El pescador (Avellaneda)
Reina la noche: mis ojos
Desde una estrecha ventana
Contemplan inmensidades
Que apenas la mente abarca.
La gran bóveda del cielo,
De estrellas mil recamada,
Matiza su azul oscuro
Con leves nubes de nácar.
La Osa brilla ante mi vista,
Y á mi derecha levanta
Con lentitud majestuosa
La Luna su frente pálida.
A sus tibios resplandores,
Que argentan del mar las aguas,
Miro elevarse al castillo,
De la ciudad noble guarda:
De la ciudad que dormida
Diviso allá en lontananza,
Do se dibujan sus torres
Como inmóviles fantasmas.
Se encumbra inmensa á mi izquierda
La cadena de montañas
Que de este hermoso país
Son gigantes atalayas,
Y en cuyas cumbres aun brillan
De nieve lucientes franjas;
Mientras cubren los castaños
De densa sombra sus faldas.
¡Todo es silencio en la tierra!
¡Todo es en el cielo calma,
Y frescura en el ambiente,
Y soledad por las playas!...
A quebrantarse en su arena,
—Que ciñen de orlas de plata,—
Con monótono ruido
Llegan las olas sin pausa;
Que solo ellas de la vida
Parece que impulsos guardan.
Cuando en reposo profundo
Naturaleza descansa.
Por todo el líquido llano
Solo distingo una barca,
Que recogidas las velas
Allá se mece á distancia.
Y á los cándidos albores
Que entre las brumas la alcanzan,
Parece cisne viajero
Que pliega al dormir sus alas,
¡Oh, nada más! —Ni un ser miro
Que mi vigilia comparta,
Para admirar de esta noche
La paz, cual solemne, grata.
Pero no: que brillar veo,
—Aunque pequeña y lejana,
Desde el blanco caserío
Que entre peñas se destaca,—
Una luz.... sí.... ya se aviva,
Y revela á mis miradas
Que el pescador laborioso
Velando su red prepara.
¡Compañero de mi insomnio,
Yo te saludo! —¡Que plazca
Al Señor darte una pesca
Cual no sueña tu esperanza!
¡Escucha! A la voz del mar
Su voz junta la campana,
Que anuncia que está la noche
Ya á la mitad de su marcha.
¡Al remo pronto! No pierdas
Las horas que vuelan rápidas,
Mientras de la brisa al soplo
Se encrespan las olas mansas.
¡Ah! me obedece: sus velas
Ya la barquilla desata,
Y con suspiro armonioso
Acude el viento á llenarlas.
Ya escucho el golpe del remo,
Ya surca la proa el agua,
Y hermoso rastro de espuma
La línea borda que traza.
De pronto al rumor distante,
Que va difundiendo el aura,
Se asocian tonos sencillos,
Mas de una dulzura extraña:
Son agrestes armonías
Del hijo del mar, que canta,
A la vez que el bote vuela
Por la llanura salada,
Buscando el sitio en que el cielo
Le tiene dispuesta carga,
Con que á una pobre familia
Sustento en la aurora traiga.
¡Rema, rema, pescador,
Mi bendición te acompaña,
La mar su imperio te entrega,
La luna tu senda aclara!
Dormido el mundo, ni un eco
De sus pasiones infaustas
Mi pensamiento conturba,
Ni tu trabajo embaraza;
Y vela —al par que nosotros—
El Señor de cuerpos y almas,
Que ve le sirven tus miembros
Mientras mi mente lo ensalza.
- ↑ Lo escribió la autora hallándose tomando baños en San Sebastian, donde habitaba una casita cerca del mar.