El primer trofeo tomado al enemigo
El primer trofeo tomado al enemigo (1810)
editar<< Autor: Mariano Moreno (1778 - 1811)
El general del ejército del Perú ha dirigido a la Junta la bandera que la energía de nuestras tropas arrancó de las manos de los opresores del Perú. Este trofeo tiene la particular recomendación de haberse jurado por las tropas de Chuquisaca en el acto de desarmar y reducir a cadenas a los patricios que estaban destacados en aquella ciudad. El estandarte del despotismo ha sido presa de los valientes hijos de la Patria, y el cobarde insolente que infirió a los americanos aquella injuria, huye envuelto en polvo e ignominia, sin atreverse a soportar la presencia de los honrados patriotas, que afectaba despreciar.
Es un justo homenaje al valor y virtudes de nuestros guerreros, la ternura y puro placer con que sus conciudadanos han recibido aquel precioso presente. La Junta, rodeada de un inmenso pueblo, condujo la bandera a la casa municipal. En todos los semblantes se veía escrito un lenguaje mudo, pero expresivo de los tiernos sentimientos, de que el corazón de los patriotas estaba ocupado: a los vivas y aclamaciones sucedieron las lágrimas, con que todos desahogaron el peso de su propia ternura; y colocada la bandera en los balcones del Cabildo, ofreció por todo el día el grande espectáculo del primer triunfo, que nuestra libertad naciente ha conseguido sobre las armas y últimos esfuerzos de un despotismo vacilante. Por la noche, iluminaciones, músicas y canciones patrióticas, llenaron de alegría y contento a toda la ciudad, guardándose la bandera en la sala principal del ayuntamiento. Venía otra bandera en el ejército enemigo, que fue despedazada en los primeros momentos de nuestra victoria. Su fondo era negro, y estaba toda salpicada de calaveras; éste era el estandarte de los marinos, con el cual significaban que no darían cuartel a ningún hijo del país que tomasen prisionero. Sin embargo, esos marinos invencibles, que anunciaban por todas partes muertes, desolación y exterminio, no pudieron sufrir el primer ímpetu de los nuestros, y su vergonzosa fuga introdujo el desorden en su ejército, y causó su derrota. Es sensible que no nos hubiesen conservado y remitido la bandera de las calaveras; distinguiríamos en ellas, seguramente, las de muchos de nuestros rivales; y es regular que ocupase el centro la de Córdoba, porque entre las muchas calaveras que el mundo ha tenido, creo que no ha habido calavera igual a la del calavera Córdoba.
(Gaceta de Buenos Aires, del 8 de diciembre de 1810.)