El perro y el zorro
El zorro, viendo que se hacía cada día más difícil penetrar en los gallineros por lo bien que los perros los guardaban, trató de utilizar los recursos de su diplomacia para conseguir por astucia lo que la violencia ya no le podía dar. Se acercó con mil zalamerías al guardián de un gallinero, que lo era un gran perro danés con cara de pocos amigos. Gruñó el perro al verle; no se levantó, pero le indicó, mostrándole sus soberbios colmillos, que tenía muy poco gusto en recibir su visita. El zorro se hizo tan humilde, tan pequeño, lo saludó con tanta urbanidad, pidiéndole con insistencia que le permitiese una palabra, que el perro al fin le dijo que hablara. Y después de muchas circunlocuciones, el zorro le insinuó que podrían hacer juntos un brillante negocio; que lo único que tendría que hacer el perro sería fingir el sueño, mientras él sacaría del gallinero las gallinas y los pavos, dándole después al perro su parte en dinero o de cualquier otro modo.
El perro se hubiera podido levantar indignado y pegarle algo más que un susto al zorro; pero, como sabía que el abrojo no produce rosas, la propuesta no lo tomaba de sorpresa; se contentó con decirle que no era pan para él y le enseñó el campo.
El zorro se mandó mudar, más bien un poco ligero, por lo que podía suceder; y una vez en la cueva, pensó que un perro de tanta honradez debía de ser de poca viveza.
Con esta idea en la cabeza, lo fue a ver otro día. Se acercó a él arrastrando una bolsa bien cerrada y bastante pesada, y le dijo: «Señor perro, aquí traigo un pavo gordo que me acaban de regalar; como mi cueva está algo retirada y tengo que hacer una diligencia, le pido por favor que me lo guarde; si no lo vengo a reclamar mañana, será suyo sin más trámite. Lo que sí, como garantía, le pediré que me entregue un pollo que le devolveré cuando le venga a pedir el pavo».
El perro olfateó un momento la bolsa y tomándole olor a osamenta vieja, se levantó enojado: «¡So pícaro!» le gritó.
El zorro ya estaba lejos. Una vez en la cueva, pensé que debía de ser un caso raro el de ese perro danés, honrado bastante para no engañar a nadie, y bastante vivo para no dejarse engañar.