El príncipe y el mendigo/XXXIV
Capítulo XXXIV
Cuando todos los misterios se aclararon, salió a relucir, por confesión de Hugo Hendon, que su esposa había repudiado a Miles por orden suya aquel día en Hendon Hall, orden apoyada por la promesa, perfectamente digna de crédito, de que si ella no negaba que aquél era Miles Hendon, y se mantenía firme en esto, le quitaríala vida, a lo cual respondió ella: –Tomadla–, porque no la apreciaba y no quería negar a Miles; entonces el marido dijo que a ella le perdonaría la vida, ¡pero haría asesinar a Miles! Esto era cosa distinta, así que la dama dio su palabra y la mantuvo.
Hugo no fue perseguido por sus amenazas ni por apropiarse de los estados y títulos de su hermano, porque ni la esposa ni el hermano quisieron testificar contra él, y a la primera no se le habría permitido hacerlo, aunque hubiese querido. Hugo abandonó a su mujer y partió para el Continente, donde murió al poco tiempo, y a poco el conde de Kent se casó con su viuda. Hubo grandes festejos y regocijos en el pueblo de Hendon cuando la pareja hizo su primera visita a la casa señorial.
Del padre de Tom Canty nunca se volvió a saber nada.
El rey buscó al labriego que había sido marcado y vendido como esclavo, lo apartó de su camino de perdición al lado de la cuadrilla de Ruffler y lo puso en vía de ganarse cómodamente la vida.
También sacó de la cárcel al viejo abogado, a quien perdonó la multa. Dispuso buenos hogares para las hijas de las dos mujeres anabaptistas a quienes vio quemar en la hoguera, y castigó debidamente al alguacil que descargó sobre las espaldas de Miles Hendon los inmerecidos azotes.
Salvó de las galeras al muchacho que había capturado al halcón perdido, y también a la mujer que había robado un retazo de paño a un tejedor; pero llegó demasiado tarde para salvar al hombre que había sido acusado de matar a un ciervo en el bosque real.
Mostró su favor al juez que se apiadó de él cuando lo acusaron de haber robado un cerdo, y tuvo la alegría de verlo crecer en la estimación pública y convertirse en un hombre insigne y honorable.
Mientras vivió, al rey le complacía contar la historia de sus aventuras, de principio a fin, desde la hora en que el centinela lo apartó con una manotada de la puerta del palacio hasta la noche final en que se mezcló mañosamente en una cuadrilla de presurosos obreros, y así se deslizó en la Abadía y trepó y se ocultó en la tumba del Confesor, y luego durmió tanto tiempo, al día siguiente, que por poco pierde enteramente la Coronación. Decía que el referir con frecuencia su valiosa lección lo mantenía firme en su propósito de hacer que sus enseñanzas redituaran beneficios a su pueblo, y así, mientras tuviese vida, continuaría refiriendo la historia para mantener sus tristes acontecimientos frescos en la memoria y los manantiales de la piedad bien llenos en su corazón.
Miles Hendon y Tom Canty fueron siempre favoritos del rey, en su breve reinado, y lo lloraron sinceramente cuando murió. El buen conde de Kent tenía bastante sentido común como para abusar de su singular privilegio, pero lo ejerció dos veces, después de la ocasión que hemos visto, antes de dejar el mundo: una, cuando el ascenso al trono de la reina María, y otra cuando el ascenso de la reina Isabel. Un descendiente suyo lo ejerció cuando ascendió al trono Jacobo I. Había transcurrido casi un cuarto de siglo antes de que el hijo de aquel descendiente deseara ejercer el privilegio, y el "privilegio de los Kent" se había borrado de la memoria de casi todas las gentes, de manera que, cuando el Kent de entonces compareció ante Carlos I y su corte y se sentó en presencia del soberano, para afirmar y perpetuar el derecho de su casa, se produjo, ciertamente, un verdadero revuelo. Pero el asunto fue aclarado de inmediato y confirmado el derecho. El último conde de su estirpe cayó peleando por el rey en las guerras de la Commonwealth, [15] y el singular privilegio termino con él.
[15] | En 1642 se produjo la rebelión de Oliver Cromwell contra la tiranía de Carlos I, que acabó decapitado, proclamándose la república de la Commonwealth. La monarquía se restauró en 1660 con Carlos II |
Tom Canty vivió hasta edad muy avanzada, un apuesto viejo, de pelo blanco, de grave y benévolo aspecto. Mientras vivió, se le rindieron honores; también fue reverenciado, porque su singular y sorprendente traje recordaba a las gentes que "en su tiempo había sido rey"; y así, doquiera que se presentaba, la gente se apartaba para abrirle paso, susurrando unos a otros: "Quitaos el sombrero; es el «Protegido del Rey»", y así saludaban, y obtenían a cambia una amable sonrisa, y la valoraban, también, porque la suya era una honorable historia.
Sí, el rey Eduardo VI vivió pocos años, pobre niño, pero los vivió dignamente. Más de una vez, cuando algún gran dignatario o algún importante vasallo de la corona, argumentaba en contra de su lenidad, y alegaba que alguna ley que se proponía enmendar era lo bastante benigna para su objeto y no ocasionaba sufrimiento u opresión de gran importancia a nadie, el joven rey volvía hacia él la triste elocuencia de sus ojos espléndidarnente compasivos y respondía:
–¿Que sabes tú de sufrimiento y opresión? Yo y mi pueblo sabemos; pero tú no.
El reinado de Eduardo VI fue singularmente misericordioso para aquellos duros tiempos. Ahora que nos despedimos de él, tratemos de conservar esto en la memoria, en su honor. [16]
[16] | HOSPITAL DE CRISTO O ESCUELA DEL GABÁN AZUL : "MÁS NOBLE INSTITUCIÓN DEL MUNDO" El terreno sobre el cual se erigió el Priorato de los Frailes Franciscanos fue otorgado por Enrique VIII al municipio de Londres (que destinó esa institución a hogar para niños y niñas pobres). Después, Eduardo VI ordenó la reparación adecuada del viejo priorato, y fundó el noble establecimiento llamado el Blue Coat School, o Christs Hospital, para la educación y sustento de huérfanos e hijos de personas indigentes... Eduardo no le dejó (al obispo Ridley) que abandonase su cargo sin antes haber escrito una carta (al alcalde), y luego le ordenó que fuese él mismo quien la entregase, e insistiese sobre su especial requerimiento y orden, en cuanto a que no se perdiese el tiempo en señalar lo que fuera conveniente, e informándolo a él de los trámites. La obra fue realizada con gran celo, tomando parte en ella el mismo Ridley, y el resultado fue la fundación del Hospital de Cristo para la Educación de Niños Pobres. (El mismo rey patrocinó otras obras de caridad en aquellos tiempos.) "Señor Dios", solía decir, "te doy gracias de todo corazón por haberme permitido vivir hasta hoy, y, así, haber podido terminar esta obra para mayor gloria de tu nombre." Aquella vida inocente y ejemplar se iba aproximando rápidamente a su fin y pocos días más tarde rindió el espíritu a su Creador, rogando a Dios que defendiese al reino del poder del Papado. J. Heneage Jesse, Londres, sus personajes y lugares famosos.
En el Gran Salón hay un retrato del rey Eduardo VI sentado en su trono, con manto escarlata y ornado de armiño, sosteniendo el cetro en su mano izquierda y presentando con la derecha el cabildo al alcalde arrodillado. A su lado se ve en pie al Canciller, sosteniendo los sellos, y junto a él están otros dignatarios de Estado. El obispo Ridley, arrodillado ante el, con las manos levantadas, como suplicando la bendición del acontecimiento; mientras los regidores y concejales, junto con el alcalde, permanecen arrodillados a ambos lados, ocupando el segundo término del cuadro; y por último, en primer término, aparecen dos filas de niños, a un lado, y de niñas, al otro; bajo la mirada del maestro y la matrona, dos de ellos, niño y niña, se han adelantado de sus filas respectivas, y, arrodillados, elevan las manos ante el rey. Timbs, Curiosidades de Londres, p. 98.' El Hospital de Cristo, por una vieja costumbre, posee el privilegio de dirigirse al soberano, cuando llega a la ciudad, para que comparta la hospitalidad del Cabildo de Londres. Ibid: El Salón de Banquetes, con su gran antesala y su galería del órgano, ocupa todo el piso, de 187 pies de largo, 51 pies de ancho y 47 pies de altura: Está iluminado por nueve grandes ventanas de vidrio emplomado en el lado sur, es decir, hacia Westminster Hall, el recinto más noble de la metrópoli. Aquí los niños, ahora en número aproximado de 800, toman sus alimentos, y aquí también tienen lugar las "colaciones públicas", en las cuales se admite a los visitantes por medio de boletos emitidos por el tesorero y por los gobernadores del Hospital de Cristo. Las mesas están provistas con queso servido en recipientes de madera, cerveza escanciada en odres de cuero en vasijas también de madera, y abundante pan traído en grandes cestos. El cortejo oficial hace su entrada, el alcalde o presidente, toma asiento en la silla principal, construida con madera de roble, procedente de la Iglesia de Santa Catalina, situada junto a la Torre. Se canta un himno acompañado por el órgano; un grecian o muchacho principal lee las oraciones desde el púlpito, impuesto el silencio por medio de tres golpes de un mollete. Después de las oraciones, comienza la comida, y los visitantes desfilan entre las mesas. Al final, los muchachos retiran las canastas, los recipientes del queso, los odres, las vasijas y los candeleros, y desfilan en procesión, haciendo reverencias muy formales al gobernador. Este espectáculo fue presenciado por la reina Victoria y el príncipe Alberto en 1845. Entre los más eminentes niños del Gabán Azul, se cuentan Joshua Barnes, editor de Anacreonte y Eurípides; Jeremiah Markland, crítico notable, especialmente de literatura griega; Camden, el anticuario; el obispo Stillingfleet; Samuel Richardson, el novelista; Thomas Mitchell, el traductor de Aristófanes; Thomas Barres, durante muchos años editor del Times de Londres; Coleridge, Charles Lamb y Leigh Hunt. No se admite. a ningún niño menor de siete años, o mayor de nueve, y ningún niño puede permanecer en el colegio después de los quince años, excepto en las casos de los "Niños del Rey" y de los Grecians. Existen cerca de 500 gobernadores, a cuya cabeza están el Soberano y el Príncipe de Gales. Para obtener el título de gobernador se requiere un pago de 500 libras. Timbs, Curiosidades de Londres, p. 97. |