiene
justo amor.

ESPERANZA:

Ya el alba viene,
el rostro en perlas bañado.
  Entra, que te pueden ver.

DOÑA CLARA:

Terrible noche he pasado,
nunca más he deseado
ver la luz amanecer.
  Que al fin cuidado me dan,
aunque estamos disculpadas,
del Príncipe cuchilladas
y sospechas de don Juan.
(Vanse, y salen el PRÍNCIPE y DON JUAN DE SOSA y BELTRÁN.)

PRÍNCIPE:

  ¿Hízose bien?

DON JUAN:

Y muy bien,
Beltrán le arrojó en el mar
adonde quisiera echar
mis celos.

PRÍNCIPE:

¿Celos de quién?

DON JUAN:

  De aquel galán que pensó
quitaros de aquella puerta.

PRÍNCIPE:

No pasaba a cosa cierta,
según imagino yo.
  Sino que es muy de cuadrilla
reconocer hasta el nombre,
era de buen talle el hombre.

DON JUAN:

Con eso agora acuchilla
  mis sospechas y será
el hombre muerto mi amor.

PRÍNCIPE:

¿Pues de qué tenéis temor,
don Juan, si el galán lo está?
  Si yo amara, no me diera
celos un muerto.

DON JUAN:

¿No son
celos saber la ocasión
y la deslealtad?

PRÍNCIPE:

Espera,
  ¿es aquel el escudero
que anoche te acompañó?

DON JUAN:

Y el que en la mar le arrojó.

PRÍNCIPE:

Bien duerme.

DON JUAN:

Es hombre grosero
  pero muy hombre de bien,
de la espada y del secreto.

PRÍNCIPE:

Vós os fiáis, sois discreto,
sin duda sabéis de quién.
  Dalde quinientos escudos
como que vós se los dais.

DON JUAN:

Cuanto veis, señor, honráis.

PRÍNCIPE:

Soy amigo de hombres mudos.
(Salga el GRAN PRIOR de San Juan.)

PRIOR:

  Deme los pies vuestra alteza.

PRÍNCIPE:

Seáis, Prior, bienvenido,
alzad y dadme los brazos.
¿Cómo queda el padre mío?

PRIOR:

Señor, el Rey vuestro padre,
a tantas tristezas vino
de ver sus pleitos, sus guerras,
que del reino de su primo,
el Rey de Francia, salió
sin despedirse, aunque ha sido
en estremo regalado
y estimado con él mismo.
Una noche me apartó
de los demás y me dijo:
«Yo voy a Jerusalén.»

PRÍNCIPE:

¿A Jerusalén?

PRIOR:

«Que ha visto
por experiencia que el mundo
es como un fingido amigo,
que las mayores lisonjas
y los mayores servicios
paran en una traición
y fuera desto imagino
que proceden mis trabajos
de estar el cielo ofendido.
Y pues es por mis pecados
Jerusalén peregrino,
me ha de ver y yo he de ver
el gran sepulcro de Cristo.
Solo os encargo que deis
esta al Príncipe mi hijo,
porque es como testamento
y el último codicilo
de mi voluntad postrera.»

PRÍNCIPE:

El amor hace su oficio,
ya los ojos con el llanto
impiden a los oídos
la historia más lamentable
que nuestros reinos han visto.

PRIOR:

Con un capellán, señor,
y dos criados le vimos
partir a Jerusalén,
aunque de sus pies asidos,
llorando tan tiernamente
estas palabras oímos:
«¿Por qué dejas, claro Alfonso,
tu reino, tu amado hijo,
tus vasallos y tus deudos
en tanto dolor y olvido?
¿Por qué los cubres de luto
cuando con tal regocijo
te esperan?»

PRÍNCIPE:

No digas más.

PRIOR:

De todos llorando a gritos
se despidió y partió.

PRÍNCIPE:

Si alguna cosa he tenido
donde mi valor se esfuerce
es esta.

DON JUAN:

Y yo le confirmo
en la templanza que muestra.

PRÍNCIPE:

Leed, don Juan, que resisto
a los ojos más que puedo.

DON JUAN:

Así dice.

PRÍNCIPE:

¡Ay, padre mío!
(Lee DON JUAN.)

DON JUAN:

«De mis trabajos, amado hijo, no quiero darte cuenta, pienso que los sabes, y como yo, los padeces. Si algún consuelo en ellos me ha quedado, y en la última resolución que he tomado de no volver eternamente a Portugal, es ver que las dejé en ti; sé piadoso y benigno Príncipe como yo lo he sido, y renuncio en ti mis reinos, y por última voluntad quiero que desde el día que esta recibas, dejando el nombre de Príncipe, te llames Rey, y mando a mis vasallos que como a tal te obedezcan y besen la mano. Hazme encomendar a Dios, que yo tendré el mismo cuidado, él te guarde y haga tan justo rey que excedas a tus pasados y a sus gloriosas memorias.»

PRÍNCIPE:

  Al dolor desta carta yo no siento
más eficaz consuelo, Prior de Ocrato,
que volver las espaldas.

PRIOR:

Sentimiento
justo.

PRÍNCIPE:

Soy hijo y no soy hijo ingrato.

DON JUAN:

Obedecerle es fuerza.

PRÍNCIPE:

Si a su intento
no hay dónde replicar, no le dilato
la ejecución, porque si donde hubiera,
ni él vivo yo reinara, ni él se fuera.
  Juntad, Prior, los títulos, prelados,
y consejeros luego, a quien se lea
la carta que traéis y convocados
a Cortes luego obedecido sea,
y vós, don Juan de Sosa, en mis cuidados
siempre amigo, hoy es justo que se vea
vuestra solicitud.

DON JUAN:

Que tienes, creo,
justa satisfación de mi deseo.

PRÍNCIPE:

  Partid luego a Castilla y a los Reyes
Católicos diréis de parte mía,
que ansí obedezco las paternas leyes.

DON JUAN:

Saldré de aquí sin detenerme un día.

PRÍNCIPE:

Daldes por mí las pascuas y los reyes,
y si hubiere ocasión, que ser podría,
tratad el casamiento del Infante,
que Príncipe diréis de aquí adelante.
(Vanse el PRÍNCIPE y el PRIOR.)

DON JUAN:

  ¿Qué te parece, Beltrán,
cómo vamos a Castilla?

BELTRÁN:

El ver no me maravilla
rey al príncipe don Juan,
  que en fin lo había de ser,
mas ver que reine viviendo
su padre...

DON JUAN:

Ello va sintiendo
como se ha echado de ver,
  pues lágrimas le ha costado.

BELTRÁN:

Esas naturales son,
mas cree que el corazón
ni ha sentido ni ha llorado.

DON JUAN:

  Yo creo de su grandeza
que siente el reinar en vida
de su padre.

BELTRÁN:

Conocida
su real naturaleza
  se puede creer ansí,
mas vive Dios, que reinar
a un mármol puede ablandar
y escucha una historia.

DON JUAN:

Di.

BELTRÁN:

  En el cuadro de un jardín
de un gran señor castellano
estaba un César romano
de mármol, medalla, en fin.
  Mirándole un paje un día
le dijo: «César, ¡albricias,
si ver el laurel codicias
de la antigua monarquía!,
  que hoy el cielo decretó
vuelvas a reinar en Roma.»
Mira si placer se toma,
pues la estatua se rió
  y estuvo ansí muchos días,
hasta que el paje, volviendo,
le dijo: «¿Qué estás riendo
con esperanzas tan frías?
  Que Otavio es rey, César fiero.»
Y el mármol, como le oyó
dicen que a poner volvió
la boca como primero.

DON JUAN:

  De la virtud de don Juan
no sé qué deba creer,
él es Rey y lo ha de ser,
y yo partirme, Beltrán.
  Grande ventura he tenido
así por dar pena a Clara,
por una ofensa tan clara
cual la desta noche ha sido,
  como por ver a Leonor,
dama castellana y bella,
pues ha dos años que en ella
puse, Beltrán, tanto amor.

BELTRÁN:

  ¿De eso se te acuerda agora?

DON JUAN:

No, que quien se ha de acordar
primero se ha de olvidar
y siempre el alma la adora.
  De su padre fui en Toledo
huésped, allí la vi yo
y allí me favoreció.

BELTRÁN:

A la ausencia tengo miedo,
  que tiene, según he oído,
si falta solicitud,
la cara de ingratitud
y las espaldas de olvido.

DON JUAN:

  Cuando me hubiese olvidado,
agora en volviendo a verme
Leonor volverá a quererme.

BELTRÁN:

Dijo una vez un letrado
  que era el amor de mujer
como tabla de barniz
en cuyo blanco matiz
memorias suelen poner,
  que borrando con saliva
lo que primero se escribe
aquello que después vive
hacen que encima le escriba.
  Como blanca tabla están
las almas de las mujeres,
si hoy el escrito eres,
mañana te borrarán.
  Con solo faltar un día,
como es de barniz su amor,
pondrán don Pedro, señor,
adonde don Juan decía.

DON JUAN:

  La novedad te agradezco,
pero si a don Juan borró
la ausencia, en volviendo yo,
tendré el lugar que merezco.
  Avisa que he de tomar
postas.

BELTRÁN:

La obediencia es ley.

DON JUAN:

Solo la carta del Rey
tengo, Beltrán, de aguardar,
  que este camino repara
mis celos.

BELTRÁN:

¿Cómo, señor?

DON JUAN:

Que iré pensando en Leonor
para olvidarme de Clara.
(Vanse, y salen el REY DON ALONSO el quinto, viejo, del hábito de Cristo, DON LEONEL DE LIMA y FERNANDO, caballeros.)

DON ALONSO:

  No he tenido pesar como este ha sido.

LEONEL:

Mire tu majestad, señor, que el cielo
deste intento, aunque es santo, no es servido,
pues Francia le impidió con justo celo,
y pues tan encubierto y escondido
por tan remoto y tan desierto suelo,
caminaba a Venecia y pretendía
pasar a Chipre aqueste mismo día.
  Y de tan noble gente fue hallado,
pues con cartas del Rey francés, su primo
y del Papa también, le han estorbado
esta jornada aunque el intento estimo.
Vaya a Jerusalén algún criado
en su lugar.

DON ALONSO:

No sé cómo reprimo
mi sentimiento.

FERNANDO:

Con saber su celo
que esta no ha sido voluntad del cielo.
  Vuélvase a Portugal vuestra grandeza.
¡Oh, claro Alonso Quinto, hoy resucite
la alegría que ha muerto su tristeza,
destierre su dolor, su luto quite!

DON ALONSO:

Ya puesta la corona en la cabeza,
el Príncipe, mi hijo, no permite
la razón que a quitarla se resuelva,
ni habiéndosela dado, me la vuelva.
  Yo lo mandé, yo lo escribí, si agora
reina don Juan pacífico, yo creo
que ni él, ni el reino todo que le adora,
me la vuelvan a dar, ni le deseo.
Quien los discursos de la historia ignora,
por fácil lo tendrá, pero yo veo
muchos ejemplos que temor me ponen,
aunque el amor y la razón perdonen.
  Mi hijo reina en Portugal, la culpa
túvela yo que lo mandé y lo quise,
y tiene prevenida la disculpa
cuando mi intento de reinar le avise.
Esta inconstancia mis grandezas culpa
y puede ser también que apenas pise
las riberas de España cuando intente,
direlo así, matarme injustamente.

FERNANDO:

  ¿Ha de caber tan fiero pensamiento
en príncipe tan justo y virtuoso?

DON ALONSO:

Haber reinado mudara de intento,
por no dejar el ceptro poderoso;
yo temo justamente.

LEONEL:

Yo no siento
que aquel pecho magnánimo y piadoso,
adonde puso Dios grandezas tales,
olvide sus acciones naturales.
  Demás que puedes ir a alguna parte,
adonde mientras sabes lo que intenta
estés seguro.

DON ALONSO:

No es el reino parte
segura para mí, sin darle cuenta.

FERNANDO:

África te obedece y puede darte,
mientras la paz en Portugal se asienta,
seguro puerto en Ceuta o en Arcila.

LEONEL:

Fuerte ciudad.

DON ALONSO:

Ganela y defendila.

LEONEL:

  Podrás por Gibraltar, seguramente,
tomar puerto en la margen africana
y desde allí escribir.

FERNANDO:

Cuando él intente
cosa contra quien es tan inhumana,
el mismo mar te servirá por puente.

DON ALONSO:

Aunque es del reino la esperanza vana,
al África os partid.

LEONEL:

Quien el bien deja,
si después no le halla, ¿a quién se queja?
(Vanse, y sale DOÑA LEONOR y INÉS, criada.)

DOÑA LEONOR:

  Esto puede la ausencia.

INÉS:

Siempre la tuve yo por sospechosa.

DOÑA LEONOR:

En mí no hay diferencia,
que tengo condición más amorosa,
firme y agradecida.

INÉS:

Primer amor en fin.

DOÑA LEONOR:

Tarde se olvida.
  Cuando don Juan de Sosa
vino a Castilla y huésped de mi padre,
obligación forzosa
por ser algo pariente de mi madre,
en nuestra casa estuvo,
tú sabes, como yo, que amor me tuvo.
  A diligencias suyas,
a inclinaciones y desdichas mías,
y a persuasiones tuyas,
quise a don Juan después de algunos días,
en fin, le quise tarde,
que amor primero suele ser cobarde.
  Mas como en blanda cera,
lo que se imprime presto fácilmente
se borra y con ligera
mano se quita, y dura enteramente
lo que en mármol se imprime,
aunque la mano al escribir lastime.
  Ansí fui yo en amarle,
pero dura el amor, dura en mi pecho,
sin que puedan borrarle
los agravios y ofensas que me han hecho,
mientras tuviere vida,
porque en fin quien bien ama, tarde olvida.

INÉS:

  Pues si quieres, ¿qué intentas?

DOÑA LEONOR:

Hacer por no querer. Dame esas cartas,
asentareme a cuentas
con este amor.

INÉS:

¡A fe que tienes hartas!

DOÑA LEONOR:

Quita esa cinta verde,
que a quien engañan la esperanza pierde.
(Saca INÉS unas cartas atadas con un listón verde, valas leyendo DOÑA LEONOR y rompiéndolas.)
  Y dice la primera...
¡Dirá mentiras con palabras de oro,
ay, quién no las creyera!
(Carta.)
«Dulce señora mía, yo os adoro
y en este gusto ciego
de un día en otro hasta la muerte llego.»

INÉS:

  ¿Rómpesle?

DOÑA LEONOR:

Por infame,
de amor que engaña y llora. Aqueste leo.
(Carta.)
«Venturosa se llame,
hermosa castellana, mi deseo,
pues solo el desearos
es premio al padecer que causa amaros.»
  También esta condeno.
(Rómpele.)

INÉS:

¿Por qué?

DOÑA LEONOR:

Por alevoso a mis verdades,
este pienso que es bueno.
(Carta.)
«Si de mi pura fe te persüades,
no quiero persuadirme,
si no es saber que no hay ausente firme.»
  Veamos esta, ¡ay, cielo!
(Carta.)
Yo me muero de amor, Leonor, me abrasa,
ángel de puro yelo.
(Rómpele.)
¡Qué derretido portugués!
(Dentro ruido.)

INÉS:

En casa
siento gente y ruido.
Don Juan dicen, señora, que ha venido.

DOÑA LEONOR:

  ¿Cómo don Juan?

INÉS:

Sin duda,
señora, que es don Juan.

DOÑA LEONOR:

Temblar me has hecho,
el color se me muda
y quiere el corazón romper el pecho,
sus golpes he sentido;
sin duda me pregunta si ha venido.
  Corazón, sosegaos,
mis ojos son más cuerdos y desean
ver su dueño, esperaos.

INÉS:

De las postas sospecho que se apean.

DOÑA LEONOR:

Doyte, Inés, un vestido.

INÉS:

Tus manos beso.

DOÑA LEONOR:

Ya su olvido olvido.
(Salgan DON JUAN DE SOSA y BELTRÁN, vestidos de camino.)

DON JUAN:

  ¿Podrá llegar a esas manos
vuestro ausente portugués?

DOÑA LEONOR:

¿Cómo a las manos después
de agravios tan inhumanos?

DON JUAN:

  ¿Yo agravios, señora mía?
¿Qué dices?

BELTRÁN:

¿Y ella, señora
Inés, no me abraza agora?

INÉS:

Si quisiera, bien podía.

BELTRÁN:

  Oiga el cruel desdeñazo.

DON JUAN:

Señora, ¿en qué os ofendí,
que aun por huésped merecí
lo que es el primer abrazo?
  Dadme a besar esas manos.

DOÑA LEONOR:

Bien me lo aconseja amor,
mas como es amor traidor,
afuera consejos vanos.

DON JUAN:

  De aquel pasado rigor,
mi amor, señora, os avisé.

DOÑA LEONOR:

No me acordéis lo que os quise,
que despertáis mi dolor.

DON JUAN:

  No niegan los más tiranos
las manos a los que vienen.

DOÑA LEONOR:

Yo sé el peligro que tienen,
no me toquen vuestras manos.

DON JUAN:

  Yo os aconsejo, Leonor,
que no me cerréis las puertas.

DOÑA LEONOR:

¿Dónde hay mentiras más ciertas
que en los consejos de amor?

DON JUAN:

  Pues matáis, ojos tiranos,
no estáis enfermos de amor,
que en amor, cuando hay rigor,
los que matan son los sanos.
  Mas pues que me aborrecéis,
Beltrán, búscame posada,
que no es mucho que ocupada
ojos en Leonor la halléis.
  La ausencia su oficio ha hecho.

DOÑA LEONOR:

Si füera como vós,
que no se aposenta en vós
la verdad de un limpio pecho.
  Vós que habéis tenido a Clara
y a otras muchas afición,
tenéis alma de mesón,
que aposenta cuanto para,
  y que os vais o que os estéis
no importa.

DON JUAN:

¡Tened, oíd!

DOÑA LEONOR:

A Clara, don Juan, mentid,
aunque verdad la tratéis,
  que aquí no hay para qué.
(Vase.)

DON JUAN:

Iré tras vós como loco,
que no es bien tenerme en poco
por tanta lealtad y fee.
  No será el amor de Clara
quien esos celos os da,
sino el ser claro que ya
vuestro olvido se declara.
(Vase.)

BELTRÁN:

  ¿Qué es esto, Inés?

INÉS:

La razón
que mi señora ha tenido,
de tal mudanza y olvido
después de tanta afición.

BELTRÁN:

  Yo no lo entiendo ni sé
que don Juan le hiciese ofensa,
pero si Leonor lo piensa,
justo castigo le dé,
  y tú a mí tus bellas manos.

INÉS:

¡Hágase allá, majadero!

BELTRÁN:

¿Qué dices?

INÉS:

Que no le quiero.

BELTRÁN:

Ha de haber consejos vanos.
  Y aquello de mi dolor.

INÉS:

La señora doña Clara
no tendrá criada.

BELTRÁN:

Para
estornudo de Leonor,
  que tú debes de tener
en esta ausencia algún daifo.

INÉS:

Qué linda flor de azufaifo.

BELTRÁN:

De carrasco solía ser.
  En fin, ¿buscamos posada?

INÉS:

Si no es que don Juan suplique
a su padre don Fadrique,
ya está la sentencia dada.

BELTRÁN:

  Las dos juntas se declaran.

INÉS:

Tienes alma de mesón,
donde por tu condición
todas las borricas paran.
  No me verás en tu vida.
(Vase.)

BELTRÁN:

Inés, Inés, trascolose.
Era mujer y mudose;
quien presto ama, presto olvida.
(Váyanse y salgan el PRÍNCIPE y RUY DE SILVA.)

PRÍNCIPE:

  ¿Mi padre en Ceuta?

RUY DE SILVA:

Ansí, señor, se dice.

PRÍNCIPE:

Estraño caso.

RUY DE SILVA:

Admira y causa espanto;
ver lo que ha mandado contradice.
  El reino que te dio con celo santo,
de morir como Dios en la Cruz puesto,
querrá pedirte y olvidarse tanto
  de cuanto no puede haber partido honesto
para que deje de ser rey un hombre
del cetro y de la púrpura compuesto.

PRÍNCIPE:

  Siendo yo rey no habré perdido el nombre
de hijo.

RUY DE SILVA:

Ansí es verdad.

PRÍNCIPE:

¿Pues qué le mueve
a que de entrar en Portugal se asombre?

RUY DE SILVA:

  Temor tiene, señor, pues no se atreve.

PRÍNCIPE:

¿Tengo yo de poner en él las manos?
Vida a quien vida la que tengo debe.

RUY DE SILVA:

  Dijo aquel gran valor de castellanos,
Gonzalo Hernández, capitán famoso,
que la tierra tenía dos tiranos:
  el papel y el veneno riguroso;
el papel, porque en él tan libre escribe
el hombre más cobarde y vergonzoso.
  El veneno, señor, porque el que vive
sin sangre y con silencio de la muerte,
y el agresor ni aun lástima recibe.

PRÍNCIPE:

  Está bien dicho, Ruy de Silva; advierte,
que aunque hay venenos, como temen tantos,
aquí la ley y la piedad los vierte.
  Mejor guardamos los preceptos santos
de honrar los padres, pésame que puedan
vanas sospechas ofrecerle espantos.
  Mas pues ellos con él en Ceuta quedan,
partamos a libralle dél y dellos
mientras el mar y el viento lo concedan.
  Prevenid en que parta y él y ellos
se aseguren de mí, pues que me ofrece
hazaña tan piadosa los cabellos.

RUY DE SILVA:

  ¿Qué dices, gran señor?

PRÍNCIPE:

¡Que si el mar crece
hasta los cielos y el airado viento
las márgenes opuestas estremece,
  tengo de ver mi padre!

RUY DE SILVA:

Justo intento
y admirable piedad.

PRÍNCIPE:

El cielo sabe
con la verdad que sus trabajos siento.

RUY DE SILVA:

El mundo te honre y Portugal te alabe.
(Váyanse y salen el REY DON ALONSO y LEONEL DE LIMA.)

LEONEL:

  Notables cosas, señor,
refieren los que vinieron
de Portugal.

DON ALONSO:

Tiene Juan
divino el entendimiento.

LEONEL:

República no se ha visto
que tenga mayor concierto,
con salva de los romanos
y con perdón de los griegos.
Rindan Atenas y Roma
leyes, laureles y premios,
las togas del Consulado,
sus césares y pompeyos.
Pongan coronas murales
y cívicas por el suelo
y las navales que forman
marítimos instrumentos
a los pies del gran don Juan,
que en el popular gobierno
y militar diciplina
el mundo tiene suspenso.
Ya le va sirviendo el oro
de tantos descubrimientos
en los reinos donde el sol
produce los hombres negros.
Ya el África está temblando,
Fez, Tarudante y Marruecos,
y a los montes claros hace
obscuro su nombre el miedo.
Reyes ha tenido insignes
Portugal, pero sospecho
que tu hijo los excede.

DON ALONSO:

Muchas gracias debo al cielo,
Leonel de Lima, en tener
en trabajos tan inmensos
hijo de tanto valor.

LEONEL:

Es de suerte, que en los reinos
más estranjeros le llaman
hoy el príncipe perfeto;
no hay virtud que falte en él,
de todas está compuesto
un sujeto celestial,
a ningún vicio sujeto
y si alguna mocedad
tuvo aunque pocas sabemos,
está tan cuerdo, señor,
que es de los mozos ejemplo,
espejo de los casados
y retrato de los viejos.

DON ALONSO:

¡Ay, hijo, mis ojos vean
tu afable rostro primero
que los cierre la que acaba
los reyes y los imperios!
Digno es el reino de ti.

(Sale DON FERNANDO, alborotado.)

FERNANDO:

¡Oh, famoso amparo y dueño
del lusitano valor,
tan digno de honor eterno!
¿Qué haces con tal descuido,
en tantos cuidados puesto?
Sobre ti viene tu hijo,
tu legítimo heredero.
A quien diste a Portugal,
por dicha, con mal acuerdo,
porque quien da lo que es suyo
antes de su muerte, pienso
que se arrepiente, aunque tarde
y cuando falta el remedio.
En un pequeño navío,
a quien el ligero viento
sirve de pies en las velas
como de mano en los remos,
dicen, señor, que en la Almina
tomó con su gente puerto.
¿Qué piensas hacer?

DON ALONSO:

Huir,
pues Dios me trajo a tal tiempo,
Fernando, por mis pecados,
que cuando castiga el cielo
los padres, es cuando toma
los hijos por instrumentos.

(Váyanse a entrar y salga a un mismo tiempo el PRÍNCIPE, RUY DE SILVA, el GRAN PRIOR y otros.)

PRÍNCIPE:

¿Dónde, señor? En mi pecho,
en mi alma, en mis entrañas.
Aunque indigno templo vuestro
pero de mí para mí,
seré bien seguro templo,
y para vós pues por vós
es cuanto vós habéis hecho.

DON ALONSO:

¿Es el Rey?

PRÍNCIPE:

No, mi señor,
que el Rey vós soys, que yo tengo
solo el ser vuestra hechura,
solo, y en ser hijo vuestro,
tanta gloria que es mayor,
que los mayores imperios.
Si fui rey, fui porque vós
lo mandastes, que obedezco
siempre vuestra voluntad,
como divino precepto.
Perdonadme si reiné,
rey poderoso, viviendo
vuestra majestad, que yo
no tuve culpa, a lo menos
huélgome que hayáis venido,
porque es la emienda que tengo,
pues volveréis a ser rey
y yo a ser príncipe vuestro.
Tomad, señor, la corona,
volved a honrar vuestro reino,
mejoralde de señor,
de luz, de amparo y gobierno.
Sin vós estábamos todos
con notable desconsuelo.
Gracias a Dios que venistes,
gracias a Dios que habéis vuelto,
mil veces beso esos pies.

DON ALONSO:

Levántate, Juan, del suelo,
si no quieres que se humille
tu padre a tus pies.

PRÍNCIPE:

¡Teneos,
teneos, mi padre amado!
Que yo soy quien no merezco
besar la tierra que pisan
los pies que sus pies han puesto
tanta tierra, tanto mar,
tantos climas tan diversos,
desde el etíope adusto
hasta el español soberbio.
Venid conmigo, señor,
a Portugal, donde quiero
daros cuanto me habéis dado,
dando mil gracias al cielo
que me dio para pagaros
reino si me distes reino.

DON ALONSO:

Hijo discreto en el mundo,
hijo con el mismo estremo
piadoso, lágrimas sean
palabras porque no puedo
responder enternecido
de ver a un hombre que ha puesto
su laurel sobre las sienes
de cuantos ilustres hechos
celebra la antigua historia;
en hora buena te dieron
ese ser, estas entrañas.
Donde de nuevo te vuelvo,
que para poder pagarte
te pongo en ellas de nuevo,
porque volviendo a nacer
me debas dos nacimientos,
pues ya me has pagado el uno,
en cuya verdad te beso
ese rostro, honor del mundo.
Digno de mayores cetros,
iré seguro contigo
más que de mí mismo haciendo
de tus lágrimas la carta,
de tu amor el juramento;
no puedo decirte más.

PRÍNCIPE:

Prelados y caballeros,
el Príncipe vuelvo a ser,
no el Rey, y ansí os mando y ruego
llaméis Infante a mi hijo.
¿Hareislo ansí?

TODOS:

Ansí lo haremos.

PRÍNCIPE:

Mirad que el Príncipe soy.

PRIOR:

Desde hoy te llamaremos
el Príncipe, gran señor,
mas el Príncipe perfeto.