El nombre apelativo
Dos hombres que en el domingo último habían comido mucho y bebido mas en una taberna de las afueras, se paseaban por la Ronda, proponiéndose apuestas mutuamente para pagar el gasto de los dos, que ascendía á cuarenta reales.
— Yo apuesto los cuarenta, dijo uno de ellos al llegar al portillo de Valencia, y otros cuatro encima para beber un trago de lo tinto, que ganaré, si el ciego que tienes sentado en ese banco dice tu nombre sin hablarle una palabra.
— Acepto la apuesta, repuso el segundo, y manos á la obra. — Toma este alfiler, acércate despacio, de modo que no nos oiga, y pínchale en la mano.
Dicho y hecho; cogió el alfiler, se acercó al pobre ciego y le aplicó la punta hasta que le obligó á escíamar:
— ¡Ah ladrón!
— He ganado, dijo el primero.