Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


El primer sermon.

En el mismo dia de la fiesta encargaron á un nuevo sacerdote el sermon del santo para el año siguiente.

Nuestro jóven midió el tiempo, vió que el año era bisiesto, y lo calculó bastante plazo; porque cierto, 366 dias pueden dar de sí. Compró doscientos sermones impresos, la retórica del padre Granada y la Biblia. Principió á estudiar y estudiar, y á escribir y escribir, sin dejar el libro ó la pluma de la mano, de dia ni de noche.

El año pasó, se repartieron esquelas de convite, y del pueblo y de los convecinos fué tanta la gente convidada, que no cabia en la iglesia.

La alcaldesa (era madre del predicador), para ocupar dos asientos, necesitó quitarse el miriñaque: el alcalde se quito la capa. Ya tenemos al predicador en el púlpito, la curiosidad es general, y no solo no se tose, no se respira siquiera.

El jóven principia, estiende la mano y dice:

— Cristo le dijo á San Juan...

Silencio general por un minuto. Vuelve otra vez á principiar:

— Cristo le dijo á San Juan.

Nuevo silencio; una terrible ansiedad se apodera de todos.

El predicador repite otra vez:

— Cristo le dijo á San Juan.

El cura, cansado, le dirige la palabra preguntando: ¿y qué es lo que le dijo, señor predicador? ¿qué le dijo?

— Baja, baja, hijo mio, gritó enojada la alcaldesa; el que quiera saber lo que le dijo, que se gaste veinte duros en libros y emplee un año como tú en averiguarlo.