El perro, el cimarrón y los guanacos
Los huanacos, amenazados en sus bienes y en su vida por un cimarrón hambriento, pidieron al perro su protección.
Éste, por pereza, para evitar compromisos, se hizo el desentendido y dejó al cimarrón dueño de hacer lo que quisiera.
Atorrante, ladrón, con el cuero todo roto y el pelo haraposo, endeble y flaco, éste no se hubiera metido con el perro, ni por cuatro huanacos; pero, absteniéndose el otro, los atacó, los degolló, y con su carne engordó y crió fuerzas; con sus despojos se enriqueció. Y cuando se sintió poderoso, mostró los colmillos al mismo perro.
Aun por propio interés el fuerte debe ayudar al débil.