El pavo real, la urraca y el hornero
¡Pero, mire, ¡qué lindo está el pavo real! -decía el hornero sin envidia a su comadre la urraca.
Es un gusto verle abrir su magnífica cola, y gozo al ver llevada tanta riqueza con tanta elegancia. Debe de ser feliz el pavo real: hermoso, elegante, rico, amado, no hay duda; y el espectáculo de la felicidad siempre me ha dado placer.
-Pues a mí me revienta -contestó la urraca-; y lo encuentro a su pavo real, un orgulloso, chocante y tilingo.
-De envidiosa, no más, comadre; por no saber apreciar sino las cualidades que también puede usted tener. Mal hecho; no sienta a cualquiera cualquier adorno. Míreme a mí, por ejemplo. ¿Cree usted por un momento que quisiera tener la riqueza del pavo real? ¡Dios me libre!, pues no la sabría aprovechar; si la escondiese por timidez, renegarían todos de mí; me tratarían de avaro, y si la quisiera lucir, ¡pobre de mí!, en qué ridículo caería, y como se burlarían todos del medrado orgulloso.
La hermosura y la riqueza, efímeras ambas, juntas, están bien y se completan; mientras que el que no nació para rico siempre vive, cuando adquirió fortuna, sin poderla gozar, entre el deseo de aumentarla y el miedo de perderla.