El papá de las bellezas/Capítulo XI

Capítulo XI

Hipólito echaba de menos el confortable dormitorio de casa de Luz, y las excelentes comidas de Luz y de Matilde, que, entre todas las demás, esmerábanse en agasajarle. Por suerte, faltaban pocos días para cumplir el mes del viaje que las anunció.

Al siguiente recibió esta carta:

«Nuestro querido padre...»

¡Caracoles! «Nuestro»... ¿era que se juntaban dos para escribirle?

Volvió la plana del pequeño pliego, y vió dos firmas: Luz, Irene.

¡Caracoles! ¡Caracoles!

Tornó á leer.

«Nuestro querido padre: enteradas del secreto que nos hace hermanas por usted, á quien bendecimos, y horrorizadas y arrepentidas de la infame vida que llevábamos, hemos tomado una resolución: refugiarnos en el convento de las Margaritas del Pilar, hacia donde partimos esta noche.

Hemos realizado todas nuestras joyas, nuestros lujos, nuestros muebles, juntando también nuestros ahorros, que así ascienden á la suma de setenta y tres mil pesetas, y en casa del señor notario D. Luis Cañedo, Clavel, 11, puede usted presentarse á reclamarlas como un legado á su favor.

Esto, amado padre, le ayudará á recobrar más pronto su rango y su fortuna. Por cuanto á nosotras, nada necesitaremos de este mundo, y con lágrimas de puro cariño sincerísimo nos despedimos de usted, rogándole su bendición.

Luz. -Irene»

El duque separó la carta todo lo largo de su brazo.

Se reía.

No estaba mal, para guasita, en las dos nenas que, como era de temer con su amistad, habíanle descubierto la guasa de su engaño.

Y menos mal que decidieron tomarlo á broma, en vez de armarle una de pópulo barbaro al «papá».

Se fué al Círculo, pensando en aquellas dos sensibles bajas, que tendría que llenar con otras dos bellezas.

En el salón de juego le salió al encuentro Fajarnés:

-¡Hombre! ¡Duque!... ¿Sabe la noticia?... ¡El diablo que lo hubiese de pensar!

-¿Qué?

-Pues, ¡nada! ¡ahí es nada!... que dicen que nuestra amiga Luz se ha metido monja.

-¡Caracoles!

-Y cuando menos, ha quitado la casa y se ha marchado de Madrid.

-¡Caracoles!

-¡Lo más raro es que dicen que se ha ido con Matilde!

¡Oh, bah!... si el bueno de Fajarnés no estaba complicado en la guasita, era caso de enterarse.

Salió del Círculo.

Un auto le llevó á casa de Luz, donde le dijo la portera que ya no estaba la inquilina y todo lo habían vendido; y luego á casa de Irene, donde obtuvo igual razón... y luego, Clavel, 11, á casa del notario.




Y cuando el auto, al día siguiente, llenas ya las debidas formalidades, alejaba al duque de casa del notario, con setenta y tres mil auténticas pesetas en fajos de billetes, el duque repetía, loco de contento:

-¡Caracoles! ¡Caracoles! ¡Caracoles...! Esto es lo que se llama ser de una vez el papá de las Bellezas!


FIN