El mosquito (Virgilio)

​El mosquito​ de Publio Virgilio Marón
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Proemio editar

Fue un juego, Octavio, mientras Talía modulaba grácil los versos,
mientras, como una arañita, le daba forma a este ligero inicio.
Sí, ha sido un juego: por eso este instruido poema de un mosquito existe,
y, por ese juego, concuerda el ritmo con la historia
y las palabras con la fama de sus protagonistas, por más que los envidiosos me vigilen5
A quien esté preparado para acusar a la Musa de mis diversiones,
se le considerará más irrelevante que el peso o incluso la fama de un mosquito.
Más adelante te hablará mi Musa con imponente lenguaje,
cuando el momento nos ofrezca seguros frutos,
ya que para ti puliré poemas dignos de tu sentimiento.10

La honra de Latona y del gran Júpiter, su áureo descendiente,
Febo será mi guía, el autor del poema
y con su canora lira mi protector, ya lo eduque
Arna, empapada con el líquido quimérico del Janto[1],
la honrosa Asteria o el escarpado Parnaso, por donde 15
aquí y allá extiende al frente sus amplios picos
y se derrama con pacífico ritmo el murmullo de las aguas de Castalia.
Por esto acudid, Náyades, hermanas y honra de las aguas piérides,
y celebrad al dios con vuestros coros juguetones.
Y tú, sagrada Pales, a la cual recurren las esperanzas 20
de los campestres por un buen parto – cuida de quien mantiene
los cultos en el aire de los claros entre los verdeantes bosques:
bajo tu protección, me dejo llevar sin rumbo entre cascadas y cuevas.

Y tú, en quien brota una merecida confianza por tus composiciones,
venerable Octavio, favorece mis empresas,25
joven sagrado, pues para ti no canta mi poema
la severa guerra de Júpiter ni coloca […]
Flegra, tierra que fue rociada con sangre de Gigantes,
ni empuja a los centauros contra las espadas de los lápitas.

Tampoco abrasa Oriente el alcázar de Erecteo con sus fuegos[2],30
ni el excavado Atos ni las cadenas arrojadas al océano
buscarán un ya tardío renombre en mi libro,
ni el Helesponto sacudido por las pezuñas de los caballos
cuando Grecia temía la llegada por doquier de los persas;
por contra, mi delicada obra, discurriendo entre ligeros versos,35
bajo la guía de Febo disfruta con el jugueteo adecuado a su empuje.
Es para ti, sagrado joven. Que tu gloria, reluciente
y digna del recuerdo, luche por permanecer en tiempo perpetuo,
que se mantenga un lugar para ti en los piadosos hogares y que, a salvo,
se te recuerde por una merecida vida que afortunados abarcó años,40
alumbrando con su gracia a los bondadosos. Pero vayamos ahora con nuestro comienzo.

El pastor guía su rebaño editar

Ya se adentraba el ígneo sol en los alcázares celestiales,
en su carro dorado se agitaba la blanca luz
y la Aurora de rosada melena había ahuyentado las tinieblas;
hizo salir del establo a las cabras en pos de los agradables campos45
el pastor y buscó lo alto de la cima del prominente monte,
donde las pálidas hierbas ocultaban las extensas colinas.
Unas se esconden, errantes, entre bosques y malezas, otras ocultan
sus cuerpos entre cañadas y otras rápido se pierden por todas partes;
siegan con su tierno mordisco las verdeantes hierbas.50
A peñascos desiertos se pegaban, cerca de escarpadas cuevas,
mientras consumen los colgantes madroños de las extendidas ramas
y ávidas buscan los compactos racimos de uvas silvestres entre los matorrales.
Una rebaña a mordiscos los elevados brotes
del tenaz sauce o del chopo recién nacido,55
otra monda las tiernas espinas de los arbustos y aquella
se acerca a la corriente de un riachuelo de límpido reflejo.

¡Oh, la felicidad del pastor (para quien no desdeñe,
por sus prejuicios, la vida del pobre y alabe, en el desprecio
de aquello, el lujo de ensueño), la ignorancia de las preocupaciones60
que atacan a las almas avariciosas y los corazones hostiles!
Ni están dos veces teñidos con tintes asirios
los vellones adquiridos con la riqueza de Átalo[3], ni el brillo del oro
en el artesonado de su hogar ahoga un alma avara
ni existe el ornato de sus frescos, ni queda el relumbrar de las gemas65
sin ninguna utilidad[4] ni las copas lucen
agraciados repujados de Alcón y Beto[5] ni del mar Índico
hace aprecio por el fruto de sus ostras; por contra, recosta su cuerpo
de pecho puro a menudo sobre las tiernas gramas,
cuando la florida tierra, tachonada de brotes de hierbas,70
colorea durante la dulce primavera distintos los campos,
mientras a él, alegre con su cálamo cantor nacido en humedales,
ocupando su tiempo apartado de odios y engaños
y fuerte por sí mismo, tocada con un verde sarmiento repleto de pámpanos
su reluciente cabellera rústica le cubre como un manto.75
Le agradan sus cabras que rezuman leche,
los claros, la feraz Pales y las siempre oscuras grutas
en el interior de las cañadas, de donde manan nuevas fuentes.
¿Quién podría ser más feliz, incluso en los tiempos más afortunados,
que quien, alejado, con su mente pura y su sensato entendimiento,80
no haya conocido las ávidas riquezas ni tema las crueles guerras
ni las funestas batallas entre poderosas flotas
ni haya enfrentado espontáneamente su cabeza a enconados enemigos
para adornar con relucientes botines los sagrados templos
de los dioses o para cruzar en carro los límites de sus posesiones?85
Él adora a un dios toscamente tallado con una cuchilla,
él adora los bosques y el dios tiene sus inciensos arábigos
(agrestes hierbas con variadas flores) a su alrededor.
Él tiene un dulce reposo y el placer puro,90
liberador, de las preocupaciones simples. Este es su objetivo, todos
sus sentidos fluyen hacia aquí, esta es la preocupación oculta en su corazón:
que, satisfecho con cualquier alimento, abunde el placentero
reposo y pueda unir su cansado cuerpo al sueño.
¡Oh rebaños, oh Pan, oh más que delicioso valle95
de la fuente de las Hamadríades, en cuyo sencillo culto
cualquier pastor, imitador del poeta de Ascra[6],
atrae para sí una vida sin preocupaciones, con el corazón tranquilo!

Entre tales afanes, lleva el pastor apoyado en su cayado
su soleado trabajo y sin refinamiento entona
su habitual canción con sus cantoras cañas ensambladas;100
extiende sus ardientes rayos el recorrido de Hiperión[7]
y su luminoso contraste deja caer sobre el mundo celestial,
donde lanza veloces llamaradas hacia ambos oceános.
Mientras, las errabundas cabras, obligadas por el pastor,
volvían a la profunda vaguada de susurrantes aguas105
que, de un azul celeste, persistían bajo el verde musgo.
Ya el sol había discurrido hasta la mitad de su obra,
cuando el pastor reúne al rebaño bajo las densas sombras.
Luego de lejos observó que reposaban en tu verdeante bosque,
¡oh diosa de Delos[8]!, al que antaño llegó, vencida por la locura,110
Ágave, la hija de Cadmo, huyendo de Nictelio[9]
maldita por sus nefandas manos, ensangrentadas en el asesinato:
enloquecida por Baco, reposó en una gruta en estas gélidas cimas,
la que después se castigaría por matar a su hijo.
Aquí también los vigorosos Panes, mientras jugueteaban sobre las hierbas,115
los sátiros y las jóvenes dríadas danzaron en coro,
en compañía de las Náyades. No pudo Eagro retener tanto
con su canto al Hebro[10] quieto en sus riberas y a los bosques
como pudieron demorarte a ti, ágil diosa, los alegres bailes
que derramaban su multitud de gozos sobre tu rostro,120
a quienes la propia naturaleza del lugar les daba un hogar
de resonantes susurros y, cansadas, las revivía en su dulce sombra.
Al inicio de las pendientes de los valles se alzaban los plátanos
de anchas copas, entre los que crecía el impío loto,
impío porque separó al desolado itacense[11] de sus amigos,125
cuando los retuvo cautivos con su acogedora dulzura.
Luego, a las que el luto por el calcinado Faetón, arrojado del carro
de caballos de ígneas pezuñas, había cambiado su complexión,
las Helíades, que con sus brazos rodearon tiernos troncos,
vertían níveos velos desde sus ramas extendidas.130
Más adelante, aquella[12] a la que Demofonte abandonó
al lamento eterno de su malvada perfidia. ¡Pérfido para muchas,
pérfido Demofonte, y ahora llorado por las jóvenes!
A esta la compañaban robles, como los cantos de los hados[13],
robles de Ceres otorgados antes que la simiente de la vida135
(que el surco de Triptólemo trocó en espigas).
Aquí hay que añadir un pino, como gran honra de la nave Argo,
que honra los bosques, erizado de alargadas ramas,
mientras el elevado movimiento de su copa busca alcanzar los astros.
Y están la encina de negra figura y el no feliz ciprés[14]140
y las umbrosas hayas y las hiedras que sus brazos
enredan para que el álamo no lamente los golpes de su hermano,
mientras ellas mismas escalan flexibles hasta lo alto de la copa
y pintan sus dorados racimos de verde pálido.
A su vera estaba el mirto, que no desconoce su antiguo destino.145
Mientras, las aves que reposan en sus abiertas ramas
difunden dulces poemas que sus variados gorjeos entonan.
A sus pies había un arroyo que brotaba de estas gélidas fuentes,
cuyas aguas al nacer resuenan plácidas entre sus ligeras orillas.
Y doquiera que el canto de los pájaros resuena en ambos oídos,150
se repiten sus quejosos sonidos para quienes las limpias aguas
reconfortan sus cuerpos que nadan entre el légamo; este son lo alimenta el eco del aire
y en el estío todo resuena con la algazara de las cigarras.
Pero alrededor, por todas partes, se tumbaron cansadas las cabras,
a la sombra de elevadas zarzas, a las que una suave brisa155
de un viento susurrante que soplaba ligero intentaba zarandear.

Sacrificio del mosquito editar

El pastor, según se tumbó en la densa sombra cerca de la fuente,
relajó sus miembros y concibió un suave sopor,
lejos de toda preocupación: tranquilo sobre las hierbas
había entregado sus miembros a un sueño seguro.160
Tumbado en tierra, albergaba en su corazón la tranquila quietud,
si no hubiera ordenado el azar que se produjera un imprevisto peligro.
Pues reptando por el mismo trecho que acostumbraba a esa hora,
con su enorme cuerpo moteado de manchas, una serpiente,
que buscaba sumergirse bajo el légamo para soportar el fuerte estío,165
tomando con su vibrante lengua lo que se encontraba, de dañosa atmósfera,
retorcía sus escamosos anillos con amplios movimientos.
Levantaban las brisas la cabeza de la que se acercaba para verlo todo.
Reptando cada vez más rápido con su reptil cuerpo
(alza su cuerpo de nítidos destellos y su cabeza170
sobre su alargado cuello, donde una cresta
destaca encima, reluciendo de machas púrpuras,
y mira torva con el brillo del fuego en los ojos)
reúne su enorme cuerpo alrededor, mientras observa
al guía del rebaño tumbado a su frente. Amenaza muy violenta,175
mientras mira aquí y allá, con atacar y arremeter torva contra el obstáculo,
mientras cada vez se agita más rápido, airada porque alguien
ocupó su vaguada. Apresta sus armas naturales:
se inflama su ánimo, silba enfurecida, masculla su boca,
los ensortijados anillos de su flexible cuerpo se retuercen,180
brotan por todas partes gotas sanguinolentas por el esfuerzo
y los siseos se escapan de sus fauces. Cuando ya está todo preparado en su contra,
antes un pequeño hijo de los humedales lo atemoriza
y con su aguijón lo avisa para evitar su muerte: pues
donde los ojos, al abrirse, cubren los párpados185
allí la pupila del viejo fue golpeada con la, por su naturaleza,
ligera arma. Se levantó furioso de un respingo y, aplastado
de un golpe, lo mandó a su muerte: con todo su hálito
derramado, también su vida concluyó. Entonces a la serpiente,
que le sostenía torva la mirada, vio a su lado; enseguida190
sin pausa, sin aliento, casi sin controlar su mente se apartó
y tomó con su diestra una fuerte rama de un árbol.
Si fue la voluntad de algún dios o el azar quien le ayudó,
es difícil decirlo, pero pudo derrotar a aquella horrible
serpiente de escamoso y ensortijado cuerpo:195
con abundantes golpes hirió a la que se le enfrentaba
y le atacaba cruentamente, allí donde la cresta ceñía sus sienes.
Como estaba embotado por la languidez del sueño interrumpido y
el inesperado terror que lo observaba había insensibilizado su cuerpo,
por esto se enmarañó menos su mente en el terrible pavor.200
Y cuando vio a la serpiente languidecer muerta, se sentó.

Lamento del mosquito y descripción de los castigados en el Inframundo editar

Ya azuza los caballos de su biga la Noche, que surge de Érebo[15],
y perezoso avanza el Véspero desde el dorado Eta
cuando el pastor avanza con su rebaño reunido mientras se doblan las sombras
y se prepara para entregar al reposo sus cansados miembros.205
Cuando se adentró en su cuerpo el muy sutil sueño
y se difundió por relajados miembros el sosegante sopor,
se le apareció la imagen del mosquito, que severo
le recitó reproches por el resultado de su muerte:
“¿Por qué he merecido acabar a la fuerza210
llevado a estos extremos? Como tu vida me fue más querida
que la mía propia, ahora los vientos me arrastran por lugares vacíos.
Tú, calmado, reposas tu cuerpo en apacible tranquilidad,
porque te he arrancado de una abominable catástrofe, pero mis manes[16]
obligan a mis entrañas a cruzar las aguas leteas.215
El esquife de Caronte me lleva. ¿Ves cómo los ardientes umbrales de los templos
todo lo iluminan con sus hostiles antorchas?
Me topo con Tisífone, acicalada con innumerables serpientes,
que me ataca con llamas y golpes crueles; a su vera,
Cerbero (¡cómo flamean sus fauces a cada infernal ladrido!),220
cuyos cuellos están erizados aquí y allá de retorcidas culebras
y cuyos ojos relucen con el brillo de un fuego sanguinario.
Ay, ¿por qué tu agradecimiento se ha olvidado de mi sacrificio, cuando
te devolví a la tierra desde el mismísimo umbral de la muerte?
¿Dónde está la recompensa por mi piedad, la honra por mi piedad?225
Se quedó en un vacuo intercambio. También el campo lo han abandonado
la Justicia y aquella Fidelidad de antaño. Vi lo que amenazaba
a otro y, sin pensarlo, abandoné mi destino.
A parejo desenlace me guían; al que lo merece se castiga.
Que el castigo sea la destrucción, mientras exista, al menos, una agradecida voluntad.230
Que un deber igual te surja. Me llevan mientras tomo caminos apartados,
caminos apartados que existen entre los bosques cimerios,
mientras a mi alrededor se agolpan en todas las direcciones los severos castigos:
encandenado con serpientes, está sentado el enorme Oto,
que contempla, triste, a lo lejos al aprisionado Efialtes[17],235
porque ambos intentaron, antaño, escalar hasta los cielos.
También yace Ticio, Latona, que recuerda angustiado tu ira
(una ira implacable, desmesurada), como pasto de los buitres[18].
Me aterroriza, ah, estar rodeado me aterroriza de tan grandes sombras.
Llamado a las aguas estigias, apenas sobresale del río[19] 240
la cabeza del que reveló el néctar, el alimento de los dioses,
que la gira en todas direcciones mientras arde de sed su garganta.
¿Y qué diré del que hace rodar montaña arriba una roca,
al que derrota su amargo dolor por haber despreciado a los dioses
mientras se procuraba un vano entretenimiento? Id, muchachas,245
id, para las que la severa erinia ha prendido las antorchas.
Igual que Himen otorgó unos matrimonios con presagio de muerte
(falta un verso)
y unos densos escuadrones, cada uno sobre un ejército,
y a la enajenada madre de la Cólquide[20], de salvaje impiedad,
que planeaba su inquietante ataque sobre sus preocupados hijos;250
Ya se ven las desdichadas jóvenes, las hijas de Pandión[21]
cuya voz canta “Itis, Itis” y por cuya pérdida el rey Bistonio
levanta el vuelo, entristecido, por las brisas convertido en abubilla.
En otro lugar, los discordantes hermanos[22], de la semilla de Cadmo,
ya avanzan un cuerpo contra otro mientras se lanzan truculentas y255
hostiles miradas, ya ambos se dan la espalda,
porque por la impía diestra mana la sangre del hermano.
¡Ay, qué sufrimiento que nunca cambiará! Me llevan lejos,
a lugares todavía más lejanos; diviso a otros espíritus.

Descripción de los campos Elíseos editar

Arrastrado y a la fuerza, tendré que cruzar las aguas elisias.260
Delante de mí, Perséfone incita a las heroínas que la acompañan
a oponer sus antorchas al peligro. Alcestis, intocable,
carece de toda preocupación, porque demoró
de entre los calcodonios los crueles hados de su marido Admeto.
Aquí la siempre honrosa esposa del itacense, la hija de Icario,[23]265
permanece concebida como el ideal femenino, permanece también lejos
de aquella feroz multitud de jóvenes ilustres, atravesados por las flechas.
¿Por qué, pobre Eurídice, desapareciste entre tan grandes lamentos
y todavía el castigo por la ojeada de Orfeo permanece contigo?
Desde luego aquel valiente, que una vez confió en la dulzura de Cerbero270
o en que alguien podría aplacar la voluntad de Dite,
ni lo espantaron las olas en llamas del desbocado Flegetonte
ni los tristes reinos de Dite recubiertos de herrumbre
ni sus palacios excavados ni el Tártaro ocupado por una sanguinaria
noche ni los amables tribunales de Dite sin su juez,275
el juez que, tras la muerte, las acciones de la vida valora.
Pero la recia fortuna le había dado audacia antes.
Ya veloces ríos se habían aquietado, ya la multitud de fieras
que lo seguía se había quedado calmada en la región por la dulce voz de Orfeo,
ya había levantado sus profundas raíces del fondo de la verde280
tierra el roble [...] y los cantores bosques
voluntariamente le arrebataban las canciones con sus avaras cortezas.
Incluso detuvo los dos caballos del carro de la Luna
que se desliza por las estrellas y tú, joven mensual,
abandonaste la noche para quedarte a escuchar su lira.285
Esta misma lira pudo, esposa de Dite, convencerte
y devolverle Eurídice al hombre para que se la llevara de vuelta. No era lícito,
no era posible suplicar a la diosa de la muerte por la vida.
Ella, desde luego, más que conocedora de los crueles manes,
guardaba el indicado camino, no volvió la mirada290
atrás ni el regalo de la diosa corrompió con su lengua.
Pero tú, cruel, más que cruel tú, Orfeo,
buscando un querido beso las órdenes de los dioses rompiste.
¡Amor digno de favor, si el Tártaro conociera el favor!
Es duro recordar el error.

A vosotros en la tierra de los piadosos,295
a vosotros os espera de frente un grupo de héroes. Aquí también los dos hijos
de Éaco (pues Peleo y el valiente Telamón
se alegran por el seguro poder de su padre, a cuyas
bodas Venus y la Valentía concedieron reconocimiento:
a este lo secuestró [...], pero a aquel una nereida lo amó)300
residen. Aquí están los jóvenes y uno relata, gloria de una suerte asociada,
que de los barcos de la Argólide, en la matanza, los frigios[24]
fueron rechazados por la fiereza torva del fuego.
¡Oh! ¿Quién no podría contar los vericuetos de una guerra tal,
que en Troya vieron y vieron los hombres griegos305
cuando la tierra teucra[25] se cubrió de sangre,
así como las aguas del Simunte y el Janto, cuando cerca
de las costas sigeas vieron a los troyanos, merced a la furia de Héctor, su cruel líder,
dispuestos con ánimo hostil contra la flota pelasga
a llevarles heridas, ataques, matanzas y fuegos?310
Pues el propio y eterno Ida, poderoso por su fiereza, de sí mismo
ofrecía, nutriz Ida, las antorchas para sus deseosos retoños,
para tornar en cenizas toda la playa de la costa retea
al calcinar la flota entre lágrimas de llama.
A un lado se oponía el heroico hijo de Telamón,315
que combatía cubriéndose con el escudo, y al otro
estaba Héctor, la mayor honra de Troya: ambos aguerridos,
como el fragor de un río y aunque entre sí [...]
con sus protecciones y armas sobre [...]
de nuevo lo tomó (¿el fuego?), el otro, protegido con su acero,320
incita a apartar de las naves las heridas de Vulcano[26].
Se había alegrado el rostro de un eácida con estos honores,
y también del otro porque, en los campos de Dardania vertida su sangre,
Héctor la ciudad de Troya purificó con su cuerpo derrotado[27].
De nuevo resuenan los gritos, porque a este Paris lo mata y porque de este otro su valentía325
derrota sus propias armas en un ataque provocado por los engaños del itacense.
Contra este otro lleva hostil su rostro el hijo de Laertes[28]
y, tras vencer a Reso de Estrimón y a Dolón,
un momento se alegra, acompañado de Palas, entre ovaciones y de nuevo se aterroriza:
Ya se horroriza de los Cicones[29], ya atroz [...]330
a él lo atemorizan la insaciable Escila, rodeada de canes molosos,
y el Cíclope del Etna, la temible Caribdis y
los pálidos lagos del sórdido Tártaro.
También está presente el átrida[30], descendiente del linaje de Tántalo,
luz de Argos, bajo cuyo reinado el fuego335
dorio derribó hasta los cimientos los alcázares erictonios[31].
Te pagó su castigo, ay, el griego a ti, Troya, cuando te hundiste,
te lo pagó cuando acabó ahogándose entre las mareas del Helesponto.
Aquella prosperidad de antaño la mutabilidad humana ha atestiguado,
para que nadie, rico por los dones de su propia fortuna,340
se deje llevar por encima de los cielos: toda honra se hace añicos
ante el cercano ataque de la envidia. Iba por alta mar
la fuerza argiva buscando su patria, enriquecida con el botín
del alcázar erictonio: les acompañaba un viento propicio
en su rumbo a través del ponto plácido, una nereida, desde las aguas,345
les señalaba la ruta por alta mar a las curvadas naves...
cuando, ya fuera por los hados celestiales, ya fuera por la aparición de una estrella,
por doquier se muda el brillo de los cielos, todo los vientos
todo los remolinos lo inquietan; ya las aguas marinas
pugnan por alzarse hasta las estrellas, ya desde las alturas350
tanto el sol como las estrellas con arramblarlo todo amenazan
y con arrastrarlos hasta las tierras el fragor del cielo. Aquí la flota,
instantes antes alegre, ahora angustiada, se ve rodeada por un fatal hado
y muere por el oleaje entre los escollos de Cafereo
o entre los farallones eubeos y las anchas costas355
egeas, mientras por todas partes el errante botín de la destruida Frigia,
ya todo náufrago, flota entre la mar calmada.

Allí también habitan, de parejo valor reconocidos,
otros héroes, todos asentados en los hogares del medio,
a todos los que Roma considera un honor en el mundo entero.360
Aquí están los Fabios y los Decios[32], aquí también está la valientía de los Horacios[33],
aquí también la antigua fama, que nunca desaparecerá, de los Camilos[34];
también Curcio, que antaño en las moradas del centro de la Urbe
se entregó en una guerra a una sima que lo devoró entre sus aguas.
También está Mucio el sagaz, que soportó en su cuerpo las llamas,365
ante el cual se retiró despavorido el poder del rey lidio.
Este es Curio, vinculado a su ilustre valentía, y aquel
Flaminio, que entregó su cuerpo consagrado a las llamas.
Con justicia, pues, el espacio para reconocer tal piedad
[falta un verso]
y a los Escipiones líderes[35], antes cuyos veloces triunfos370
tiemblan de pavor las consagradas murallas de la Cartago libia.

Despedida del mosquito y monumento fúnebre en su honor editar

Que ellos florezcan por las debidas alabanzas; yo a los opacos
lagos de Dite me veo obligado a acudir, ay, viudos del resplandor de Febo,
y a sufrir por el vasto Flegetonte donde, grandioso Minos[36],
apartas las acciones criminales de las residencias de los piadosos.375
Así, a decir ya la causa de mi muerte, ya el motivo de mi vida
me obligan a confesarlo los azotes de los Castigos a orden del juez,
aunque tú seas la causa de mi mal y ni siquiera te presentes como testigo;
sino que oyes esto, desmemoriado, sin preocuparte demasiado
y [...] lo entregarás todo a los vientos.380
Me marcho, yo que nunca más volveré; tú cuida de las fuentes,
de los verdes árboles del bosque sagrado y de los campos, feliz.
Por contra, que mis palabras se derramen a través de las rapaces brisas.”

Cuando abandonó al hombre, preocupado, la inercia del sueño,385
que profundamente se lamentaba, y no soportó más
el dolor que la muerte del mosquito había vertido sobre sus sentidos,
en la medida que sus seniles fuerzas se lo permitieron
(con las que, con todo, había derrotado en combate a un hostil enemigo)
junto a las aguas del río bajo la verde floresta aprovecha390
para dar forma al lugar sin pereza. Lo dispone en forma
de círculo y buscó una pieza de hierro para usarla
para separar los hierbajos del verde césped.
Recordando su propósito, que lo lleva a terminar su tarea con esmero
acumuló la tierra apelmazada y en un elevado terraplén395
dio forma de círculo al túmulo de tierra.
A su alrededor, dispuso unas piedras que había tallado
de fino mármol, recordando su continua preocupación. Aquí también
crecerán el acanto y la rosa, modesta en su púrpura rubor,
y todo tipo de violetas; aquí también hay un mirto de Esparta400
y un jacinto; aquí también el azafrán cultivado en los campos de Cilicia,
así como el laurel, el gran honor de Febo; aquí una adelfa,
unos lirios, el no lejano cuidado del romero
y la hierba sabina que entre los antiguos imitó la riqueza del incienso.
También unos crisantemos, la brillante hiedra de pálidos racimos405
y el boco que recuerda al rey de Lidia; aquí el amaranto
y las vigorosas vides salvajes y el tino siempre en flor;
no falta tampoco el narciso, para quien su afamada belleza
le hizo arder en el fuego de Cupido por su propio cuerpo;
con cualesquiera flores que se renuevan en los tiempos primaverales410
tapiza la superficie del túmulo. Luego coloca delante
un encomio, cuyas letras afirman en callada voz:
PEQUEÑO MOSQUITO, EL GUARDIÁN DE LOS REBAÑOS CUMPLIÓ
CON SU OBLIGACIÓN FÚNEBRE PARA CONTIGO, QUE ASÍ LO MERECÍAS, EN PAGO POR SU VIDA.


Notas editar

  1. Con este topónimo puede referirse a la ciudad o río de Janto, en Anatolia, o al Escamandro, uno de los dos ríos de Troya
  2. Todo este pasaje hace referencia a los hechos acontecidos en la Segunda Guerra Médica
  3. Probablemente referido a Átalo III, que al morir legó su reino a Roma y cuyo tesoro se propuso repartirlo entre todos los ciudadanos romanos.
  4. Probablemente se refiera al uso medicinal que las gemas tenían en la Antigüedad.
  5. Dos reconocidos escultores de la Antigüedad cuya obra es, por desgracia, desconocida.
  6. Referencia a Hesíodo
  7. Usado aquí como sinónimo del Sol.
  8. Referencia a Ártemis, nacida en Delos junto con su hermano Apolo.
  9. Uno de los epítetos del dios Dioniso.
  10. Probablemente se refiera al actual río Maritsa, ubicado en Bulgaria.
  11. Epíteto de Ulises, nacido en Ítaca.
  12. Se refiere a Filis.
  13. Probable referencia al oráculo de Dodona, donde la sacerdotisa interpretaba la voluntad de los dioses a través del susurro del viento en las hojas de los robles.
  14. El ciprés era un árbol vinculado al ámbito fúnebre.
  15. Divinidad primigenia, aquí usada como sinónimo de la oscuridad.
  16. Los Manes eran las divinidades que representaban a las almas de los difuntos en la Antigua Roma.
  17. Oto y Efialtes son los nombres de los aloádas.
  18. Ticio fue castigado por intentar violar a Latona a que dos buitres devorasen cada día su hígado.
  19. Referencia a Tántalo, conocido por intentar engañar a los dioses y castigado a padecer eternas hambre y sed.
  20. Referencia a Medea, la conocida bruja de la mitología griega.
  21. Las hijas de Pandión son Filomela y Procne, que acabaron convertidas en ruiseñor y golondrina.
  22. Alusión a Eteocles y Polinices, enfrentados por el trono de Tebas.
  23. Referencia a Penélope, la famosa esposa de Ulises.
  24. Frigios es uno de los epítetos habituales en poesía para referirse a los troyanos. A continuación relatará brevemente algunos episodios de la Guerra de Troya.
  25. Otro sinónimo de troyano.
  26. Forma metafórica de referirse a las llamas que atacaban las naves griegas.
  27. Alusión a las vueltas que Aquiles da alrededor de Troya con el cadáver de Héctor atado a su carro. Está comparándolo con la práctica religiosa romana de la lustratio
  28. Otro de los epítetos de Ulises.
  29. A continuación alude a diversos episodios de la Odisea.
  30. En referencia a Agamenón
  31. Epíteto referido a Troya.
  32. Dos linajes muy importantes en la Roma republicana más antigua. Los primeros se sacrificaron, 300, en una batalla; los segundos sacrificaron en varias ocasiones su vida en la batalla para invocar el favor de los dioses.
  33. En una línea similar a la anterior: primero, tres hermanose se enfrentaron en combate a otros tres elegidos por la conquista de Alba Longa; luego, el héroe Horacio Cocles también pertenecerá a este linaje.
  34. De un carácter más histórico que los anteriores, fueron igualmente una familia muy influyente en la Roma republicana más antigua.
  35. Otro linaje de importantes generales y estadistas romanos, que ganaron particular relieve en las guerras contra Cartago.
  36. Uno de los tres jueces del Inframundo.