El primer blasón del Austria/Auto

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​El primer blasón del Austria​ de Pedro Calderón de la Barca
Auto

Auto

Aparece con música la IGLESIA en un bofetón, con Cáliz y Hostia.
IGLESIA:

Dulcísimo esposo mío,
soberano Rey eterno,
a quien cantan «santo, santo»
los coros de tu luz llenos
desde el inmóvil impíreo
eternamente atendiendo
al decoro de tu iglesia,
a mi amparo, a mi consuelo,
lleguen hoy al sacro trono
de tu majestad envueltos
mis suspiros y mi llanto
en humos de sacro incienso.
Bien sabes, señor, bien sabes,
los agravios que padezco,
las sin razones que sufro
y los rigores que siento;

IGLESIA:

Roma tiembla, que es alcázar
adonde tengo mi asiento,
fundado por esas manos
en la firmeza de Pedro.
Inundaciones de herejes
combaten mi pobre leño,
que, sin perder el timón,
mira al norte verdadero.
Weimar tala poderoso
con el campo del soeco,
y con cuantos alemanes
engaña el falso Lutero,
las católicas provincias,
a saco, a sangre y a fuego,
ejecutando crueldades,
cometiendo sacrilegios,
con tan continuas victorias,
con ejército tan grueso
que se promete de Roma
triunfar después del imperio.

IGLESIA:

El rey de Hungría, Fernando,
está en gran peligro puesto,
pollo del nido imperial,
águila del sol espejo;
no permitáis que se pierda
este joven, que yo espero,
capitán y defensor
de mi católico celo,
eterna sabiduría
con vuestro poder inmenso:
levantad otro David
contra aqueste filisteo;
enviad de vuestra mano
el socorro y el remedio.
Librad de este faraón
a vuestro afligido pueblo,
pues librastes a Betulia
de Holofernes, monstro fiero,
y por su llanto a Ezequías
de Senaquerib soberbio.

(Al son de música sale en otro bofetón el arcángel SAN MIGUEL.)
SAN MIGUEL:

Llegaron tus oraciones,
Iglesia, al impíreo asiento
y esos globos de zafiros
taladraron y rompieron;
yo te vengo a referir
provisiones del acuerdo,
a tu ruego despachadas
del consistorio supremo.
La casa de Austria, oprimida,
tiene un hereje blasfemo
que habla mal y siente mal
de tu mayor sacramento,
la casa de Austria, que siempre
rindió el católico pecho
a la debida obediencia
de la fe, digno trofeo,
y en tan santa devoción
el maravilloso ejemplo
que en el cielo y en la tierra
alcanza divinos premios.

SAN MIGUEL:

Por esto, la casa de Austria
tiene brillando y luciendo
tu púrpura y el arnés
que en tu defensa se ha puesto
otro Fernando glorioso,
arzobispo de Toledo,
hermano del rey Felipe,
de tantas provincias dueño,
que ya ha salido del nido
imperial, alzando el vuelo,
a que el sol le reconozca
por águila del imperio.
Despídense los hermanos
en el encumbrado cerro
de Montserrate sagrado,
atlante del mejor cielo;
embárcase en Barcelona
ya con militar estruendo
en las galeras de España
y del siciliano reino;

SAN MIGUEL:

el marqués de Villafranca
y el del Viso le sirvieron,
que son de estas dos armadas
dos generales perfectos;
llega a Italia, y le reciben
todos dentro de sus pechos,
que roba los corazones,
noble, agradable y discreto.
Previene gente en Milán
sin la que le va siguiendo,
levanta caballería,
coroneles y tercios,
llamado del rey de Hungría,
que es su ejército pequeño,
y el de Weimar muy pujante
de bravos soldados viejos.

SAN MIGUEL:

El húngaro a Nördlingen
tiene sitiado y estrecho,
fortificando cuarteles
para sus alojamientos.
¡Guárdate, Weimar, que llega
Fernando, rayo del cielo,
que el monte de tu soberbia
ha de volver polvo y viento!
Iglesia santa, confía
y porfía en dulces ruegos,
porque venza tu oración,
y de Fernando el esfuerzo,
que la devoción que tiene
al soberano misterio
del Cáliz y de la Hostia
le ha de dar mil vencimientos,
que Jerusalén le aguarda
otro segundo Grofedo
y hace temblar ambos polos
el resplandor de su acero.

IGLESIA:

Ya me vuelvo a mi oración,
llena de gozo y consuelo.
Miguel, mi amparo y custodia,
en tus manos me encomiendo.

SAN MIGUEL:

Iglesia de Dios, adiós,
que yo a los cielos me vuelvo,
adonde tendrá Fernando
el socorro verdadero.

(Vanse. Salen WEIMAR, HORNOS, GUSTAVO y GRANZ.)
HORNOS:

Gran duque de Weimar, rayo encendido,
vengador de la muerte de tu tío,
cuya vida ha costado tanto precio
como lo mereció su heroico brío.
¿Quién se puede oponer con valor necio
a tu valiente ejército y el mío?
pues temeroso vemos cada día
el campo rehusar el rey de Hungría;
si cerca a Nördlingen, se ha defendido.

HORNOS:

Pólvora le metiste y municiones,
y de gentes está fortalecido
sin causa de temer sus invasiones;
a la batalla provocado ha sido
el húngaro en diversas ocasiones;
luego temor tiene y acobarda
quien sus alojamientos sólo guarda.

WEIMAR:

Hornos y Granz, valientes capitanes
con cuya generosa compañía
desplegaré mis nobles tafetanes,
[................................................]
honor de los soecos y alemanes,
que han probado mejor su valentía,
que presto rendiréis a cautiverio
las águilas sagradas del imperio.

WEIMAR:

Vamos a Nördlingen, no a socorrella,
que está bastantemente socorrida;
no a descercalla, no, ni a defendella,
sino a quitar al húngaro la vida,
que como sigo mi marcial estrella
que a mayores victorias me convida,
de que el húngaro asista ya me corro,
a cercar la ciudad que yo hoy socorro;
en sus alojamientos encerrado
hace razón de Estado lo que es miedo;
pues verá, si el palenque y estacado
le defiende a mi cólera y denuedo,
que mis valientes armas no ha probado,
aunque ya reconoce lo que puedo
en tantas leguas de ganada tierra,
que le poseo en tan sangrienta guerra.

(Sale FABRICIO.)
FABRICIO:

Este hipogrifo con alas
[..................................]
que ahora dejo rendido
en esa florida margen;
he corrido algunas millas
sólo por venir a darte
un aviso, que en la guerra
suele ser tan importante.
El infante don Fernando
(que españoles llaman Marte),
hermano del rey Felipe,
iba a socorrer a Flandes,
y del húngaro avisado
viene con él a juntarse
trayendo lucida gente
y bizarros capitanes,
de infantería española
dos tercios inexpugnables,
napolitanos nombrados,
borgoñones y alemanes.

FABRICIO:

Por eso vine, señor,
antes que acometas, antes
que embistas solo al de Hungría
y acompañado le halles
de italianos y españoles.
Son gente tan arrogante
que rabian ya por llegar
donde mueran o te maten.

WEIMAR:

Calla, cobarde, no quieras
que mi paciencia se agravie.
¡Pluguiera a Dios que del orbe
las cabezas se juntasen,
para que juntas, de un golpe
divididas por el aire,
postradas entre mis plantas,
mi sed de su sangre aplaque!

WEIMAR:

Ese, que celebran tanto
por soldado y arrogante,
¿es más que un polluelo tierno,
que ahora del nido sale
a examinarse en los rayos
de mi sol para abrasarse,
y buscar su atrevimiento
sus precipicios fatales;
sino es que con la nobleza,
heredada de sus padres,
venga ya diestro en las lides
sin ejercitar examen?
¿Qué gente puede traer,
puesto que a Flandes pasase,
adonde tiene más fuerza
que tendrá por estas partes?

HORNOS:

Cuatro o cinco mil descalzos
que ni la milicia saben,
y si algunos la ejercitan
es con desnudos alardes.
Y a poco tiempo que esperes
tendrás número más grande,
que ya a nuestro campo marcha
el socorro del Ringrave.

WEIMAR:

Hornos valiente, ¿eso dices?
¿Agora quieres que aguarde
cuando de cólera rabio
y reviento de coraje?

HORNOS:

Hoy veré los españoles
que mañana he de almorzarme,
que aún no tengo en todos ellos
para mi sed y mi hambre,
y ese Infante Cardenal
haré que tiemble y se espante,
y que huya de mi vista,
y, si arrogante esperare,
átomos indivisibles,
que apenas puedan juntarse,
le haré a tajos y reveses,
si se volviere gigante.
¡Suene el clarín alentado
y toque a marchar el parche,
que la dilación ofende
de lo que tardo en vengarme!
(Vanse.)

(Salen por una puerta el REY DE HUNGRÍA, el MAESTRO TEUTÓNICO, GALASO, PICOLOMINI, y por la otra el INFANTE CARDENAL, el de LEGANÉS, DON MARTÍN IDIÁQUEZ, y RIVERA, soldado, al son de cajas y clarines.)
REY:

Vuestra alteza, señor, sea bien venido.

INFANTE:

Y vuestra majestad muy bien hallado.

REY:

Mi deseo con verle se ha cumplido.

INFANTE:

El mío con mirarle se ha logrado.

REY:

De todo el mundo me veré temido
con tal hermano y tal amigo al lado;
desde hoy ya desestimo, ya desprecio
las arrogantes armas del soecio.

INFANTE:

Meréceos mi deseo esos favores.

REY:

¡Oh, gran Fernando!, honor de los mayores
vuestros, cuya grandeza
coronó de laureles su cabeza,
que, sobre sacra púrpura vestido
el arnés de la fe resplandeciente,
desde España has corrido
tantas provincias de diversa gente,
hecho un Marte cristiano,
a quien la religión puso en la mano
la católica espada,
que presto el hombre asombrará bañada
en sangre de esta hidra que vomita,
atónito retrato del Cerbero,
que ya tiembla los filos de tu acero;
con tu venida este cercado muro
de Nördlingen, si fuera de diamante,
no estuviera seguro.

INFANTE:

¡Oh rey famoso!, a quien la fama cante
en brevedad hazañas tan lucidas,
que eran bastantes para largas vidas;
a aprender me han traído mis deseos
en vuestra escuela, glorias y trofeos.

REY:

Dadme otra vez los brazos
que han de hacer la herejía mil pedazos.

INFANTE:

En los vuestros, la Iglesia soberana,
el estoque y la púrpura imperiales
ha de poner mañana,
merecidas de hazañas inmortales,
ya que tenéis mi vida
a la Hostia y el Cáliz ofrecida,
como al servicio vuestro dedicada.

REY:

Cansado llegaréis de esta jornada.

INFANTE:

Pues he llegado a tiempo, ya descanso,
que por Dios y por vos nunca descanso.

TEUTÓNICO:

Dé la mano vuestra alteza
al teutónico maestre;
[...................................]
mi amor a tanta nobleza.

GALASO:

A Galaso vuestra alteza
le dé su mano a besar.

INFANTE:

Siempre he sabido estimar
vuestra heroica fortaleza.

LEGANÉS:

Dele vuestra majestad
al marqués de Leganés
la mano.

REY:

Noble marqués,
pecho y brazos ocupad.

IDIÁQUEZ:

Don Martín Idiáquez llega
por vuestra mano, señor.

REY:

¡Oh vizcaíno valor
que los rayos del sol ciega!
De tan valientes soldados,
de tan bravos capitanes
temblarán los alemanes
herejes y rebelados.
Ya me prometo victoria
seguramente con tales
defensores imperiales
que a España dan tanta gloria.
¿Qué gente trae vuestra alteza?
El número saber quiero,
que en lo demás ya yo infiero
su valor y fortaleza.

INFANTE:

Tres mil caballos armados,
diez y siete mil infantes,
para el socorro bastantes
de través tan apretados;
tres tercios de Lombardía
y cuatro napolitanos,
dos de españoles lozanos
de briosa infantería,
y traigo dos regimientos
de Borgoña; de Alemania
otros dos, con capitanes
dignos de grandes aumentos;
traigo quinientos dragones,
caballeros de mi guarda,
que ninguno se acobarda
de pelear con leones;
y por la fe que peleo
de nuestra Iglesia romana,
que hemos de vencer mañana
nuestros enemigos, creo.

REY:

Dios a nuestro celo acuda,
que así, hermano, lo confío,
que vuestro celo es el mío,
y Dios a su casa ayuda.
Vuestra alteza a sus cuarteles
venga y comerá conmigo.

INFANTE:

Con tal hermano y amigo
vengo a ganar mil laureles.

TEUTÓNICO:

Vueseñorías también
han de ser mis convidados.

IDIÁQUEZ:

A serviros obligados.
(Vanse.)

RIVERA:

Irá Rivera también.
De Rivera no hacen caso,
porque me ven pobre y roto,
mas, ¡voto a Dios!... mas no voto
el no, la hambre que paso,
que por lo hidalgo pudiera
ser al más pintado igual,
que ya ha habido general
que se ha llamado Rivera.
La milicia es religión;
paso mal que en casos tales
se brinden los generales
y ayune este motilón;
por comer no se ha de hablar,
pero yo no lo sé hacer,
que cuando otros veo comer
siento mucho el ayunar.

RIVERA:

Cogeré mi pan y vaca;
lo que monte mi ración
diré: ¡hágote capón!
¡no está la ternera flaca!
¡qué sazonado jigote!
¡qué gazapo y francolín!
Aqueste es vino del Rin
y me hacen un brindiscote;
yo haré la razón, señor,
y beberé en la campaña
la salud del rey de España
y del propio Emperador.
Aquesto es mental historia,
engañar el pensamiento,
llenar las tripas de viento,
y comida de memoria.
Mas ¿por qué estoy encogido
donde habrá tanto sobrado?
¡Oh, lleve el diablo lo honrado
en un hombre mal comido!

RIVERA:

Yo voy a matar la gana
si ha quedado algo fiambre,
que si hoy mato bien mi hambre
mataré herejes mañana.

(Vase)
(Salen WEIMAR, HORNOS y GRANZ.)
HORNOS:

Vengo de reconocer
sitio y fortificaciones
que ocupan en sus cuarteles
alemanes y españoles;
dos leguas de nuestros reales,
junto a los suyos, un bosque
importa mucho ocupar
para nuestras pretensiones;
ya le ocupan mosqueteros
suyos, mas echando golpe
de gente le cobraremos
con el plomo y con el bronce.

HORNOS:

Hay también una colina
que de por medio se pone,
del uno y del otro campo
sitio eminente, de donde
se pueden batir sus reales
hasta que se desaloje,
y así importará ocuparla
con valor, industria y orden.
Ayer la ciudad batieron
con bizarros corazones
y desembocando el foso
nos ganaron una torre,
mas recóbrase con fuego
que abrasó los borgoñones
que la ocupaban, que pocos
se escaparon con la noche.

WEIMAR:

Al bosque vaya a cobrarle
Biteremberg con mil hombres,
y, para darle la mano,
Granz con otros mil sajones;
a la colina caminen
dos regimientos valones,
y lo restante del campo,
puestos en armas conformes,
salga la caballería
y marchen los escuadrones,
que hoy les pondré esos polluelos
pigüelas y capirote,
y haré que su atrevimiento
sus cortas vidas malogre,
que no quiero, si les doy
un día más, que ellos se tomen
presunciones de vencer
sin que yo se las acorte.

WEIMAR:

Verán que soy como el rayo
que apenas la nube rompe,
como víbora de fuego
que baje en cercos veloces,
cuando deslumbra y espanta
y mata todo de un golpe,
que tengo gana de verme
ya degollando españoles.

HORNOS:

Pues ¡a embestir la colina!

WEIMAR:

¡Ea! ¡a recobrar el bosque,
a presentar la batalla
del peso de todo el orbe!
¡Resuene el clarín templado,
el parche en ecos rimbombe,
repetidos de las huecas
cavernas de aquesos montes!
(Vanse)

(Salen el INFANTE, el REY, LEGANÉS, IDIÁQUEZ y DON PEDRO GIRÓN. Suenan clarines y cajas.)
INFANTE:

El enemigo soberbio
embiste nuestras batallas
y nos ganó el bosquecillo
que era de tanta importancia.
Esta colina conviene
defenderla y sustentarla,
que en el paso de este día
es el fiel de las balanzas.

REY:

Aunque está bien guarnecida
de gente napolitana
con el tercio de Toralto
y con el conde de Salma
y su tercio, y el de Ubormes
de la gente de Alemania,
es menester socorrella,
que el enemigo la carga.

INFANTE:

Con un tercio de españoles
don Martín Idiáquez vaya,
que su gente es tan valiente
que quedará en la campaña
antes que perder un paso
de este puesto que se guarda.

IDIÁQUEZ:

Parto luego a obedecerte
conduciendo mis escuadras.

REY:

Desde este puesto se miran
por la colina y sus faldas
embestir el enemigo,
y la resistencia honrada
que hacen los nuestros ¡Ay cielos,
que en los alemanes hallan
flaqueza que los retiran
de su puesto, los rechazan,
que vienen desordenados!

INFANTE:

Hacia aquella parte cargan
que defiende don Martín,
que, porque no le deshagan
sus escuadrones viendo,
con las picas los aparta,
con las espadas castiga,
con la lengua los infama;
del bravo Paniguerola
y Guasco, los tercios bajan
a ayudar a Gambacurta,
que lo perdido restaura.
El conde Juan Cervellón
y Picolomini andan
gobernando y restaurando
puesto de tanta importancia.
Sobre Toralto se arrojan
unas escocesas mangas,
las más fuertes de Weimar,
que los amarillos llaman,
¡con qué valor los resiste!
¡qué diestro que los rechaza!
¡qué notable estrago ha hecho
la mosquetería italiana!

REY:

Paniguerola ha caído,
y tal que no se levanta.

INFANTE:

¡Oh valiente capitán,
laureles te dé la fama!
Juan de Orozco, su sargento,
gobierna, que también matan
a su alférez; buen soldado
es Orozco, ¡qué bien anda,
cómo gobierna y embiste,
y parte del bosque gana!
Con los españoles tiene
Weimar tema temeraria,
que son de diamantes pienso,
o rocas que bate el agua.

INFANTE:

El gran duque de Lorena
hacia la colina marcha,
que es general de la Liga
Católica de Alemania,
¡qué valeroso pelea!
¡qué sangrienta que se ataca
la porfiada escaramuza
y rigurosa batalla!
¡cuál juega la artillería!

LEGANÉS:

A Yaso mató una bala
al lado de vuestra alteza.
Su vida importa guardarla
que con esto la vitoria
nos dará el cielo más llana.
Su alteza deje este puesto

INFANTE:

Cuando miro tan trabada
la guerra por tantas partes,
y los campos de esmeralda
hechos jaspe con la sangre
española y italiana
¿queréis que yo me retire?
Señor, esta es vuestra causa;
bien sabéis que yo defiendo
vuestra ley divina y santa,
vuestra verdadera fe,
y vuestra Iglesia romana;
¡ayudadme aqueste día
a que se rompa y deshaga
el poder de los herejes
que la afligen y maltratan!
¡Rey don Fernando, embistamos!

REY:

Dios nos ayuda y ampara
¡a ellos!, que de este modo
nuestra vitoria se allana.
¡San Esteban, pues, y a ellos!

(Vanse)
(Suena ruido de artillería; salen acuchillándose. Y luego sale RIVERA con un hereje a cuestas.)
RIVERA:

Mientras siguen el alcance,
mientras la vitoria cantan,
de este hereje los despojos,
que he ganado con mi espada,
quiero ver y recoger,
por si hay oro o por si hay plata.
En aquesta faltriquera
tiene una bolsa pesada.

RIVERA:

¡Yo he cogido linda presa!,
mas, ¡vive Dios!, que son balas;
Bercebú lleve la fruta
que es buena para tirada;
en esta otra faltriquera
trae una cosa tan larga
¡ay! que es hueso de tocino,
aunque con poca substancia.
Con esto, que al apetito
suele servir de mostaza,
gastó el hereje esta bota
que casi no tiene nada;
apárola, y vuelvo a ver
si hallo mayores ganancias,
que cuando a todos les sobra
a un desdichado le falta.

RIVERA:

¡Vive Dios!, que he peleado
con desesperada rabia,
y en bañando aquestos campos
de la sangre rebelada,
al lado de don Martín
Idiáquez (cuyas hazañas
han restaurado perdida
la vitoria que hoy se gana),
cuando astuto y valeroso
a su tercio ordena y manda
que no dispare ninguno,
y al tirarles se agazapan
y dispara el enemigo,
por alto las balas pasan,
y luego disparan todos,
que no se perdió una bala,
enflaqueciendo a Weimar
ver tan extraña matanza,
que van los cuerpos rodando
desde aquestas cumbres altas
en los raudales crecidos
de la sangre que derraman.

RIVERA:

Dios sabe cómo he servido
que para mi premio basta,
pues un don Diego de Bustos,
sargento mayor, que tanta
opinión gana este día,
después de tantas hazañas
que con mortales heridas
dijo, ya en la boca el alma:
«dichoso yo, pues que muero
donde tanto honor se gana».
(Vase)

(Salen como primero SAN MIGUEL y la IGLESIA.)
SAN MIGUEL:

Ahora sí militante
Iglesia, triunfante Roma,
de tus fieros enemigos
has de quedar vitoriosa,
deshechas y consumidas
ya las heréticas tropas,
anulado su poder,
y todas sus fuerzas rotas,
porque la mano de Dios
obra siempre vencedora
en los dos Fernandos que
son columnas de su honra.
El ave de dos cabezas,
que a ver el sol se remonta,
que a Júpiter administra
sus venganzas tronadoras
han sido estos dos mancebos
del Austria perlas preciosas,
cuyo católico celo
les dio tan grande vitoria,
correspondiendo a tus ruegos
la suma deidad piadosa.

SAN MIGUEL:

Con estos dos hijos tuyos
te asegura y te decora.
Enjuga, pues, las mejillas
resplandecientes y hermosas
que bañó tu sentimiento
del rocío del aurora,
y con alegre semblante
en tus dos hijos te goza,
y da a Dios debidas gracias
que yo me subo a la gloria,
que en la ciudad de Toledo,
la más ilustre y famosa,
antigua, opulenta y rica
de los límites de Europa,
en su santa iglesia (que es
de nuestro Fernando esposa)
tan honrada de las plantas
de mi reina y mi señora,
han estado intercediendo,
en esta ocasión forzosa,
en la Virgen del Sagrario
su imagen más viva y propia,
su generoso cabildo,
su clerecía devota,
todo su rebaño, que ama
de su infante la persona.

IGLESIA:

Mil gracias te doy, señor,
cuya mano poderosa
arma mis amados hijos
de corazones de rocas,
y el caballo y caballero
has sumergido en las ondas
de su ciega confusión,
de su propia sangre roja.
Mercedes son, y favores
de esa mano generosa,
con que mi pecho respira
y mis deseos se logran.

IGLESIA:

Siempre arderá en mis altares
las más felices aromas
con holocaustos debidos
a mi Cáliz y a mi Hostia,
de quien es la casa de Austria
tan peregrina devota,
que por eso la sublima
y la ensalza más que a todas.
Agradecido el Infante
hará que se reconozca,
dando en Toledo su iglesia
de este suceso memorias,
aumentando devoción
en cualquiera alma piadosa
con las banderas que envía
y con la fiesta que dota.

IGLESIA:

El principal estandarte
suyo, vencedor, adorna,
entre los de los vencidos,
esta iglesia victoriosa.
Para este tiempo aperciba
Febo su ardiente carroza
que, a tan nobles vencedores,
aún es pequeña lisonja,
y la ingrata Damnes forme
de sus ramas y sus hojas,
para su frente guirnaldas,
para su triunfo coronas.
Suene el clarín de la Fama,
sus veloces alas rompan
desde los hielos de Escitia
a la abrasada Etiopia,
y todo el orbe celebre,
en cuanto el sol ciñe y dora,
la victoria de este día
dando a Dios de ella la gloria.

SAN MIGUEL:

Bien lo permite la fe
de las armas españolas,
que después de Dios han sido
de su mano ejecutoras.

(Vanse)
(Suena dentro: ¡victoria, victoria!, y al son de clarines y cajas, salen el INFANTE, el REY y los demás.)
INFANTE:

¡Gran victoria, amado hermano!

REY:

¡Gran victoria, y muy sangrienta!
Poderosos enemigos
del todo deshechos quedan.

INFANTE:

¿Qué falta de nuestra gente?

LEGANÉS:

Señor, entre hombres de cuenta,
entre heridos y entre muertos
a seiscientos hombres llegan;
del enemigo se hallan
ocho mil en la refriega,
nueve mil en el alcance
que ha durado cuatro leguas.

REY:

Los despojos son gruesos,
entran con sesenta piezas
de artillería, caballos,
armas, municiones, tiendas,
y prisioneros los más
de las rebeldes cabezas.
Sólo Weimar se escapó;
Ulma le cerró las puertas
y a Ubitembergue pasó
en un caballo que vuela.

REY:

Hanse ganado este día
estandartes y banderas
en la batalla y alcance,
en número de trescientas,
que a vuestras plantas, de alfombras
sirvan para fama eterna
de tan lucido socorro,
de amistad tan verdadera.

INFANTE:

Enviaré las que he ganado
a mi toledana iglesia,
a mi esposa, por quien venzo,
que a Dios siempre por mí ruega.
Don Martín, dadme los brazos.
Ser Alejandro quisiera
y daros de todo el mundo
la mitad, debida deuda
a tan bizarro valor.

IDIÁQUEZ:

Más estimo a vuestra alteza
este favor que mil mundos,
y mil vidas que tuviera
perderé en vuestro servicio,
pues con tal honra me premia.

INFANTE:

Valerosos capitanes,
la victoria ha sido vuestra
y vuestra fama inmortal
se rotulará en estrellas.

REY:

A gozar de la victoria
viene mi esposa la reina.

INFANTE:

¡A recibir a mi hermana!

REY:

Ya con las damas se apea.

(Sale la REINA con las damas.)
REINA:

Parabién de la victoria
os doy con lágrimas tiernas
de gozo, de veros libre
de tan peligrosa empresa.
En estas firmes columnas
la Cristiandad se sustenta.
Palmas, coronas y olivas
coronen vuestras cabezas;
mis damas también os canten
la victoria en dulces letras,
como Israel del gigante
vencido al pastor profeta.

INFANTE:

Hermana y señora mía,
vuestra majestad alegra
nuestros campos vencedores
con su gallarda presencia.
Pisé rebeldes despojos,
que es bien que a sus pies se ofrezcan,
ganados por el valor
de su esposo en esta guerra.

REY:

El todo de esta victoria
sólo ha sido vuestra alteza.

INFANTE:

Dense a Dios iguales gracias
en todas nuestras iglesias,
y acábese en un sarao
de arpas y de vihuelas,
porque las damas no canten
de Belona las fierezas.

RIVERA:

¿Y a Rivera no dan algo?

INFANTE:

Tenga ahora una bandera,
y al senado perdón pida,
aunque donaire no tenga.

RIVERA:

Por la brevedad del tiempo
puede pedir el poeta,
en premio de sus deseos,
el agrado que os desea.
Advertid que es hijo vuestro
y, adonde llegan sus fuerzas,
os ofrece confiado
de que el perdón os merezca.