El poeta y la rosa

El poeta y la rosa
de Félix María Samaniego


Una fresca mañana,
En el florido campo 
Un Poeta buscaba 
Las delicias de mayo. 
Al peso de las flores
Se inclinaban los ramos, 
Como para ofrecerse 
Al huésped solitario. 
Una Rosa lozana, 
Movida al aire blando, 
Le llama, y él se acerca; 
La toma, y dice ufano: 
«Quiero, Rosa, que vayas 
No más que por un rato 
A que la hermosa Clori 
Te reciba en su mano. 
Mas no, no, pobrecita; 
Que si vas a su lado, 
Tendrás de su hermosura 
Unos celos amargos. 
Tu suave fragancia,
Tu color delicado,
El verdor de tus hojas 
Y tus pimpollos caros 
Entre estas florecillas 
Pueden ser alabados; 
Mas junto a Clori bella, 
Es locura pensarlo. 
Marchita, cabizbaja, 
Te irías deshojando, 
Hasta parar tu vida
En un desnudo cabo.»
La Rosa, que hasta entonces 
No despegó sus labios,
Le dijo, resentida: 
«Poeta chabacano, 
Cuando a un héroe quieras 
Coronar con el lauro,
Del jardín de sus hechos 
Has de cortar los ramos. 
Por labrar su corona,
No es justo que tus manos 
Desnuden otras sienes
Que la virtud y el mérito adornaron.»