El pastor enamorado
El joven Melibeo
guiaba su rebaño
por la frondosa orilla
de cierto río tortuoso y claro.
Al pie de una alta haya, 5
en el sombrío campo,
se sienta, y le rodea
paciendo mansamente su ganado.
En el cantar, maestro,
y en la zampoña, sabio, 10
sus versos pastoriles
entona diestramente acompañado.
Mirlos y ruiseñores
dulcemente, entretanto,
aumentan la armonía 15
que repiten los valles y collados.
Del agua hermosa y pura
la cabeza sacando,
una ninfa le escucha
y vuelve a sumergirse de contado. 20
A las hondas cavernas
del cristalino caos
baja y a sus hermanas
llevó las nuevas del vecino prado.
Con un fuego lascivo, 25
diestramente nadando,
se acercan a la orilla
y muestran sus gargantas de alabastro.
La dulce melodía,
la hermosura del campo, 30
los árboles frondosos
con la hierba y las vides enlazados.
De fresca sombra lleno
el suelo, en flores vario,
la suave fragancia 35
que esparce en la ribera el viento manso.
Todo esto que las ninfas
en silencio admiraron
las convida a que dejen
las claras ondas por el verde prado. 40
Y con un pie ligero,
más que la nieve blanco,
entre frondosas vides
a la agradable sombra se ocultaron.
Atentas escuchaban; 45
mas entonces, mudando
sus versos Melibeo,
de esta suerte prosigue con el canto:
- Ninfas que a la salida
del cristalino baño 50
mostráis la gentileza
de esos cuerpos desnudos y lozanos,
¿por qué entre verdes hojas
os ocultáis? ¿Acaso
teméis la competencia 55
de Nise, la hermosura de estos campos?
¡Ah, quién la viese ahora
libremente en el prado
marchar como una ninfa
sin saber que la viesen los humanos! 60
Veríais ya, ¡oh, qué rostro!,
¡qué talle tan gallardo!,
¡qué blancura de cuerpo!,
no a vosotros, a Venus la comparo.
Entonces sus cabellos 65
flotantes y poblados,
por el cuerpo esparcidos
los pondría por velo su recato.
Entonces escondido
yo estaría aguardando 70
que el viento mansamente
corriese el velo de su pecho blanco.
Y entonces... ¿y si entonces
se arrojase al ganado
algún astuto lobo 75
a Nise acudiría o al rebaño?
Responda Melibeo
al poeta, y en tanto
nadie entregue sus cabras
al pastor que estuviese enamorado. 80