El poeta y la rosa
Una fresca mañana, En el florido campo Un Poeta buscaba Las delicias de mayo. Al peso de las flores Se inclinaban los ramos, Como para ofrecerse Al huésped solitario. Una Rosa lozana, Movida al aire blando, Le llama, y él se acerca; La toma, y dice ufano: «Quiero, Rosa, que vayas No más que por un rato A que la hermosa Clori Te reciba en su mano. Mas no, no, pobrecita; Que si vas a su lado, Tendrás de su hermosura Unos celos amargos. Tu suave fragancia, Tu color delicado, El verdor de tus hojas Y tus pimpollos caros Entre estas florecillas Pueden ser alabados; Mas junto a Clori bella, Es locura pensarlo. Marchita, cabizbaja, Te irías deshojando, Hasta parar tu vida En un desnudo cabo.» La Rosa, que hasta entonces No despegó sus labios, Le dijo, resentida: «Poeta chabacano, Cuando a un héroe quieras Coronar con el lauro, Del jardín de sus hechos Has de cortar los ramos. Por labrar su corona, No es justo que tus manos Desnuden otras sienes Que la virtud y el mérito adornaron.»