El origen del hombre/II
CAPÍTULO II.
En la conformacion corporal del hombre se descubren señales evidentes de su procedencia de una forma inferior; pero se puede objetar que esta afirmacion debe ser errónea, dado que el hombre difiere en alto grado del resto de los animales por la potencia de sus facultades mentales. Efectivamente, considerado bajo este aspecto, la diferencia es inmensa, aunque escojamos por términos de comparacion un salvaje del órden más inferior (cuyo lenguaje no tiene palabras para expresar números mayores de cuatro, ni términos abstractos para traducir los afectos) y un mono organizado privilegiadamente. La diferencia no seria ménos inmensa, aun para un mono superior, civilizado como lo está el perro, si se le comparase á su forma tronco, el lobo ó el chacal. Los habitantes de la tierra del Fuego figuran entre los salvajes más inferiores; pero quedéme sorprendido al ver á bordo del Beagle cómo tres de ellos, que habian vivido unos cuantos años en Inglaterra y hablaban algo el inglés, se parecian á nosotros por su disposicion y por casi todas nuestras facultades mentales. Si ningún sér organizado, excepto el hombre, hubiese poseido estas facultades, ó si fuesen en el hombre distintas de lo que son en los animales, nunca nos hubiéramos podido convencer de que pudiesen resultar de un desarrollo gradual. Pero es fácil demostrar claramente que no existe, entre las del hombre y las de los animales, ninguna diferencia fundamental de esta clase. Tambien debemos admitir que entre la actividad mental de un pez de órden inferior y la de uno de los monos superiores, media una distancia infinitamente mayor que entre la de estos y la del hombre; distancia en la que puede haber innumerables gradaciones.
La diferencia en la disposicion moral no es tampoco tan ténue entre el bárbaro que, por una leve falta, estrella un tierno hijo contra unas peñas, y un Howard ó un Clarkson; y respecto á la inteligencia, entre el salvaje que no emplea ninguna palabra abstracta, y un Newton ó un Shakespeare. Las diferencias de este género que existen entre los hombres más eminentes de las razas elevadas y los salvajes más embrutecidos, están enlazadas por una série de gradaciones delicadas. Es, pues, posible que pasen y se desarrollen de unas á otras.
Mi principal objeto en este capítulo se reduce á probar que no hay ninguna diferencia fundamental entre el hombre y los mamíferos más elevados, por lo que á las facultades mentales se refiere. Buscar cómo se han desarrollado estas primitivamente en los animales inferiores seria tan inútil como buscar el orígen de la vida. Problemas son ambos reservados á una época muy lejana todavía, si es que alguna vez puede llegar el hombre á resolverlos.
Poseyendo el hombre los mismos sentidos que los animales, sus intuiciones fundamentales deben de ser las mismas. Tienen uno y otros algunos instintos que les son comunes, tales como el de la propia conservacion, el amor sexual, el amor de la madre á sus hijos recien nacidos, y otros muchos. Con todo, el número de instintos del hombre es tal vez menor que el de los que poseen los animales á él inmediatos, en la série zoológica. El orangután y el chimpanzé construyen plataformas sobre las que duermen; teniendo ambas especies la misma costumbre, se puede deducir que es un acto instintivo, pero no podemos estar seguros de que no sea un resultado de idénticas necesidades, sentidas por dos especies dotadas de igual raciocinio. Estos monos no tocan los muchos frutos venenosos de los trópicos, al paso que el hombre los desconoce; pero como nuestros animales domésticos, trasladados á países lejanos, comen á menudo al principio yerbas venenosas que luego rechazan, tampoco podemos negar en absoluto que los monos hayan aprendido, por experiencia propia ó hereditaria, á conocer los frutos que debian escoger. Con todo, es positivo que los monos sienten un terror instintivo en presencia de la serpiente, y probablemente, de otros animales venenosos.
Los instintos de los animales superiores son pocos y simples cuando se comparan con los de los animales inferiores. Los insectos que poseen instintos más notables son ciertamente los más inteligentes. Los individuos ménos inteligentes de la série de los vertebrados, tales como los peces y anfibios, no tienen instintos complicados, y entre los mamíferos, el animal más notable por los suyos, el castor, posee una gran inteligencia.
Aunque, segun dice Spencer en sus Principios de Psicología, los primeros albores de la inteligencia se hayan desarrollado por la multiplicacion y coordinacion de actos reflexos, y por más que pasando gradualmente muchos instintos simples á ser actos de aquella clase, no puedan casi distinguirse de ellos, los instintos más complicados parecen haberse formado independientemente del raciocinio. No se crea por esto que trato de negar que las acciones instintivas puedan perder su carácter fijo, siendo reemplazadas por otras emanadas de la libre voluntad. Por otra parte, ciertos actos inteligentes, como el de las aves de las islas oceánicas que aprenden á huir del hombre, pueden convertirse en instintos hereditarios despues de haber sido practicados por muchas generaciones. Entonces puede decirse que tienen un carácter de inferioridad, ya que, no los hace realizar la razon ni la experiencia. A pesar de todo, la mayor parte de los instintos más complexos parecen haber sido adquiridos por una seleccion natural de las variaciones de actos instintivos más simples. Semejantes variaciones podrian resultar de las mismas causas desconocidas que, ocasionando ligeras mudanzas en las otras partes del cuerpo, obran tambien sobre la organizacion cerebral, y determinan de este modo cambios que, en nuestra ignorancia, consideramos como espontáneos. Poco es lo que sabemos de las funciones del cerebro, pero podemos notar que á medida que las facultades intelectuales se desarrollan, las diversas partes del cerebro deben estar en las más complexas relaciones de comunicacion, y que, por consiguiente, cada parte distinta ha de propender á perder su aptitud para responder de una manera definitiva y uniforme, es decir, instintiva, á sensaciones particulares ó asociadas.
He creido necesaria esta digresion, porque podria suceder que por inadvertencia no valuáramos en lo debido la actividad mental de los animales superiores, y sobre todo, del hombre, cuando comparamos sus actos de memoria, prevision é imaginacion, con otros muy parecidos efectuados instintivamente por animales inferiores; en este último caso, la aptitud para efectuar estos actos habrá sido adquirida, poco á poco, por la variabilidad de los órganos mentales y la seleccion natural, sin que haya contribuido á ello la conciencia inteligente del animal en cada generacion. No cabe duda alguna, como lo indicó Wallace, de que una gran parte del trabajo inteligente efectuado por el hombre se debe á la imitacion y no á la razón; pero media entre sus actos y los de los animales inferiores la gran diferencia de que el hombre no puede, con sus solos hábitos de imitacion, hacer de una vez, por ejemplo, una hacha de piedra ó una piragua: es preciso que aprenda á ejecutar su obra mediante la práctica; en cambio, un castor puede construir su dique á un canal, y una ave su nido, tan perfectamente la primera vez que lo intenta como en su edad más avanzada.
Volviendo á nuestro principal objeto: los animales inferiores, lo propio que el hombre, sienten evidentemente el placer y el dolor, la dicha y la desventura. Seria imposible contemplar otra expresion más aparente de gozo que la que presentan los perros, gatos y otros animales en su infancia, cuando, como nuestros niños, juegan entre sí. Hasta los mismos insectos parecen gozar, como lo ha descrito P. Huber, quien ha visto retozar mútuamente á las hormigas como los perrillos en sus primeros meses.
Tan conocido me parece el hecho de que los animales pueden ser excitados por las mismas emociones que nosotros, que no quiero importunar sobre este punto á mis lectores con numerosos detalles. Influye en ellos el terror lo mismo que en nosotros: causa en ambos temblor en los músculos, palpitaciones en el corazon, una relajacion en los esfínteres y el erizamiento de los pelos. La desconfianza, engendro del miedo, caracteriza eminentemente los animales salvajes. Las cualidades de valor ó de timidez son sumamente variables en los individuos de la misma especie, como claramente se nota en nuestros perros. Todos sabemos cuán propensos son los animales á encolerizarse furiosamente, manifestándolo á las claras. Se han publicado numerosas anécdotas sobre las venganza hábiles y muchas veces aplazadas mucho tiempo por los animales. La amistad del perro hácia su dueño es notoria; hásele visto acariciarle durante su agonía. Como acertadamente hace notar Whewell «cuando se leen esos ejemplos conmovedores de amor maternal, que tan á menudo se cuentan de mujeres de todas las naciones y hembras de todos los animales, ¿quién puede dudar de que el móvil que á unas y á otras impulsa no sea el mismo en ambos casos?
El amor maternal se manifiesta hasta en los detalles más insignificantes. Rengger ha visto un mono americano (Cebus) ahuyentar con cuidado las moscas que molestaban á su cachorro; Duvancel vió un hilobato que lavaba la cara de los suyos en un arroyo; las hembras de los monos experimentan tal tristeza cuando pierden sus cachorros, que Brehm las ha visto (en algunas especies que observó cautivas en el África del Norte) morir á consecuencia del dolor. Los monos huérfanos son siempre adoptados y criados cuidadosamente por los otros monos, tanto machos como hembras. Una hembra de babuino, notable por su buen corazon, no solo adoptaba los pequeños monos de otras especies, sino que hacia extensivo su compasivo celo hasta á los perros y gatos de poca edad. No llegaba, con todo, su ternura á partir con ellos su alimento, cosa que sorprendió á Brehm, ya que estos monos lo distribuyen lealmente lodo entre sus propios cachorros. En cierta ocasion arañó un gatito al mono que lo habla prohijado, y este, sorprendido, dió una prueba de inteligencia cortándole las uñas con los dientes. Algunos monos de Brehm se complacian en incomodar, por toda clase de medios ingeniosos, á un perro viejo que detestaban, lo propio que á otros animales.
La mayor parte de las emociones más complexas son comunes á los animales superiores y al hombre. Todos hemos visto cuán celoso es el perro del cariño de su dueño, cuando este último acaricia á algun otro sér; yo he observado lo mismo entre los monos. Esto prueba que los animales no solo aman, sino que tambien desean ser amados. Sin duda experimentan el sentimiento de la emulacion. Gastan de la aprobacion y la lisonja, y un perro á quien su amo hace llevar la cesta se manifiesta en alto grado orgulloso y satisfecho. A mi entender, no es dudoso que el perro sienta vergüenza, distinta del miedo, y cierto sentimiento muy parecido á la modestia, cuando mendiga su comida con sobrada frecuencia. Un perro grande responde con el desprecio al gruñido del gozquillo; acto que podríamos calificar de magnanimidad. Muchos observadores han atestiguado que á los monos no les gusta de ningun modo el que se burlen de ellos, y á menudo suponen que se les hacen ofensas, de las que se irritan.
Pasemos ahora á las facultades y emociones más intelectuales, que tienen una gran importancia, dado que constituyen las bases del desarrollo de las aptitudes mentales más elevadas. Los animales manifiestan muy evidentemente que la excitacion les agrada y el fastidio les hace sufrir; así se observa en los perros, y, segun Rengger, en los monos. Todos los animales experimentan la sorpresa y muchos dan pruebas de curiosidad. Esta última aptitud les es algunas veces perjudicial, como cuando el cazador los atrae con diferentes reclamos. Yo lo he observado en el ciervo. Lo mismo pasa con el receloso gamo y algunas especies de patos silvestres. Brehm hace una curiosa relacion del terror instintivo que se apoderaba de sus monos á la vista de las serpientes; con todo su curiosidad era tanta, que no podian contenerse y se cercioraban de la verdad de su horror de una manera muy racional: levantando la tapa de la caja que encerraba las serpientes. Sorprendido yo por este relato, quise convencerme por mí mismo de su veracidad, y transporté una serpiente disecada al cercado de los monos del Jardin zoológico, entre los que excitó una efervescencia cuyo espectáculo fué uno de los más curiosos que he podido presenciar. Los más alarmados fueron tres especies de Cercopitecos, que se refugiaron rápidamente en sus jaulas, dando la señal de alarma con sus agudos chillidos, que fueron comprendidos por los demás monos. Algunos jóvenes, y un viejo Anubis, no pararon su atencion en la serpiente. Entonces yo coloqué el reptil relleno de paja dentro de uno de los grandes compartimientos. Al cabo de un rato todos los monos se habian reunido, formando un compacto círculo al rededor del objeto que miraban fijamente, y presentando el aspecto más cómico que imaginarse pueda. Pusiéronse sumamente nerviosos, en términos de que bastó dar un ligero movimiento á una bola de madera medio escondida entre la paja y con la que estaban familiarizados que les servia de juguete habitual, para que emprendiesen instantáneamente una precipitada fuga. Estos monos se portaban de un modo completamente distinto cuando se introducia en sus jaulas un pez muerto, un raton ú otros objetos nuevos; en tal caso, aunque asustados en el primer momento, no tardaban mucho en aproximarse á ellos para examinarlos y manosearlos. En seguida metí una serpiente viva dentro un saco de papel mal cerrado, y la puse en uno de los mayores compartimientos. Una de las monas se acercó inmediatamente al saco, le abrió un poco con cuidado, echó una mirada al interior, y se escapó velozmente. Entonces fui testigo de lo que describe Brehm, porque todos, unos tras otros, alta la cabeza y recelosamente inclinada á un lado, no pudieron resistir á la tentacion de querer ver lo que habia en el interior del saco, en cuyo fondo permanecia tranquila la serpiente.
El principio de imitacion es poderoso en el hombre, sobre todo en su estado salvaje. Desor hace notar que ningun animal imita voluntariamente un acto efectuado por el hombre hasta que remontando la escala zoológica se llega á los monos, cuyas disposiciones y facultades de cómica imitacion son de todos conocidas. A pesar de ello, los animales pueden remedar unos á otros: ciertas especies de lobos que nunca habian estado entre perros habian aprendido á ladrar, como á veces sucede con el chacal; falta saber si aquel acto puede llamarse de imitacion voluntaria. Las aves imitan el canto de sus ascendientes y á menudo el de otras aves, y los loros son notoriamente imitadores de todos los sonidos que oyen con frecuencia.
Casi no hay facultad más importante para el progreso intelectual del hombre que la de la atencion. Esta se manifiesta claramente entre los animales, como cuando un perro se pone en acecho cerca de un agujero para arrojarse sobre su presa. Cuando los animales salvajes acechan algo, llegan á estar tan absortos en su atencion, que cualquiera se puede acercar impunemente á ellos. M. Bartell me ha proporcionado una curiosa prueba de la variabilidad de esta facultad en los monos. Un individuo que adiestraba monos para hacerlos trabajar en público, tenia la costumbre de comprar á la Sociedad Zoológica cuadrumanos de especies comunes á 125 francos uno; pero ofrecia doble precio si le permitian llevarse tres ó cuatro por algunos dias, para escoger entre ellos. Interrogado sobre el hecho de poder apreciar en tan poco tiempo las facultades imitativas de un mono, contestó que esto dependia enteramente de su fuerza de atencion. Si mientras explicaba algo á un mono, este se distraia fácilmente con una mosca ó cualquier otro objeto, era preciso renunciar á adiestrarlo. Si trataba de hacerlo á pesar de ello, castigando sus faltas de atencion, sacaba peor resultado. Y al contrario, siempre lograba hacer un actor cómico del mono que estaba atento á sus lecciones.
Casi es supérfluo recordar que los animales están dotados de una excelente memoria con relacion á las personas y los lugares. Sir Andrew Smith me asegura que un babuino lo habia reconocido alegremente en el cabo de Buena Esperanza despues de una ausencia de nueve meses. Yo tengo un perro muy arisco y que muestra aversion á toda persona desconocida; en cierta ocasion puse expresamente á prueba su memoria después de estar cinco años y dos dias ausente de su vista. Me acerqué á la cuadra en que se encontraba y le llamé segun mi antigua costumbre; el perro no manifestó ninguna alegría ruidosa, pero me siguió inmediatamente, obedeciéndome, como si le hubiese dejado quince minutos antes. Por lo tanto habíase instantámente despertado en su espíritu una serie de antiguas asociaciones dormidas durante cinco años. P. Huber ha probado claramente que las hormigas pueden, despues de una separacion de cuatro meses, reconocer á sus camaradas de la misma comunidad. Sin duda los animales apreciarán por algunos medios los intervalos de tiempo, pasados entre sucesos que se representan.
Una de las más elevadas prerogativas del hombre es la imaginacion, facultad por la cual reune, sin mediar la voluntad, antíguas imágenes é ideas, creando de este modo resultados brillantes y nuevos, como lo hace notar Juan Pablo Richter: «Un poeta que ha de reflexionar si hará decir sí ó nó á un personaje, váyase al diablo; es solo un estúpido cadáver.» El sueño nos dá perfecta idea de esta facultad, y, como dice tambien el mismo poeta, «el sueño es un arte poética involuntaria.» No hay para qué decir que el valor de las creaciones de nuestra imaginacion depende del número, de la precision y de la lucidez de nuestras impresiones; del juicio ó del gusto mediante el cual admitimos ó desechamos las combinaciones involuntarias, y, hasta cierto punto, de nuestra aptitud para combinarlas voluntariamente. Como los perros, gatos, caballos, probablemente todos los animales superiores, y aun las aves, están sujetos á tener ensueños, segun lo han patentizado autores de toda confianza, y conforme lo prueban sus movimientos y gritos, debemos creer que están dotados tambien de alguna fuerza de imaginacion.
Nadie podrá negar, en mi concepto, que la razon se halla en la cúspide de todas las facultades del espíritu humano. Pocas personas dudan de que los animales poseen alguna aptitud para el raciocinio. Véseles constantemente hacer pausas, deliberar y resolver. Es por demás significativa la circunstancia de que cuanto mejor conoce el naturalista, merced al estudio, las costumbres de un animal determinado, mayor importancia dá al raciocinio que al instinto de este. El doctor Hayes hace notar muchas veces en su obra sobre el Mar polar abierto, que cuando sus perros llegaban á correr, remolcando sus trineos, por una capa de hielo de poco espesor, en lugar de seguir marchando unidos en masa compacta, se separaban unos de otros, para repartir el peso de sus cuerpos sobre una superficie más extensa. Esta maniobra venia á ser para los viajeros un aviso de que disminuyendo la profundidad del hielo, era la marcha más peligrosa. Ahora bien, los perros ¿obraban de tal modo á consecuencia de su experiencia individual; imitaban el ejemplo de otros más prácticos, ó lo hacian en virtud de un hábito hereditario, es decir, de un instinto? Tal vez este instinto se remontaria á la época, ya antigua, en que los naturales empezaron á usar perros para arrastrar sus trineos; y quizá tambien los lobos árticos, tronco del perro esquimal, pueden haber adquirido este instinto que les guiaba á no correr en compactos grupos sobre las capas delgadas de hielo. Con todo, es difícil resolver problemas de este género.
En diversas obras se han recogido tantos datos probando que hay algun grado de raciocinio en los animales, que me limitaré aquí á citar dos ó tres casos señalados por Rengger, y relativos á monos americanos, de órden muy inferior. Cuenta este autor que sus monos rompieron con tan poco acierto los primeros huevos que les dió, que se perdió una gran parte de su contenido; pero después aprendieron á golpear suavemente uno de sus extremos sobre un cuerpo duro, separando con los dedos los fragmentos de la cáscara. Cuando por casualidad se lastimaban con un instrumento cortante, no se atrevian á tocarlo más, ó si acaso, lo hacian con el mayor cuidado. Con frecuencia les daban terrones de azúcar envueltos en un papel, y habiendo Rengger puesto cierto dia en lugar del terron una avispa viva, picóles esta al desenvolver el papel confiadamente: desde entonces tomaron la precaucion de llevarse á la oreja el envoltorio para observar si se percibia algun ruido en su interior. Si semejantes casos (y todos los podemos observar parecidos en el perro) no bastan para convencer á cualquiera de que el animal puede raciocinar, inútil será que los amplie con otros más convincentes. A pesar de ello, citaré aun un caso relativo al perro, porque se apoya en la observacion de dos personas distintas, y al mismo tiempo porque no puede depender mucho de la modificacion de ningún instinto. Habiendo herido M. Colquhoun en las alas á dos patos silvestres, estos cayeron á la orilla opuesta de un arroyo, desde donde su perro trató de llevarle ambos de una vez, sin conseguirlo. El animal, que jamás habia magullado una sola pluma, se decidió por matar una de las aves: llevó la viva á su dueño y se volvió en seguida á buscar la muerta. El coronel Hutchinsson refiere el caso de dos perdices, alcanzadas por un mismo tiro, que mató á una é hirió á la otra; esta quiso huir, pero alcanzóla el perro, el cual, al volver con ella, encontró en su camino á la muerta y se detuvo evidentemente perplejo; después de una ó dos tentativas, viendo que no podia coger la muerta sin riesgo de perder la viva, mató á esta resueltamente, y llevóse á las dos. Este fué el único caso conocido en que aquel perro mató la caza.» Aquí vemos un ejemplo de raciocinio, aunque imperfecto, porque el perro, como el del caso precedente, hubiera podido llevarse la viva y luego volver á buscar la muerta.
Los arrieros de la América del Sud dicen: «No quiero daros la mula de mejor trote, sino la más racional;» á lo cual añade Humboldt; «Esta expresion popular, dictada por una larga experiencia, combate el sistema de las máquinas animadas, mejor tal vez que todos los argumentos de la filosofía especulativa.»
Creo haber demostrado ya que el hombre y los animales superiores, especialmente los primates, tienen algunos instintos comunes. Todos poseen los mismos sentidos, intuiciones y sensaciones; pasiones, afectos y sentimientos, aun los más complejos, los tienen parecidos. Experimentan la sorpresa y la curiosidad; poseen las mismas facultades de imitacion, de atencion, de memoria, de imaginacion y de raciocinio, aunque en grados muy distintos.
Muchos autores, á pesar de lo afirmado, persisten tenazmente en la idea de que las facultades mentales del hombre levantan, entre él y los animales inferiores, una barrera que nunca se puede salvar. Hace ya tiempo que tengo recogidos unos veinte aforismos de este género; pero no creo que valgan la pena de indicarlos aquí, ya que su número y grandes diferencias prueban la dificultad, cuando no la imposibilidad, de traducirlos á la práctica. Se ha afirmado que solo el hombre es capaz de un mejoramiento progresivo; que solo él hace uso de las herramientas ó del fuego, domestica los otros animales, conoce la propiedad, ó se vale del lenguaje; que ningun otro animal tiene conciencia propia, ni goza de la facultad de la abstraccion, ni posee ideas generales; que el hombre, y solo el hombre, tiene el sentimiento de lo bello, está sujeto á caprichos, conoce la gratitud, se siente atraido por lo misterioso, etc.; cree en Dios ó está dotado de una conciencia. Aventuraré algunas opiniones sobre los más importantes y de mayor interés de todos estos puntos.
El arzobispo Summer sostuvo que solo el hombre es susceptible de un perfeccionamiento progresivo. Por lo que atañe al animal, y en primer lugar al individuo, todos los que tienen experiencia en la caza con lazo ó trampa, saben que los animales jóvenes caen en ellos más fácilmente que los viejos, y aun con menos cuidado se les puede acercar el cazador. Respecto á los animales de más edad, es tan imposible coger muchos en un mismo sitio y con una misma trampa, como exterminarlos con un mismo veneno; y, con todo, es indudable que no todos ellos habrán probado este último, ó caido en aquel lazo. El ejemplo de sus semejantes cautivos ó envenenados les enseña seguramente á ser cautos.
Si pasamos á considerar en vez del individuo aislado las generaciones sucesivas, ó la raza, no creemos dudoso que las aves y otros animales adquieran y pierdan, á las veces y gradualmente, la prudencia ante el hombre y demás enemigos; y esta prevision que, de seguro, es en gran parte un hábito ó instinto transmitido por herencia, es tambien un resultado parcial de la experiencia del individuo. Un buen observador, Leroy, ha probado que allí donde se persigue mucho al zorro, los cachorros son incontestablemente más recelosos que los de las regiones en que no se dedican tanto á su caza.
Nuestros perros domésticos descienden de los lobos y chacales, y aunque no les aventajen en astucia y tengan tal vez menos prudencia y recelo, han progresado en ciertas cualidades morales, tales como el cariño, la confianza, y, probablemente, la inteligencia general. La rata comun ha derrotado á muchas especies afines á ella en algunas comarcas de la América del Norte, en Nueva-Zelanda y recientemente en Formosa. M. Swinhoe, describiendo estos últimos casos, atribuye la victoria de la rata comun sobre la enorme, Mus caninga, á su sagacidad más desarrollada, cualidad que se puede atribuir al empleo y ejercicio habitual de todas sus facultades para librarse de la persecucion del hombre, y la destruccion continua que hace de todas las especies ménos inteligentes y astutas. Querer sostener sin pruebas directas que, en el transcurso del tiempo, ningun animal ha progresado en inteligencia ó en otras facultades mentales, es suponer lo que se discute en la evolucion de la especie. Más adelante veremos que, segun Lartet, hay en la actualidad mamíferos pertenecientes á muchos órdenes, que tienen el cerebro más desarrollado que sus antiguos prototipos terciarios.
Se ha dicho con frecuencia que ningun animal se sirve de herramientas; pero, aun en su estado de naturaleza, el chimpanzé sabe recurrir á una piedra para romper un fruto indígena de cáscara dura, parecido á una nuez. Habiendo enseñado Rengger á un mono á abrir de este modo una clase de nueces, se valia éste luego del mismo medio para hacerlo con otras clases, así como con las cajas. Del mismo modo arrancaba la delgada piel del fruto, cuyo gusto le desagradaba. Otro mono, al que habian enseñado á abrir la tapa de una gran caja con un baston, se servia después del baston como de una palanca para mover los objetos pesados, y yo mismo he visto un orangután de escasa edad, hincar un palo en una grieta, y después, cogiéndole por el otro extremo, convertirlo en una palanca tambien. Las piedras y palos que sirven de herramientas en los casos citados, hacen tambien en ciertos casos las veces de armas.
Brehm asegura, fundándose en lo dicho por el viajero Schimper, que cuando en Abisinia, los babuinos de la especie C. gelada comun en Abisinia bajan de las montañas á merodear en la llanura, encuentran á veces manadas de C. hamadryas, con las que traban encarnizadas luchas. Los primeros desprenden del monte gruesas piedras que caen rodando y de las que huyen los segundos; después las dos especies se precipitan furiosamente una sobre otra, produciendo una confusion y batahola terribles. Brehm, acompañando al duque de Coburgo-Gotha, tomó parte en un ataque dado con armas de fuego á un tropel de babuinos, en el paso de Mensa, en Abisinia. Estos contestaron al ataque haciendo rodar por las laderas de la montaña tal cantidad de piedras que los cazadores hubieron de batirse en retirada, sin que su caravana pudiese, en algun tiempo, atravesar el paso. Un mono del Jardin zoológico de Lóndres, cuyos dientes eran flojos, rompia las avellanas con una piedra, y, segun me dijeron los guardianes, el animal despues de haberse servido de la piedra, tenia la costumbre de esconderla entre la paja, y se oponia á que los otros monos la tocasen. Vése en esto una nocion de la propiedad, que hallamos tambien en el perro cuando tiene un hueso, y en la mayor parte de las aves que poseen un nido.
El duque de Argyll hace notar que el hecho de construir un instrumento ó herramienta con un fin particular es absolutamente peculiar del hombre, y lo considera en cuanto establece entre él y los animales una diferencia inmensa. La distincion es importante sin duda, pero me parece que hay mucha verdad en el aserto de Sir J. Lubbock, el cual afirma que cuando el hombre primitivo empezó á valerse de pedernales para un uso cualquiera, pudo haberlos hecho pedazos accidentalmente, y sacado entonces partido de su reluciente filo. Dado este paso, fácil es llegar al de romperlos con intencion, y tampoco es difícil lograr darles una forma tosca. Con todo, este último progreso puede haber necesitado para su realizacion un largo período, á juzgar por el inmenso espacio de tiempo que ha debido trascurrir antes de que los hombres del periodo neolítico hayan pulimentado sus herramientas de piedra. Lubbock hace observar tambien que rompiendo el pedernal han podido saltar chispas, y, utilizando este descubrimiento, desprender de ellas calor: «hé aquí el origen probable de los dos métodos usuales para procurarse fuego.» También puede haberse conocido la naturaleza de este elemento en las numerosas regiones volcánicas en que la lava llega á invadir á veces los bosques. Sabido es que el orangután se tapa por la noche con hojas de pandanus, y Brehm ha visto uno de sus babuinos que tenia la costumbre de resguardarse del calor solar poniéndose una estera en la cabeza. Los monos antropomorfos, guiados probablemente por el instinto, se construyen plataformas transitorias. En las costumbres de esta clase podemos ver un paso dado hácia algunas de las artes más sencillas, principalmente la de los trajes y arquitectura elemental, tales como han debido aparecer entre los primitivos antepasados del hombre.
Lenguaje. Con razon se ha considerado esta facultad como una de las principales distinciones que existen entre el hombre y los animales. Pero, como observa un juez competente, el arzobispo Whately: «No es el hombre el único animal que se sirve del lenguaje para expresar lo que pasa en su ánimo, ni el solo que pueda comprender más ó menos lo que otro exprese.»
El Cebus Azaræ del Paraguay puede, cuando está excitado, emitir cuando menos seis sonidos distintos, que producen en los otros emociones parecidas. Notable es asimismo que el perro, desde que ha sido domesticado, ha aprendido á ladrar en cuatro ó cinco tonos distintos. A pesar de esto, no cabe dudar que las especies salvajes, progenitoras del perro, hayan expresado sus sentimientos con gritos de varias clases. En el perro doméstico tenemos el ladrido de impaciencia, en la caza; el de cólera cuando aúlla y dá alaridos de desesperacion, si está encerrado; el de gozo cuando sale á paseo, y el grito de súplica con que pide que le abran la puerta ó la ventana.
No obstante, el lenguaje articulado es propio del hombre, por más que, como los otros animales, pueda expresar sus intenciones con gritos inarticulados, acompañados de gestos y ademanes, sobre todo cuando quiere manifestar los sentimientos más simples y más intensos, que tienen pocas relaciones con nuestra inteligencia superior. Nuestras interjecciones de dolor, miedo, sorpresa, ira, juntamente con las gesticulaciones apropiadas al caso, el murmullo de la madre al acariciar á su hijo pequeño, son más expresivos que las palabras. No es simplemente la facultad de articular lo que distingue al hombre de los demás animales, porque todos sabemos que el loro puede hablar; sino su notable disposicion para aplicar á ideas definidas sonidos determinados, disposicion que depende evidentemente del desarrollo de sus facultades mentales.
Los sonidos que emiten las aves ofrecen, por muchos conceptos, la mayor analogía con el lenguaje, porque todos los miembros de una misma especie expresan sus emociones con los mismos gritos instintivos, y todos los séres que cantan ejercen instintivamente esta facultad; pero el canto efectivo, y aun las notas para llamarse unas á otras, las aprenden de sus ascendientes. Estos sonidos, como lo ha probado Daines Barrington, «son tan innatos en las aves, como el lenguaje en el hombre.» Sus primeros ensayos de canto pueden compararse á las imperfectas tentativas que constituyen la media lengua, como suele llamarse, de los niños. Los machos jóvenes continúan ejercitándose en el canto, ó, como dicen las personas que se dedican á su cria, estudian, durante diez ú once meses. En sus ensayos primeros apenas se podrian reconocer los rudimentos del futuro canto; pero, á medida que crecen en edad, se conoce ya lo que tratan de saber, y acaban por cantarlo de una manera completa. Las aves que han aprendido el canto de una especie distinta, como los canarios que se crian en el Tirol, enseñan y trasmiten el nuevo canto á sus propios descendientes. Las naturales y leves diferencias de canto en una misma especie que habita diversas regiones, pueden acertadamente compararse, como indica Barrington, «á dialectos provinciales,» y los cantos de especies inmediatas, pero distintas, á las lenguas de las diferentes razas humanas. Me he detenido en los detalles que preceden para probar que la propension instintiva á adquirir un arte no es en modo alguno privilegio exclusivo del hombre.
Por lo que hace al orígen del lenguaje articulado, después de haber leido, por una parte, las interesantes obras de Hensleigh, Wedgwood, Farrar y Schleicher, y, por otra, las célebres lecturas de Max Müller, no me cabe duda de que el lenguaje debe su orígen á la imitacion y á la modificacion, auxiliada por señas y gestos, de diversos sonidos naturales, de las voces de otros animales, y de los gritos instintivos del hombre mismo. Al tratar de la seleccion sexual veremos que los hombres primitivos, ó mejor dicho, algun antiguo progenitor del hombre, ha hecho probablemente un gran uso de su voz para emitir verdaderas cadencias musicales, como aun lo hace un mono del género de los gibones. Podemos deducir de analogías bastante comunes que esta facultad se ha ejercido especialmente en la época de la reproduccion, para expresar las distintas emociones del amor, los celos, el triunfo, y el reto á los rivales. La imitacion de gritos musicales por medio de sonidos articulados ha podido ser el origen de palabras expresivas de diversas emociones complejas. Por la relacion que tiene con el principio de imitacion, debemos hacer notar la gran propension que se advierte en las formas más próximas al hombre (monos, idiotas, microcéfalos, y razas bárbaras de la humanidad), á imitar cuanto llega á su oido. Comprendiendo sin duda alguna los monos gran parte de lo que el hombre les dice, y, pudiendo en su estado de naturaleza, lanzar gritos que indiquen un peligro á sus camaradas, no me parece increible que algun animal simio, más sabio, haya tenido la idea de imitar los aullidos de un animal feroz para avisar á sus semejantes, precisando el género de riesgo que les amenazaba. En un hecho de esta naturaleza se tendria un primer paso hacia la formacion de un lenguaje.
Ejercitada cada vez más la voz, los órganos vocales se habrán robustecido y perfeccionado en virtud del principio de los efectos hereditarios del uso; lo que á su vez habrá influido en la potencia de la palabra. Verdad es que, bajo este punto de vista, la conexion entre el uso contínuo del lenguaje y el desarrollo del cerebro, tiene una importancia mucho mayor. Las aptitudes mentales han debido hallarse más desarrolladas en el primitivo progenitor del hombre que en ningun mono de los hoy existentes, aun antes de estar en uso alguna forma de lenguaje, por imperfecta que se la suponga. Pero podemos admitir con seguridad que el uso contínuo y el perfeccionamiento de esta facultad, han debido influir á su vez en la inteligencia, permitiéndole y facilitándole el enlace de una série más extensa de ideas. Nadie puede emitir una sucesion prolongada y compleja de pensamientos sin el auxilio de palabras, habladas ó nó, de la misma manera que no se puede hacer un cálculo importante sin tener signos ó valerse del álgebra. También parece que hasta la ilacion de las ideas ordinarias necesita alguna forma de lenguaje, porque se ha observado que cuando dormia Laura Bridgman, joven sordo-muda y ciega, hacia señas con los dedos. Esto no obstante puede cruzar por la imaginacion una larga serie de ideas vivas, y mútuamente dependientes, sin el concurso de ninguna especie de lenguaje, hecho que podemos inferir de los prolongados ensueños que se observan en los perros. Hemos visto que los de caza pueden razonar en cierto modo, lo que evidentemente hacen sin servirse de lenguaje alguno. Las íntimas conexiones que existen entre el cerebro y la facultad del lenguaje, tal como está desarrollada en el hombre, resaltan claramente de esas curiosas afecciones cerebrales que atacan especialmente la articulacion de los sonidos y en las que desaparece el poder de recordar los sustantivos, mientras subsiste intacta la memoria de otros nombres. Tan probable es que los efectos del uso contínuo de los órganos de la voz y de la inteligencia hayan llegado á ser hereditarios, como que la escritura, que depende simultáneamente de la estructura de la mano y de la disposicion del ánimo, sea hereditaria tambien; hecho completamente cierto.
Fácil es comprender por qué los órganos que sirven actualmente para el lenguaje, han sido en su orígen perfeccionados con este objeto, con preferencia á otros. Las hormigas se comunican recíprocamente sus impresiones por medio de sus antenas. Nosotros hubiéramos podido servirnos de los dedos como instrumentos eficaces, ya que, con la costumbre, puede trasmitirse á un sordo-mudo un discurso pronunciado en público, palabra por palabra; pero entonces la pérdida de las manos hubiera sido un grave inconveniente. Teniendo todos los mamíferos superiores los órganos vocales construidos por el mismo estilo que los nuestros, y sirviéndoles de medio de comunicacion, es probable que, si este último debia progresar, se hubieran debido desarrollar preferentemente los mismo órganos; y esto es lo que se ha efectuado con la ayuda de partes bien ajustadas y adaptadas, tales como la lengua y los lábios. El que los monos superiores no se sirvan de sus órganos vocales para hablar, depende sin duda de que su inteligencia no está suficientemente desarrollada. Un caso semejante se observa en muchas aves que, aunque dotadas de órganos propios para el canto, no cantan jamás. Así vemos que aunque los órganos vocales del ruiseñor y del cuervo presenta una construccion muy parecida, producen en el primero los más variados cantos, y en el segundo un simple graznido.
La formacion de las especies diferentes y de las lenguas distintas, y las pruebas de que ambas se han desarrollado siguiendo una marcha gradual, son curiosamente las mismas. En lenguas distintas encontramos homologías sorprendentes debidas á la comunidad de descendencia, y analogías dependientes de un procedimiento de formacion semejante. La manera como ciertas letras ó sonidos se cambian por otros, recuerda la correlacion del crecimiento. La presencia frecuente de rudimentos, tanto en las lenguas como en las especies, es más notable todavía. En la ortografía de las palabras se conservan á menudo letras que representan los rudimentos de antiguos modos de pronunciacion, las lenguas, lo mismo que los séres orgánicos, pueden clasificarse por grupos subordinados, ya naturalmente segun su derivacion, ya artificialmente segun otros caracteres. Lenguas y dialectos dominantes se propagan á grandes distancias y contribuyen á la extincion de otras lenguas. La lengua, como la especie, una vez extinguida, no reaparece nunca, segun observa Lyell. Un mismo lenguaje no nace nunca en dos puntos á la vez, y lenguas distintas pueden mezclarse y hasta amalgamarse. Vemos en todas ellas la variabilidad, asimilándose contínuamente nuevas expresiones; pero, como la memoria es limitada, hay nombres adquiridos y aun lenguas enteras que se extinguen poco á poco. Según la excelente observacion de Max Müller: «En cada lengua se nota una lucha incesante por la vida, entre los nombres y las formas gramaticales. Las formas mejores, más breves y más fáciles, tienden constantemente á supeditar á las demás y deben el triunfo á su valor inherente y propio.» A mi modo de ver se puede agregar á estas causas, la del amor á la novedad que tiene en todas las cosas el espíritu humano. Esta perpetuidad y conservacion de ciertas palabras y formas victoriosas en la lacha por la existencia, es una seleccion natural.
La construccion regular y por demás complexa de las lenguas de muchas naciones bárbaras, ha sido para algunos una prueba, ó de su origen divino, ó de la elevacion del arte y de la antigua civilizacion de sus fundadores. Así escribe F. von Schiegel; «A menudo observamos que la estructura gramatical de esas lenguas, que parecen ocupar el grado más inferior de cultura intelectual, está elaborada hasta un grado máximo. Esto sucede con el vascuence.» Pero es á todas luces inexacto el considerar una lengua como un arte, en el sentido de que hubiese podido ser elaborada y formada metódicamente. Los filólogos admiten hoy generalmente que las conjugaciones y declinaciones eran en su orígen distintos nombres, que se unieron después, y como este género de nombres, así compuestos, expresa las más claras relaciones entre los objetos y las personas, no es cosa rara el que se hayan usado por casi todas las razas de las edades primitivas. El ejemplo siguiente nos dará una idea exacta de lo mucho que podemos engañarnos en lo que toca á la perfeccion. Muchas veces un Crinoideo consta lo ménos de ciento cincuenta mil piezas, todas ellas colocadas con perfecta simetría y en líneas cuadradas; pero el naturalista no por esto considera á un animal de esta clase más perfecto que otro del tipo bilateral, formado de partes ménos numerosas y que sólo se parecen entre sí en los lados opuestos del cuerpo. Considera, con motivo, que el criterio de la perfeccion se encuentra en la distincion y especial modo de ser de los órganos. Lo mismo pasa con las lenguas, la más simétrica complicada de las cuales jamás debe considerarse superior á otras más irregulares, lacónicas y cruzadas, que han tomado nombres expresivos y útiles formas de construccion de las distintas razas conquistadoras, conquistadas ó inmigrantes.
De estas observaciones, aunque pocas é incompletas, deduzco que la construccion compleja y regular de gran número de lenguas bárbaras no constituye en ningún modo una prueba de que sea debido su orígen á un acto especial de creacion. Tampoco la facultad del lenguaje articulado es una objecion irrebatible á la creencia de que el hombre se haya desarrollado procediendo de una forma inferior.
Conciencia, personalidad, abstraccion, ideas generales, etc.—Ocioso seria emprender la discusion de estas facultades elevadas, que, segun muchos autores modernos, constituyen la única y más completa distincion entre el hombre y los animales; seria ocioso, decimos, porque no hay dos autores cuyas definiciones convengan entre sí. Unas facultades de orden tan superior como estas no podian en modo alguno desenvolverse plenamente en el hombre, antes de que sus aptitudes mentales hubiesen llegado á un nivel superior; lo que implica el uso de una lengua completa. No hay quien suponga que un animal inferior reflexione sobre la vida y la muerte, ni sobre otros asuntos parecidos; pero ¿estamos bien seguros de que un perro viejo, dotado de excelente memoria y de alguna imaginacion, como lo prueban sus ensueños, no reflexione jamás sobre sus antiguos placeres de caza? Esto ya seria una forma de la conciencia de sí mismo. Por otra parte, como observa Büchner: ¡cuán poco podrá ejercer esta conciencia y reflexionar sobre la naturaleza de su propia vida, la infeliz esposa de un salvaje de la Australia, degradado, que casi no usa nombres abstractos y no sabe contar sino hasta cuatro!.
Es incontestable el hecho de que los animales conservan su personalidad. Cuando, en un ejemplo mencionado anteriormente, mi voz evoca en mi perro toda una série de antiguas ideas, es prueba de que ha de haber conservado su individualidad mental, por más que cada átomo de su cerebro haya debido renovarse más de una vez en el intervalo de cinco años.
Sentimiento de lo bello.—Se ha afirmado que este sentimiento era tambien peculiar al hombre; pero cuando vemos aves machos que despliegan ante, las hembras sus plumajes de espléndidos colores, mientras que otros, que no pueden ostentar tales adornos, no hacen ninguna demostracion semejante, no podemos poner en duda el hecho de que las hembras admiren la hermosura de sus compañeros. Su belleza como objeto de ornamentacion no puede negarse, ya que las mismas mujeres se sirven de las plumas de las aves para su tocado. Al propio tiempo, las dulces melodías del canto de los machos durante la época de la reproduccion, son objeto de la admiracion ostensible de las hembras. Porque, en efecto, si estas fuesen incapaces de apreciar los magníficos colores, los adornos y la voz de sus machos, todo el cuidado y anhelo que estos ponen en hacer gala de sus encantos, serian inútiles, lo cual no puede admitirse. No creo que podamos explicar más satisfactoriamente el porqué ciertos sonidos y colores nos causan placer cuando son armoniosos, que el porqué ciertos sabores y perfumes nos parecen gratos, pero es lo cierto que muchos animales inferiores admiran con nosotros los mismos colores y los mismos sonidos.
El amor á lo bello, por lo menos en lo que respecta á la belleza femenina, no tiene en el espíritu humano un carácter especial, ya que difiere mucho en las diferentes razas, y ni aun es idéntico en las distintas naciones de una raza misma. A juzgar por los repugnantes adornos y la música atroz que admira la mayoría de los salvajes, podria afirmarse que sus facultades estéticas están ménos desarrolladas en ellos que en muchos animales, tales como las aves. Es muy cierto que ningun animal es capaz de admirar la pureza del cielo en la noche, un paisaje bello ó una música estudiada; pero tampoco los saben admirar los salvajes, ó las personas que carecen de educacion, ya que estos gustos dependen de la cultura de asociaciones de ideas muy complexas.
Muchas facultades que han contribuido útilmente al progreso del hombre, tales como la imaginacion, la sorpresa, la curiosidad, el sentimiento indefinido de la belleza, la tendencia á la imitacion, el amor de la novedad, etc., han debido encaminarle á introducir caprichosas mudanzas en sus usos y costumbres. Menciono este punto porque recientemente un escritor sienta la afirmacion de que el capricho es «una de las diferencias típicas más notables entre los salvajes y los animales.» Es cierto que el hombre es caprichoso en alto grado, pero tambien lo es que los animales inferiores demuestran frecuentemente sus caprichos en sus afectos, odios y sentimientos de belleza. Hay igualmente muchas razones para sospechar que aman la novedad en sí misma.
Creencia en Dios.—Religion.—No existe ninguna prueba de que el hombre haya estado dotado primitivamente de la creencia en la existencia de un Dios omnipotente. Por el contrario, hay demostraciones convincentes suministradas, no por viajeros, sino por hombres que han vivido mucho tiempo con salvajes, de que ha habido y hay aún numerosas razas que no tienen ninguna idea de la Divinidad, ni poseen palabra que la exprese en su lenguaje.
Creo ocioso consignar que esta cuestion es completamente distinta de otra de órden más elevado: la de saber si existe un Creador y Director del Universo, cuestion resuella ya afirmativamente por las más privilegiadas inteligencias que ha habido en el mundo.
Si por la palabra religion comprendemos la creencia en agentes invisibles ó espirituales, entonces todo cambia de aspecto, porque este sentimiento parece ser universal en todas las razas menos civilizadas. No es difícil comprender su orígen. Tan luego como las importantes facultades de la imaginacion, la sorpresa y la curiosidad, unidas á alguna fuerza de raciocinio, han llegado á desarrollarse parcialmente, el hombre habrá tratado de comprender cuanto se ofrecia á su vista, y de filosofar vagamente sobre su propia existencia. Como observa M. M'Lennan: «el hombre debe inventar por sí mismo alguna explicacion de los fenómenos de la vida; y, á juzgar por su universalidad, la hipótesis más sencilla y que primeramente se presenta á su imaginacion, parece haber sido la de atribuir los fenómenos naturales á la presencia en los animales, en las plantas, en los objetos y en las fuerzas de la naturaleza, de espíritus que causan efectos parecidos á los que el hombre cree poseer. «Es probable, como indica M. Tylor, que la primera idea de la existencia de los espíritus haya tenido su origen en el sueño, ya que los salvajes no distinguen fácilmente las impresiones subjetivas de las objetivas. Para los salvajes, las visiones que se les aparecen en sueños vienen de largas distancias y se mantienen sobre ellos, ó bien el alma del que sueña ha emprendido un viaje y vuelve con el recuerdo de lo que ha visto. Pero los sueños del hombre no bastaban para inspirarle tal creencia, como no bastan al perro los suyos, y ha sido preciso que antes se hayan desarrollado suficientemente en aquel las facultades citadas; imaginacion, curiosidad, sorpresa, etc.
La propension que tienen los salvajes á imaginarse que los objetos ó agentes naturales están animados por esencias espirituales ó vivientes, halla su explicacion en un hecho que he tenido ocasion de observar en un perro mio. Este animal, adulto y muy sensible, estaba tendido sobre el césped, un dia muy cálido, á alguna distancia de un quitasol, sobre el que no habria fijado la atencion si alguien hubiese estado cerca de aquel objeto. Pero la ligera brisa que soplaba agitaba el quitasol á menudo, y á cada movimiento el perro prorumpia en ladridos. A mi modo de ver, debia formarse la idea, de una manera rápida y consciente, de que aquellos movimientos sin aparente causa, indicaban la presencia de álguien que los produjese, y que no tenia ningún derecho á andar por aquellos sitios.
La creencia en los agentes espirituales conviértese con facilidad en la de la existencia de uno ó muchos dioses. Los salvajes atribuyen á los espíritus las mismas pasiones, la misma sed de venganza, ó las más elementales formas de justicia, y los mismos afectos que ellos han experimentado.
El sentimiento de la devocion religiosa es muy complejo; compónese de amor, de una sumision completa á un superior misterioso y elevado, de un gran sentimiento de dependencia, de miedo, de reverencia, de gratitud, de esperanza para el porvenir, y quizás tambien de otros sentimientos. Ningún sér que no hubiese alcanzado cierta superioridad de facultades morales é intelectuales podria sentir emocion tan compleja. Con todo, advertimos alguna semejanza con este estado del espíritu, en el amor profundo que tiene el perro á su dueño, junto con su sumision completa, algun temor, y otros sentimientos ménos definidos. La conducta del perro que tras una larga ausencia encuentra á su dueño, la del mono enjaulado respecto á su guardian, son muy distintas de las que observan con sus congéneres. Con estos parecen ménos vivos sus arrebatos de entusiasmo, y manifiéstanse sus sentimientos con mayor uniformidad. El profesor Branbach llega á decir que el perro mira á su dueño como á un dios.
Las mismas altas facultades mentales que han impulsado al hombre á creer primero en influencias espirituales invisibles; luego en el fetiquismo, en el politeismo, y finalmente en el monoteismo, le han hecho tambien adquirir distintas costumbres y supersticiones extrañas, mientras ha tenido poco desarrollada su fuerza de raciocinio. Ha habido supersticiones terribles: los sacrificios humanos ofrecidos á un dios sanguinario; las pruebas bárbaras del agua y del fuego á que eran sometidas personas inocentes; la brujería, etc...—Util es reflexionar algunas veces en estas supersticiones, ya que nos enseñan la inmensa gratitud que debemos á los progresos de nuestra razon, á la ciencia, y á todos nuestros conocimientos acumulados. Conforme ha observado acertadamente Sir J. Lubbock, no es exagerado decir que: «el horror terrible del mal desconocido está suspendido sobre la vida salvaje como una espesa nube, y acibara todos sus placeres.» Estas consecuencias miserables é indirectas de nuestras más distinguidas facultades pueden ponerse al lado de los errores incidentales de los instintos de los animales inferiores.