El pasaporte amarillo: 06
Capítulo VI
-¿Qué tiene usted -preguntó a Débora Miguel, cuando por la noche se reunieron como de costumbre en la fonda-. Está usted lívida; en sus ojos hay seriales de llanto. ¿Ha recibido nuevas desagradables? ¿Por acaso- las cejas de Miguel se fruncieron- tuvo alguien la audacia cobarde de ofenderla?
-Nada tengo, Miguel: fatiga, exceso de trabajo quizás. No se preocupe por mí.
-¿Por quién si no? Sabe usted de sobra que todas mis dichas presentes y futuras se cifran en usted.
-Y en el afecto de usted mi mayor esperanza.
-¿De veras?
-De veras.
-En tal caso, vuelva a mi alma la paz. Hoy más que nunca hubiera sentido ver en usted asomos de disgusto.
-¿Por qué?
-Porque hoy he recibido una gran alegría.
Mi hermano mayor, a quien usted por mis referencias conoce, ha fondeado en nuestro puerto. Su buque no saldrá hasta fin de semana, y mi hermano, sabedor por mí de lo que usted para mí representa, desea saludarla.
-Con verdadero gusto.
-¿Quiere usted que sea mañana?
-Corriente.
-Si usted lo permite, almorzaremos los tres juntos.
-Como ustedes dispongan. Ahora acompáñeme hasta mi casa.
-¿Tan pronto?
-Tengo que estudiar y que pensar mucho, Miguel.
Todos los días, desde el siguiente al de la entrevista de Débora con Iván Petrovitch, salía éste al paso de la joven, cuando ella se encaminaba a la Universidad.
-¿Acepta usted mi proposición? -preguntaba a la estudiante el jefe policiaco.
-¡Jamás! -le respondía Débora.
-¡Jamás! -dijo también la mañana del cuarto día.
-¿Resuelto?
-Resuelto.
-Siendo así, acataré su resolución.
E Iván, recogiendo sus labios contra la dentadura, echó calle arriba, despacio, sin volver la cabeza.