El pesimista corregido: 23
Y, en efecto, poco le faltó a nuestro protagonista, para dar al traste con su razón. Ante sus ojos asombrados había huído el encanto de la existencia. Desvanecíanse esos tenues y rosados velos con que la piadosa Naturaleza disimula la punzante acritud de las cosas y la ruda contextura del mundo.
Y en punto a desconciertos y a impresiones desagradables, allá se iban el campo y la ciudad. Así, cuando nuestro héroe paseaba por las afueras, veíase rodeado de enjambre bullidor de tenues partículas, las cuales, imponiéndose por su tamaño en los primeros términos, robábale la vista de las azules lejanías.
Mayor tortura experimentaba aún al aventurarse en el tráfago y estrépito de la ciudad. Perdido y desorientado a causa de la extrema impureza del ambiente, en vano pretendía enfocar a lejanas distancias (es decir, en las condiciones en que sus ojos hubiéranle proporcionado imágenes normales de los objetos) edificios y monumentos, carruajes y personas: una cortina de indefinibles impurezas, continuamente estremecida por el viento y hasta por las palpitaciones del sonido, esfuminaba los contornos de las cosas y exageraba la distancia de los últimos términos. Comparable a un viajero sorprendido en el campo por furiosa nevada, sólo a rápidos intervalos vislumbraba el horizonte. Unicamente al declinar la tarde, cuando la luz del cielo bañaba la tierra en dulce y macilento claror, comenzaban a eclipsarse los inoportunos y mareantes polvos atmosféricos y hallaba Juan tregua a la dolorosa fatiga de sus ojos.
Por esta razón se le veía a menudo, durante el crepúsculo, discurrir o barzonear solitario por las recónditas veredas del Retiro, bajo las oscuras frondas de los pinos, entregado a sus reflexiones. Allí, al menos, libre del turbulento oleaje de las sensaciones diurnas, podía pensar, recobrar la posesión de sí mismo, buceando en el revuelto mar de sus recuerdos..., en el cual, ¡ay!, necesitaba remontarse muy atrás, recorrer casi enteramente el registro de la juventud para topar con alguna grata remembranza compensadora del amargo presente y confortadora de sus desmayos.