El obelisco del dos de mayo
Incautadoras, capitadoras, circuladoras, poéticas, silenciosas, demoledoras, venatorias, leales, entoisonadas y revolucionarias Excelencias:
Erigido para conmemorar un hecho que los anales de la patria del Cid registran como título de gloria, y para, a la vez, guardar las cenizas de los perínclitos varones que le consumaron, júzgome por ello autorizado un tantico para distraer la alta consideración de Vuestras Excelencias con esta solicitud, que sólo a vueltas de largas cavilaciones me he atrevido a dirigirles.
Quizá VV. EE. no ignoren que desde que se consumó la Gloriosa que, para bien del país, les colocó en las poltronas que tan gallardamente abruman, no se mueve una rata revolucionaria, ni se citan los patriotas, ni se prepara una manifestación pacífica, vamos al decir, que no se haga testigo y centro obligado del movimiento de la cita y de la congregación.
Castelar y Orense buscan mi sombra para echar rayos y centellas contra los reyes, los tronos, la unidad católica, la fe de los viejos españoles y el oscurantismo de las pasadas épocas.
Se arrastran por el suelo las armas pontificias, se pide a gritos el exterminio de todos los ministros del culto católico, se chamusca el Concordato y se me obliga a que yo presencie la chamusquina y oiga los gritos sediciosos y hasta que me haga cómplice de tamañas fechorías.
Las amazonas del Rastro acuden a mí también, y los paladines que las capitanean, para que sea testigo de sus maldiciones a las Constituyentes y a VV. EE. mismas, porque decretan las quintas y no decretan el matrimonio civil, y no se cuelgan un general de cada farol y un cura de cada reja.
En todos estas y otras muchas y muy análogas ocasiones, digo, se me busca desde septiembre acá, y se me invoca con dramática entonación, y se me abraza, y se me soba por gentes, ejecutivas Excelencias, y para cosas que así las conozco y me competen, como ahora llueven ochentinas (que no le vendría mal a la excelencia financiera).
Quizá VV. EE., en el círculo de atenciones que los abruma, no hayan podido fijarse nunca en lo que es motivo de que yo les dirija hoy este canto, que, aun dada ni natural insensibilidad, no debe extrañarles en esta tierra en que es cosa muy admitida que hay cosas (desde septiembre acá, sobre todo) capaces de hacer llorar a una piedra, lo cual implica la necesidad de una sensación profunda, fenómeno que en este instante evidencio yo de un modo irrefutable.
Por si en tal ignorancia se hallaban VV. EE. ejecutivas, voy a permitirme recordarles que los héroes cuyas cenizas guardo, y ante las cuales se postra España entera, fueron realistas neos de la más pura raza. Murieron peleando contra un extranjero que pretendió llevarles un Rey que, por apéndice, era Borbón y absoluto, y lo mismo hubieran hecho contra cualquiera que hubiese derribado los templos del Crucificado para levantar en sus escombros mezquitas a Mahoma o sinagogas a Judas Iscariote, o hubiese hecho público alarde de renegar de la religión de sus abuelos, pretendiendo establecer, como una ley del Estado, el concubinato.
Ahora bien, perínclitas excelencias: lo que a mí se me dice desde septiembre acá por la gente que me busca es que no hay más Dios que la razón humana, ni más rey que las masas, ni más ley que sus manifestaciones tumultuosas; se me invoca para que solemnice y sancione toda clase de rebeliones contra el Poder, contra el Trono, contra Dios mismo, contra la Historia y el sentido común; y todo ello en la mayor confianza, y ni más ni menos que si esas gentes y yo y los hombres cuyos restos guardo hubiéramos sido y fuéramos lobos de una misma camada.
Entre tanto, ya ven VV. EE. que mi causa y la causa de tales alborotos no pueden verse juntas sin darse de bofetadas.
¿A qué, pues, ese empeño en sobarme los sillares a todas horas?
¿En qué se parecen Pierrad a Velarde, ni Topete a Daoíz? ¿En qué Castelar, ni mucho menos el pertinaz Orense, al último de los oscurantistas creyentes que aquí fenecieron? ¿En qué, por último, el 2 de mayo al 29 de septiembre?
¿No conocen VV. EE., no conocen ya que no las masas inconscientes, sus discretos e inspirados mentores, que si estos héroes resucitaran hoy, al ver a su Patria sin altares, sin Trono, sin Hacienda, sin orden ni concierto, se volverían a morir de vergüenza y de indignación?
Y esto me consta porque siento esparcirse sus cenizas y rugir de ira sus espíritus cada vez que las turbas los invocan como herederos de sus glorias; siento con cuánta saña y con qué valor desenvainarían el ya roñoso sable para romper todo círculo de parentesco con un pueblo iluso y deslumbrado que pisa y profana lo que ellos más veneraron; con unos próceres que hacen de la deslealtad y de la sedición un título de gloria y arrojan e insultan al Dios y al monarca propios, para brindar la nación entera a los derviches de Mahoma y a un príncipe extranjero, que la desdeñan porque la desprecian.
¿A qué, pues, repito, ese afán de querer emular, con la rebelión de Cádiz, las glorias del Dos de Mayo? Diametralmente opuestas ambas empresas, en el fondo y en el fin, si los patriotas de septiembre quieren honrarse con el parentesco de los que yo guardo, piensen como ellos y como ellos obren, o, lo que es lo mismo, dejen las cosas como estaban muchos años ha, y no se metan en dibujos liberales que aquellos heroicos varones ni de oídas conocían. Si el realismo y la ciega fe de los mismos son para los libres ciudadanos de hoy, como ellos dicen y a ello me atengo, ignominioso sambenito, huyan a cien leguas de mis sillares, que tumba son y no otra cosa, de huesos realistas, de leales vasallos y de ciegos creyentes.
De otro modo, revolucionarias Excelencias, y si aún insiste Castelar en llamarse, a mis verjas, pariente de los que ellas y yo guardamos, y el pueblo, obcecado en que por el camino que aquél le muestra se llega a la gloria de Daoíz y Velarde, no respondo de no desplomarme un día sobre las masas congregadas en rededor de mí y mucho menos de no descalabrar a media docena de ciudadanos libres.
A VV. EE. suplico interpongan con las masas inconscientes todo su valimiento, si alguno les queda, al fin indicado, en lo cual rendirán de paso un alto servicio a la patria, dejando dormir en paz, ya que no a los vivos, siquiera a los que por ella se inmolaron en el Campo de la Lealtad, en los tiempos ominosos y deshonrados en que este, virtud reinaba, como en su casa propia, en la España que produjo a Guzmán..., el de Tarifa.
(De El Tío Cayetano, núm. 22.)
11 de abril de 1869.