El perro fiel (Daireaux)

Fábulas argentinas
El perro fiel (Daireaux)​
 de Godofredo Daireaux


Un perro llevaba en una canasta, para la casa de su amo, un buen pedazo de carne.

Por el camino encontró a su pariente el cimarrón, quien entabló con él conversación amistosa. No comía todos los días el pobre, y de buena gana hubiera mascado un poco de lo que llevaba el perro. Hacía mil indirectas; ofrecía sus servicios para cualquiera oportunidad; proponía ciertos cambiazos muy ventajosos, según él, enumerando con énfasis las varias reses que decía tener guardadas.

-Dame la canasta -decía al perro-; te la voy a llevar hasta casa, y allí verás cosa buena. Podrás elegir a tu gusto la presa que más te parezca debe ser del agrado de tu amo, a quien tanto deseo conocer, y así se la ofreces de mi parte.

El perro, sin desprender los dientes, medio le contestó que no tenía tiempo, que dispensara, y para evitar compromisos, se apretó el gorro.

Algo más lejos, dio con un puma flaco, hecho feroz por el hambre.

El perro, en otra ocasión hubiera disparado; pero el deber lo hizo valiente. Puso en el suelo la canasta, enseñó los colmillos y esperó el ataque. El puma se abalanzó más a la canasta que al enemigo, pero antes que la pudiera agarrar, el perro lo cazó de la garganta y lo sacudió de tal modo que se volvió el otro para los montes, sin pedir el vuelto.

Trotando, seguía el perro con la canasta, cuando se vio rodeado, sin saber cómo, por cuatro zorros. Se paró; se pararon ellos. Volvió a caminar; se volvieron a mover: pero como se le venían acercando mucho, y que si soltaba la canasta un solo rato, para castigar a alguno de ellos, los otros aprovecharían la bolada, optó por quedarse al pie de un árbol, y esperar con paciencia que le vinieran a ayudar. Pasaban las horas; los zorros no se atrevían a atacarlo, pero, pacientes, espiaban un descuido del fiel guardián. Ni pestañeó siquiera, y cuando lo atormentó el hambre, no se quiso acordar de lo que llevaba, pues era ajeno.

Al fin, vino el amo, inquieto, buscándolo. Dispararon los zorros; el perro fue acariciado como bueno.

Pues había sabido tener, para conservar, más astucia que el astuto para adquirir, más fuerza que el fuerte, más paciencia que el paciente.

De otro perro cuentan2 que, también llevando carne, se vio de repente atacado por uno mayor que él y más fuerte. Puso en el suelo la carne, y sin vacilar, peleó, como guapo y fiel que era; pero se juntaron otros perros y entre todos, ya lo iban a obligar a ceder y a robarle lo que llevaba.

Se le ocurrió entonces que, ya que no podía salvar la carne, siquiera él también debía tomar su parte de ella: arrancó un pedazo y con él se mandó mudar, dejando que los demás siguiesen disputándose el resto.

Hay héroes que sólo son héroes, y hasta el fin; pero son pocos.